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daria lealtad á su Rey. Todas estas trazas á los malos dieron gusto, los buenos las aborrecian ; y no se sanaron las voluntades, sino antes se exâsperaron mas, y comenzaron nuevas sospechas de mayor guerra. Continuábanse todavía las cortes de Zaragoza, en que por el mes de abril entre Aragon y Castilla se concertaron treguas por seis meses; que las paces ó no pudieron, ó no quisieron concluillas. De los dos señores que se huyeron de Castilla, el conde de Castro se quedó en Navarra, el Almirante llegó á Zaragoza á veinte y nueve de mayo: en aquella ciudad trató con el Rey de Navarra de lo que debian hacer; acordóse que el Almirante pasase en It alia para informar de todo lo que pasaba como testigo de vista. Estaba el Rey Don Alonso á la sazon sobre Piombino (como queda dicho antes) quando en un mismo tiempo el Almirante y Don Garci Alvarez de Toledo hijo del de Alba por diversos caminos llegaron allí. El de Aragon los recibió muy bien, y les dió muy grata audiencia: demas desto prometió de les acudir y ayudallos: dióles cartas que escribió á los gran des, desta sus. tancia: «< Amigos y deudos: de vuestro desastre nos ha informado nuestro primo el Almirante; quanta pena nos haya dado no hay para que decillo; el tiempo en breve declarará quanto cuydamos de vos y de vuestras cosas, y que no escusa rémos por el bien de Castilla ningun gasto ni peligro que se ofrezca. Dios os guarde. De los reales de Piombino á diez d e agosto. » En este comedio en Castilla se gastaron algunos meses en apoderarse de los estados y lugares de los grandes. El Rey y el Príncipe su hijo, comunicados los negocios entre sí, acordaron se pusiesen guarniciones en las fronteras del reyno en lugares convenientes, en especial contra los Moros. Resuelto esto, Alonso Giron primo de Juan Pacheco fué nombrado para que sostuviese en Hellin y en Humilla por frontero con docientos de á caballo y quatrocientos infantes, con que acometió cierto número de Moros que entraron por aquella parte, y los desbarató. Mostró en este caso mayor ánimo que prudencia, ca los enemigos se recogieron en un collado que cerca caia ; dende de repente con grande alarido cargaron sobre los Christianos que con gran seguridad y descuydo recogian los despojos, y por estar esparcidos por todo el campo los destrozaron sin poder huir, ni tomar las armas, ni hacer ni proveer nada.

Los mas fueron muertos, algunos pocos con el capitan se salvaron por los pies, perdidas las armas y los estandartes. Sobre las demas desgracias de Castilla este nuevó revés alteró el ánimo del Rey, tanto mas que por el mismo tiempo el príncipe Don Enrique, ofendido de nuevo contra Don Alvaro de Luna, desde Madrid do estaba con su padre, se retiró á Segovia : causa de nuevo sentimiento para el Rey. Determinóse para remedio de tantos males y buscar algun camino para atajallos, de juntar cortes en Valladolid. El príncipe Don Enrique por órden de su padre se llegó á Tordesillas: antes que el Rey tambien fuese á verse con él, como estaba acordado, en una junta que tuvo, declaró ser su voluntad reconciliarse con su hijo y perdonalle; á los caballeros conforme á los méritos de cada qual premiallos ó castigallos, en particular dixo que queria hacer merced y repartir los pueblos y estados de los parciales entre los leales. Los procuradores de las ciudades, cada qual á porfía loaba el acuerdo del Rey: quien mas podia, mas le adulaba; que es una mala manera de servicio y de agrado tanto mas perju dicial quanto más á los Príncipes gustoso. Solo Diego Valera procurador de la ciudad de Cuenea á instancia de su compañero y por mandado del Rey tomó la mano; y aunque con cierto rodeo, claramente amonestó al Rey no permitiese que los grandes, personas de tanta nobleza y de tan grandes méritos suyos y de sus antepasados, fuesen condenados sin oirlos primero: dixo que de otra manara seria injusto el juicio, dado que sentenciasen lo que era razon. Hernando de Ribade+ neyra, hombre suelto de lengua y arrojado amenazó á Valera: dixo que le costaria caro lo que habló. El Rey mostró mal rostro contra aquel atrevimiento: salióse luego de la junta, con que dió á entender quanto le desagradaron las palabras de Ribadeneyra. Ocho dias despues Valera escribió al Rey una carta en esta sustancia: « Dad paz, señor, en nuestros dias. Quantos males hayan traido á la república las discordias domésticas, no hay para que declarallo: nuestras desventuras dan bastante testimonio de todo, las mas graves que los hombres se acuerdan : todo está destruido, asolado, desierto, y la miserable España la tercera vez se va á tierra, si con tiempo no es socorrida. Quiero con los profetas antiguos llorar el daño y destruicion de la patria; pero quexarse y sospirar sola.

