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actas de fundación de las ciudades de Santiago y de San Francisco. Vecino ya de Trujillo y dueño de la valiosa encomienda de indios de Collique, en Saña, parece que fué él quien primero sembró la caña de azúcar, siguiendo la huella de su deudo Pedro de Atienza, que la introdujo en América. Hija suya, nacida en Trujillo, fué la bella y desventurada Inés de Atienza, viuda de Pedro de Arcos y romancesca compañera de Ursúa en el descubrimiento del río Amazonas, asesinada cruelmente por el feroz tirano Lope de Aguirre. De Doña Inés de Atienza dice un historiador de la época que era “la más bella dama que en Perú quedaba, a dichos de cuantos la conocieron". Y Juan de Castellanos, en sus Elegías de Varones Ilustres de Indias, agrega:

"La bella Doña Inés era la dama
que tuvo con razón nombre de bella,
si fuera con resguardo de la fama
que debe resguardar toda doncella.
A quien el buen Ursúa mucho ama,
siendo no menos él amado della;
y como bien querer importunase,
acabare con él que la llevase".

Dicese, aunque ello es muy discutible, que los Regidores del primer Ayuntamiento de Trujillo fueron Alonso de Alvarado, Vítores de Alvarado, García de Contreras, Diego Verdejo, Pedro Mato, Pedro de Villafranca y Diego de Vega. Los Alvarados eran deudos del conquistador de Guatemala Don Pedro de Alvarado, y uno de ellos, el nombrado Alonso, alcanzó el grado militar de Mariscal y tuvo intensa y prominente actuación en las guerras civiles del Perú, señalándose siempre por su obstinado orgullo y su inquebrantable lealtad al Rey. Lo que sí podemos afirmar es que al paso de Almagro por Trujillo quedaron con Martín de Estete, para poblar la futura villa, los siguientes españoles: Cristóbal Barba, Cristóbal Barrientos, Hernando de Chaves, el clérigo Diego Fernández, Francisco Hernández de los Palacios, García Holguín, Diego Verdejo, Pedro de Villafranca y Lorenzo de Ulloa.

Cristóbal Barba pasó de España a la provincia de Cartagena de Indias, en cuya conquista estuvo varios años. Siguió al Perú, quedándose en Trujillo, como se ha dicho. A poco marchó con Almagro al descubrimiento de Chile y de regreso al Cuzco siguió a Buenaventura, Río San Juan, Barbacoas y Bahía de San Mateo. Partidario del Virrey Núñez de Vela, Gonzalo Pizarro lo capturó e hizo conducir a Panamá. Después de servir al Licenciado la Gasca, en 1562 residía en la ciudad de la Plata.

Francisco Hernández de los Palacios llegó al Perú en el año 1534, estuvo con Almagro en la segunda fundación de la ciudad de Piura y realizó allí con el Capitán Juan de Soto una expedición en castigo de unos negros cimarrones. Quedó en Trujillo con Estete y con él paso a la provincia de Cinto a combatir a ciertos indios sublevados. Luego de acom

pañar a Almagro a Chile pasó a Quito, hallándose en la pacificación de los indios Pastos. Actuó contra Gonzalo Pizarro y contra Francisco Hernández Girón. En 1561 residía en Lima, donde el Virrey Conde de Nieva le señaló 600 pesos de renta, la que le fué ratificada por el Virrey Toledo. Acompañó a Núñez de Vela en Añaquito y a la Gasca en Jaquijahuana. Fué alguacil mayor de la ciudad de Quito, en la época de la sublevación de Hernández Girón, y Corregidor de Piura.

Diego de Vega, llegado a Jauja en 1534, fué el primero que trajo la noticia de la invasión de Don Pedro de Alvarado.

