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y al fin la tardanza hizo qué no surtiesen efecto. Estaba del cielo determinado que los Aragoneses, reyno mas á propósitó que el de Portugal, viniesen á la corona de Castilla, bien que no sin grandes y largas alteraciones de España: males que pa rece pronosticó un torbellino de vientos que en Sevilla se levantó, el mayor que la gente se acordaba, tanto que llevó por el ayre un par de bueyes con su arado, y de la torre de San Agustin derribó y arrojó muy lexos una campana; arrancó otrosí de quajo muchos árboles muy viejos, y los edificio's en muchas partes quedaron maltratados. Viéronse en el cielo.co mo huestes de hombres armados que peleaban entre sí, quier fuese verdadera representacion, quier engaño como se puede pensar, pues refieren que solamente las vieron los niños de poca edad: finalmente tres águilas con los picos y uñas en el ayre combatieron por largo espacio; el fin de aquella san' grienta pelea fué que cayeron todas en tierra muertas. Los hombres movidos destos prodigios y señales hacian rogativas, plegarias y votos para aplacar, si pudiesen, la ira del cielo que amenazaba, y alcanzar el favor de Dios y de los Santos.

Capítulo vu.

De una conjuracion que hicieron los grandes de Castilla.

El Rey Don Enrique comenzaba á mirar con mala cara al arzobispo de Toledo y al marqués de Villena por entender que en las diferencias de Aragon no le sirvieron con toda lealtad: por esto ni le hicieron compañía quando fué al Andalucía, ni se hallaron en la junta que tuvieron los Reyes en la puente del Arzobispo, antes por temer que se les hiciese alguna fuerza, ó dallo así á entender, desde Madrid se fueron á Alcalá; luego se juntaron con ellos el almirante de Castilla y el linage de los Manriques, y Don Pedro Giron maestre de Calatrava. Allegáronseles poco despues los condes de Alba y de Plasencia por persuasion del marqués de Villena, que fué secretamente para esto á verse con ellos: el Rey de Aragon asimismo por grandes promesas que le hicieron, se arrimó á este partido. Estos fueron los principios y cimientos de una cruel tempestad que

tuvo á toda España por mucho tiempo muy gravemente trabaxada. Era necesario buscar algun buen color para hacer esta conjuracion: pareció seria el mas á propósito pretender que la Princesa Doña Juana era habida de adulterio, y por tanto no podia ser heredera del reyno. Procuraron para salir con este intento apoderarse de los Infantes Don Alonso y Doña Isabel hermanos del Rey que residian en Maqueda con su madre, por parecelles á propósito para con este color revolvello todo, verdad es que á instancia del Rey y con rehenes que le dieron para seguridad, el marqués de Villena Don Juan Pacheco volvió á Madrid. Todo era fingido, y el iba apercebido de mentiras y engaños con que apartar á los demas grandes del Rey y de su servicio. Para este efecto le dió por consejo hiciese prender á Don Alonso de Fonseca arzobispo de Sevilla, que á menos desto él no podria andar en la corte seguramente. Despues que tuvo persuadido al Rey, con trato doble avisó á la parte del peligro en que estaba : dió él crédito á sus palabras, huyó. se y ausentóse; tráza con que forzosamente se hobo de pasar á los alterados. Con esto quedó mas soberbio Don Juan Pacheco, en tanta manera que estando la corte en Segovia al tiempo de los calores, cierto dia entró con hombres armados en el palacio Real para apoderarse del Rey y de sus hermanos. Pasó tan adelante este atrevimiento, que quebrantó las puertas del aposento Real, y por no poder salir con su intento á causa que el Rey y Don Beltran de la Cueva con aquel sobresalto se retiraron mas adentro en el palacio y en parte qué era mas fuerte, determinó de noche ( que fué nueva insolen cia) llevar adelante su maldad. Ya era llegada la hora, y los sediciosos se apare jaban con sus armas para executar lo que tenian acordado; mas el Rey y los suyos fueron avisados: con que las asechanzas no pasaron adelante. Estaba Don Juan Pacheco autor de todo esto á la sazon en palacio : los mas persuadian al Rey y eran de parecer que le debian echar la mano y prenderle. Era tan grande el descuydo del Rey, que antepuso una vana muestra de clemencia á su salud y vida: decia que no era justo que brantalle la seguridad que le diera; con que escapó entonces de aquel peligro, y las cosas se empeoraron de cada dia mas, mayormente que por el mismo tiempo por bula del sumo Pon tífice D.Beltran de la Cueva fué nombrado por maestre de San

tiago, cosa que al pueblo dió mucha pesadumbre por el 'agravio que se hacia al Infante D. Alfonso en quitalle aquella dignidad. Las demasías de Don Juan Pacheco no parecia se podian casti gar mejor que con levantar por este medio á su contrario y competidor Don Beltran. Intentó de nuevo el dicho marqués de Villena si podia salir con su pretension, y con asechanzas y tratos apoderarse del Rey: con este deseño le hizo fuese á Villacastin para tener allí habla; descubrióse tambien el engaño, y con esto se previno y remedió el daño. Desde Burgos los conjurados, juntados al descubierto y quitada la máscara, escribieron al Rey, de comun acuerdo una carta muy desacatada; las principales cabezas y capítulos eran: Que los Moros andaban libres en su corte sin ser castigados por maldad algu na que cometiesen : que los cargos y magistrados se vendian : que el maestrazgo de Santiago injustamente y contra derecho sé habia dado á Don Beltran: la Princesa Doña Juana como ha bida de adulterio no debiá ser jurada por heredera; que si estas cosas se reformasen, de buena gana dexarian las armas, pres tos de hacer lo que su merced fuese. Recibió el Rey y leyó esta carta en Valladolid, sin que por ella mucho se alterase: ciega sin duda el entendimiento la divina venganza quando no quie re que se emboten los filos de su espada. A la verdad este Príncipe tenia con los deleytes feos y malos enflaquecidas las fuerzas del cuerpo y del alma. Hallóse presente Don Lope de Barrientos obispo de Cuenca, que pretendia con grande instancia se debía con las armas castigar aquel desacato; però no aprovechó nada, dado que le protestaba, pues no queria seguir el consejo saludable que le daba, que vendria á ser el mas misérable y abatido Rey que hobiese tenido España: que se arrepentiria tarde y sin provecho de la floxedad que de presente mostraba. Tratóse de nuevo de concierto, pues lo de la guer ra no contentaba para esto entre Cabezon y Cigales pueblos de Castilla la Vieja Don Juan Pacheco, ¿con qué cara? con qué vergüenza? en fin en un campo abierto y raso, habló por grans de espacio con el Rey Don Enrique. Resultó de la habla que se concertaron y hicieron estas capitulaciones: el Infante Don Alonso heredase el reyno á tal que se casase con la pretensa Princesa Doña Juana: Don Beltran renunciase el maestrazgo de Santiago: que se nombrasen quatro jueces, dos por cada

