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de mi señora la Condesa de la Torre, le sacaron un baul en que llevaba los 6.000 ducados que el Rey la dió, y otras cosillas de plata, y hurtáronselo todo. Está afligida, y todas lo van, porque para decir á V. E. la verdad, yo no pudiera pensar que en la tierra pudiera haber tan gran desórden y confusion, porque es tan grande como dirán otros á V. E., y no veo que de los nuestros tenga nadie la culpa, porque el Duque de Monteleon trabaja corporalmente como pudiera un ganapan, y para traer cien mil cosas que quedaron en San Juan de Luz, dió sus acémilas y el coche para las mujeres, y la litera á Santa Cruz que viene cuitadísimo y sin provecho, y así envia á suplicar á V. E. que pida á Su Magestad que le dé licencia para volverse en dejando á la Reina en Burdeos con el Rey y con su madre (1).

Y V. E. le procure esta licencia, porque de maldito el provecho que es sino de mucho embarazo, porque falta el carruaje para los más, y disculpanse los franceses con decir que vienen cien personas más de las que habian de venir con la Reina; pero toda la descomodidad y trabajo la llevan todas y todos en paciencia, con ver á este ángel de nuestra reinecica tan linda, y consolándolos y alentándolos á todos y á todas; y en metiéndose en su aposento todos me dicen que es llorar y sollozar por su padre, con que nos quiebra el corazon.

D. Iñigo de Cárdenas tambien hace maravillas, y sobre estos desórdenes se puso con uno destos franceses de manera que le dijo: que á pié y á caballo y con la espada en la mano, le haria entender que lo hacian muy mal, de manera que empuñando las nuestras Antonio de Ossorio y yo, nos pusimos á su lado.

En llegando á Burdeos nos dicen que se pondrá todo en órden y en razon, y la gente principal desean acomodarlo todo; pero no pueden más, ó no sabe un francés que va haciendo oficio de mayordomo mayor, la obligacion que me corre como criado del Rey de V. E., y el amor que he cobrado á la Reina, me obliga y da

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(1) (Al márgen,.—Mucho me ha pesado del hurto de los 6.000 ducados que llevaba en el baul la Condesa de la Torre.

No veo que. . . . .

atrevimiento à decir & V. E., que por ningun caso consienta que D. Iñigo de Cárdenas se vuelva desde Burdeos, porque ha de hacer grandísima falta hasta que el Duque de Monteleon vaya conociendo más el humor de esta gente, que es terrible (1).

Y D. Iñigo hace cosas con ellos en menudencias y en cosas del servicio de la Reina, que parece imposible, y vuelvo á decir á V. E., que por estos cuatro ó cinco meses importará mucho que este hombre, que tan bien lo entiende todo, se quede hasta componer y asentar las cosas como han de estar. Y ojalá que yo pudiera ser de algun provecho para el servicio de la Reina, que aunque fuera de cochero ó de mozo de silla la fuera sirviendo y teniéndome por el más dichoso hombre del mundo. Suplico á V. E. que de mi parte se lo dé á entender así á su padre, y le ofrezca mi persona y mi vida para el servicio de su hija. Guárdeme Dios å V. E. como yo he menester. De Dagse á 13 de Noviembre de 1615.-D. Cárlos de Arellano.-Rubricado (2).

(1) (Al márgen).-Desde Burdeos irá todo con más comodidad, que así me lo escribe D. Iñigo.

(2) (Al márgen).—Cierto, D. Cárlos, que me habeis obligado mucho con esta carta y con todo lo que me decis, y con esta oferta más se conocen las obligaciones con que habeis nacido. Dios os guarde y os traiga con bien.-En Burgos à 19 de Noviembre de 1615.

RELACION ORIGINAL

ESCRITA POR

DON CARLOS DE ARELLANO AL GRAN DUQUE DE LERMA

DE TODO LO QUE ACAECIÓ EN LA JORNADA,

DESDE SAN SEBASTIAN HASTA LA CIUDAD DE BURDEOS, Á donde ACOMPAÑÓ Á LA SERENÍSIMA INFANTA DOÑA ANA DE AUSTRIA, Á ÚLTIMOS DE NOVIEMBRE DE 1615.

La carta de V. E., de 19 déste, en respuesta de la que yo escribi desde Dagse, he recibido hoy, y con ella da aliento y consuelo que no sabré decir. Guárdeme Dios á V. E. cien mil años, amen, á mí me dé fuerzas á medida del deseo con que me hallo para merecérsela á V. E. y para estar á sus pies toda la vida, que para esto la deseo tener.

