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despues hechas treguas que durasen hasta el mes de octubre, desembarazaron la tierra. Por esta manera concluida esta guerra, el Rey de Aragon hizo finalmente su entrada en Barcelona á manera de triumpho debaxo de un palio, en un carro cubierto de brocado morado tirado de cuatro caballos blancos: acompañábanle al uno y al otro lado la nobleza y magistrados con grande muchedumbre del pueblo que salió á este espectáculo, y se derramó por aquellos caminos y campos. Entró por la puerta de San Daniel : su aspecto muy venerable por sus canas, y por la vista recobrada, y por sus grandes hazañas; el cuerpo sin fuerzas sustentaba el brio y valor de su ánimo. Su hijo el Rey Don Fernando era partido para Tortosa con intento de tener córtes á los Aragoneses y presidir en lugar de su padre, pero desistió de este intento por una dolencia que le sobrevino, y porque de Castilla en que resultaban muchas novedades, le bacian grande instancia que apresurasę la vuelta. Por el mismo tiempo los huesos de Don Fernando maestre de Avis, de quien se dixo murió cautivo en Africa, cierto Moro de la ciudad de Fez en que estaban, los hurtó, y los traxo á Portugal, Diéronles sepultura en Aljubarrota entre los sepulcros de sus antepasados: las exêquias y honras que le hicieron á la manera que entre Christianos se usa y acostumbra, fueron solemnes y grandes.

Capítulo xx.

Del concilio que se tuvo en Aranda.

En las demas provincias de España á esta sazon ninguna cosa aconteció que de contar sea, salvó lo que es mas importante, que gozaban de una grande y alegre paz; solo el reyno de Castilla no sosegaba, antes cada dia resultaban nuevos miedos y asonadas de guerra. Las diferencias continuas de los grandes eran ordinarias: el pueblo, perdida por su exemplo la modestia y todo buen respeto, se alteraba; las villas y ciuda des an daban divididas en bandos. Las fuerzas de Don Fernando y Doña Isabel iban en aumento, muchos se les arrimaban y seguian su partido las del Rey Don Enrique desfallecian y se

disminuian' por su poquedad y por tener al pueblo disgustado. Sin duda como en el cuerpo así en la republica aquella enferinedad es la mas grave que se derrama y tiene su principio de la cabeza. En Vizcaya se veian alteraciones á causa que el nue vo condestable pretendia reducir aquella genté feroz y constante al servicio del Rey Don Enrique; por el contrario el conde de Treviño por estar aficionado al partido de Aragon le hacia resistencia, al qual y' á su casa de tiempo antiguo tenian Jos Vizcaynos mas aficion: con esto se hacian talas y robos por toda aquella tierra de suyo estéril y falta. En Toledo se levantaron nuevos alborotos. El conde de Fuensalida confiado en que el maestre de Santiago le hacia espaldas, y con intento que tenia de apoderarse de aquella ciudad, se resolvió de entrar en Toledo con gente armada para echar della á Hernando de Ribadeneyra, inariscal, y aficionado al servicio del Rey Don En. rique. Este atrevimiento reprimió el pueblo con las armas, y la venida del Rey, que avisado del peligro acudió á gran prisa para atajar el alboroto: así las alteraciones del pueblo se sosegaron; dióse perdon á los culpados, con que los malos que 'daron mas animados. Despues deste caso el maestre Don Juan Pacheco con deseo de quietud se partió para Peñafiel donde tenia su muger, ademas que por los muchos años que anduvo de ordinario en la corte, sospechaba (como era la verdad) que tenia á muchos cansados, enfado que queria remediar con ausentarse. En su lugar envió á su hijo D. Diego, en cuya persona (como arriba queda dicho) tenia renunciado y traspasado el marquesado de Villena. Recibió el Rey al marqués con tan grandes muestras de amor como si su padre le hubiera hecho seña lados servicios: tenia buen parecer, la edad en su flor, y el trato y arreo era conforme á sus riquezas. De Toledo volvió á Segovia el Rey: allí se aumentó el amor y privanza con el trato y familiaridad ordinaria. Llegó esto á tanto que en persona iba cada dia á visitar al Marqués, que tenia su aposento en el Parral de Segovia, monasterio de Gerónimos. Tratose con Don Andrés de Cabrera se reconciliase con los Pachecos, y que se pusiese en las manos del Rey, y entregase el alcázar de Sego. via con los tesoros que allí tenia en recompensa le ofrecian la villa de Moya, que está cerca de la raya de Valencia y no lexos de Cuenca, patria y natural de Don Andrés. Daba él de buena