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mente, y no poner otro remedio á los males fuera de las lá. grimas téngolo por cosa vana. Esto es lo que me ha forzado á escribir. En vuestra prudencia señor, despues de Dios están puestas todas nuestras esperanzas: si no os mueve nuestra miseria, á lo menos la desventura de vuestro reyno os punce: si en alguna cosa se errare, el daño será comun de todos, la afrenta solo vuestra; que la fama y la fortuna de los hombres corren á las parejas, Este es el peligro de los que reynan : las prosperidades pertenecen á todos, las cosas adversas y reveses á solo el Príncipe se imputan. Con premio y con castigoseveridad y clemencia se gobiernan los reynos: asi lo enseña la experiencia y grandes varones lo dexaron escrito. Cierto término debe haber en esto y guardar cierta medida, bien asi co mo en lo demas. No es mi intento de disputar en este lugar de cosa tan grande : traer exemplos asi antiguos como modernos por la una y por la otra parte, ¿qué presta? á muchos levantó la clemencia, la severidad á pocos, por ventura á ningunoz poned los ojos en Alexandro, César, Salomon, Roboam, en los Nerones. Las partes que la aspereza y el rigor por ventura necesario, pero usado fuera de tiempo, tienen enconadas, con la blandura se han de sanar, y con echar por diverso camino que el que hasta aquí se ha tomado. En conclusion quatro cosas conviene hacer; este es mi parecer, oxalá tan acertado como es el deseo que de acertar tengo. Conviene apaciguar, al Príncipe, llamar á los desterrados, soltar á los que están presos, y establecer un perpetuo olvido de las enemigas pasadas. La fácilidad en el perdonar dirá alguno seria causa de desprecio: verdad es, si el Príncipe pudiese ser despreciado que tiene valor y ánimo; cosa peligrosa es quererse autorizar con la sangre de sus vasallos. La falta de castigo dirá otro hará los hombres atrevidos, y las leyes mandan sea castigado el desacato y la deslealtad: es asi, pero la propia loa de los Reyes es la clemencia, y toda grande hazaña es forzoso tenga algo que se pueda tachar, que si en algo se quebrantaren las leyes, el bien y la salud pública lo recompensarán y soldarán todo. Quiero últimamente hacer mis plegarias. Ruego á Dios que de mis palabras, salidas de corazon muy llano, esté lexos toda sospecha de arrogancia, y que vuestro entendimiento para determinar cosas tan grandes sea alumbrado con luz celestial que os ense

ne lo que convendrá hacer.» Esta carta dió pesadumbre á Don Alvaro de Luna; al Rey y á todos los buenos fué muy agradable. El conde de Plasencia, leida esta carta, gustó tanto del ingenio de Valera y de su libertad, que le recibió en su servicio, y le entregó su hijo mayor para que le criase y amaestrase.

Capítulo VII.

De las bodas del Rey de Portugal.

