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ésas las orientaciones que siguió el presbítero José Joaquín de Larriva, catedrático de Geografía, Cronología e Historia en el Convictorio de San Carlos; y de ellas tenemos un revelador ejemplo en su Curso de Geogra· fía Universal de las cinco partes del mundo, conocido hoy a través de un capítulo (3), consagrado a estudiar el aspecto físico, la organización política y el desenvolvimiento histórico del Perú. Ofrece una ordenada relación de los sucesos acaecidos desde el descubrimiento del Océano Pacífico; y sólo incidentalmente alude a hechos de la época incaica, al mencionar tradicionales locales, permitiendo inferir que el autor atribuye carácter legendario a los tiempos prehispánicos. De la cronología toma el ordenamiento y la escueta mención de los hechos, imponiendo la explicación de éstos por sus antecedentes. Y como no considera la lucha de los hombres contra las dificultades de la naturaleza, ni el desarrollo de las tareas administrativas, ni las formas de la vida social y cultural, su consulta no proporciona una visión del proceso formativo del país.

La Historia y la Geografía eran entonces definidas como “ciencias de hechos", y cualquier reflexión acerca de su contenido era relegada a otras disciplinas. A la moral, si afectaba a la conducta de los grandes personajes; a la literatura, si se trataba de alguna anécdota; a las relaciones de viajes, si debía ponerse el énfasis en las costumbres y el paisaje; o a los proyectos de empresas, si debía abordarse la aplicación de los recursos naturales. Es lógico, por tanto, que su enseñanza careciera de consistencia y unidad, y que durante largo tiempo se solicitase la implantación de su estudio autónomo. Por ejemplo: el "plan" que la Comisión de Instrucción Pública sometió a la consideración de la Cámara de Diputados, en 1829 (4), no menciona separadamente a la Historia, pero juzga necesario ilustrar con sus informaciones el desarrollo lectivo de otras materias: el latín debía estudiarse en textos seleccionados de Julio César, Tito Livio, Cicerón y Plinio, a cuya exacta comprensión se tendería mediante las nociones pertinentes de mitología, historia y geografía; el francés debía ser explicado a través de la lectura del Discours sur l'Histoire Universelle, compuesto por el célebre obispo de Meaux para la educación del príncipe que heredaría el trono de Luis XIV; y para la enseñanza de la Historia Sagrada se consultaría paralelamente la versión española de la "vulgata", preparada por Felipe Scio de San Miguel, y la cronología de los tiempos antiguos. Aquel mismo año 1829, la Comisión de Educación Pública de la Junta Departamental de Lima elevó a la Cámara de Senadores un meditado "plan de educación común”, en

(3) Editado, con adiciones pertinentes a los hechos históricos ocurridos después de la muerte del autor, acaecida en 1832- y arreglos de Juan Antonio Alfaro (Lima, Imprenta del "Comercio", por J. Monterola, 1848). Lo reprodujo el corone! Manuel de Odriozola en su Colección de Documentos Literarios del Perú: Tomo II (Lima, Tipografía y Encuadernación de Aurelio Alfaro, 1864), pp. 231-282.

(4) La Comisión de Instrucción Pública y Beneficencia de la Cámara de Diputados estaba constituída, en 1829, por Pascual Antonio Gárate, José Feijóo Miguel de los Ríos y Ramón Dianderas. El plan que elaboraron fué editado aquél mismo año en la Imprenta de la Instrucción Primaria, administrada por J. S. León.

el cual se sugiere la conveniencia de preparar "catecismos" de historia antigua y moderna, para su uso en las escuelas, y se recomienda establecer cátedras de historia profana e historia eclesiástica, con la renta destinada en las universidades a la casuística y peligrosa enseñanza de los decretos canónicos.

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Debe reconocerse, sin embargo, que la ausencia de una exposición sistemática de la Historia no implicaba la subestimación de su importancia. Antes bien, se la puede tomar como el contradictorio resultado de su presencia en las especulaciones de diversas ramas del conocimiento. Se juzgaba que sus luces ayudan a comprender la inspiración edificante de la religión, el valor de las obras clásicas y los fundamentos de la ciencia. Pero aún se miraba los viejos textos con un respeto incondicional, sin someter sus informaciones y sus juicios a la criba del análisis, y se reducía el aprendizaje de la Historia al esclarecimiento de las alusiones que en ellos resultasen oscuras. Su autoridad estaba condicionada a la prestancia personal del autor, a la sugestión heroica o moral de su relato, o a la calidad literaria de su estilo; no se apreciaba que los puntos de vista subjetivos, o la credulidad para acoger versiones indirectas, podían ocasionar deformaciones de la verdad; y, lógicamente, se creía que el conocimiento del pasado podría sustentarse en la consulta y la comprensión de esos textos venerados. En efecto, adviértase con cuánta claridad se encarece este aporte esclarecedor de la Historia en la exposición que antecede al ya citado "plan" de la Comisión de Educación Pública de la Junta Departamental de Lima (5):

