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allá con número de soldados, le pararon una celada, con que le fué forzoso venir á las manos. Dióse esta batalla año de nuestra salvacion de mil y quatrocientos y quarenta y nueve : 1449. sobre el mes no concuerdan los autores, y hay diversas opiniones; la suma es que en ella murió el mismo Don Pedro con muchos de los suyos. Sus émulos y gente curiosa de cosas semejantes decian fué castigo del cielo, ca le hirieron el corazon con una saeta enerbolada: de la herida murió: persona digna de mejor suerte y de mas larga vida, si bien vivió ciuqüenta y siete años. Fué de grande ánimo, de aventajada prudencia por la grande experiencia que tuvo de las cosas. Díxose que el Rey sintió mucho la muerte de su tio y suegro: la fama mas ordinaria y el suceso de las cosas convence ser esto engaño, pues por mucho tiempo le fué negada la sepultura; verdad es que adelante le enterraron en Aljubarróta entierro de los Reyes, y le hicieron sus honras y exêquias. Su hijo Don Diego fué preso en la batalla, y adelante se fué á Flandes: desde allí su tia la Duquesa Doña Isabel le envió á Roma para que fuese cardenal; Doña Beatriz su hermana pasó otrosí á Flandes; y casó con Adolpho Duqué de Cleves. Despues desto en Portugal gozaron de una larga paz: el Rey entrado en edad gobernó el reyno sabiamente, si bien fué mas afortunado en la g guerra que hizo contra los Moros mas mozo, que en la que tuvo contra Castilla en lo postrero de su edad. Mostróse muy señalado en la piedad : en el rescate de los cautivos que tenian los Moros presos en Africa, gastó y derramó grande parte de sus rentas y tesoros, si se puede decir qué la derrámó, y no mas aina que la empleó santísimamente en provecho de muchos. Táchanle solamente que se entregó á sí y á sus cosas al gobierno de sus criados y cortesanos: creo que fué mas por llevallo asi aquellos tiempos, y por alguna fuerza secreta de las estrellas que por falta particular suya: daño que fué causa de grandes desgustos y desastres asi bien en las otras provincias como en la de Portugal.

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Capítulo vin.

Del alboroto de Toledo.

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QUEDOSE Don Alvaro de Luna en Ocaña, segun se ha tocado, para apercebir lo necesario para la guerra de Aragon. Trataba con gran cuydado de juntar dineros, de que tenian la mayor falta. Ordenó que Toledo ciudad grande y rica acudiese con un cuento de maravedís por via de empréstido repartido entre sus vecinos: cantía y imposicion moderada asaz, sino que cosas pequeñas muchas veces son ocasion de otras muy grandes. Dió cuydado y cargo de recoger este dinero á Alonso Cota hombre rico, vecino de aquella ciudad. Opusiéronse los ciudadanos: decian no permitirian que con aquel principio las franquezas y privilegios de aquella ciudad fuesen quebrantados. Avisaron á Don Alvaro : mandó que sin embargo se pasase adelante en la cobranza. Alborotóse el pueblo, y con una campana de la iglesia mayor tocaron al arma. Los primeros atizadores fueron dos canónigos llamados el uno Juan Alonso, y el otro Pedro Galvez ; el capitan del populazo alborotado fué un odrero, cuyo nombre no se sabe: el caso es muy averiguado. Cargaron sobre las casas de Alonso Cota, y pegáronles fuego, con que por pasar muy adelante se quemó el barrio de la Madalena, morada en gran parte de los mercaderes ricos de la ciudad: saqueáronles las casas, y no contentos con esto, echaron en prision á los que allí hallaron, gente miserable, sin tener respeto ni perdonar á mugeres, viejos y niños. Sucedió este feo y cruel caso á veinte y seis de enero. Unos ciudadanos maltrataban a otros no de otra manera que si fueran enemigos, que fué un cruel espectáculo y daño de aquella noble ciudad; en especial se enderezó el alboroto con tra los que por ser de raza de Judíos el pueblo los llama Chris tianos nuevos. El odio de sus antepasados pagaron sin otra causa los descendientes. El alcalde Pero Sarmiento, y su teniente el bachiller Marcos García, á quien por desprecio llama el vulgo hasta hoy Marquillos de Mazarambroz, que debieran sosegar la gente alborotada, antes los atizaban y soplaban la

llama. Tras la revuelta se siguió el miedo de ser castigados por entender les harian guerra cerraron las puertas de la ciu> dad, que fué lo que solo restaba para despeñarse del todo y re mediar un delito con otro mayor: asi en breve la alegría que tenian por lo hecho, se les trocó en pesadumbre y les àcarreó muchos daños. Don Alvaro no tenia bastantes fuerzas ni au toridad para sosegar aquellas!alteraciones tan grandes, y cas, tigar á los culpados, especial que el dicho Pero Sarmiento le era contrario. Dió aviso al Rey de lo que pasaba, el qual á instancia suya y habiéndose en este medio tiempo apoderado de Benavente, acudió á apagar aquel fuego por temor que tenia dé aquellos principios no resultasen mayores daños. Por negalle la entrada se alójó en el hospital de San Lázaro. Tiráronle algunas balas desde aquella parte de la ciudad que llaman la granja, con un tiro de artillería que allí pusieron. Quando disparaban decían: Tomad esa naranja que os envian desde la granja: desacato notable. Con la venida del Rey tomo Pero Sarmiento ocasion de hacer nuevas crueldades › y desafueros: prendió muchos ciudadanos con color que trataban de entre gar al Rey la ciudad. Púsolos á question de tormento, en que algunos por la fuerza del dolor confesaron mas de lo que les preguntaban. Robáronles sus bienes, y á muchos de ellos qui, taron las vidas: cruel carnicería, hacer delito y castigar como á tal la lealtad y el deseo de quietud y reposo, cosa que entre amotinados de ordinario se suele tener y contar por alevosía y gravísima maldad. El Rey se fué á Torrijos. Allí fueron algu nos caballeros enviados por la ciudad (cuyos nombres aquí se callan ) para que le dixesen en nombre de Toledo y de las de mas ciudades que si no apartaba de sí á Don Alvaro de Luna, y mandaba que á las ciudades se guardasen sus franquezas, da rian la obediencia y alzarian por señor al Príncipe Don Enri» que su hijo. Fué grande este desacato, y el sentimiento: que causó en el Rey no menor: asi sin dar alguna respuesta despidió aquellos caballeros. Mandó poner sitio sobre la ciudad: los naturales llamaron en su ayuda al Príncipe, con cuya llegada se alzó el cerco; pero sin embargo de habellos librado del peligro, y habelle acogido en la ciudad, no le entregaron las llaves de las puertas ni del alcázar. La muchedumbre del pueblo alborotado nunca se sabe templar; ó temen, ó espantan, y

