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El Capitán Martín de Estete y Doña María de Escobar "La Romana", fundadores de la Villa de Trujillo del Perú

Por JUAN BROMLEY

La expedición de Pedrarias Dávila al Darién y la llegada a Indias de Martín de Estete y Doña María de Escobar.

Era uno de los postreros días del mes de Junio del año de 1514, en la villa de Santa María la Antigua del Darién de la Castilla del Oro, fundada bajo la advocación de la milagrosa Virgen sevillana por Vasco Núñez de Balboa sobre las ubérrimas tierras del Cacique Cemaco.

Ante el asombro y la curiosidad de la rústica pero bien organizada colonia aparecieron, gráciles y ligeras, hacia el horizonte, hasta veintidós embarcaciones, entre naos y carabelas, en cuyas cofas y topes de los trinquetes ondeaban al cálido viento marino los gallardetes, rojos o blancos, de los Reyes de España. Era la poderosa flota, partida hacía ocho meses de San Lúcar de Barrameda, que comandaba el nuevo Capitán General y Gobernador de Tierra Firme Don Pedro Arias Dávila y estaba coinpuesta por dos mil castellanos, la más lucida gente, dice el historiador Oviedo, que hubiera salido de España para las lejanas y fabulosas Indias.

Pedro Arias Dávila, descendiente de poderosa familia judía convertida al catolicismo, era un arrogante y gentil caballero natural de la torreada ciudad de Segovia, paje en su mocedad del Rey Don Juan II, que había militado contra los moros y los portugueses y tenido brillante actuación en las guerras de Italia. Por su gallardía y pericia en los torneos recibió el sobrenombre de El Galán o El Justador. Diósele por muerto en cierta ocasión y mientras se le velaba en el Monasterio de las Monjas de la Cruz en Torrejón de Velasco, repentinamente irguióse, ante la confusión y el pavor de los llorosos deudos y los graves circunstantes. Desde aquel día y hasta que realmente murió, Pedrarias, con el mote ya de El Enterrado, guardaba en su aposento un ataúd, para que le recordase la merced que Dios le había hecho, y cada año, en el aniversario del extraño suceso, mandaba abrir una sepultura y puesto en ella hacía que le rezasen el oficio de difuntos.

A su llegada a Santa María del Darién Pedrarias Dávila contaba algo más de sesenta años de edad. Varón esbelto, de alta estatura, anchas y recias espaldas, barbas negras para algunos de sus biógrafos o blancas

y luengas para otros, de severo y atlético porte, conservaba, pese a sus dilatados años y romancesca existencia, muchas de las gallardías de su juventud y la energía vital con que desafió durante más de tres lustros las fatigas de la guerra, las enconadas luchas de predominio y las mortíferas inclemencias del trópico. Cruel e inhumano, astuto y artero, sembró la desolación y la muerte en el Darién, en Panamá y en Nicaragua. Hizo degollar a su esforzado teniente Francisco Hernández de Córdoba y a su yerno Vasco Núñez de Balboa, el glorioso descubridor de la Mar del Sur. Asoló el territorio de sus gobernaciones, robó el oro y las perlas de los aborigenes, quemó indios o los hizo devorar por sus adiestrados perros de guerra. Furor Domine -Furor de Dios- le nomina la encendida elocuencia del Padre Bartolomé de las Casas.

Con la expedición de Pedrarias, rica y lujosamente ataviada, llegaban soldados veteranos de Rávena, hidalgos de las distintas regiones de España, privados y funcionarios conspicuos de la corte y, con tan extraordinario séquito, obscuros aventureros que luego, como capitanes descubridores y conquistadores, adquirirían resonantes gloria y nombradía. Fray Juan de Quevedo, de la Orden Franciscana, predicador de la Real Capilla, primer Obispo de Tierra Firme; Hernando de Soto, futuro y romántico descubridor de la Florida; Sebastián de Belarcázar, conquistador de Quito y fundador de ciudades;. Pascual de Andagoya, que entrevió, el primero, las áureas lindes del Perú; Diego de Almagro, copartícipe de Pizarro en el más brillante descubrimiento de Indias; el Padre Hernando de Luque, socio de los sojuzgadores del Imperio Incaico; Gonzalo Fernández de Oviedo y Bernal Díaz del Castillo, próximos e ilustres historiadores de la conquista; el fatídico Licenciado Gaspar de Espinosa, encubierto capitalista de las expediciones al Perú.

Acompañaba también a Pedrarias su hermosa y esforzada mujer Doña María de Bobadilla y Peñaloza. Era esta noble señora sobrina de la Marquesa de Moya, o sea de la amiga íntima de la infancia de la Reina Isabel la Católica, cuyos ojos cerró en su lecho de muerte, que había casado con Andrés de Cabrera, eminente converso, intendente del tesoro real, que hizo entregar a los Reyes Católicos el Alcázar de Segovia y las riquezas que en él dejó el Rey Don Enrique, en tiempos de las guerras entre Castilla y Portugal. Doña María de Bobadilla y Peñaloza llevó a Pedrarias en calidad de dote un millón de maravedises y la influencia que por su estirpe gozaba ante el Obispo de Burgos Don Juan Rodríguez de Fonseca, omnipotente y siempre equivocado señor de los destinos, los títulos y las prebendas de las Indias Occidentales.