Otros de los iniciales y señalados pobladores y vecinos de Trujillo fueron Melchor Verdugo, García Holguín, Diego de Mora, Juan Roldán de Avila y Lope Ortiz de Aguilera. Verdugo, participante en la captura de Atahualpa, recibió valiosos depósitos de indios en Cajamarca y en el valle del Chimú. Había nacido en Avila, Castilla, y vino al Perú con la tercera expedición descubridora de Pizarro. En la rebelión de Gonzalo Pizarro cúpole significativa actuación, pues como amigo y coterráneo del Virrey Núñez de Vela, levantó en Trujillo bandera por el Rey. Fracasados sus propósitos, en desatinada aventura se embarcó en un galeón con treinta y tres hombres y, corriendo la costa y hostilizándola, llegó hasta Nicaragua. Perseguido por el Capitán Alonso Palomino hubo de abandonar la nave y pasar al Atlántico por el desaguadero del río Nicaragua. Continuando sus locas correrías por el Mar Caribe, se apoderó de otro barco y tomó posesión de la ciudad de Nombre de Dios, que luego tuvo que dejar. Ya antes, cuando las alteraciones de Almagro el Mozo, Verdugo levantó una fortaleza en Cajamarca y con cuarenta hombres esperó a los adversarios, que nunca llegaron. Ducho en las artes de la dádiva y el soborno, obsequió al Virrey Don Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, a su paso por Trujillo, una linda yegua blanca llamada La Perla, un negro de servicio y un toldo muy rico de cumbi, que valdría todo mil pesos de oro. Don Felipe de Mendoza, hijo del virrey, posó con sus criados, en el mismo Trujillo, en casa de Verdugo, siendo sostenido durante más de un mes. Al nombrado Don Felipe y a su hermano Don García, que años después fué también virrey del Perú, hizo magníficos presentes y agasajos, con lo que consiguió ganar el pleito que sobre una encomienda de indios tenía con García Holguín. Verdugo fué casado con la hermosa y opulenta Doña Jordana Mejía, una de las primeras y principales vecinas de Trujillo, que realizó segundo matrimonio con el Caballero de la Orden de Alcántara Don Alvaro de Mendoza y Carbajal, Gobernador de Popayán y Ancerma, en el Nuevo Reino de Granada.

García Holguín, que llegó como piloto en la flota de Pedro de Alvarado, estuvo con Hernán Cortés en el famoso sitio de México. Cupo a este fundador de Trujillo el suceso más extraordinario y hazañoso de la conquista del Imperio Azteca. El Capitán Gonzalo de Sandoval había lanzado en la laguna de México tres bergantines con el desesperado pro

pósito de capturar al Rey Cautémoc o Guatimozín. García Holguín, que era el comandante de uno de los barcos, el más suelto y velero, logró alcanzar y hacer prisionero al valiente monarca indio y a sus principales capitanes, “en trece de Agosto, a hora de vísperas, en día de Señor San Hipólito, año de mil quinientos y veintiún años, gracias a Dios Nuestro Señor Jesucristo y a Nuestra Señora la Virgen María". García Holguín era natural de Cáceres, en España, obtuvo las ricas encomiendas de Santa y Huambacho y fué teniente de gobernador en Trujillo en el año 1536 a la muerte de Martín de Estete. A García Holguín se le ha confundido con otro afamado capitán de la época, Perálvarez de Holguín; pero consta que éste murió en la batalla de Chupas, y que nuestro héroe, a quien individualizamos y reivindicamos, hizo distribución de encomiendas en el valle del Chimú y alcalzó a vivir hasta la larga edad de los ochenta años. Diego de Mora, cuya biografía es conocida, encomendero del valle de Chicama, fué el primero que hizo ingenio de azúcar en el Perú y el primiero que para el trato y comercio de su mercancía formó bodega en el puerto del Callao.

