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les saquearon y robaron sus casas. Los Moros de Granada á este tiempo tenian sosiego, ni trataban los nuestros de hacelles guerra por la grande revuelta y alteracion en que las cosas se hallaban. En Navarra andaban alborotos entre los Biamonteses, que seguian el partido de la Princesa Doña Leonor, y los Agramonteses de muy antiguo aficionados al servicio del Rey de Aragon. El pueblo seguia el exemplo de los principales en semejantes locuras, y en hacerse unos á otros desaguisados.

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Capitulo iv.

De la muerte del Rey Don Enrique.

AGRAVABASE de cada dia la dolencia del Rey Don Enrique, que de algun tiempo atrás le traia trabaxado; y con el movimiento de aquel viage que hizo, y los cuydados pesados y desabridos se hizo mortal. Ordenaron los médicos que volviese á Madrid: confiaban que con aquellos ayres mejoraria; ni la bondad del cielo muy saludable de que goza aquella villa, ni muchos remedios que le aplicaron, fueron parte para que afloxase el dolor del costado, antes se embraveció de manera que perdida la esperanza, y recebidos los Sacramentos como buen Christiano, á once de diciembre dia domingo á la segunda hora de la noche rindió con reposo el alma al fin del año quarencinco de su edad. Reynó veinte años, quatro meses, veinte y dos dias. No otorgó algun testamento; solo hizo escribir algunas cosas á Juan de Oviedo su secretario, de quien mucho se fiaba. Nombró por executores de lo que ordenaba, al cardenal de España y al marqués de Villena. Preguntado por fray Pedro de Mazuelos prior de San Gerónimo de Madrid, que le confesó en aquel trance, á quien dexaba y nombraba por sucesor, dixo que á la Princesa Doña Juana, que dexó encomendada á los dos executores de su testamento, y junto con ellos al de Santillana, al de Benavente, al condestable y al duque de Arévalo, de quien mas que de otros hacia confianza. Su cuerpo por la larga dolencia estaba tan flaco que sin embalsamalle le depositaron en San Gerónimo de Madrid. El enterramiento y honras que le hicieron, no fueron muy grandes, ni tampoco

muy pequeñas: despues en cumplimiento de lo que él mismo mandó á la hora de su muerte, le sepultaron en la iglesia de Guadalupe junto al sepulcro de su madre. Fué este Príncipe señalado en ninguna cosa mas que en la manera torpe de su vida, en su descuydo y floxedad, faltas con que desdoró mucho su reynado. No dexó hijo alguno varon, y fué en la línea y alcuña de los varones que decendieron del Rey Don Enrique el bastardo, el postrero como en el tiempo y cuento asi bien en la fama: punto asaz de advertir, y que hace maravillar sea la inconstancia de las cosas tan grande como se vee, y su mudanza tal que no solo mueren los hombres sino tambien se acaba el vigor y fuerza de los linages, y mas en la sucesion de los Príncipes en que convenia mas continuarse. Cada uno de los particulares estamos sugetos á esto: las propiedades y virtud asimismo de las plantas, yerbas y animales en comun tienen sus nacimientos y aumentos, y en fin se envegecen y faltan. Tuvo el Rey Don Enrique, tronco y principio deste linage, el natural muy vivo, y el ánimo tan grande que suplia la falta del nacimiento. Don Juan su hijo fué persona de menos ventura, y de industria y ánimo no tan grande ni valeroso. Don Enrique su nieto tuvo el entendimiento encendido, y altos pensamientos, el corazon capaz del cielo y de la tierra: la falta de salud y lo poco que vivió, no le dexaron mostrar mucho tiem po el valor que su aventajado natural y su virtud prometian. El ingenio de Don Juan el Segundo deste nombre era mas á propósito para letras y erudicion que para el gobierno. Finalmente en su hijo Don Enrique, cuyas obras y vida y muerte acabamos de relatar, desfalleció de todo punto la grandeza y loa de sus antepasados, y todo lo afeó con su poco órden y traza: ocasion para que la industria y virtud se abriese por otra parte camino para el reyno de Castilla y aun casi de toda España, con que entró en ella una nueva sucesion y línea de grandes y señalados Príncipes. Del derecho en que fundaron su pretension, por entonces se dudó; el provecho que adelan te su valor acarreó, fué sin duda muy grande y aventajado,

Capítulo v.

Como alzaron á Don Fernando y Doña Isabel por Reyes
de Castilla.

Con la muerte del Rey Don Enrique todas las cosas en Castilla se trocaron : la mayor parte acudió á Doña Isabel hermana del difunto; algunos, y no pocos, perseveraron en el servicio de Doña Juana la princesa, en especial el marqués de Villena y el duque de Arévalo le acudieron con sus deudos y aliados como los primeros y principales entre los que quedaron nombrados para el amparo de aquella señora. Persuadíanse que ella tendria el nombre de Reyna, y ellos la mano en todo, y se apoderarian del gobierno; el marido seria el que les pareciese mas á propósito para sus intentos particulares, que era su principal cuydado. Seguian á estos dos grandes todos los pueblos y comarca que hay desde Toledo hasta Murcia, y juntamente la mayor parte de la nobleza de Galicia hasta tomar las armas contra el arzobispo de Santiago Don Alonso de Acevedo y de Fonseca, porque en esto no se conformaba con los demas, antes andaba muy declarado por la parte contraria. En la plaza de Segovia en un tablado que se levantó de madera, los que se hallaron en aquella ciudad, en público juraron á Doña Isabel que presente estaba, por Reyna, puesta la mano como es de costumbre sobre los Evangelios. Hecho esto, levantaron los estandartes en su nombre con un faraute que en alta voz dixo: « Castilla, Castilla por el Rey Don Fernando y la Reyna Doña Isabel. » El pueblo con grande alarido y aplauso repetia las mismas palabras. Acudieron todos á besalle la mano, y hacelle homenage: asi como estaba con vestidos Reales puesta en un palafren la llevaron á la iglesia mayor para dar gracias a Dios por aquel beneficio, y rogar fuese servido continuallo y llevar adelante lo comenzado. Halláronse entonces muy pocos titulados en Segovia, y ningunos grandes. Los primeros que muy de priesa acudieron para dar muestra de su lealtad y aficion, fueron el cardenal de España y el conde de Benavente Don Rodrigo Alonso Pimentel : poco

