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pagar; que fué la causa por que quando se hacian los aparejos para la guerra de Aragon, si bien pidió treguas, ni del todo se las negaron, ni claramente se las concedieron y otorgaron,, Tomóse solamente por expediente de enfiar por embaxador á. Granada á Alonso de Lorca para entrete er aquel Rey bárbaro, y dar tiempo al tiempo hasta que el juego estuviese bien entablado. Al presente; como : nuevos embaxadores para esto enviados hiciesen de nuevo instancia por las treguas, respon-› dió el Rey que no se tomaria ningun asiento si no fuese que ante todas cosas pagasen el tributo que tenian antes concerta-, do. Fué junto con esto Alonso de Lorca enviado por embaxadoral Reyde, Tinez con ricos presentes para, dar razon a aquel Rey de la deslealtad y contumacia del Rey de Granada, que ni se movia por el peligro, ni correspondia al amor que le mostraran. Con esto obró tanto que persuadió á aquel Rey no enviase al de Granada para aquella guerra socorros desde Africa. Esto fué tanto mas fácil que aquellos bárbaros ponen de ordinario la amistad y lealtad en venta, y mas les mueve su pro particular que el respeto de la religion y honestidad. Port ventura hacen esto solos los bárbaros, y no los mas de los Príncipes que tienen el nombre y se precian de la profesion de Christianos? Toviéronse cortes en Salamanca, en que con gran voluntad de todos los estados se otorgó al Rey ayuda de dinero para aquella guerra en mayor cantidad que les pedian, porque era contra los enemigos de Christianos. Por el fin deste año, se hicieron diversas entradas en tierras de Moros, en particular Don Gonzaloxobispo de Jaen y Diego de: Ribera, adelantado que era del Andalucía, con ochocientos caballos y tres mil de a pie entraron, hasta, legar a la vega de Granada. Repartieron la gente desta manera: pusieron dos celadas en lugares á propósito: ochenta de á caballo llegaron á dar vista á la ciudad con intento de sacar los Moros á la pelea, y metellos en las zalagardas, y enredallos. Salieron ellos, pero con recato al principio porque temian lo que era, que habia engaño: los que tenian en la primera celada (como les fuera mandado) á los primeros golpes volvieron las espaldas. Asegura, dos con esto los Moros, como si no hobiera mas que temer, sin órden y sin concierto siguen á rienda suelta el alcance: llegaron con esto donde estaba la fuerza de los contrarios que

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era la segunda celada. No pensaban los Moros co sa semejante, ni hallar resistencia: asi ellos se atemorizaron, y á los nues-1. tros creció el ánimo; hirieron en los enemigos, mataron docientos, prendieron ciento, los demas como pláticos en la tierra se salvaron por aquellas fraguras, á las quales los caballos de los Moros estaban acostumbrados, y á los Christianos fueron causa por su aspereza y no estar usados de detenerse. Por otra parte Fernan Alvarez de Toledo señor de Valdecorneja, á cuyo cargo quedó la guarnicion de Ecija, entró por los campos y tierra de Ronda: no le sucedió tan prósperamente porque acudiendo los naturales, con igual daño suyo, del que hizo en los contrarios, fué forzado á retirarse. Poco despues Rodrigo Perea adelantado de Cazorla entró por otra parte: acudieron al improviso los enemigos, y fué la carga que dieron tan grande, que con pérdida de casi todos los suyos apenas el adelantado se pudo salvar á uña de caballo; verdad es que García de Herrera que era mariscal, escaló de noche y ganó de los Moros por fuerza el lugar de Ximena, que fué alguna recompensa de aquellos daños. Desta manera variaban las cosas prósperas y adversas, fuera de que el tiempo no era á propósito, antes por las continuas aguas hallaban los caminos empantanados, los rios iban crecidos; en particular en Navarra el rio Aragon salió de madre, y derribó gran parte de la villa de Sangüesa con gran pérdida y notable daño de los moradores de aquel lugar. El Rey llamó por sus cartas á Don Diego Gomez de Sandoval Conde de Castro, y al maestre de Alcántara Don Juan de Sotomayor. No obedecieron, sea por miedo de sus enemigos, sea estimulados de su mala conciencia. Era cierto seguian la voz de los Infantes de Aragon, y aun despues de hechas las treguas, perseveraban en lo mismo. A la sazon que se apercebian para esta guerra, falleció la primera muger de Don Alvaro de Luna Doña Elvira de Portocarrero. Por su muerte casó segunda vez con Doña Juana hija del Conde de Benavente los regocijos de las bodas se celebraron en Palencia, no fueron grandes á causa que á la misma sazon falleció Doña Juana de Mendoza abuela de la desposada, y muger que fué del almirante Don Enrique; los padrinos de la boda fueron el Rey y la Reyna. Ninguna cosa por entonces parecia demasiada por ir en aumento y con viento próspero la

