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sangre de hermanos y deudos, con dificultad se podrián limpiar ni venir á ningun buen medio. La instancia que hicieron fué tal, que los Principes acordaron de juntarse en Castro Nuño con los del Rey para tratar allí de las condiciones y medios de paz. Por el mismo tiempo vino aviso de Italia que Castelnovo en Nápoles sin embargo de la guarnicion que tenia de Aragoneses, y que el Rey de Aragon con todo cuydado procuró dalle socorro, apretado con un largo cerco por falta de vituallas se entregó á los enemigos á veinte y quatro de agosto, todavía que aquel daño bastantemente recompensó el de Aragon con recobrar como recobró la ciudad de Salerno y ganar otros muchos lugares y plazas. Entre los grandes de Castilla y el Rey se hizo confederacion en Castro Nuño con estas condiciones: Don Alvaro de Luha se ausente de la corte por espacio de seis meses), sin que pueda escribir ninguna carta al Rey : á los hermanos Rey de Navarra y el Infante les vuelvan sus estados y lugares y dignidades, por lo menos cada año tanta renta quanto los jueces árbitros determinaren : las compa ñías de soldados y las gentes y campos se derramen : los conjurados quiten las guarniciones de los castillos, y pueblos que tomaroni; 'ninguno sea castigado por haber seguido antes el partido de Aragon y al presente á los conjurados. Con esto al Infante de Aragon Don Enrique fué restituido el maestrazgo de Santiago, al de Navarra la villa de Cuellar, á Don Alvaro de Luna en recompensa della dieron á Sepúlveda. El Rey de Castilla, hecho esto, se fué á la ciudad de Toro : allí le vino nueva que la Infanta Doña Cathalina muger del Infante de Aragon Don Enrique falleció de parto en Zaragoza á diez y nueve de octubre sin dexar suéesion alguna, Fueron á dar el pésame al Infante de parte del Rey de Castilla el obispo de Se govia y Don Juan de Luna prior de San Juan. Don Alvaro de Luna en cumplimiento de lo concertado se partió á los veinte y nueve de octubre á Sepúlveda con mayor sentimiento de lo que fuera razon, tanto que con ser persona de tanto valor, ni podia enfrenar la saña ni templar la lengua ; solo le entretenia la esperanza que presto se mudarian las cosas y se trocarian. Hiciéronle compañía á su partida Juan de Silva alférez mayor del Rey, Pedro de Acuña y Gomez Carrillo con otros caballeros nobles que se fueron con él quien por haber recebido dél

mercedes, quien por esperanza que sus cosas se mejorarian. Esto en España. En el concilio Basileense últimamente condenaron al Papa Eugenio, y en su lugar nombraron y adoraron á Amadeo á cinco de noviembre con nombre de Félix Quinto. Por espacio de quarenta años fué primero conde de Saboya y despues duque, últimamente renunciado el estado y los regalos de su corte, vivia retirado en una soledad con deseo ardiente de vida mas perfecta, acompañado de otros seis viejos que llevó consigo, escogidos de entre sus nobles caballeros. Sucedió muy á cuenta del Papa Eugenio que los Príncipes Christianos hicieron muy poco caso de aquella nueva eleccion, hasta el mismo Philipo duque de Milan, bien que era yerno de Amadeo, y enemigo de Venecianos y del Papa Eugenio, no se movió á honrar, acatar y dar la obediencia al nuevo Pontífice: lo mismo el Rey de Aragon, no obstante que se tenia por ofendido del mismo Papa Eugenio á causa que favorecia con todas sus fuerzas á Renato su enemigo, Todos creo yo se entretenian por la fresca memoria del scisma pasado y de los graves daños que dél resultaron; ademas que la autoridad de los padres de Basilea iba de caida, y sus decretos que al principio fueron estimados, ya tenian poca fuerza, dado que no se partieron del concilio hasta el año quarenta y siete desta centuria y siglo, en el qual tiempo amedrentados por las armas de Ludovico Delphin de Francia que acudió á desbaratallos, y forzados del mandato del Emperador Federico que sucedió á Alberto, despedido arrebatadamente el concilio, volvieron á sus tierras, El mismo Félix, nuevo Pontífice, poco despues con mejor se, so dexadas las insignias de Pontífice, fué por el Papa Nicolao sucesor de Eugenio hecho cardenal y legado de Saboya. Este fin, aunque no en un mismo tiempo, tuvieron las diferencias de Castilla y las revueltas de la iglesia: principio de otras nuevas reyertas, como se declarará en el capítulo siguiente,