El séquito personal de Doña María, como correspondía a su preclara alcurnia y al fausto característico de la expedición, lo formaba toda una corte de jóvenes y bellas damas españolas, galanamente ataviadas con sedas, oros y brocados. Sobresalía entre ellas, por su hermosa y gentil mocedad, Doña María de Escobar, esposa de Martín de Estete, favorito

de Pedrarias, hidalgo natural de Santo Domingo de la Calzada en la Diócesis de Calahorra, que, a poco, sucedió a Fernández de Oviedo en el cargo de veedor de fundiciones.

En Santa María la Antigua del Darién, a la llegada de la expedición, era ya Teniente de Balboa un veterano y taciturno soldado llamado Francisco Pizarro que con Alonso de Ojeda había incursionado en las costas y los ríos de la Nueva Andalucía o Venezuela y se había hallado como protagonista principal en el descubrimiento de la Mar del Sur.

Martín de Estete, precursor del Canal de Panamá.

Grande fué el desencanto de Pedrarias y sus soldados, cautivados con el espejismo de las fáciles riquezas de Castilla del Oro, cuando a luego las plagas consumieron los sembrados de la colonia y las fiebres del trópico y las flechas enherboladas de los indios llevaron hasta ellos el hambre y la muerte.

Fué entonces que se hizo necesario descongestionar en lo posible la villa de Santa María. Sucesivas expediciones marcharon en busca de nuevas tierras y del oro que debía hallarse en remotas ciudades de leyenda. De todas esas expediciones trajeron los tenientes de Pedrarias rico botín de oro y perlas, arrancado a los indios por el engaño y la violencia. En ellas se cometieron las más grandes y atroces iniquidades de la conquista española. Muchos caciques, obstinados y estoicos, fueron arrojados al fuego. Millares de indígenas perecieron bajo la lanza de los hombres blancos o en las fauces famélicas de los perros de presa. Los prisioneros, sujetos por largas cuerdas y colleras, eran decapitados al mostrar signos de cansancio, para no dificultar la marcha devastadora. Centenares de istmeños, cazados como fieras y herrados precautoriamente, fueron vendidos en pública almoneda en los mercados humanos de Santa María, de Cuba y de la Isla Española.

Martín de Estete, el hidalgo marido de Doña María de Escobar, adquirió a poco de su llegada al Darién estrecha amistad e influencia con el Gobernador Pedrarias Dávila. Como Veedor de fundiciones, cargo de confianza y de provecho, tocóle fundir, marcar y quintar, en áureas barras, el oro arrancado a los vencidos caciques del Istmo. Ajusticiado Balboa, quedó como depositario de sus bienes, apreciable parte de los cuales fueron repartidos entre Doña María de Bobadilla y sus damas de compañía. Despoblada por Pedrarias la villa de Santa María, permaneció Estete de gobernador de la región, de donde fué a pacificar las comarcas de Abrayme y Saramura, que acababan de rebelarse contra el turbulento Bachiller Diego del Corral, el mismo que movió al descubridor de la Mar del Sur a pedir al Rey de España que no enviara a Tierra Firme ningún bachiller en leyes ni otro ninguno, si no fuera de medicina, porque semejantes personas, "viviendo como diablos", sólo solían hacer pleitos, discordias y maldades.

El año 1523 el audaz y afortunado explorador Gil González Dávila realiza el sensacional descubrimiento del Lago Nicaragua. Concibe entonces, y los pilotos que lo acompañan se lo afirman, que el gran lago debía de tener salida hacia las márgenes del Mar del Norte u Océano Atlántico,, en cuyo caso podía establecerse una comunicación acuática entre los dos océanos que evitaría el largo y penoso paso por los espesos cañaverales y manglares de las insalubres montañas del Istmo. El ambicioso Pedrarias se propone hacer realidad la empresa entrevista. Prepara por su parte una expedición que sale al mando de Hernández de Córdoba y lleva como principales capitanes a Ruy Díaz, Hernando de Soto, Juan Tello de Guzmán y Gabriel de Rojas, todos, después, actores de primera línea en la conquista del Imperio de los Incas. Llegados al Lago Nicaragua, se aprestan a descubrir el desaguadero que comunicaría con el Atlántico. Construyen un bergantín con el propósito de encontrar el punto de la comunicación que llamaron El Estrecho Dudoso, y Ruy Díaz halla el río que, ciertamente, era el desaguadero del lago, pero no puede pasar del primer salto o raudal. Va enseguida Hernando de Soto sin conseguir tampoco el objetivo propuesto. Parte finalmente Sebastián de Belarcázar, quien a su vez sólo logra llegar hasta la vecindad del rauda! llamado del Toro.