proceden en sus cosas desapoderadamente. Hicieron á los seis de junio un estatuto en que vedaban á los Christianos nuevos tener oficios y cargos públicos, en particular mandaban que no pudiesen ser escribanos ni abogados ni procuradores, conforme á una ley ó privilegio del Rey Don Alonso el Sabio, en que decian y pretendían otorgó á la ciudad de Toledo que ninguno de casta de Judíos en aquella ciudad ó en su tierra pudiese tener ni oficio público ni beneficio eclesiástico. En todo se procedia sin tiento y arrebatadamente, no daban lugar las armas y fuerza para mirar que era lo que por las leyes y costumbres estaba establecido y guardado: solo una grave tyranía se exercitaba, y atroces agravios. Un cierto dean de Toledo natural de aquella ciudad, cuyo nombre y linage no es necesarío declarar aquí, confiado en sus riquezas y en sus letras, en especial en la cabida que tenia en Roma, ca fué datario y adelante obispo de Coria (como algunos dicen habello oido á sus antepasados, y es asi) se retiró á la villa de Santolalla: allí puso por escrito con mayor corage que aplauso, un tratado en que pretendia que aquel estatuto era temerario y erróneo. Ofrecióse demas desto de disputar públicamente, y defender siete conclusiones que en aquel propósito envió á la ciudad. No contento con esto sobre el mismo caso enderezó una disputa mas larga á Don Lope de Barrientos obispo de Cuenca, en que señala por sus nombres muchas familias nobilísimas con parientes del mismo y otros de semejante ralea emparentadas; si de verdad, si fingidamente por hacer mejor su pleyto, no me parece conviene escudriñallo curiosamente. Basta que no paró en esto su desgusto y alteracion, antes fué causa (como yo pienso) que el Pontífice Nicolao expidiese una bula en que reprueba todas las cláusulas y capítulos de aquel estatuto el tercero año de su pontificado, es á saber el mismo en que sucedió el alboroto de Toledo de que vamos tratando, cuya copia no me pareció seria conveniente poner en este lugar; solo diré que comienza por estas palabras traducidas del latin en castellano: «El enemigo del género humano luego que vió caer en buena tierra la palabra de Dios, procuró sembrar zizaña para que ahogada la semilla, no llevase fruto alguno.»> La data desta bula fué en Fabriano año de la Encarnacion de mil y quatrocientos y quarenta y nueve á veinte y

quatro de setiembre. Otra bula que expidió el mismo Pontífice Nicolao dos años adelante á veinte y nueve de noviembre, tampoco será necesario engerilla aquí por ser sobre el mismo negocio y conforme á la pasada. Tampoco quiero poner los decretos que consecutivamente hicieron en esta razon los arzobispos de Toledo Don Alonso Carrillo en un synodo de Alcalá, y el cardenal Don Pero Gonzalez de Mendoza en la ciudad de Victoria algunos años despues deste tiempo de la misma sustancia. Casi todo esto que aquí se ha dicho de la revuelta y estatuto de Toledo, dexaron los coronistas de contar, creo con intento de no hacerse odiosos; pareció empero se debia referir aquí por ser cosa tan notable: tomado de ciertos memoriales y papeles de una persona muy grave. Qual de las partes tuviese razon y justicia, y qual no, no hay para que disputallo; quede al lector el juicio libre para seguir lo que mas le agradare, que podrá por lo que aquí queda dicho, y por otros tratados que sobre este negocio por la una y por la otra parte se han escrito, sentenciar este pleyto á tal que sea con ánimo sosegado y sin aficion demasiada á ninguna de las partes.

Capítulo 1x.

De otras nuevas revueltas de los grandes de Castilla.

No cesaba el de Navarra de solicitar á los grandes de Castilla para que se alborotasen. Las ciudades de Murcia y de Cuenca no se mostraban bien afectas para con su Rey, de que alguna esperanza tenian el de Navarra y los otros sus parciales de recobrar sus antiguos estados. Hacian los de Aragon diversas correrías en tierras de Castilla, y en la comarca de Requena robaron gran copia de ganados. Demas desto los moradores de aquella villa como saliesen á buscar los enemigos con mayor ánimo que prudencia, fueron vencidos en una pelea que trabaron; sin embargo la esperanza que tenian los contrarios de apoderarse de Murcia, les salió vana. Acometieron los Aragoneses á entrar en Cuenca debaxo de la conducta de Don Alonso de Aragon hijo del Rey de Navarra. Llamólos Diego de Men

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