Capítulo xv.

De otras nuevas alteraciones que hobo en Castilla.

PARECIA estar sosegada Castilla y las guerras civiles no de otra suerte que si todo el reyno con el destierro de Don Alvaro de Luna quedara libre y descargado de malos humores, quando repentinamente y contra lo que todos pensaban, se despertaron nnevos alborotos. La causa fué la ambicion, enfermedad incurable, que cunde mucho y con nada se conten ta: siempre pretende pasar adelante sin hacer diferencia entre lo que es lícito, y lo que no lo es. El Rey era de entendimiento poco capaz, y no bastante para los cuydados del gobierno, si no era ayudado de consejo y prudencia de otro. Por entender los grandes esto, con varias y diversas mañas y por diferentes caminos cada qual pretendia para sí el primer lugar acerca dél en privanza y autoridad: sobre todos se señalaba el almirante Don Fadrique hombre de ingenio sagaz,vario į atrevido, al qual Don Alvaro pretendió con todo cuydado dexar en su lu» gar, y para esto hizo todo, buen oficio con el Rey antes de su partida. Los Infantes de Aragon llevaban mal ver burlados sus intentos, y que el fruto de su industria en echar á Don Alva ro se le llevase el que menos que nadie quisieran : poca lealtad hay entre los que, signen la corte y acompañan á los Reyes. Sucedió que sobre repartir en Toro los aposentos riñeron los criados y allegados de la una parte y de la otra, y parecia que de las palabras pretendian llegar á las manos y á las puñadas. El Rey tenia poca traza pará reprimir á los grandes : asi por consejo de los que á Don Alvaro favorecian, se salió de Medina del Campo, y con muestra que queria ir á caza, arrebatadamente se fué á meter en Salamanca, ciudad grande y bien conocida, por principio del año mil y quatrocientos y quaren- 1440. ta. Fueron en pos dél los Infantes de Aragon, los condes de Benavente, de Ledesma, de Haro, de Castañeda y de Valencia, demas destos Iñigo Lopez de Mendoza. Todos salieron de Madrigal acompañados de seiscientos de á caballo con intento si les hacian resistencia, de usar de fuerza y de violencia, que

