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los alborotados. Desde allí el arzobispo de Toledo quitada la máscara se fué á Avila, ciudad que tenía en su poder; que pocó antes le dió el Rey asi aquella tenencia como la de la Mota de Medina á Avila acudieron los conjurados, llamados por el arzobispo ; asimismo el Almirante (como lo tenia acordado) se apoderó de Valladolid, do estos señores pensaban hacer la masa de la gente. Con estas malas nuevas y por el peligro que corria de mayores males, despertado el Rey de su grave sueñó, á solas y las rodillas por tierra, las manos tendidas al cielo habló con Dios segun se dice desta manera : « Còn humildad, Señor, Christo hijo de Dios, y Rey por quien los Reyes reynan, y los imperios se mantienen, imploro tu ayuda,' a ti encomiendo mi estado y mi vida : solamente te suplico que el castigo (que confieso ser menor que mis haldades) me sea á mi en particular saludable. Damie, Señor, constancia para sufrille, y haz que la gente en comun no reciba por mi causa algun grave daño. » Dicho esto, muy de priesa se volvið á Salámanca. Los alborotados en Avila acordaron de acometer una cosa memorable: tiemblan las carnes en pensar una afrenta tan grande de nuestra nacion, pero bien será se relate para que los Reyes por este exemplo aprendan á gobernar primero á sí mismos, y despues á sus vasallos, y adviertan quantas sean las fuerzas de la muchedumbre alterada, y que el resi plandor del nombre Real y su grandeza mas consiste en el respeto que se le tiene, que en fuerzas : ni el Rey (si lë mira” mos de cerea) es otra cosa que un hombre con los deleytes fla có sus arreos y la escarlatá ¿de qué sirve sino de cubrir como parche las grandes llagas y graves congoxas que le atormentan ? si le quitan los criados, tanto mas miserable ; que con la ociosidad y deleytes mas sabe mandar que hacer, ni femediar se en sus necesidades. La cosa pasó desta manera. Fuera de los -muros de Avila levantaron un cadahalso de madera en que pus sieron la estatua del Rey Don Enrique con su vestidura Real y las demas insignias de Rey, trono, cetro, corona: jantáronse los señores, acudió una infinidad de pueblo. En esto un prégonero á grandes voces publicó una sentencia que contra él pronunciaban, en que relataron maldades y casos abominas que decian tenia cometidos. Leíase la sentencía, y desnu” daban la estatua poco á poco, y á ciertos pasos, de todas las

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insignias Reales: últimamente con grandes baldones la echaron del tablado abaxo. Hízose este auto un miércoles á cinco de junio. Con esto el Infante Don Alonso que se halló presente á todo, fué puesto en el cadahalso, y levantado en los hombros de los nobles, le pregonaron por Rey de Castilla, alzando por él como es de costumbre los estandartes Reales. Toda la muchedumbre apellidaba como suele Castilla, Castilla por el Rey Don Alonso; que fué meter en el caso todas las pren. das posibles y jugar á resto abierto. Como se divulgase tan grande resolucion, no fueron todos de un parecer ; unos alababan aquel hecho, los mas le reprehendian.Decian, y es así, que los Reyes nunca se mudan sin que sucedan grandes daños : que ni en el mundo hay dos soles, ni una provincia puede sufrir dos cabezas que la gobiernen: llegó la disputa á los púlpitos y á las cathedras. Quien pretendia que fuera de heregía, por ningun caso podrian los vasallos deponer al Rey; quien iba por camino contrario. Hizo el nuevo Rey mercedes asaz de lo que poco le costaba, en particular á Gutierre de Solís por contemplacion del maestre de Alcántara su hermano, dió la ciudad de Coria con título de conde. Las ciudades de Búrgos y de Toledo aprobaron sin dilacion lo que hicieron los grandes; al contrario no pocos señores comenzaron á mostrarse con mas fervor, por el Rey Don Enrique; teníanle muchos compasion, y parecíales muy mal á todos que le hobiesen afrentado por tal manera; pensaban otrosí que en lo de adelante daria mejor orden en sus costumbres y eso mismo en el gobierno. Don García de Toledo conde de Alba, ya reconciliado con el Rey, acudió luego con quinientas lanzas y mil de á pie. La Reyna y la Infanta Doña Isabel fueron enviadas al Rey de Portugal para alcanzar por su medio le enviase gentes de socorro. Habiaronle en la ciudad de la Guardia á la raya de Portugal; pero fuera del buen acogimiento que les hizo, y buenas palabras que les dió, no alcanzaron cosa alguna. Las gentes de los señores acudieron á Valladolid; las del Rey á Toro, mas en número que fuertes. Los rebeldes muy obstinados en su propósito cargaron sobre Peñaflor; defendiéronse los de dentro animosamente; que fué causa de que tomada la villa, le allanasen los muros querian con este rigor espantar á los demas. Acudieron á Simancas; el Rey para su defensa despachó

