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destruir á Don Alvaro de Luna, otros de volvelle y restituille en su autoridad. El Rey de Navarra persuadia que le destruye sen, y que para este efecto juntasen sus fuerzas : el obispo Bar rientos y Juan Pacheco juzgaban era bien restituille en su lugar, y darse priesa antes que se descubriesen estas práticas con este intento para entretener al Rey de Navarra y engañalle se comenzó á tratar de hacer confederacion y liga con él.. En el entretanto el Príncipe Don Enrique se volvió á Segovia : dende solicitó á los condes, el de Haró, el de Plasencia y el de Castañeda, para que juntasen con él sus fuerzas; llegáronseles otrosí el conde de Alba Don Fernan Alvarez de Toledo con su tio el arzobispo de Toledo, y Iñigo Lopez de Mendoza, señor de Hita y Buytrago. Hecho esto, como les pareciese tener bastantes fuerzas para contrastar á los Aragoneses, los confederados se juntaron en Avila por mandato del Príncipe que se fué á aquella ciudad. Tenia mil y quinientos caballos mas nombre de exército y número que fuerzas bastantes: vino eso mismo Don Alvaro de Luna. La mayor dificultad para hacer la guerra era la falta del dinero para pagar y socorrer á los soldados. Partiéronse desde allí para Búrgos donde estaban los otros grandes sus cómplices. Los contrarios enviaron al Rey de Castilla á la villa de Portillo, y al conde de Castro para que le guardase. Comenzó el de Navarra á hacer arrebatadamente ... levas de gente, juntó dos mil de á caballo: con esta gente marchó contra los grandes, que de cada dia se hacian mas fuertes con nuevas gentes que ordinariamente les acudian. Junto á Pampliego en tierra de Búrgos se dieron vista los unos á los otros : asentaron á poca distancia cada qual de las partes sus reales; pusieron otrosí sus haces en campo raso en ordenanza con muestra de querer pelear. Acudieron personas religiosas y eclesiásticas movidos del peligro: comenzaron á tratar de concertallos: tenian el negocio para concluirse, quando una escaramuza ligera al principio desbarató estos intentos, que por acudir y cargar soldados de la una y de la otra parte paró en batalla campal. Era muy tarde, sobrevino y cerró lą noche, con que dexaron de pelear. El Rey de Navarra por entender que no tenia fuerzas bastantes, ayudado de la escuridad dió la vuelta á Palencia, ciudad fuerte. Sucedióle otra desgracia, que el Rey de Castilla se salió de Portillo en son de ir á

caza, comió en el lugar de Mojados con el cardenal de San Pedro: hecho esto, despidió al conde de Castro que le guardaba, y él se fué á los reales en que su hijo estaba. La libertad del Rey fué causa de gran mudanza: cayéronse los brazos y las fuerzas á los contrarios. El de Navarra se fué á su Reyno para recoger fuerzas y las demas cosas necesarias, con intento de llevar adelante lo comenzado: los señores aliados cada qual por su parte se fueron á sus estados. Con esto los pueblos de los Infantes, que tenian en Castilla la Vieja, vinieron en poder de los confederados y del Rey, en particular Medina del Campo, Arévalo, Olmedo, Roa y Aranda. Don Enrique de Aragon dió la vuelta del Andalucía á la su villa de Ocaña: el Príncipe Don Enrique y el condestable Don Alvaro salieron contra él, mas por estar falto de fuerzas se huyó al reyno de Murcia; allí Alonso Faxardo adelantado de Murcia, que seguia aquella parcialidad, le dió entrada en Lorca, ciudad muy fuerte en aquella comarca. Por esta via entonces escapó del peligro, y pudo comenzar nuevas práticas para recobrar la autoridad y poder que tenia antes. Sucedieron estas cosas al fin del año. En el mismo año á cinco de julio Don Fernando tio del Rey de Por. tugal falleció en Africa: sepultándole en la ciudad de Fez ; de allí los años adelante le trasladaron á Aljubarrota entierro de sus padres. Fué hombre de costumbres santas y esclarecido por milagros: así lo dicen los Portugueses, nacion que es muy pia y muy devota, y aficionada grandemente á sus príncipes, si bien no está canonizado. Entre otras virtudes se señaló en ser muy honesto, jamás se ensució con tocamiento de muger, ninguna mentira dixo en su vida, tuvo muy ardiente piedad para con Dios. Estas virtudes tenian puesto en admiracion á Lazeracho, un Moro que le tenia en su poder. Este sabida su muerte, primero quedó pasmado, despues : «digno ( dice) era de loa inmortal, si no fuera tan contrario á nuestro profeta Mahoma: » maravillosa es la hermosura de la virtud, su estima es muy grande y sus prendas, pues á sus mismos enemigos fuerza que la estimen y alaben.