Vecinos inmediatamente posteriores de Trujillo fueron Juan de Barbarán, soldado de Cajamarca y fiel amigo de Francisco Pizarro, que obtuvo el repartimiento de Lambayeque; el Capitán Francisco de Fuentes, primer encomendero de Payján, cuya hija Juana de Fuentes casó con Lorenzo de Cepeda, hermano de Santa Teresa de Jesús; y el Capitán Alonso Félix de Morales, que militó en el Darién, participó en Cajamarca y a quien se adjudicó el pueblo de Saña. Como Lima, el Cuzco y Arequipa, Trujillo también contó entre sus primeros vecinos a un soldado de los 13 gloriosos de la Isla del Gallo: a Domingo de Soraluce.

La villa de Trujillo, elevada dos años después a ciudad, debió así su nacimiento a Martín de Estete y a su esposa Doña María de Escobar, que fueron sus más remotos pobladores, los que echaron sus cimientos fundamentales, dictaron las iniciales medidas de gobierno y organización civil y afirmaron la perennidad de aquel noble solar formado con la sangre de ilustres capitanes extremeños y castellanos viejos libres de morería.

El prodigioso tesoro de la Huaca del Sol.

En el valle del Chimú, para sus sepulturas y ritos funerarios, los príncipes y dignidades indígenas construían huacas, o montículos a modo de hipogeos, sobre templos y palacios, en los que guardaban ricos tesoros. Hasta hoy son conocidas, y han sido objeto de ávidas excavaciones y valiosos hallazgos, las huacas de la Concha, de la Misa, del Obispo, la del Peje Chico o de Toledo, y lueñe y persistente tradición afirma que en sitio todavía desconocido se halla la del Peje Grande, que supera a todas en maravilla.

En el año 1535 el siempre afortunado Miguel de Estete, por noticia

secreta de un cacique de la región, encontró el Templo del Sol, construído según la leyenda en tres días por doscientos mil indios, del que extrajo un gran tesoro de piedras preciosas, oro y plata, que avaluaron sus contemporáneos en cien mil pesos, y una gran silla de oro macizo, ornada de perlas, reliquia real que fragmentó para convertirla en barras fundidas de valor circulante.

A poco del feliz hallazgo de Estete llegó al Perú el Obispo Tomás de Berlanga a delimitar las gobernaciones de Pizarro y de Almagro, o sean la Nueva Castilla y la Nueva Toledo, y a hacer ciertas pesquisas sobre la obtención de los quintos correspondientes a la corona real. Uno de los capítulos de la pesquisa inquiere a Pizarro sobre el descubrimiento de la mezquita hecho por el Teniente de Gobernador de Trujillo Martín de Estete, cuyo tesoro fué ocultado para liberarlo de las participaciones oficiales. "Mucho atrevimiento -dice el Obispo fué el de Estete de haber deshecho, como deshizo, la silla de oro y perlas, por ser pieza tan señalada, antes que los Oficiales del Rey la vieran, porque fuera bueno que tal pieza como aquella se tomara para Su Majestad, porque era pie. za que viéndola los embajadores ó personas de otros reinos estimaran mucho más a esta tierra, demás de que dicen algunos que tenía otras piedras de valor”. Pizarro, con sus cautelas y evasivas, respondió al buen Obispo -que hubo de marcharse, mohino y desairado, a su diócesis de Guatemala- que sobre sus dichos y particulares se harían adecuadas informaciones y cuanto más conviniera al servicio de Su Majestad.

La huaca del Peje-Chico que en el año 1537, a indicación de otro cacique, descubriera García Gutiérrez de Toledo, produjo sólo por razón de quintos al Rey más de cien mil castellanos de oro. De otra huaca menor, llamada la Tasca, extrajo un Escobar Corchuelo más de seiscientos mil pesos. Cierto español, según Llano Zapata, encontró un sepulcro de plata que vendió en cincuenta mil castellanos de oro. “Pero menta Fray Reginaldo de Lizárraga—, “no sé qué tenía aquella plata, que ninguno la gozó: fuéseles como el humo❞.