al capitan Juan Fernandez Galindo desde Toro con tres mil caballos. Con su llegada cobraron los cercados tanto brio y pasaron tan adelante que como por escarnio y en menosprecio de los contrarios los mochilleros se atrevieron á pronunciar sentencia contra el arzobispo de Toledo, y arrastrar por las calles su estatua, que últimamente quemaron : pequeño alivio de la afrenta hecha al Rey en Avila, y satisfaccion muy desigual asi por la calidad de los que hicieron la befa, como del á quien se hacia. Alzaron los conjurados el cerco por la resistencia que hallaron, especial que se sabia haberse juntado en Toro un grueso exército de gentes que acudian al Rey de todas partes, hasta ochenta mil de á pie, y catorce mil de á caballo. Con estas gentes marcharon la vuelta de Simancas : en el camino cerca de Tordesillas fué en una escaramuza y encuentro herido y preso el capitan Juan Carrillo que seguia la parte de los grandes. Ya que estaba para espirar, llamó al Rey y le avisó de cierto tratado para matalle: declaróle otrosí en particular y en secreto los nombres de los conjurados ; mas el Rey Don Enrique los encubrió con perpetuo silencio por sospechar, como se puede creer, que aquel capitan aunque á punto de muerte, fingia aquel aviso ó por odio que tenia contra los que nombraba, ó para congraciarse con el mismo Rey. Llegó pues á poner sus reales junto á Valladolid: no pudo ganar aquella villa por estar fortificada con muchos soldados, demas que en la gente del Rey se veia poca gana de pelear, y á exemplo del que los gobernaba, una increible y vergonzosa floxedad y descuydo. Tornaron en aquel campo á mover tratos de concierto: acordaron de nuevo de hablarse el Rey Don Enrique y el marqués de Villena. Fué mucho lo que se prometió, ninguna cosa se cumplió solamente persuadieron al Rey que pues sus tesoros no eran bastantes para tan grandes gastos, deshiciese el campo; que en breve el Infante Don Alonso, dexado el nombre de Rey, con los demas grandes se reduciria á su servicio. Desta manera derramaron los soldados por ambas partes; y á los grandes que estaban con el Rey, aunque no sirvieron, ó poco, se dieron en Medina del Campo premios muy grandes. Particularmente á Don Pedro Gonzalez de Mendoza obispo de Calahorra hizo el Rey merced de las tercias de Guadalaxara y toda su tierra : al marqués de Santillana su her