Mas donde fracasaron hombres de tan acerado temple, Martín de Estete tuvo feliz éxito y predestinación singular. Por mandato de Pedrarias emprendió la obstinada empresa. Navegó hasta Voto, punto extremo que alcanzaron sus antecesores, y, dejando allí una guarnición, continuó por tierra a la margen derecha del río San Juan hasta llegar a la provincia de Suerre, en las llanuras que hoy se conocen con el nombre del Tortuguero, en las vertientes del Atlántico. Allí los indios le presentaron enérgica resistencia, logrando escapar de los trampales y ciénagas en que había caído gracias al desesperado valor del Capitán Gabriel de Rojas y a la pericia náutica del piloto Pedro Corso. Durante esa azarosa expedición los españoles fueron noticiados por los indígenas de la existencia de otro gran lago. Estete y los suyos, desde una eminencia, lograron divisarlo. Esa vasta masa de agua que se columbraba lejanamente era el Océano Atlántico.

El historiador Oviedo, apasionado detractor de Pedrarias Dávila y de sus capitanes y privados, pinta con abominables perfiles a Martín de Estete. "Criado-dice- muy acepto de Pedrarias, hombre no tan hábil en la milicia cuanto desdichado y flojò en la capitanía, pero despierto en astucias y cautelas". "Capitán -agrega que sabía más de amotinarse y revolver que no de la guerra y ejercitarla".

Vuelto Estete a la ciudad de León después de su descubrimiento -que lo hace el más lejano precursor de la comunicación acuática entre los Océanos Atlántico y Pacífico- obtuvo de Pedrarias la merced de una nueva empresa hacia el interior del territorio, penetrando hasta las fronteras de la provincia de Guatemala.

En el entretanto, el Rey de España había designado gobernador del Darién a Lope de Sosa. Ante la imprevista nueva, el Ayuntamiento y los vecinos de Panamá se opusieron a que Pedrarias viajase a Castilla a reclamar sus derechos y a hacer valer sus servicios. Martín de Estete, en nombre y voz de los pobladores, dijo: “Que le tenía en merced los trabajos que Pedrarias quería tomar en ir por ellos a Castilla; pero, que habiendo pensado y conferido mucho entre sí acerca de su camino, hallaban que de su ausencia se recrecerían muchos inconvenientes. El primero, la falta que haría en la pacificación de aquellas tierras. El otro, que sin duda con su ausencia se habían de seguir pendencias entre ellos, especialmente quedando el Licenciado Espinosa en la Mar del Sur con mucha gente de guerra, de quien se presumía que quería mandarlos a todos con mayor imperio que solía, y que no lo habían de sufrir. Lo tercero, que cra Pedrarias quien gobernaba las cosas de la guerra y daba las comisiones a los capitanes y faltando él quedaban como cuerpo sin espíritu”. Ante la insistencia del vecindario, Pedrarias aceptó quedar en Tierra Firme, y allí permaneció como Gobernador de Nicaragua.

Hacia las áureas y ensoñadas tierras del Perú.

Una cálida y transparente mañana del mes de Enero de 1534, ante la contenida desaprobación de las autoridades reales, partía del puerto de la Posesión, en Nicaragua, una poderosa flota, compuesta por doce naves y tripulada por quinientos soldados españoles, que, tendiendo sus velas hacia el poniente, iba, al decir de su caudillo, a las islas de la China y las Molucas en pos de las remotas tierras de la canela y las especias. La pimienta, el clavo, la nuez moscada, el jenjibre, el alcanfor, el sándalo y ios demás productos aromáticos de las regiones asiáticas orientales, que hicieron la riqueza de Constantinopla y de Venecia y que marcaron la rivalidad marítima entre España y Portugal, sazonaban la carne que alimentaba a la Europa Meridional, condimentaban las comidas y los vinos y cervezas, servían de preciadas panaceas y medicinas y, con sus fuertes olores, atemperaban la atmósfera mal oliente de las ciudades medievales. El descubrimiento del Nuevo Mundo por Colón se debió a la anhelosa búsqueda del oro y las especias.

Dos meses después de la partida, la expedición, forzada aparentemente por los vientos contrarios y las caprichosas corrientes, que variaron la derrota, llegaba a la bahía de Caraques, cerca de Puerto Viejo, en el reino indígena de Quito, donde, como postrera resistencia, enfrentaba a los dominadores blancos el bravo y cruel general Rumiñaui. Era la expedición de Don Pedro de Alvarado, conquistador de Méjico y de Guatemala, que al amparo de vaga capitulación para descubrir ignotas regiones, invadía la jurisdicción de Francisco Pizarro con el encubierto propósito de adueñarse de la tierra y obtener sus presuntos tesoros.

Formaba parte de la expedición Martín de Estete, a quien acom

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