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Ya V. E. habrá recibido otra mia, escrita desde Basaes, de donde salió la Reina muy tarde porque pensó parar allí; pero el Rey y su madre tenian tanta gana de verla, que hicieron á don Iñigo de Cárdenas que habia pasado delante, que despachase un correo, para que en todo caso pasase adelante S. M., como lo hizo. Llegó muy tarde à un lugarejo de muy pocas y malas casas, á donde salió el caballerizo mayor de la Reina madre á buscarla; recibiólo muy bien y á la mañana le despachó. El ato de las damas, ni el de las dueñas de honor, ni sus camas, no llegó aquella noche, y así les hubimos de dar nuestras camas conque lo pasaron razonablemente, y á la mañana me lo agradecieron tanto, que aunque hubiera pasado mala noche lo pudiera dar por bien empleado; pero acomodámonos en unos plumones ó cabezales de la posada, de manera que pudimos pasar hasta la mañana que fuí á Palacio, y hallé á mi señora la Condesa de la Torre afligidísima

porque no habia llegado el tocador de la Reina, y el carro en que venia se habia quedado en el camino, y así despaché volando al capitan D. Juan de Vidauri por él, é hízolo tan bien, que lo trajo dentro de una hora en una acémila de las mias; es buenísimo hombre el capitan, y el más diligente que vi en mi vida. Al fin la Reina se vistió y tocó en todo, en todo lo cual tardó harto, y así salió tardísimo de la posada, y á dos leguas della topó al Duque de Guisa con un embozado, el más lindo y bello que se puede pensar ni imaginar. Estaba el Rey en una casa por donde la Reina habia de pasar, y en emparejando con una ventana, paró el coche de la Reina para hablar con el Duque de Guisa y con el Pernoy, y por detrás de los dos la estaba mirando el Rey, haciendo grandísimas demostraciones de contento. Estuviéronse mirando un buen ratillo desta manera, y echándoles todos mil bendiciones; luego pasó el coche de la Reina, é hicieron el de las damas para verlas tambien, y con tanto se puso en su cochecillo el Rey, y volvió á pasar por el de la Reina, y fué un poco emparejados, y adelantóse el Rey. Confieso á V. E. que de sólo haberle visto la cara me consolé y persuadí á que en la tierra no pudiera haberse empleado mejor nuestra reinecica, la cual luego que pasó el Rey paró el coche para merendar, que lo hizo con tanto gusto que se le echaba bien de ver el que habia tenido de ver á su marido. Preguntóme mi señora la Condesa de la Torre delante de la Reina, que qué me habia parecido el Rey; y yo la respondí que aquella pregunta que la hiciese á S. M. la Reina, la cual lo oyó y se empezó á reir muchísimo á boca llena. Puedo decir á V. E. que está contentísima de haber visto á su marido, y tanto que segun lo que doña Estefanía me ha dicho, podemos empezar á tener celos de parte del Rey nuestro señor y de V. E.

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Y pasando adelante con la relacion, llegamos muy tarde á Burdeos, y apeóse la Reina en Palacio, y salióla á recibir su suegra hasta la primera pieza, donde la abrazó apretadísimamente, haciendo grandísimas demostraciones de amor. Entráronse á otra pieza donde habia dos doseles, y sentáronse debajo del uno, y la Reina madre à la mano derecha; luego fueron llegando las damas francesas á besar la mano á nuestra Reina, y en acabando se fue

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ron al cuarto del Rey, que la salió á recibir hasta la puerta, y por la mucha gente no ví la cortesia que se hicieron; pero dicenme que fué á uso de Francia. Subiéronse à unas gradas que estaban debajo de un dosel y estuviéronse parlando, y Domingo, sirviéndoles de lengua, dirá lo que pasó en la plática; y en acabando, se entraron á otra pieza más adentro donde no hubo gente, y por ella se pasó la Reina á su cuarto, de donde salió la Reina madre y se fué á su casa. Diceme doña Estefania que pasó bien la noche Su Magestad, y que á la mañana bajó el Rey á la cocina á hacer aderezar el almuerzo de la Reina, y que luego subió y la halló tocándose, y hubo menester una pluma para el tocado, y pidió el Rey unas tijeras y cortó una de las que traia en su sombrero. La Reina se la puso, y con las mismas tijeras le cortó al Rey un pedazo de cinta y se le puso en el sombrero; anda galantísimo con ella y échasele bien de ver lo mucho que quiere á la Reina. Aquel mismo dia fué á casa de la Reina madre que no estaba buena y se habia sangrado; envióle nuestra reinecica muy buena sangría, y ayer la volvió á ver que no se habia levantado, é hiciéronme mucha lástima las damas españolas porque no entraron al aposento de la Reina, y hubiéronse de quedar entre todos los franceses y en una pieza muy pequeña, donde las empujaban y trataban de manera que quebrala el corazon verlas. Quiso Dios que hallaron otro aposentillo donde meterse; pero no les bastó para librarse de todo punto de la descortesia y groseria desta gente, porque entraron tras otras damas de la reina madre dos o tres caballeros mozos, y delante de nuestras damas besaban y abrazaban á las otras á uso de Francia. Pero lo mejor de todo fué que estando sentada en un baul la hija de mi señora la Condesa de Castro, llegó un hijo del Duque de Pernoy y se le sentó al lado; entonces me hinqué yo de rodillas, y la dije á la señora doña María de Aragon que la llamase, como lo hizo, y el francés cayó en la cuenta y se levantó.

Mi señora la Condesa de la Torre me dijo antes de ayer que pidió la Reina un vestido y otras niñerias, y que la respondieron que el Conde de Castro se habia quedado con todo, y diz que respondió: Así lo creo yo, que á nadie se le daba un higo de mi, sino de contemporizar á la Princesa, y no lo consintiera mi compadre

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