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gaba orejas al partido ; pero' como se entendiese esta negociacion, los de aquella villa se agraviaron y alborotaron. Pasaron en esto tan adelante, que hicieron venir en su defensa y recibieron soldados Aragoneses de guarnicion, cuyo capitan Juan Fernandez de Heredia acudió del Reyno de Valencia, y se apoderó de aquella villa en nombre de la Princesa Doña Isabel. Recibió desto pesadumbré el Rey Don Enrique. Doña Isabel en ausencia de su marido desde Tordelaguna villa en el reyno de Toledo acudió á Aranda de Duero, llamada de comun consentimiento por los inaradores de aquella villa por el aborrecimiento que tenian á la Reyna Doña Juana cuya era antes, por su poca honestidad, de que todo el reyno se ofendia, y el mismo rey mas que nadie, como al que aquella mengua mas tocaba; pero hay personas que si bien se ofenden de la maldad, no tienen ánimo para reprimirla ni castigarla : tal fué la condicion deste Príncipe por todo el tiempo de su vida, Tenian á esta sazon á la Reyna y á su hija Doña Juana en el alcázar de -Madrid á cargo del marqués de Villena y en su poder. Agreda, que es una villa situada cerca del sitio en que antiguamente estuvo atro pueblo de los Pelendones llamado Augustobriga, movida por el exemplo de Aranda que no lexos le cae, se entregó tambien á la Infanta Doña Isabel. El sentimiento del Rey se dobló, y en particular del conde de Medinaceli, á quien te nia hecha merced de aquel pueblo. En esta misma sazon Don Alonso Carrillo arzobispo de Toledo que acompañó en esta jornada á la Infanta, convocó para aquella villa de Arauda un concilio provincial de los obispos sus sufragáneos. Despachó sus edictos y cartas en esta razon : acudieron los obispos y arciprestes de toda la provincia sin otro gran número de perso. nas, así eclesiásticas como seglares. La voz corria que se jun taban para reformar las costumbres de los eclesiásticos, muy estragadas con vicios y ignorancias por la revuelta de los tiem pos: puédese sospechar que el principal intento fué afirmar con aquel color ›la parcialidad de Aragon, y grangear las voJuntades de los que allí se hallasen. A los cinco de diciembre promulgaron quatro decretos solos, que fueron estos: « Los obispos en público siempre anden con roquete. Cada qual de los sacerdotes por lo menos diga misa tres ó cuatro veces al año. Los eclesiásticos no asienten al servicio, ni lleven gages

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de ningun señor fuera del Rey. Los beneficios, curados y las dignidades no se provean á ninguno que no sepa gramática. Apenas habian despedido el concilio, quando el Rey Don Fernando llegó á Almazan y Berlanga : allí el conde de Medinaceli y Pedro de Mendoza señor de Almazan mucho le festejaron. Dende pasó á Aranda: con su presencia pretendia dar calor á sus aficionados y adelantar su partido. Fallecieron en este mismo año en Castilla el almirante Don Fadrique y el maestre de Alcántara Don Gomez de Cáceres y Solís, á quien sucedió (comno queda dicho) Don Juan de Zúñiga. En Francia finó otrosí Nicolao hijo de Juan duque de Lorena. Quedaba todavía en vida Renato su abuelo, cuyo nieto hijo de una hija suya, llamado asimismo Renato sucedió en el ducado de Lorena por parte de su abuela materna, muger que fué del mismo Renato. Este nuevo duque de Lorena alcanzó gran renombré mas que por otra cosa, por una famosa batalla que ganó de los Flamencos cerca de Nanci, ciudad de aquel su estado, en que quedó vencido y muerto Carlos duque de Borgoña que llamaron el Atrevido. Juan conde de Armeñaque despues que se huyó á España (como queda dicho) nunca entró en gracia de su Rey, ni dél se hizo confianza. Por este despecho con ayuda y gentes del duque de Borgoña hizo guerra en la Guiena, y en ella prendió la persona de Pedro de Borbon gobernador de aquel ducado por trato que tuvo con los suyos. Este insulto ofendió mucho anas al dicho Rey, mayormente que no le quiso soltar antes de ser restituido en su villa de Lectorio, de que el tiempo pasado le despojaron. El cardenal Albigense con gentes que le dieron, recobró á Lectorio, y le echó por tierra; y al mismo Conde sin embargo que se le rindió á partido, le hizo morir. Dió este caso mucho que decir, si bien los pareceres eran diferentes : todos concordaban comunmente en que tenia muy merecido aquel desastre y castigo. Sus delitos y desórdenes eran muy feos uno en particular, y muestra de su soltura, que con bulas falsas del Papa en razon de dispensar con él se casó con su misma hermana, y della se aprovechó : torpeza vergonzosa y afrenta digna y merecedora por justo juicio de Dios de aquella su muerte desgraciada.

LIBRO VIGÉSIMOQUARTO.

Capítulo primero.

La Infanta Doña Isabel se reconcilia con el Rey su hermano.

o sosegaban las pasiones entre los grandes y nobles de Castilla. El partido de Aragon todavía se adelantaba en fuerzas y reputacion. El maestre de Santiago. no se descuydaba en allegar riquezas, poder y vasallos, y apercebirse de los mayores reparos que pudiese; crecia con el aumento la codicia de tener mas : dolencia ordinaria y sin remedio. El miedo le aquexaba grandemente si los Aragoneses viniesen á tener el mando y el gobierno, que á él seria forzoso partir mano de gran parte de su estado, como de herencia que fué de aquellos Infantes de Aragon, y por el mismo caso de sus hijos. Por este recelo pretendió desbaratar el casamiento de los Príncipes Don Fernando y Doña Isabel, y al presente intentaba lo mismo del que tenian concertado entre Don Enrique de Aragon y la Princesa Doña Juana. Representaba para entretener grandes dificultades. La capacidad del Rey era tan corta que no entendia estas tramas; si las entendia, disimulaba : tal era su poquedad. En particular deseaba con el alcázar de Madrid juntar el de Segovia. Parecíale, si lo alcanzabá, tendria en su poder como con grillos al Rey, y para todo lo que podia suceder, se aseguraria mucho por este camino. Este era su mayor deseo :

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