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de agosto. Llevó mal el Rey de Aragon todo esto, que sin dalle á él parte se hobiese concluido la liga y confederacion: quexábase de la inconstancia y deslealtad (como él decia) de los Venecianos: asi mandó á su hijo Don Fernando que dexada la guerra que a Florentines hacia, se volviese al-reyno de Napoles. Para aplacaráun Rey tan poderoso, y que para todo podia su desgusto y su ayuda ser de tan grande importancia, le despacharon los Venecianos, Milaneses y Florentines embaxadores, personas principales, que desculpasen la presteza de que usaron en confederarse entre sí sin dalle parte por el peligro que pudiera acarrear la tardanza: que sin embargo le quedó lugar para entrar en la liga, ó por mejor decir ser en ella cabeza y principal; por conclusion le suplicaban perdonase la ofensa, qualquiera que fuese, y que en su Real pecho prevaleciese como lo tenia de costumbre el comun bien de Italia contra el desabrimiento particular. Para dar mas calor á negocio tan importante el Pontífice juntó con los demas embaxadores su legado, que fué el cardenal de Fermo, por nombre Dominico Capránico, persona de grande autoridad por sus partes muy aventajadas de prudencia, bondad y letras. Fuése el Rey á la ciudad de Gaeta para allí dar audiencia á los embaxadores. Tenia el primer lugar entre los demas el cardenal, como era razon y su dignidad lo pedia: asi el dia señalado tomó la mano, y á solas sin otros testigos habló al Rey en esta -sustancia: «Una cosa fácil, antes muy digna de ser deseada, venimos, señor, á suplicaros: esto es que entreis en la paz y liga que está concertada entre las potencias de Italia, negocio de mucha honra, y para el tiempo que corre necesario, que nos vemos rodeados de un gran llanto por la pérdida pasada, y de otro mayor miedo por las que nos amenazan. Nuestra floxedad ó por mejor decir nuestra locura ha sido causa desta Ilaga y afrenta miserable. Basten los yerros pasados: sirvan de escarmiento los males que padecemos. Los desórdenes de antes mas se pueden tachar que trocar: esto es lo peor que ellos tienen. Pero si va á decir verdad, mientras que anteponemos nuestros particulares al bien público, en tanto que nuestras diferencias nos hacen olvidar de lo que debíamos á la piedad y á la Religion, el un ojo del pueblo Christiano y una de las dos lumbreras nos han apagado: grave dolor y quebranto; mas

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forzosa cosa es reprimir las lágrimas y la alteracion que siento en el ánimo, para declarar lo que pretendo en este razonamiento. Cosa averiguada es que la concordia pública ha de remediar los males que las diferencias pasadas acarrearon: esta sola medicina queda para sanar nuestras cuytas, y remediar estos daños que á todos tocan en comun y á cada uno en particular. El cruel enemigo de Christianos con nuestras pérdidas se ensoberbece y se hace mas insolente: las provincias de Levante están puestas á fuego y á sangre; la ciudad de Constantinopla, luz del mundo y alcázar del pueblo Christiano, súbitamente asolada. Póneseme delante los ojos y represéntaseme la imágen de aquel triste dia, el furor y rabia de aquella gente cebada en la sangre de aquel miserable pueblo, el cautiverio de las matronas, la huida de los mozos, los denuestos y afrentas de las vírgenes consagradas, los templos profanados. Tiembla el corazon con la memoria de estrago tan miserable, mayormente que no paran en esto los daños: los mares tienen quaxados de sus armadas; no podemos navegar por el mar Egeo, ni continuar la contratacion de Levante. Todo esto si es muy pesado de llevar, debe despertar nuestros ánimos para acudir al remedio y á la venganza. ¿ Mas á qué propósito tratamos de daños agenos los que á la verdad corremos peligro de perder la vida y libertad? el furor de los enemigos no se contenta con lo hecho, antes pretende pasar á Italia, y apoderarse de Roma, cabeza y silla de la Religion Christiana: osadía intolerable. Si no me engaño, y no se acude con tiempo, solo este mal cundirá por toda Italia, sino pasados los Alpes, amenaza las provincias del Poniente. Es tan grande su soberbia y sus pensamientos tan hinchados que en comparacion de lo mucho que se prometen, tienen ya en poco ser señores del imperio de los Griegos. Lo que pretenden, es oprimir de tal suerte la nacion de los Christianos que ninguno quede aun para llorar y endechar el comun estrago. Hácenles compañía gentes de la Scythia, de la Suria, de Africa en gran número y muy exercitadas en las armas. ¿Por ventura no será razon despertar, ayudar á la Iglesia en peligro semejante, socorrer á la patria y á los deudos y finalmente á todo el género humano ? Si suplicáramos solo por la paz de Italia, era justo que benignamente nos concediérades esta gracia, pues ninguna cosa se

