Imágenes de página
PDF
ePub

pañaba su mujer Doña María de Escobar. Muerto Pedrarias hacía cuatro años, Estete resolvió abandonar las regiones de Centro América y seguir la incierta suerte de Alvarado. El Perú, hacia cuyos lugares evidentemente se dirigían, le atraía, como a todos los aventureros, con sus maravillosas leyendas y sus riquezas de prodigio. Le abonaba en su nueva em. presa su vieja y estrecha amistad con Pizarro y con Almagro, que habían financiado el descubrimiento del Estrecho Dudoso. En el conquistado Imperio de los Incas estaba su hermano Miguel de Estete, que había participado señaladamente en la audaz jornada de Cajamarca y en la captura de Atahualpa y realizado, como soldado de caballería y como cronista, la arriesgada hazaña de visitar el santuario de Pachacámac y, revolviendo por la fragosa sierra, de traer prisionero al general Calcuchímac.

Alvarado y su tropa, desde Puerto Viejo, iniciaron la atrevida marcha adentrándose en la tierra enigmática. Después de atravesar llanos que parecían inacabables y de perder a los guías indígenas, la sequía comenzó a diezmarlos. Prosiguió luego la fatigosa ascensión por las altas y nevadas sierras, mientras el volcán Cotopaxi, el más activo y terrible de América, en una de sus periódicas erupciones, coronado de fuego, lanzaba sus lavas y cenizas y empavorecía el espacio con sus truenos infernales. La hueste, aterida y famélica, llegó al fin a los puertos nevados, de donde, loando a Dios, columbró los risueños valles de Ríobamba.

En la terrible marcha, luchando con los elementos naturales desencadenados, perecieron más de cien españoles y como dos mil indios de servicio. Los que quedaban rezagados por el hambre y la fatiga, eran abandonados por sus compañeros y servían de pasto a las aves de rapiña. Algunos soldados se extingueron de inanición, sobre sus cabalgaduras. Aquel que detenía el paso, moría helado. Cinco mujeres castellanas rindieron la vida sobre la ríspida sierra. La nieve enceguecía y mutilaba a la caravana de espectros. Pedro de Guzmán y su mujer, una valenciana que se decía Doña Francisca Valterra, acabaron congelados. Uno de aquellos trágicos días la infeliz esposa de un soldado nombrado Huelmo se detuvo, exhausta, con sus dos tiernas hijas, sobre la ruta inhospitalaria. Huelmo, sin fuerzas para socorrerlas, aunque sí para continuar la marcha, prefirió quedar con ellas y todos cuatro, en blanco haz que apretujó la nieve, rindieron el ánima. Una de las pocas mujeres sobrevivientes de la expedición fué Doña María de Escobar.

Al descender Alvarado hacia las verdes llanuras de Ríobamba grande fué su sorpresa al hallar huellas de herraduras, lo que indicaba, inequívocamente, que antes que él otros españoles habían estado en la región. En efecto, Sebastián de Belarcázar y Diego de Almagro habían llegado hasta el reino de Quito y fundado, en señal de posesión, las ciudades de Santiago y San Francisco.

Enfrentadas las fuerzas de Alvarado y las de Belarcázar y Almagro, el detentador envió como emisario a Martín de Estete a entablar con

ciertos o a disputar el territorio por la fuerza de las armas. Pero el ávido interés que deslumbró a los recién llegados y las reflexiones apaciguadoras de prudentes capitanes evitaron la refriega y se iniciaron negociaciones entre los adversarios. Alvarado convino en ceder sus naves, sus tropas, sus pertrechos y fardajes a cambio del pago de cien mil castellanos de buen oro. El brillante conquistador de México y de Guatemala quedaba así vencido por Almagro, el expósito que adoptó, a falta de al guno, el nombre de su ciudad natal, y por Pizarro y Belarcázar, que por haber, el uno, perdido un cerdo y muerto, el otro, un asno, de los que en su mocedad arreaban en su tierra, hallaron, fugitivos, el resonante camino de las Indias.

En el Señorío del Gran Chimú.

Diego de Almagro y Don Pedro de Alvarado, seguidos de cerca de trescientos españoles, se dirigen a entrevistarse con Pizarro para la paga de los cien mil pesos de oro del concierto. Atraviesan los bosques ecuatoriales, llegan a San Miguel de Piura y por el largo sendero de los llanos cruzan el desierto de Olmos y los fecundos valles que a manera de oasis contenían poblaciones abundantes y prósperas.

Los llanos o la costa del Perú tienen características y singularidades propias. Tras la selva ecuatorial, que alinda con el mar, de súbito, a partir de Tumbes, la costa, por centenares de leguas, es un enorme desierto de candentes y movedizas arenas sobre cuya eterna sed nunca cae lɛ lluvia. El clima se atempera con las brisas marinas que enfría la corriente del mar. Al fondo de los llanos, como un estupendo y gigantesco telón de fondo, la cadena occidental de los Andes eleva sus flancos. Algunos ríos, de no abundante o escaso caudal, que en el divortium-aquarum lograron sustraerse a la atracción de la selva, labrando cauces por las abras o quebradas de los cerros, avanzan a la costa a perder en el mar su menguado tributo. Las arenas que riegan esos ríos y los terrenos aluviales circundantes se convierten en los verdes y risueños valles de los llanos, donde se agrupan las poblaciones y se forman las huertas, los sembrados y las estancias.