La prision de tan grandes señores y la huida de otros que fueron forzados á salir de toda Castilla, alteró mucho la gente y acarreo graves daños. Tratábase dentro y fuera del reyno de poner á los presos en libertad, y hacer que los huidos volviesen á su tierra. El temor los entretenia y enfrenaba, maèstro no duradero ni bueno de lo que conviene, ca mudadas las cosas algun tanto, se atrevieron los que esto pensaban, á procurallo y ponello por obra. El Conde de Benavente huyó de la prision, dióle lugar para ello Alonso de Leon por grandes dádivas de presente, y mayores promesas que le hizo para adelante; del qual Diego de Ribera alcayde del castillo hacia grande confianza. Este dió entrada á treinta soldados en el castillo que acompañaron al Condé en caballos que para esto tenian apercebidos en un pinar allí cerca, y le llevaron á Benavente. Con su venida los moradores de aquella villa echaron la guarnicion de soldados que tenian puestos por el Rey: luego des. pués acudieron á Alba de Liste que estaba cercada por los del Rey, y los forzaron á alzar el cerco; junto con esto se apode, raron de otros pueblos de menos cuenta. Esta nueva fué de mucha alegría para los buenos, y comunmente para el pueblo. El Rey alterado com ella, dexó á Dón Alvaro en Ocaña con órden de apercebir lo necesario para la guerra de Aragon, y ét á grandes jornadas se fué á Benavente; desde donde por ha, llar aquel pueblo apercebido pasó á Portugal, que halló alegre por las bodas de su Rey que poco antes celebró con Doña Isabel, hija de Don Pedro su tio y gobernador del reyno, con quien siete años antes estaba desposado. Fué esta señora de

costumbres muy santas, y de apostura muy grande. Deste casamiento nacieron Don Juan que murió niño, y Doña Juana su hermana que murió sin casar, y otro Don Juan que vivió largos años, y heredó el reyno de su padre. Era el Rey todavía de tierna edad, y no bastante para los cuydados del reyno. Don Pedro su suegro estaba muy apoderado del gobierno de mucho tiempo atrás, cosa que los demas grandes la tenian por pesada, y la comenzaban á llevar mal. La muchedumbre del pueblo como quier que sea amiga de novedades, huelga con la mudanza de los señores por pensar siempre que lo venidero será mejor que lo presente y pasado. El que mas se señalaba en tratar de derribar á Don Pedro, era Don Alonso Conde de Barcelos, sin tener ningun respeto á que era su hermano, ni tener memoria de la merced que poco antes le hiciera, que por muerte de Don Gonzalo señor de Berganza, que falleció sin hijos poco antes, le nombró y dió título de Duque de Berganza: asi suelen los hombres muchas veces pagar grandes beneficios con alguna grave injuria : la ambicion y la envidia quebrantan las leyes de la naturaleza, Tenia poca esperanza de salir con su intento, si no era con maldad y engaño: persuadió al Rey, que era mozo y de poca experiencia, tomase él mismo el gobierno, y que el agravio y injuria que su suegro hizo á su madre en echalla primero del reyno, despues acaballa con yerbas (como él decia que lo hizo) la vengase con dalle la muerte, que hasta entonces siempre gobernó soberbia y avaramente, y robó la república que segun el corazon humano es insaciable, se podia temer que sin contentarse de lo que es lícito, pretenderia pasar adelante, y de dia y de noche pensaria como hacerse Rey, para lo qual solo el nombre le faltaba. Alterado el Rey con estos chismes y murmuraciones trató de vengarse de Don Pedro él avisado de lo que pasaba, porque en aquella mudanza tan súbita de las cosas no le hiciesen algun desaguisado á él ó á los suyos, y tambien para esperar en qué paraban, y qué término tomaban aquellas alteraciones, se fortificó dentro de Coimbra. Sufren mal los grandes ánimos qualquiera injuria, y mas quando no tienen culpa: asi con intento de apoderarse de Lisboa se concertó con los ciudadanos de aquella ciudad que se la entregasen; pero como quier que cosa tan grande no pudiese estar secreta, en el camino en que iba para

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