era todo un miserable y vergonzoso estado del reyno. Apenas se hobo el Rey de Castilla recogido en Salamanca, quando avisado como venian los grandes, á toda priesa partió para Bonilla, pueblo fuerte en aquellas comarcas asi por la lealtad de los moradores, como por sus buenas murallas. Desde allí envió el Rey embaxadores á los Infantes de Aragon ellos con seguridad que les dieron, fueron primero á Salamanca, y poco despues á Avila, do eran idos los grandes conjurados con intento de apoderarse de aquella ciudad. El principal que arr daba de por medio entre los unos y los otros, fué Don Gutier, re de Toledo arzobispo á la sazon de Sevilla, que en aquél tiempo se señaló tanto como el que mas en la lealtad y cons+ tancia que guardó para con el Rey escalón para subir â mas yor dignidad. De poco momento fué aquella diligencia. Solat mente los grandes, con la buena ocasion de hombre tan principal, y tan á própósito, escribieron al Rey una carta:auns que comedida, pero llena de consejos muy graves sacados de la philosophía moral y política. Lo principal á qué se endere, zaba, era cargar á Don Alvarodde Luna : decian estar acostumbrado á tiranizar el reyno, apoderarse de los bienes públicos y particulares, corromper dos jueces y sin tener respeto ni reverencia alguna ni á los hombres, ni á Dios. El Reyɛno ignoraba que parte déstas cosas eran verdaderas, parte levantadaş por el odio que le tenian; pero como si con bebedizos tuviera el juicio perilido, se hacia sordo á los que le amonestaban lo que le convenia. No dió respuesta á la carta. Los grandes ent viaron de nuevo por sus émbaxadores á los condes de Haro y de Benavente: ellos hicieron tanto que el Rey vind en que se tuviesen cortès del reynosen Valladolid. Querian se tratase en ellas entre el Rey y los grandes de todo el estado de la repú❤ blica; y en lo que hobiese diferencias, acordaron se estuviese por lo que los dichos condes como jueces árbitros determinas sen. Sucedió que ni se restituyeron las ciudades de que los señores antes desto se apoderaran, y de nuevo se apoderaron de otras, cuyos nombres son estos: Leon, Segovia, Zamora, Salamanca, Valladolid, 'Avila, Burgos, Plasencia,' Guadala xara; fuera desto poco antes se enseñoreó el Infante Don En. rique de Toledo por entrega que della le hizo Pero Lopez de Ayala, que por el Rey era alcayde del alcázar y gobernador de

la ciudad, y cómo tal tenia en ella el primer lugar en poder y autoridad. En las córtés de Valladolid que se comenzaron por el mes de abril, lo primero que se trató, fué dar seguridad á Don Alvaro de Luna y hacelle volver á lá corte. Estaba este deseo fixado en el pecho del Rey, á cuya voluntad era cosa nó menos peligrosa hacer resistencia, que torpe condescender con ella: tuvo mas fuerzas el miedo que el deber, y asi por consentimiento de todos los estados se escribieron cartas en aquella sustancia. Cada cual procúraba adelantarse en ganar la gracia de Don Alvaro, y pocos cuydaban de la razon ; la vuelta de Don Alvaro sin embargo no se eféctuó luego. Despues desto las ciudades levantadas volvieron á poder del Rey, en particular Toledo. Tratóse que se hiciese justicia á todos ¿ y daretraza para que los jueces tuviesen fuerza y autoridad. A lá verdad era tan grande la libertad y soltura de aquellos tiem pos, que ninguna seguridad tenia la inocencia; la fuerza y robos prevalecian por la flaqueza de los magistrados. Toda esta diligencia fué por demas, antes resultaron nuevas dificultades á causa que el Príncipe de Castilla Don Enrique se alteró contra sul padreny apartó de su obediencia. Tenia mala voluntad á Don Alvaro, y pesábale que volviese á palacio sospecho que por la fuerza de alguna maligna constelacion sucedió por estos tiempos que los privados de los Príncipes tuviesen la principal autoridad y mando en todas las cosas de que dan bastante muestra estos dos príncipes padre y hijo, ca por la flaqueza de su entendimiento, y no mucha prudencia, se dexaron siempre gobernar por sus criados. Juan Pacheco hijo de Alonso Giron señor de Belmonte se crió desde sus primeros años con el Príncipe Don Enrique, y por la semejanza de las costumbres, ó por la sagacidad de su ingenio acerca dél alcanzó gran privanza y cabida. Parecia que con derribar á Don Alvaro de Luna que le asentó con el Príncipe, pretendia ( como lo hizo )'alcanzar el mas alto lugar en poder y riquezas. Este fué el pago que dió al que debia lo que era ; poca lealtad se usa en las córtes, y menos agradecimiento. Las sospechas que nacieron entre el Rey y su hijo en esta sazon, llegaron á que el Principe Don Enrique un dia se salió de palacio : decia que no volveria, si no se despedian ciertos consegeros del Rey, de quien él se tenia por ofen

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