En el largo caminar, apareció a la vista de los soldados castellanos el extenso valle del Chicama y luego inmediatamente el que era asiento del poderoso régulo de la región. En esas tierras, antes de ser sojuzgadas por los Incas, había florecido una civilización compuesta de razas artistas y agricultoras cuyas remotas leyendas, envueltas en los mitos primitivos, las hacían originarias de distantes comarcas situadas más allá de los mares. Estaban los españoles en el rico y florido Señorío del Gran Chimú, sobre el que habían campeado, sucesivamente, extrañas generaciones de enanos y gigantes.

Los mochicas, pertenecientes a los yungas o habitantes de las tierras calientes, habían formado, por expansiones guerreras o infiltraciones

pacíficas, un vasto señorío que se extendía desde Pativilca hasta Chicama y comprendía, entre otros valles, los de Huarmey, Santa y Guañape. Para el cultivo habían trazado, derivándolos de los ríos, ingeniosos canales y acequias de irrigación. Demorando su influencia hasta la vecina sierra, poseían abundante oro y plata que utilizaban suntuariamente o que escondían con fines de liturgia funeraria en sus numerosas huacas o enterramientos. Adoraban al mar, por donde llegaron, a la luna y al sol y a un genio que escondido en las alas impalpables del viento ponía musicalidad en el paisaje o hacía presente sus iras en los remolinos del desierto. Había lugares en el señorío que estaban regidos por bellas mujeres indígenas, llamadas capuyanas, que ejercían gobierno y administraban justicia, con suavidad y blandura. Por una de ellas, en el descubrimiento de las costas del Perú, había enloquecido de amor el galán y presumido soldado español Pedro Alcón. Características fueron siempre las de esas tierras la hermosura de sus mujeres y la noble hospitalidad y liberalidad de sus habitantes. Cuenta Fray Reginaldo de Lizárraga, que recorrió la región por el año de 1560, queriendo encarecer la caridad de sus gentes para con los pasajeros, que durante muchos años, en Trujillo, no hubo posadas ni mesones públicos.

El Señorío del Chimú, tras largas y cruentas guerras, fué sojuzgado, hacia la segunda mitad del siglo XV, por el Inca Pachacútec, dominador de los llanos. Túpac Inca, hijo predilecto del monarca, alistó un fuerte ejército que estrelló vanamente contra las aguerridas huestes mochicas. Reforzado con contingentes de refresco y conquistado que hubo algunos valles, concertó paces con el régulo Chimú Canchi, quien sólo en calidad de tributario y con los honores a que le daba derecho su porfiada resistencia, se avino finalmente a someterse al invencible soberano del Cuzco. Los Incas aliaron sus linajes con los príncipes nativos e iniciaron su lenta obra de sometimiento y absorción, que esos yungas hallaron tolerable por los beneficios de paz y de trabajo que les supusieron.

El valle del Chimú, centro de la faustuosa corte indígena, era un próspero vergel circundado de chácaras y huertas, con sus montes de molles, magueyes y algarrobos y sus tupidos chilcales. Plantas que en lengua nativa o en idioma castellano se conocen con los nombres de romero, salvias, verbenas, angusachas, achiras, altamisas y arrayanes, poseían magníficas virtudes curativas. Las frutas no eran menos abundantes a la vez que sabrosas: la chirimoya, tenida como el fruto más delicado de América; la palta, nutritiva manteca vegetal que aunque nunca acomodó al recién llegado, fué a poco objeto de su más cara predilección; la lúcuma, áurea y cálida; las huabas o pacaes, verdes estuches de blancos y perfumados algodones; los tumbos y las cerezas de la tierra, refrescantes en la ardentía del desierto. En la fauna de la región, las garzas flamencas, los patos reales y las gallinetas coronadas ponían notas de color y gracia en las lagunas y sembrados. Bandadas rumorosas de bandurrias, torcaces, gorriones, jilgueros, chiscos y chirotes alegraban con sus

cantos y sus trinos la cotidiana labor del agro. En las cercanas costas los peces más exquisitos, corbinas, salmonetes, lenguados y tramboyos y los regalados congrios y peje-sapos, daban fácil y sustancioso alimento a los moradores y servían de temas totémicos estilizados en sus mitos ancestrales.

La lucida y férrea tropa castellana, dominadora de los hombres y los elementos, hizo un alto al pie del valle prodigioso y resolvió afincarse en él para, sobre solares imperecederos, formar una ciudad, alivio de caminantes en la dilatada gobernación de la Nueva Castilla.

La pre-fundación de la villa de Trujillo.

Señalado el lugar, en el punto llamado Chanchán, para fundar una nueva población española, Diego de Almagro designó teniente de gobernador y justicia mayor de la comarca chimú a Martín de Estete, con ia facultad de trazar la población y de nombrar su primer y provisional cabildo municipal. Quedó resuelto que la villa se llamase Trujillo, en recuerdo y homenaje a la ciudad natal, en Extremadura, de Francisco Pi

zarro.