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El nombrado historiador Oviedo que, implacable, siguió las huellas de Estete, dice de él que: "fuése al Perú, donde fué muy rico, y al tiempo que más tuvo de esos bienes de fortuna, fué á dar cuenta de sus obras a la otra vida, dejando a su mujer, Doña María de Escobar, cargada de oro y plata y joyas". “Así —añade que este fin tuvo Estete y sus dineros, que según he oído afirmar á personas de crédito, eran más de cuarenta mil pesos en oro y plata lo que dejó cuando abandonó esta vida y pasó á la otra, donde está. Plegue á Dios que esté á salvo de las penas infernales”.

Muerte de Estete y segundo matrimonio de Doña María de Escobar.

Quiere una generalizada y arcaica leyenda popular que los profanadores de tumbas regias mueran sin gozar de los tesoros encontrados.

Los antiguos peruanos llamaban umpe a la enfermedad, ineluctable, que se apoderaba de tales profanadores y que los hacía morir por anonadamiento o consunsión.

Martín de Estete falleció a poco de su feliz hallazgo de la mezquita. Doña María de Escobar abandonó entonces la villa de Trujillo, en 1536, y se avecindó en la naciente Ciudad de los Reyes o de Lima. Luego, a los cuarenta años de su edad, contrajo segundo y proporcionado matrimonio con el Capitán Francisco de Chaves, hidalgo oriundo, como Francisco Pizarro, de la ciudad de Trujillo de Extremadura. En el año 1520 pasó a la Nueva España o México y en 1524 acompañó a Don Pedro de Alvarado en la fundación de Santiago de Guatemala, donde se asentó como vecino y recibió solar para su casa. Asistió luego, con Diego de Mazariego, a la fundación de Villa Real de Chiapa, de cuyo primer Cabildo fué regidor. Estando en San Miguel de Piura, en 1536, fué llamado por Pizarro para que lo auxiliase en la defensa de Lima, que había sido sitiada por las huestes de Manco II. Su acción en esa oportunidad fué principal y valerosa. Amigo y favorito de Pizarro, fué Teniente de Gobernador de la Ciudad de los Reyes entre los años 1537 y 1539. Existe una carta de Chaves al Rey de España en la que pide que le sean devueltos a su mujer Doña María de Escobar los tesoros hallados por Martín de Estete en Trujillo, en atención a los buenos servicios prestados por aquél y por el propio peticionario, dinero de los que se descontarían los quintos pertenecientes a la corona.

Establecida en Lima Doña María de Escobar, fué desde los primeros años de la ciudad una de las vecinas principales y más acaudaladas. El cronista contemporáneo Zárate dice que era Francisco de Chaves el segundo hombre en cuanto a importancia, después de Francisco Pizarro. Las casas que habitaba Doña María —casas algo fuertes, dice otro cronista― estaban situadas frente al Convento de Santo Domingo, en la plazuela, todavía subsistente, que durante dilatados años se llamó Plaza de Doña María de Escobar. Huerta de Doña María de Escobar se denominó en el siglo XVI la que poseyó en el área de terreno donde estuvo luego el Colegio de San Martín, huerta que fué urbanizada.

Las damas más connotadas de Lima por los años de 1537 a 1541 que corresponden a los del matrimonio de Doña María de Escobar con el Capitán Francisco de Chaves eran ella, Doña Elvira Dávalos, Doña Inés Muñoz, Doña Luisa de Garay, Doña Francisca Jiménez, Doña Inés Bravo de Lagunas y Doña María de Lezcano, esposas, respectivamente, de Chaves, y de los conquistadores Nicolás de Ribera el Viejo, Francisco Martín de Alcántara, Diego de Agüero, Sebastián de Torres, Nicolás de Ribera el Mozo y Juan de Barbarán. Compusieron esas damas nuestra primera sociedad criolla. Dentro de su espectable situación, Doña María de Escobar fué madrina de bautismo de varios de los primeros y principales vástagos limeños, entre ellos de Martín de Ampuero,

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