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despues el árzobispo de Toledo, el marqués de Santillana, Don García Alvarez de Toledo duque de Alba, el Condestable, el Almirante y el duque de Alburquerque: otros enviaron sus procuradores para que en su nombre hiciesen los homenages y jurasen á la Reyna Doña Isabel. No pareció se hiciese el pleyto homenage por entonces á su marido el Rey Don Fernando hasta tanto que personalmente jurase, como su muger la Reyna lo hizo, el pro del reyno y guardalles como es de costumbre sus franquezas y privilegios. Hallábase á la sazon en Zaragoza ocupado en las córtes de Aragon, y con intento de allegar dinero para la guerra de Ruysellon. Esto iba á la larga: asi sabida la muerte del Rey Don Enrique, sin dilacion se partió para Castilla por entender que ninguna cosa hay mas segura en revueltas y mudanzas semejantes que la presteza. Dexó en su lugar para presidir en las córtes á Doña Juana su hermana que tenian concertada con Don Fernando Rey de Nápoles viudo de su primera muger. Los señores de Castilla no se podian grangear sino á poder de grandes dádivas y mercedes, por estar acostumbrados á vender sus servicios y lealtad lo mas caro que podian. Luego que el Rey llegó á Almazan le envió el conde de Medinaceli Don Luis de la Cerda á representar por medio de Francisco de Barbastro que el reyno de Navarra pertenecia á Doña Ana su muger como á hija que era de Don Carlos príncipe de Viana legítima asi por casarse despues el Príncipe con su madre, como por dispensacion del Papa, de todo lo qual presentaba escrituras; si verdaderas, o falsas, no se sabe: de qualquiera manera era grande su determinacion, y el negocio y pretension en que entraba, pedia mayores fuerzas que las suyas. Decia que si el Rey Don Fernando no le ayudaba para alcanzar aquel reyno, no le faltaria ayuda de otra parte; que era en suma amenazar con la guerra de Francia: demasía fuera de sazon. Despedido pues el que vino con esta embaxada sin respuesta, continuó el Rey su camino: llegado á Turuégano, allí se entretuvo hasta tanto que en la ciudad de Segovia le aparejasen el recebimiento necesario. Hizo su entrada un dia despues de año nuevo de mil y quatro 1475. cientos y setenta y cinco. En aquel dia puesto todo á punto, fué recebido en la ciudad con todas las demostraciones de alegría: todos los estados le hicieron sus homenages y besaron la

mano como á su Rey. Sobre la manera que se debia tener en el gobierno, hobo alguna diferencia y debate: los criados de la Reyna decian que no podia ni debia entremeterse el Rey Don Fernando en el gobierno, ni aun intitularse Rey de Casti, lla; de lo qual demas de las capitulaciones matrimoniales traian algunos exemplos tomados del reyno de Nápoles, donde en tiempo de las dos Reynas por nombre Juanas sus maridos no tomaron apellido de Reyes, antes se contentaron con el casamiento y con la honra que á cada qual daba la Reyna su muger: hicieron grandes letrados informaciones y alegaron sobre el caso. Los Aragoneses por el contrario pretendian que por no quedar ningun hijo varon del Rey Don Enrique el reyno volvia á Don Juan Rey de Aragon como al mayor del linage; pero esto que en Francia conforme á las costumbres de aquel reyno se guardaba, fácilmente lo rechazaban con mu, chos exemplos asi antiguos como modernos de Ormesinda, de Odisinda, de Doña Sancha, de Doña Urraca, y de Doña Berenguela, que mostraban claramente como muchas hembras los tiempos pasados heredaron el reyno de Castilla. Desistieron pues desta empresa, y entre marido y muger se concerta ron estas capitulaciones: Que en los privilegios, escrituras, leyes y moneda el nombre de Don Fernando se pusiese primero, y despues el de Doña Isabel; al contrario en el escudo y en las armas las de Castilla estuviesen á man derecha en mas principal lugar que las de Aragon: en esto se tenia consideracion á la preeminencia del reyno, en lo primero á la de marido. Que los castillos se tuviesen en nombre de Doña Isabel, y que los contadores y tesoreros le hiciesen en su nombre juramento de administrar bien las rentas reales. Las provisiones de los obispados y beneficios rezasen en nombre de ambos, pero que se diesen á voluntad de la Reyna y á personas en doctrina aventajadas. Quando se hallasen juntos, de consuno adminis trasen justicia á los de cerca y á los de lexos; quando en diversas partes, cada qual administrase justicia en su nombre en el lugar en que se hallase. Los pleytos de las demas ciudades y provin cias determinase el que tuviese cerca de sí los oydores del consejo, órden que asimismo se guardase en la eleccion de los corregidores. Mostró sentimiento Don Fernando que sus vasallos en lugar de obedecer le quisiesen dar leyes,

todavía le

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