Estete, con no menos de cincuenta españoles, por uno de los últimos meses de 1534, se asentó en la región. Primera mujer pobladora de la villa fué su mujer Doña María de Escobar, que ostentaba entonces la madura lozanía de sus treinta y seis años y a quien incorporamos a la historia como primera fundadora de Trujillo. Consta que Estete acometió los esbozos preliminares de la población y que designó las autoridades municipales, cuyos nombramientos fueron aprobados.

Al comenzar el año 1535 Pizarro se dirigió hacia el valle del Chimú para realizar la solemne fundación de la villa, que se verificó, con las ceremonias usuales, el día 5 de Marzo. Mantuvo en la autoridad de teniente de gobernador a Estete y designó el cabildo del año que comenzaba:

"Como padrón de su famosa cuna,
de la ilustre Trujillo por memoria,
(Ciudad a quien apenas habrá alguna
que pueda competir su eterna gloria).
En la planta que más juzgó oportuna,
otra erige, del tiempo alta victoria;
pues sólo al que el modelo dió tal nombre,
copia le pudo hacer de tal renombre".

(Pedro Peralta, Lima Fundada).

Primeros Alcaldes de la población, en 1534, fueron Rodrigo Lozano y el Capitán Blas de Atienza. De Lozano y de su actuación en la conquista del Perú poco se sabía hasta que Raúl Porras Barrenechea escribió su biografía. Según ella, debió nacer en España hacia el año 1505.

Jiménez de la Espada afirma que fué natural de Salvatierra de Badajoz e hijo de Gonzalo Pérez Lozano y de María Méndez. Actuó primeramente en Nicaragua. Fué con Francisco Hernández de Córdoba hacia Guatemala donde se batió valientemente saliendo herido en una pierna. Por aquella época solía pasar los ríos a nado, tomar atalayas y en el pueblo de Tuculúa recibió un flechazo porque en el ardor de la lucha se apeó del caballo y arengando a sus compañeros se metió con espada y adarga entre los indios. Fué poblador de Panamá y en Natá tuvo repartimiento de indios. Después de haber actuado en la conquista de Nicaragua decidió pasar al Perú acompañando a Hernando de Soto, con quien llegó a la isla de la Puná. Siguió con Pizarro hasta la ciudad de San Miguel, a cuya fundación debió asistir. Allí obtuvo permiso para regresar a Nicaragua a buscar a su mujer e hijos, lo que le privó de actuar en Cajamarca y de participar en el botín de Atahualpa. Luego regresó a San Miguel, de cuyo Cabildo fué regidor en 1534. Acompañó a Almagro a Quito y participó en los tratos con Don Pedro de Alvarado. De regreso de Quito, quedó en el valle del Chimú para iniciar con Estete la formación de la nueva villa de Trujillo, de cuyo Ayuntamiento fué regidor perpetuo. Recibió en encomienda los indios de Guañape y Chío. Producido el alzamiento del Inca Manco II, se embarcó con su familia para el Istmo de Panamá, por lo que Pizarro le quitó sus indios y se los dió a Melchor Verdugo. Vuelto a Trujillo, recupera sus tierras que Pizarro se las da recordando su antigua amistad en Tierra Firme. Recibe en encomienda al cacique Huamán. A la llegada de la Gasca parte con Diego de Mora, Blas de Atienza, Rodrigo de Paz, Francisco de Fuentes, Lorenzo de Ulloa y otros vecinos de Trujillo a unirse a los leales al Rey. El Contador Agustín de Zárate en su Historia del descubrimiento y conquista del Perú. declara que la principal relación de su libro, en cuanto al descubrimiento de la tierra, se tomó de Rodrigo Lozano, vecino de Trujillo.

Blas de Atienza, el otro primer Alcalde de Trujillo, fué ilustre guerrero en Tierra Firme. Militó en el Darién a órdenes de Vasco Núñez de Balboa y fué con él en la expedición destinada a descubrir el Mar del Sur. Balboa después de divisar desde lo lejos el océano, despachó tres comisiones, dirigidas por Francisco Pizarro, Juan de Escaray y Alonso Martín de Don Benito. Esta última, en la que iba Atienza, tuvo la fortuna de ser la primera en llegar al mar, por haberle tocado el camino más corto. Alonso Martín halló canoas en la playa, dejadas allí por los naturales, y, echando una al agua, se lanzó a la vasta masa marina exclamando con voces estentóreas que era el primer español que surcaba la Mar del Sur. Siguióle Atienza en otra canoa, proclamando que él adquiría la gloria de ser el segundo. Cuando Pizarro vino a la conquista del Perú, le acompañó Atienza con el cargo de contador de la expedición. Según la discutida narración de Garcilaso, fué uno de los doce españoles que se atrevieron a protestar contra la sentencia y suplicio del Inca Atahualpa. Estuvo después con Almagro en Quito, por quien firmó en las

[ocr errors]
« AnteriorContinuar »