mano dió la villa de Santander en las Asturias, al conde de Medinaceli dió á Agreda, al de Alba el Carpio, al de Trastamara la ciudad de Astorga en Galicia con nombre de marqués, sin otras muchas mercedes que á la misma sazon se hicieron á otros señores y caballeros, Los alborotados se partieron para Arévalo con su ida Valladolid volvió al servicio del Rey. Tenian al Infante Don Alonso como preso, y porque trataba de pasarse á su hermano, le amenazaron de matalle: ¡miserable condicion de su reynado! dél estaban apoderados sus súbditos, y él en lugar de mandar forzado á obedecellos, Con todo se tornó á tratar de hacer paces : prometian los alterados que si la Infanta Doña Isabel casase con el maestre de Calatrava, se rendirian asi el maestre como su hermano el de Villena, en cuyas manos y voluntad estaba la guerra y la paz. Daba este consejo el arzobispo de Sevilla Don Alonso de Fonseca. El Rey vino en ello, y con esta determinacion despidieron de la corte al duque de Alburquerque y al obispo de Calahorra por ser muy contrarios al dicho maestre, que para el dicho efecto bicieron llamar, La Infanta sentia esta resolucion lo que se pue de pensar su pesadumbre grande, sus lágrimas continuas : consideraba y temia una cosa tan indigna. Su camarera mayor llamada Doña Beatriz de Bovadilla con la mucha privanza que con ella tenia, le preguntó quál fuese la causa de tantas lágrimas y sollozos «¿ No veis (dice ella) mi desventura tan grande; que siendo hija y nieta de Reyes, criada con esperanza de suerte mas alta y aventajada, al presente (vergüenza es decillo) me pretenden casar con un hombre de prendas en mi comparacion tan baxas? ¡ó grande afrenta y deshonra! no me dexa el do Jor pasar adelante. No permitirá Dios, señora, tan grande maldad (respondió Doña Beatriz) no en mi vida, no lo sufriré. Con este puñal (que le mostró desenvainado) luego que llegare, os juro y aseguro de quitalle la vida quando esté mas descuydado. ¡ Doncella de ánimo varonil mejor lo hizo Dios. Desde su villa de Almagro se apresuraba el maestre para efectuar aquel casamiento quando en el camino súbitamente adoleció de una enfermedad que le acabó en Villarrubia por 1466. principio del año de nuestra salvacion de mil y quatrocientos y sesenta y seis: su cuerpo sepultaron en Calatrava en capilla particular. Díxose vulgarmente que las plegarias muy devotas

de la Infanta, que aborrecia este casamiento, álcanzaron dy Dios que por este medio la librase: estábale aparejado del cie lo casamiento mas aventajado y muy mayores estados. En los bienes y dignidades del difunto sucedieron dos hijos suyos : Don Alonso Tellez Giron el mayor conforme al testamento de su padre quedó por conde de Ureña; Don Rodrigo Tellez Gi, ron el segundo hobo el maestrazgo de Calatrava por bula del Papa que para ello tenia alcanzada; sin estos tuvo otrb tercer hijo llamado Don Juan Pacheco, todos habidos fuera de ma trimonio. Poco antes de la muerte del maestre se vió en tierra de Jaen tanta muchedumbre de langostas que quitaba el sol : los hombres atemorizados, cada uno tomaba estas cosas y se ñales como se lé antojaba conforme á la costumbre que ordinariamente tienen de hacer en casos semejantes pronósticos diferentes, movidos unos por la experiencia de casos semejant tes, otros por liviandad mas que por razones que para ello haya. En este tiempo Rodrigo Sanchez de Arévalo castellano que era en Roma del castillo de Santangel, escribia en latin una historia de España mas pia que elegante, que se llama Pas lentina, por su autor que fué adelante obispo de Palencia. Dió, le aquella iglesia á instancia del Rey Don Enrique al qual inti tuló aquella historia, el Pontífice Paulo Segundo, con quien puesto que era español, el dicho Rodrigo Sanchez tuvo mucho trato y familiaridad.

Capitulo x.

De la batalla de Olmedo.

MUY revueltas andaban las cosas en Castilla, y todo estaba muy confuso y alterado: no la modestia y la razon prevale cian, sinó la soberbia y antojo lo mandabán todo; veíanse robos, agravios y muertes sin temor alguno del castigo, por estar muy enflaquecida la autoridad y fuerza de los magistrados. Forzadas por esto las ciudades y pueblos se hermanaron para efecto que las insolencias y maldades fuesen castigadas: á las hermandades (con consentimiento y autoridad del Rey) se pu→ sieron muy buenas leyes para que no usasen mal del poder

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