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rencias que por muchos años traian entre sí aquellas dos casas. Dichoso principio de que algunos pronosticaban, que conforme á él seria el remate próspero y alegre de toda la guerra; sin embargo faltó poco para no enturbiarse aquella ■alegría por un debate que se levantó entre los soldados. La gente que vino de socorro, queria tener parte en los despojos que se ganaron en aquel pueblo: decian era justo participasen del fruto de la victoria los que se pusieron á tanto riesgo para socorrer á los cercados. De las palabras llegaran á las manos, si el Duque avisado del peligro no amansara los áni mos de los suyos con pocas palabras que les dixo: « Quédense (dixo) soldados con los despoxos aquellos á quien la fortuna los dió: nos por la honra y por la salud comun hemos trabaxado. Este sea el fruto de presente, que para adelante, pues se ha de proseguir la guerra, yo os aseguro serán vuestras con vuestro esfuerzo y valor todas las riquezas de los Moros y del reyno de Granada. » Con estas palabras se sosegó la riña: dexaron nueva guarnicion en el pueblo de soldados, y con tanto las demas gentes volvieron atrás. No faltó el Moro á la ocasion que se le presentaba, antes volvió luego al cerco con ma, yor corage que antes, ansi mismo diversas bandas de Moros entraron á robar por los campos comarcanos del Andalucía. La parte mas alta de Alhama por su sitio y ser la subida agria fué ocasion de descuydarse en guardalla: los contrarios convidados desta ocasion una noche á veinte de abril al amanecer la subieron. Despertaron los Christianos: acudieron al peligro pelearon valientemente, y cargaron sobre los contrarios con tal furia que algunos de los bárbaros perdieron las vidas, otros. por las salvar se echaron de los adarves abaxo: desta manera escaparon los nuestros deste gran peligro. Los que mas se señalaron en esta refriega y rebate, fueron dos ciudadanos. de Sevilla llamados el uno Pedro Pineda, y el otro Alonso Ponce,

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65 Como el Rey Albohacen fué echado de Gran ada.

-AL mismo tiempo que Alhama estaba cercada, y los Moros la batian con todas sus fuerzas, en Córdoba los Reyes luego que llegaron', comenzaron á tratar de la manera cómo se debía hacer aquella guerra. Los mas recatados eran de parecer que desamparasen á Alhama por estar rodeada de enemigos y los socorros lexos, además que de ordinario el suceso de la guerra es dudoso y sus trances variables. La Reyna con ánimo varonil juzgó la debian defender : hacíasele de mal desamparar aquella plaza por ser la primera que en su tiempo se ganó de Moros; ¿qué otra cosa seria hacerlo, sino dar muestra de miedo muy feo, con que los enemigos se animarian, y al contrario los nuestros perderian el brio? Este parecer prevaleció, y aun para ganar mayor reputacion acordaron de tomar una nueva empresa, y si bien en esto los pareceres tambien eran diferentes, siguieron el de Diego de Merlo, de quien el Rey hacia mucho caso, y fué poner cerco sobre Loxa, ciudad muy fuerte en aquella comarca, y que no cae muy lexos de Alhama. Dióse órden que la masa del exército se hiciese en Ecija: juntáronse cinco mil de á caballo y ocho mil infantes: número pequeño para intento tan grande. Con parte destas gentes, ya partidos los Moros, llegó el Rey á Alhama á veinte y nueve de abril, guarnecióla de nuevos soldados, y por su general á Don Luis Portocarrero señor de Palma, guerrero de fama y de cuenta en aquel tiempo. Luego despues desto, talado que hobo la vega de Granada, sin recebir daño alguno se volvió á Córdoba para dar órden en las demas cosas que eran necesarias para la guerra, mayormente que la Reyna estaba cercana al parto, y queria hallarse presente, Parió dos criaturas á veinte y nueve de julio, la una en tiempo que se llamó Doña María, la otra otra por nacer antes de tiempo no vivió. El vulgo tomó desto ocasion para hablar diversamente, y hacer pronósticos sobre aquella guerra, unos de una manera y otros de otra, como á cada qual se le antojaba. El temor que muchos tenian, se

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aumentó por una tristeza extraordinaria que se veia en los que llevaban los estandartes Reales á la iglesia mayor para que allí los bendixesen: otros se burlaban de todo esto como de cosas vanas y que suceden acaso. El dia siguiente el Rey partió para Ecija acompañado de muchos señores: casi ninguna persona de cuenta habia que no desease ayudar en aquella empresa. Conforme á lo que tenian acordado y pretendian, fueron sobre Loxa. Llegados á aquella ciudad, asentaron sus estancias y las barrearon junto á los arrabalés entre los olivares por la parte que pasa el rio Xenil tan cogido y acanalado que apenas se puede vadear y por sus riberas que son muy altas: el lugar era estrecho y no á propósito para estendarse la caballería, y por estar los ciudadanos apoderados de la puente con dificultad podian pasar de la otra parte del rio. Está allí cerca un ribazo ó cuesta llamada de Albohacen, de que por ser á propósito para impedir las salidas de los enemigos, y por enseñorear la ciudad se dió cuydado al maestre de Calatrava y á los marqueses de Villena y de Cádiz que se apoderasen della y allí hiciesen sus estancias. Dentro de la ciudad tenian hasta tres mil de á caballo con un veliente capitan llamado Alatar: estos hicieron diversas salidas, en especial un sábado anima, dos con nuevas compañías que les acudian, y con la esperanza que en breve serian socorridos por el mismo Rey Moro que desde Granada venia con gente, divididos en dos esquadrones acometieron el cuerpo de guardia que tenían los nuestros en aquel ribazo; con el sobresalto las guardas dieron las espaldas, los demas que allí alojaban salieron á pelear, pero sin órden de batalla y sin dexar alguna guarnicion en los reales. Vino esto á noticia de los contrarios: asi el uno de los esquadrones casi sin poner mano á las armas se apoderó dellos, que fué ocasion de gran miedo y espanto para los que peleaban. Volvieron á la defensa de sus estancias, y tornaron á pelear con grande ánimo: apretábanlos los enemigos por frente y por las espaldas, que fué causa de perderse los nuestros; murió en la pelea el maestre de Calatrava con dos saetas, la una le acertó debaxo del brazo, cuya herida fué mortal. Su muerte causó gran compasion por ser personage tan grande, y estar en la flor de su edad, que no pasaba de veinte y quatro años: otros muchos fueron muertos con él, los demas se salvaron por los