TOMO V.

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privanza y autoridad de Don Alvaro. Sucedian estas cosas al 1431. principio del año mil y quatrocientos y treinta y uno. El Papa Martino Quinto, ya 'mas amigo (á lo que mostraba ) del Aragonés, al tiempo mismo que ó pór odio de los Franceses, ó con una profunda disimulacion tenia llamado á Italia al dicho Rey Don Alonso, falleció en mala sazon ́en Roma de apoplexía á veinte del mes de febrero : otros buenos autores señalan el año siguiente, que hace maravillar haya variedad en cosa tan fresca y tan notable. En lugar del Papa Martino fué puesto el cardenal Gabriel Condelmario, veneciano de nacion, con nombre que tomó de Eugenio Quarto: fué su eleccion á tres dias de marzo. Ayudóle en gran manera para subir á aquel grado el cardenal Jordan Ursino: por esto comenzó á favorecer muchó á los Ursinos, bando muy poderoso en Roma, y á perseguir por el mismo caso á los Coloneses sus contrarios; y á su exemplo Juana Reyna de Nápoles, muger mudable é inconstante, despojó á Antonio Colona de la ciudad de Salerno. Por respeto del nuevo Pontifice le quitó lo que el Pontífice pasado Je hizo dar, ó por ventura hubo algun demérito suyo, de que resultaron nuevas alteraciones y diferentes esperanzas en otros de ser acrecentados. El Rey de Castilla, determinado de ir en persona á la guerra de los Moros, nombró para el gobierno de Castilla en su ausencia á Pedro Manrique. Hecho esto, de Medina del Campo pasó á Toledo, en cuyo templo por devocion pasó toda una noche armado y en vela, costumbre de los que se armaban caballeros. Venida la mañana, hizo bendecir las banderas; y pasadas las fiestas (que se le hicieron grandes) hechos sus votos y plegarias, partió para la guerra. Está en medio del camino puesta Ciudad Real: allí como el Rey se detuviese por algunos dias, á los veinte y quatro de abril dos horas despues de medio dia tembló la tierra de tal manera que algunos edificios quedaron maltratados, y algunas almenas del castillo cayeron en tierra; el mismo Rey fué forzado por el miedo y por el peligro salir å raso y al descubier to: fué grande el espanto que en todos causó, y mayor por estar el Rey presente y correr peligro su persona; mas el daño fué pequeño, y ningun hombre pereció. En Aragon, Cataluña y en Ruysellon fué mayor el estrago por esta misma causa y á la misma sazon, tanto que algunos lugares quedaron des,