Si existe [cátedra] de Escritura, es indispensable auxiliarla con la historia relativa a los tiempos, a los usos, a las costumbres, a los hechos a que ella tiene relación. Desde el Génesis se hace notable esta necesidad a cualquiera que haya recorrido algunas cuestiones o exámenes escriturísticos para explicar los jeroglíficos u otros monumentos de Egipto y otras naciones -en orden a la antigüedad del mundo, el cómputo de los años egipcios cuyas ciencias aprendió Moisés, la Cronología de los tiempos, etc.; y ella crece sucesivamente hasta el Apocalipsis que, si encierra más misterios que palabras, nadie lo ha procurado entender sin el estudio de la historia, que se alarga según las épocas de los escritores, como lo acredita Pastorini, tan juicioso en sus verificaciones, mientras le alumbró la antorcha de la historia, y tan frívolo como los milenarios antiguos y modernos, desde que quiso romper el velo de lo futuro. Pero ¡cuánto conduce, para explicar las leyes de Moisés, la historia de las costumbres! ¡Cuánto, para exponer el cumplimiento de las profesías,

(5) La Comisión de Educación e Instrucción Pública de la Junta Departamental de Lima estuvo integrada, en 1829, por José Manuel Salas, José Ignacio Moreno, Mariano Esteban de la Llosa, Antonio Camilo Vergara, Pedro de la Quin. tana, Marcelino Hurtado y F. Cipriano Giyenet. El plan que elaboraron, y su correspondiente fundamentación, aparecen en Documentos Históricos del Perú, colectados por el coronel Manuel de Odriozola: Tomo IX (Lima, Imprenta del Estado, 1877), pp. 243-269.

la noticia de los acontecimientos que fueron el último convencimiento de San Justino! Ciertamente que Eusebio Cesariense y Josefo no cesan de alumbrar a cada paso a los expositores sagrados. Las obras del primero, especialmente el Cronicón que San Gerónimo no dudaba llamar Historia general de los tiempos; la de la preparación evangélica, que Escaligero llama obra hercúlea, para la que fué preciso escudriñar todas las bibliotecas egipcias, fenicias y griegas; y la Historia Eclesiástica, pueden llenar todos los objetos de esta cátedra. Pero quien vea cuánto estudio ha hecho Du Clot en la Historia, en la Geografía, en los viajeros, y en las ciencias naturales, para contestar a Voltaire y a otros filósofos semejantes, ya no dudará un momento de la necesidad de estos auxilios, para que pueda ser digna la exposición de las escrituras sagradas.

Y por iguales razones estimábase indispensable la aplicación de la Historia a los estudios literarios (6).

Muchas odas de Horacio, la Eneida de Virgilio, no aparecerán [a los ojos de los estudiantes] más que como hacinamiento de palabras; los conceptos que ellas expresan no pueden descubrirse por la simple vista a través de tantos años, sino auxiliada por el anteojo de la Historia.

Es decir que la Historia era adscrita a otras disciplinas, en atención a la forma como estudiaba los hechos pasados o según las luces que ofrecía al especial desenvolvimiento de ellas. Y esta doble dispersión, que implicaba la atribución de valores esencialmente históricos a la vida y la obra del hombre, obstruyó la visión integral del contenido y las proyecciones de la Historia, y, por ende, la unidad de su exposición didáctica.

Lógicamente, no se pudo definir con exactitud la ubicación que corresponde al estudio del pasado en el cuadro general de los conocimientos humanos. Y no ha de extrañar que, a la manera clásica, se considerase aún a la Historia entre los géneros literarios y se invocase en su favor el sereno auxilio de la musa helénica. Tácitamente lo dice José Pérez de Vargas en un poema didascálico (7), al establecer que su estricta sujeción a la verdad priva a esta ciencia de la libertad que impulsa el vuelo de la poesía, y de la elocuente altivez con que suele revestirse la oratoria:

Más modesta la Historia en sus adornos,

con no inferior decoro se propone

perpetuar constante y verdadera

de los pasados siglos la memoria,
y los sucesos más esclarecidos

a la posteridad fiel trasmite.

(6) Cf. en Mercurio Peruano: Tomo III, No 58; Lima, 25 de julio de 1832. (7) Versión parafrástica del poema latino, compuesto para ser leído durante la ceremonia inaugural de año académico de 1844, en la Universidad Mayor de San Marcos. Lima, Imprenta del "Comercio", por J. M. Monterola, 1844.