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puede pensar ni mas honrosa, si pretendemos ser alabados, y si provecho, mas saludable, que con la paz pública sobrellevar esta nobilísima provincia afligida con guerras tan largas; mas al presente no se trata del sosiego de una provincia, sino del bien y remedio de toda la Christiandad. Esto es lo que todo el mundo espera, y por mi boca os suplica. Y por quanto es necesario que haya en la guerra cabeza, todas las potencias de Italia os nombran por general del mar, que es por donde amenaza mas brava guerra, honra y cargo antes de agora nunca concedido á persóna alguna. En vuestra persona concurre todo lo necesario, la prudencia, el esfuerzo, la autoridad, el uso de las armas, la gloria adquirida por tantas victorias habidas por vuestro valor en Italia, Francia y Africa. Solo resta con este noble remate y esta empresa dar lustre á todo lo demas, la qual será tanto mas gloriosa quanto por ser contra los enemigos de Christo será sin envidia y sin ofension de nadie. Poned, señor, los ojos en Cárlos llamado el Magno por sus grandes hazañas, en Jofre de Bullon, en Sigismundo, en Huniades, cuyos nombres y memoria hasta el dia de hoy son muy agradables. ¿Por qué otro camino subieron con su fama al cielo, sino por las guerras sagradas que hicieron? No por otra causa tantas ciudades y Príncipes, de comun consentimiento dexadas las armas, juntan sus fuerzas, sino para acudir debaxo de vuestras banderas á esta santísima guerra, para mirar por la salud comun y vengar las injurias de nuestra Religion. Esto en su nombre os suplican estos nobilísimos embaxadores, y yo en particular por cuya boca todos ellos hablan. Esto os ruega el Pontífice Nicolao (el qual lo podia mandar) vieJo santísimo, con las lágrimas que todo el rostro le bañan. Acuérdome del llanto en que le dexé. Sed cierto que su dolor es tan grande que me maravillo pueda vivir en medio de tan grandes trabaxos y penas. Solo le entretiene la confianza que fundada la paz de Italia, por vuestra mano se remediarán y vengarán estos daños: esperanza que si (lo que Dios no quiera) le faltase, sin duda moriria de pesar: no os tengo por tan duro que no os dexeis vencer de voces, ruegos y sollozos semejantes.» A estas razones el Rey respondió que ni él fué causa de la guerra pasada, ni pondria impedimento para que no se hiciese la paz: que su costumbre era buscar en la la guerra