pies. El Rey alterado por este revés como era justo, y'entendiendo, aunque tarde, ser verdad lo que su hermano el duque de Villahermosa le tenia avisado que los reales se asentaron mal, y que no tenia fuerzas bastantes para empresa tan grande, juntamente con la nueva que le vino que el campo enemigo marchaba, el dia siguiente recogido el bagage volvió atrás sin parar hasta que llegó á la peña de los Enamorados, que está de Loxa distante siete leguas: ayudó mucho para que no re eibiesen grande daño, que se retiraron en ordenanza. A los Móros, que no cesaban de picar en la retaguardia, hizo rostro el marqués de Cádiz con los suyos: el denuedo y la carga fué tal que por no poderla los Moros sufrir se recogieron á la ciudad. Este fué el suceso desta empresa mal trazada. No faltaron rumores de gente que publicaba que por asechanzas que su misma gente puso al Rey Don Fernando, le fué forzoso dexado el cerco retirarse; mas él en cartas que despachó á todas partes, se escusaba de la retirada por el pequeño número de soldados que tenia, en especial que muchos desamparaban las banderas, con que las compañías quedaban muy flacas, por ser gente allegadiza, y enviada de las comunidades, y que que no tiraba sueldo del Rey: cosa á que la necesidad de los tiempos y falta de dinero forzaba, por lo demas sugeta á gran. des inconvenientes como aconteció entonces. De pequeños principios suelen resultar grandes tropiezos y daños: asi los Moros ensoberbecidos por lo que sucedió, volvieron á poner cerco sobre Alhama no con menor resolucion que antes, ni con menor corage. El Rey Don Fernando movido del peligro de los cercados acudió en persona á catorce de agosto, y con su ida les proveyó de vituallas para nueve meses, señaló otrosí para la tenencia de aquella plaza á Don Luis Osorio, que si bien era electo obispo de Jaen, sabia mucho de la guerra y era persona de grande ánimo. Demas desto para que la reputacion fuese mayor, de nuevo dió la tala á la vega de Granada, y en ella quemó y robó todos aquellos campos. Salieron de Grananada seiscientos Moros de á caballo para hacer resistencia : el conde de Cabra y el comendador mayor de Calatrava les hicie ron rostro, mataron buen número, y forzaron á los demas á recogerse á la ciudad; grandes daños para los Moros; y sobre todos el mayor y mas perjudicial la discordia y bandos que te,

nian entre sí, por la qual causa gran número de los ciudadanos de Granada tomadas las armas forzaron á Albohacen que se saliese de Granada. Achacábanle que tyranizaba la gente, y que por su mal órden y locura dió causa para que se emprendiese aquella guerra tan brava: pusieron en su lugar á su mismo hijo Mahomad Boabdil, llamado vulgarmente el Rey Chiquito; otros Je llaman Hali Muley Alcadurbil: por el Rey Albohacen quedaron todavía Málaga y Baza con otras ciudades. Desta manera aquella nacion se dividió en dos parcialidades, que no les daban menos trabaxo, ni los tenian puestos en menor aprieto que los enemigos de fuera: estado miserable y revuelto, como se puede pensar, quando dos se llaman Reyes, y mas en una provincia pequeña. Lo que hace maravillar, es que dado que andaban tan revueltos, ninguna de las partes llamó á los fieles en su socorro; antes consta, que en lo mas recio de aquella guerra civil hicieron diversas entradas y cabalgadas en tierra de Christianos, y aun tomaron la villa de Cañete qué está asentada á la frontera de aquel reyno: muestra en aquella ocasion de ánimo muy grande y resolucion notable.

Capítulo m.

De la rota que los Moros dieron á los Christianos en los montes de Málaga.

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Los Reyes por cosas que sobrevinieron, fueron forzados á desistir por un poco de tiempo de la guerra de los Moros y dar la vuelta al reyno de Toledo. Por su ausencia encargaron la frontera de Ecija á Don Pedro Manrique, al qual poco an-> tes de conde de Treviño intitularon duque de Nájara: á Don› Alonso de Cárdenas maestre de Santiago dexaron por frontero de Jaen ; á Don Juan de Silva conde de Cifuentes encomendaron el gobierno de Sevilla por muerte de Diego de Merlo que falleció en aquel cargo á este tiempo. Compuestas las cosas en esta forma, se fueron á Castilla: llegaron á Madrid á la boca del invierno. En aquella villa se tuvieron córtes á propósito de reformar con nuevas leyes las hermandades que se ordena-> ron los años pasados (como queda dicho) para que no usáseni

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