Y luego, con más detenimiento, expresa su gusto por la recreativa amenidad de algunas relaciones históricas; insiste en la conveniencia de puntualizar en cada hecho el tiempo, el lugar y los personajes, a fin de evitar la confusión de sus circunstancias; limita la tarea del historiador al esclarecimiento de cuanto apareciese incomprensible en las fuentes escritas; y exalta la trascendencia moral que debe conferirse al recuerdo del pasado. Sus palabras son las siguientes:

Conviene proponeros un descanso

con que alternéis las horas, y la mente
de un estudio contínuo fatigada

se divierta con fruto. Leed los hechos
de los héroes, que viven en la Historia
a pesar de la envidia y de los siglos.
¡Qué inmenso campo se divisa en ella
por donde discurrir, donde un tesoro
de erudición cada época presente!
Mirad reinos, repúblicas, imperios
tocar la cumbre del poder, del fausto,
y abismarse de nuevo en sus ruinas.
Admirad en Cartago al Africano,
en Roma a César, a Catón, a Curcio,
y a mil otros valientes ciudadanos
que ser y nombradía dieron al pueblo
señor del Universo; os pasme el vuelo
de las soberbias águilas latinas
y de bárbaros reyes triunfadoras,
y pueblos y naciones. Ved si Codro
vivió en tiempo de Príamo; si fué Numa
contemporáneo de Antenor; si Aquiles
nació en Tesalia o Tiro; sobre todo
la Historia recorred; ella os advierta
si reinó Ulises en Asia, o Nino
en Itaca; si Turno en las batallas
animaba a los licios escuadrones,
u Oronte a los rútulos. Os muestre
la Geografía si el Nilo con sus aguas
baña de Roma la campiña, o el Tíber
llega a inundar los farios obeliscos.

Y, al volver hacia atrás la vista a tantos
héroes antiguos, y remotos pueblos,
evitad el equívoco en los nombres,
en la patria, en los tiempos y lugares.
El criterio, la crítica, el estudio

aclaren lo que el tiempo ha oscurecido.

Si pasáis de lo serio a lo jocoso,

y en la Mitología véis un enjambre
de dioses, semidioses y centauros,
¿podréis acaso contener la risa
o dejar de llorar tanto delirio

de la humana razón? ¿Creeréis que Jove

transformado se hubiere en blanco cisne,

en toro, en hombre, en fiera, en oro, en fuego
y en caprichosas mil otras figuras?

¿Que con su lanza y égida Minerva

de su cerebro haya nacido y Venus

de la espuma del mar? ¿Que de la tierra

saliesen ios gigantes, y existieran

faunos con pies de cabra, y Diana a un tiempo

tres diferentes formas reanudara?...

Mas ¿a dónde voy yo?... ¿Por qué excederme

si a cada paso hallamos semejantes
fábulas e invenciones, que ignorarlas

fuera una imperfección, más que locura
darles el menor crédito; se indague,
el sentido alegórico que encierran,
se deteste lo que propende al vicio

y lo que aplaude la virtud se aplauda.

Tanto sus nociones acerca de la Historia, como de la forma y los fines de su enseñanza, envuelven una cabal expresión de las orientaciones de la época. La concibe como una restauración de los hechos pasados, cuya eficacia está determinada por la correcta sucesión cronológica y la exactitud en la mención de lugares y personas; cuyo íntimo conocimiento es particularmente seguro si la atención se aplica a la glosa de los textos autorizados por su vetustez; y a través de la cual se obtienen figuras y argumentos para la elocuencia, lenitivo para la fatiga y las preocupaciones de la vida cotidiana, y ejemplos propicios para la formación del carácter. Pero implícitamente sugiere que sólo la verdad favorece la educación y la recreación del hombre, y desacredita la ficción como ejercicio de la inteligencia. Podemos suponer también que, al lado de la mitología, José Pérez de Vargas debió desacreditar las novelas de caballería en sus clases de retórica, según lo hiciera el Consejo de Indias en el siglo XVI, al justificar la prohibición de su lectura en América—, pues ellas admitían como posibles las más extremosas concepciones de la fábula e inducían a confiar en la existencia de poderes que la razón no acepta. En cambio, la Historia debió cautivar su afecto, porque opone la verdad a la fantasía y satisface los ideales éticos de la educación.

Corría el año 1844, y aún debían sucederse otros hechos de capital significación para el desarrollo de los estudios históricos. Mencionaremos, ante todo, la definitiva entronización de la Historia entre las materias designadas para la enseñanza en el Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe, cuando Sebastián Lorente asumió el rectorado del plantel (8). Dicho año introdujo el insigne maestro dos cursos, sobre Historia de Oriente e Historia de Roma; al año siguiente, la Historia de Grecia; en 1846, la Historia Eclesiástica y la Historia de la Edad Media; en 1847,

(8) Cf. Anales del Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe. Tomo I. Lima, Librería Escolar e Imprenta de E. Moreno, 1902.

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