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paz y no al contrario: «No quiero, dicé, faltar al comun consentimiento de Italia. El agravio que se me hizo en tomar asiento sin darme parte, qualquiera que él sea, de buena gana le perdono por respeto del bien comun. La autoridad del Padre Santo, la voluntad de los pueblos y de los Príncipes estimo en lo que es razon, y no rehuso de ir á esta jornada sea por capi tan, sea por soldado.» Despues de la respuesta del Rey se leyeron las condiciones de la confederacion hecha por los Vene. cianos con Francisco Esforcia y con los Florentines deste tenor y sustancia: « Los Venecianos, Francisco Esforcia y Florentines y sus aliados guarden inviolablemente por espacio de veinte y cinco años, y mas si mas pareciere á todos los confe derados, la amistad que se asienta, la alianza, y liga con el Rey Don Alonso para el reposo comun de Italia, en especial pará reprimir los intentos de los Turcos que amenazan de hacer grave guerra á Christianos. Las condiciones desta confederacion serán estas: el Rey Don Alonso defienda (como si suyo fuese y le perteneciese) el estado de Venecianos, de Francisco Esforcia y de Florentines y sus aliados contra qualquiera que les hiciese guerra, hora sea Italiano, hora estrangero. En tiempo de paz para socorrerse entre sí si alguna guerra acaso repentinamente se levantare, el Rey, los Venecianos y Francisco Esforcia cada qual tengan á su sueldo cada ocho mil de á caballo y quatro mil infantes, los Florentines cinco mil de á caballo y dos mil de á pie, todos á punto y armados. Si aconteciere que de alguna parte se levantare guerra, á ninguna de las partes sea lícito hacer paz si no fuere con comun acuerdo de los demas; ni tampoco pueda el Rey ó alguno de los confederados asentar liga ó hacer avenencia con alguna nacion de Italia, si no fuere con el dicho comun consentimiento. Quando á alguna de las partes se hiciere guerra, cada qual de los li. gados le acuda sin tardanza con la mitad de su caballería é infantería, que no hará volver hasta tanto que la guerra quede acabada. Si aconteciere que por causa de alguna guerra se enviaren socorros á alguno de los nombrados, el que los recibiere, sea obligado á señalalles lugares en que se alojen, y dalles vituallas y todo lo necesario al mismo precio que á sus naturales. Si alguno de los susodichos moviere guerra á qualquiera de los otros, no por eso se tenga por quebrantada la liga quanto á

los demas antes se quede en su vigor y fuerza que darán socorro al que fuere acometido, no con menor diligencia que si el que mueve la guerra no estuviese comprehendido en la dicha confederacion. Si se hiciere guerra á alguno de los nombrados, á ninguno de los otros sea lícito dar por sus tierras paso á los contrarios ó proveellos de vituallas, antes con todo su poder resistan á los intentos del acometedor. Estas condiciones, reformadas algunas pocas cosas, fueron aprobadas por el Rey. Comprehendian en este asiento todas las ciudades y potentados de Italia, excepto los Ginoveses, Sigismundo Malatesta y Astor de Faenza, que los exceptuó el Rey: los Ginoveses porque no guardaron las condiciones de la paz que con ellos tenia asentada los años pasados, Sigismundo y Astor porque sin embargo de los dineros que recibieron, y les contó el Rey de Aragon para el sueldo de la gente de su cargo en tiempo de las guerras pasadas se pasaron á sus contrarios.

Capítulo XVII.

Del Pontifice Calixto.

TODA Italia y las demas provincias entraron en una grande esperanza que las cosas mejorarian, luego que vieron asentadas las paces generales, quando el Pontífice Nicolao, sobre cuyos hombros cargaba principalmente el peso de cosas y prácticas tan grandes, apesgado de los años y de los cuydados, falleció á veinte y quatro de marzo, y con su muerte todas estas trazas comenzadas se estorbaron y de todo punto se desbarataron. Juntáronse luego los cardenales para nombrar sucesor, y porque los negocios no sufrian tardanza, dentro de catorce dias en lugar del difunto nombraron y salió por Papa el cardenal Don Alonso de Borgia, que tenia hecho antes voto por escrito : si saliese nombrado por Papa, de hacer la guerra á los Turcos. Llamábase en la misma cédula Calixto, tanta era la confianza que tenia de subir á aquel grado, concebida desde su primera edad (como se decia vulgarmente) por una profecía y palabras que siendo él niño, le dixo en este propó. sito fray Vicente Ferrer, al qual quiso pagar aquel aviso con

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