truidos, y algunos maltratados por los temblores de la tierra. En Granada otrosí poco adelante, y en los reales de Castilla que cerca estaban y á punto de pelear y entrar en la batalla que se dieron, como se dirá poco adelante, tembló la tierra, pronóstico que cada uno podía pensar amenazaba á su parte ó á la contraria, ó á entrambas, y que dió bien que pensar y te mer no menos á los Moros que á los Christianos. Asimismo por toda España fueron grandes los temores y anuncios que hubo por esta causa; que el pueblo inconstante y supersticioso suele alterarse por cosas semejantes y pronosticar grandes males. Por este mismo tiempo en Barcelona falleció la Reyna Doña Violante de mucha edad: fué casada con el Rey Don Juan el Primero, y era abuela materna de Ludovico Duque de Anjou, con quien traian guerra los Aragoneses por el reyno de Nápoles. Llegó el Rey de Castilla por el mes de mayo á la ciudad de Córdoba :: desde allí envió á Don Alvaro de Luna adelante con buen número de gente, taló la campaña de Illora, y llegó haciendo estrago hasta la misma vega de Granada, Hanura que es de grande frescura y no de menor fertilidad. Puso fuego en los ojos de los mismos ciudadanos á sus huertas, sus cortijos y arboledas sin perdonar á una hermosa casa de campo que por allí tenia el Rey Moro; pero no fueron parte estos daños, ni aun las cartas de desafío que les envió Don Alvaro, para que saliesen á pelear. No se supo la causa: puédese congeturar que por estar la ciudad suspensa con el miedo que tenia de mayores males, ó no estar los ciudadanos asegurados unos de otros. Entretanto que esto pasaba, se consultaba en Córdoba sobre la forma que se ternia en hacer la guerra. Los pareceres fueron diferentes : unos decian que talasen los campos, y no se detuviesen en poner sitio sobre algun particular pueblo : otros que seria mas á propósito cercar alguna ciudad fuerte para ganar mayor reputacion, y con su toma sacar mayor provecho de tantos trabaxos y tan grandes gastos. Prevaleció el parecer mas honroso y de mas autoridad, y conforme á él se acordó fuesen sobre Granada, y peleasen con los Moros de poder á poder, que era lo que un Moro por nombre Gilayro grandemente les aconsejaba: el qual en su tierna edad como hobiese sido preso por los Moros y renegado nuestra fe, dado que no de corazon, en esta ocasion se vino á Córdoba á los

nuestros, y les daban este consejo. Prometia que luego que los fieles se presentasen á vista de la ciudad de Granada, Juzeph Benalmao, nieto que era de Mahomad el Rey Bermejo que fué muerto en Sevilla, se pasaria con un buen número de gente á sus reales. Tomada esta resolucion, la Reyna que hasta allí acompañara al Rey, se partió para Carmona el exér cito marchó adelante. Por el mes de octubre se detuvo el Rey cerca de Alvendin algunos dias hasta tanto que todas las com pañías se juntasen. Llegáronse hasta ochenta mil hombres, y entre ellos muchos que por su linage y hazañas eran personas de gran cuenta. Dióse cuydado de asentar los reales y de maestres de campo al adelantado Diego de Ribera, y á Juan de Guzman, cargo que antes solia ser (conforme á las costumbres de España) de los mariscales, á quien pertenecia señalar y repartir las estancias. Marcharon dende en buen órden, y el segundo dia llegaron á tierra de Moros: entraron formados sus esquadrones y en ordenanza, no de otra manera que si tu, vieran los enemigos delante. Don Alvaro de Luna llevaba el cargo de la vanguardia, en que iban dos mil y quinientos hombres de armas: el Rey iba en el cuerpo de la batalla con la fuerza del exército, acompañado de muchos grandes: el pos→ trero esquadron hacian los cortesanos, y gran número de eclesiásticos, entre ellos Don Juan de Cerezuela obispo de Osma, y Don Gutierre de Toledo obispo de Palencia; á los costados marchaban con parte de la gente Don Enrique Conde de Niebla, Pero Fernandez de Velasco, Diego Lopez de Zúñiga, el Conde de Benavente y el obispo de Jaen: delante de todos los esquadrones iban los dos maestres de campo con mil y qui nientos caballos ligeros. Estos dieron principio á la batalla, que fué á veinte y nueve del mes de junio en esta guisa. Los Moros salieron de la ciudad de Granada con gran des alaridos, los fieles fueron los primeros á pasar un ribazo que caia en medio: con esto se trabó la pelea. Era grande la muchedumbre de los bárbaros, y en lugar de los heridos y cansados venian de ordinario nuevas compañías de refresco de la ciudad que cerca tenian: lo mismo hacian los nuestros, que adelantaban sus compañías, y todos meneaban las manos. Adelantóse Pedro de Velasco cuya carga no sufrieron los Moros: retiráronse poco a poco, cogidos y en ordenanza á la ciudad, de manera

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