una de las partes, y por quinto fray Alonso de Oropesa general que éra de los Gérónimos; lo que sobre las demas diferencias determinase la mayor parte destos jueces, aquello se exe! cutase. Tomada esta resolucion, el Infante Don Alonso que era de edad de once años, de Segovia fué traido á los reales del Rey: allí le juraron todos por Príncipe y heredero del reyno; quedó en poder de los grandes, de que resultaron nuevos daños. A D. Beltran de la Cueva dió el Rey la villa de Alburquerque con título de duque, y juntamente le hicieron merced de Cuellar, Roa, Molina y Atienza demas de ciertos juros que en el Andalucía le señalaron para cada un año en recompensa de la dignidad y maestrazgo que le quitaban. Los alterados señalarón por jueces árbitros á Don Juan Pacheco y al conde de Plasencia; el Rey á Pero Hernandez de Velasco y Gonzalo de Saavedra, enemigos declarados de Don Juan Pacheco. El arzobispo de Toledo y el almirante se reconciliaron con el Rey: la amistad duró poco, ó como decia el vulgo, fué invencion y querer temporizar. Andaban los quatro jueces árbitros alterados y entendíase que si llegaban á pronunciar sentencia, dexarian á Don Enrique solo el nombre de Rey y le quitarian todo lo demas: por esto mandó él de secreto al maestre de Alcántara y al conde de Medellin, personas de quien mucho se fiaba, que con las mas gentes que pudiesen, se viniesen á el, yidesbaratasen aquellos intentos. Gonzalo de Saavedra, que era uno de los jueces, y Alvar Gomez secretario del Rey, al qual hiciera merced en la comarca de Toledo de Maqueda y de Torrejon de Velasco y de San Silvestre, fueron por el Rey llamados. Pusiéronles algunos grandes temores así á ellos cómo al maestre de Alcántara Don Gomez de Solís y al conde de Medellin : avisáronlos que los querian prender, y que sus malos tratos eran descubiertos; con esto les persuadieron se declarasen y públicamente con sus gentes se pasasen á los conjurados. El Rey avisado de todo esto, puso tachas á los jueces árbitros, y alegó que los tenia por sospechosos: mandó otrosí á Pedro Arias ciudadano de Segovia (cuyo padre fué su contador mayor) que por fuerza se apoderase de Torrejon : así lo hizo, dexó aquella villa á los condes de Puñonrostro sus descendientes. Pedro de Velasco se juntó tambien con los conjurados, dado que su padre el conde de Haro se quexaba mucho

desta su liviandad, tanto que ni con soldados ni con dineros le ayudaba, y le era forzoso andar entre los otros grandes muy desacompañado y desautorizado. Por este mismo tiempo á catorce de agosto falleció en Ancona ciudad de la Marca el Papa Pio Segundo pretendia, despues de convocados los Príncipes de todo el mundo para tomar las armas contra los Turcos, pasar el mar Adriático y ser caudillo en aquella guerra sagrada, que fué una grande determinacion; y con este intento, bien que doliente, se hizo llevar á aquella ciudad: atajóle la muerte y cortóle sus pasos. Duróle poco tiempo el pontificado, solo espacio de seis años: su renombre por sus virtudes y pensamientos altos, y por sus letras será inmortal : con su muerte todos aquellos apercibimientos se deshicieron. Pusieron en su lugar con grande presteza al cardenal Pedro Barbo de nacion Veneciano á treinta del mismo mes de agosto : llamóse Paulo Segundo; era de quarenta y siete años quando fué electo en lo mejor de su edad. Mostróse muy aficionado á las cosas de España, y así ayudó con su autoridad y diligencia al Rey Don Enrique en sus grandes trabaxos.

Capítulo vin.

De las guerras de Aragon.

Con la venida á Barcelona de Don Pedro condestable de Portural los Catalanes cobraron mas ánimo que conforme á las fuerzas que alcanzaban: mayor era el miedo todavía que la esperanza, como de gente vencida contra los que muchas veces los maltrataron: la obstinacion de sus corazones era muy grande, que mas que todo los sustentaba. La ciudad de Lérida despues que por el Rey estuvo cercada largo tiempo, y despues que le talaron y robaron los campos al derredor, finalmenté fué forzada á entregarse. En muchas partes en un mismo tiempo la llama de la guerra se emprendia con daño de los pueblos y de los campos, rozas y labranzas: miserable estado de toda aquella provincia. El principal caudillo en esta guerra era Don Juan arzobispo de Zaragoza, que fué otro hijo bastardo del Rey de Aragon, mas á propósito para las armas que para

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