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Capitulo n.

De la batalla de Olmedo.

PARECIA que las cosas de Castilla se hallaban en mejor estado, y que alguna luz de nuevo se mostraba despues de echados del gobierno y de la corte los Infantes de Aragon: mas las sospechas de la guerra y los temores todavía continuaban. Tuviéronse cortes en Medina del Campo, y mandaron de nuevo recoger dinero para la guerra, no tanto como era menester, pero quanto podian llevar los pueblos cansados con tantos gobiernos y mudanzas, y que aborrecian aquella guerra tan cruel. Acudieron al mismo lugar el príncipe Don Enrique y el condestable Don Alvaro, despues que tomaron á Don Enrique de Aragon muchos pueblos del maestrazgo de Santiago. Tratóse de aparcebirse para la guerra que veian seria muy pesada. En particular el de Navarra por tierra de Atienza, en el qual pueblo tenia puesta guarnicion, hizo entrada por el reyno de Toledo con quatrocientos de á caballo, y seiscientos de á pie: pequeño número, pero que ponia grande espanto por do quiera que pasaba, á causa que los naturales parte dellos eran parciales, los mas sin poner á peligro sus cosas querian mas estar á la mira que hacerse parte: asi el de Navarra sé apoderó de Torija y de Alcalá de Henares con otros lugares y villas por aquella comarca. El Rey de Castilla, puesto que tenia pocas fuerzas para alteraciones tan grandes, todavía por que de pequeños principios como suele no se aumentase el mal, juntadas arrebatadamente sus gentes, pasó al Espinar para esperar le acudiesen de todas partes nuevas banderas y compañías de soldados. Poco despues desto á diez y ocho de 1445. febrero del año que se contó mil y quatrocientos y quarenta y cinco, falleció la Reyna de Portugal Doña Leonor en Toledo : siguióla pocos dias despues Doña María Reyna de Castilla, › que murió en Villacastin tierra de Segovia. Sospechóse les dieron yerbas, por morir en un mismo tiempo y ambas de muerte súbita, demas que el cuerpo de la Reyna Doña María (1)

(1) Zorit. lib. 15. cap. 34.

despues de muerta se halló lleno de manchas. Dióse crédito en esta parte á la opinion del vulgo: porque comunmente se decia dellas que no vivian muy honestamente. La Reyna de Portugal enterraron en Santo Domingo el Real monasterio de monjas en que moraba, desde allí fué trasladada á Aljubarrota: el enterramiento de la Reyna de Castilla se hizo en Nuestra Señora de Guadalupe. Por el mismo tiempo falleció Don Lope de Mendoza arzobispo de Santiago, en cuyo lugar fué puesto Don Alvaro de Isorna á la sazon obispo de Cuenca, y á Don Lope Barrientos en remuneracion de los servicios que hiciera, trasladaron de Avila á Cuenca: á Don Alonso de Fonseca dieron la iglesia de Avila, escalon para subir á mayores dignidades; era este prelado persona de ingenio y natural muy vivo y de mucha nobleza. Don Alvaro de Isorna gozó poco de la nueva dignidad, en que le sucedió Don Rodrigo de Luna sobrino del condestable. Desde el Espinar pasó el Rey á Madrid, y poco despues á Alcalá llamado por los moradores de aquella villa. Tenia el de Navarra por allí cerca alojoda su gente, que con la venida de su hermano Don Enrique creció en número, de manera que tenia mil y quinientos de á caballo: con esta gente se fortificó en las cuestas de Alcalá la Vieja, que son de subida agria y dificultosa, con determinacion de no venir á las manos si no fuese con ventaja de lugar, por saber muy bien que no tenia fuerzas bastantes para dar batalla en campo raso. Desde allí envió á Ferrer de Lanuza justicia de Aragon por embaxador á su hermano el Rey de Aragon para suplicalle, pues era concluida la guerra de Nápoles, se determinase de volver á España quier para ayudalles en aquella guerra, quier para componer y asentar todos aquellos debates. El Rey de Castilla hiciera otrosí lo mismo, que le despachó sus embaxadores personas de cuenta á quexarse de los agravios que le hacian sus hermanos. No hobo encuentro alguno cerca de Alcalá, ni los del Rey acometieron á combatir, ó desalojar los contrarios: asi los Aragoneses por el puerto de Tablada se dieron priesa para llegar á Arévalo. Siguiólos el Rey de Castilla por las mismas pisadas resuelto en ocasion de combatillos: marchaban á poca distancia los unos esquadrones y los otros, tanto que en un mismo dia llegaron todos á Arévalo. El de Navarra se apoderó por fuerza de la villa de Olmedo, que por

entender que el socorro de Castilla venia cerca, le habia cerrado las puertas. Los principales en aquel acuerdo fueron justiciados; su grande lealtad les hizo daño, y el amor demasiado y fuera de sazon de la patria. El Rey de Castilla pasó á media Jegua de Olmedo, y barreó sus estancias junto á los molinos que llaman de los Abades. Eran sus gentes por todas dos mil caballos y otros tantos infantes. Acudieron con los demas el príncipe Don Enrique, Don Alvaro de Luna, Juan Pacheco, Iñigo Lopez de Mendoza, el conde de Alba y el obispo Lope de Barrientos. Por otra parte con los Aragoneses se juntaron el Almirante, el conde de Benavente, los hermanos Pedro, Fernando y Diego de Quiñones, el conde de Castro y Juan de Tovar, con que se les llegaron otros mil caballos. Habláronse los Príncipes de la una parte y de la otra para ver si se podian concertar: todo maña del obispo Barrientos para entretener á los contrarios hasta tanto que llegase el maestre de Alcántara, con cuya venida reforzados de gente los del Rey se pusieron en órden de pelea. Los Aragoneses ni podian mucho tiempo sufrir el cerco por falta de vituallas, y no se atrevian á dar la batalla por no tener fuerzas competentes. Resolviéronse en lo que les pareció necesario, de enviar á los reales del Rey á Lope de Angulo y al licenciado Cuellar chânciller del de Navarra. Y como no les fuese dada audiencia, declararon las razones por qué los Infantes lícitamente tomaran las armas. Que no era por voluntad que tuviesen de hacer mal á nadie, sino de defender sus personas y estados, у de poner el reyno en libertad, que veian estar puesto en una miserable servidumbre: « Si echado Don Alvaro, como tenia acordado vuestra Alteza, quisiere por su voluntad gobernar el reyno, no pondrémos dificultad ninguna, ni dilacion en hacer las paces con tal que las condiciones sean tolerables: que si no dais oido á tan justa demanda, la provincia y vuestros vasallos padecerán robos, talas, sacos y violencias; males que se pondrán á cueuta del que no los escusare, y que protestamos delante de Dios de los hombres con toda verdad deseamos por nuestra parte y procuramos atajar: avisamos otrosí que esta embaxada no se envia por miedo, sino con el deseo que tenemos de que haya sosiego y paz. » Dichas con grande fervor estas palabras, presentaron un memorial en que llevaban por escrito lo mis

y

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