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ilustre mestizo, hijo de Francisco de Ampuero y de Doña Inés Huaylas Yupanqui, nieta del Inca Huayna Cápac.

Algunas noticias asignan a Doña María de Escobar el preciado privilegio de haber sido la primera introductora del trigo en el Perú. En recuerdo de ella existe actualmente una variedad de trigo, muy fuerte y resistente, que lleva su nombre. Otros cronistas atribuyen ese privilegio a Doña Inés Muñoz y alguien lo refiere a la morisca Beatriz, que -dícese asistió a la jornada de Cajamarca y captura de Atahualpa. Lo cierto es que fueron las primeras mujeres españolas vecinas de Lima las que en sus huertas y heredades iniciaron y propagaron los cultivos de distintas plantas traídas de Castilla.

El día 26 de junio de 1541 los partidarios de Almagro el Mozo, capitaneados por Juan de Herrada, asaltaban la casa del Gobernador Francisco Pizarro. Este, con un grupo de amigos, se hallaba de sobremesa. A los voces dadas por los criados de que los de Chile venían a matar al Marqués, Francisco de Chaves fué enviado a cerrar una puerta a fin de detener a los asaltantes y de permitir la defensa. La actitud de Chaves en ese momento resulta discutible dentro de las versiones existentes sobre el asesinato de Pizarro. Parece o que no cumplió con cerrar aquella puerta o que antes bien la abrió y que trató de entablar conversaciones con los conjurados. Al verse atacado, dícese que profirió estas palabras: "¿A los amigos también?". El conjurado Arbolancha asestó mortal estocada a Francisco de Chaves, cuyo cuerpo rodó por las escaleras que conducían a la recámara de Pizarro. Así quedó viuda por segunda vez Doña María de Escobar.

Doña María de Escobar coautora de la rebelión contra el primer Virrey del Perú.

El año de 1544 entraba a Lima el primer Virrey del Perú, Blasco Núñez de Vela, ante la consternación de los habitantes de la ciudad. Hombre díscolo y obstinado, el virrey llegaba con el resuelto propósito de hacer cumplir las nuevas leyes dictadas por el Emperador Carlos V en favor de los indios. Disponían ellas que los indígenas serían libres, que estaba prohibido aprovechar sin paga de su trabajo, que los españoles encomenderos de indios que hubiesen participado en las guerras civiles entre Pizarro y Almagro quedaban de hecho desposeídos de sus encomiendas. Esta última disposición venía a comprender a la mayoría de los señores feudatarios del Perú.

La agitación en Lima y en el Cuzco fué ostensible. El Cabildo de esta última ciudad designó por procurador de los encomenderos a Gonzalo Pizarro, cuya figura y espíritu liberal eran muy populares. Cuando a poco de la llegada del virrey se presentaron también en Lima los jueces de la primera Real Audiencia nombrada para el Perú -que ya desde Panamá estaban en pugna con Núñez Vela- los vecinos feuda

tarios se les unieron. Entre los oidores se contaba el Licenciado Diego Cepeda, abogado versado y astuto, espíritu intrigante y audaz, que hecho amigo muy allegado del connotado vecino Pedro de Ysásaga, fué a habitar a la casa de Doña María de Escobar. Parece que por ese instante Doña María no vivía ya en la plazuela de Santo Domingo, es decir, en el predio que fué de propiedad de Francisco de Chaves. El historiador Rafael Loredo es de opinión que moraba entonces en casas situadas en el barrio donde se situó después la Compañía de Jesús. Lo cierto es que fué en la residencia de Doña María de Escobar, en Santo Domingo o en San Pedro, donde se hizo el centro de la conjuración de los oidores contra el virrey. Una madrugada un grupo de soldados, a favor de la Audiencia, seguido del populacho y aclamado por las mujeres de Lima, asaltaba el palacio del gobierno y, en lucha incruenta, Núñez Vela era hecho prisionero y trasladado, para su debido resguardo, a las "casas fuertes" de Doña María de Escobar, inspiradora y coautora de la rebelión.

Doña María de Escobar "La Romana”.

Embarcado el virrey con destino a España, la Audiencia, bajo la presidencia del Licenciado Cepeda, asumió el gobierno provisional del país y suspendió las nuevas ordenanzas reales. Envió luego un mensaje a Gonzalo Pizarro, que se hallaba en Jauja, para que se sometiese a la autoridad de los oidores y disolviese su poderoso ejército. Pero ya el astuto Cepeda había caído bajo la influencia de Doña María de Escobar,

que estaba en secretas connivencias y prolija correspondencia con Gonzalo Pizarro. Contestó este caudillo a la Audiencia que la voluntad del pueblo era que él se encargase del gobierno y que si los oidores no le daban desde luego la investidura política suprema entregaría la ciudad de Lima al saqueo. Por anticipado envió desde Pachacámac a su terrible teniente Francisco de Carbajal a apresurar sus deliberaciones con los oidores. Carbajal entró una noche a Lima, tomó presos a varios caballeros adversarios de su jefe y los mandó ahorcar. Estas medidas expeditivas movieron a la Audiencia a enviar un nuevo mensaje a Gonzalo declarando que la seguridad del reino y el bien general exigían que se pusiese en sus manos las riendas del gobierno.

El 28 de octubre de 1544 Gonzalo Pizarro hizo su entrada triunfal a Lima, con gran aparato guerrero, ante el clamoreo y los vítores del pueblo; y los jueces de la Audiencia le tomaron juramento proclamándolo Gobernador y Capitán General del Perú. Delante de Gonzalo Pizarro marchaba el estandarte real de Castilla portado por el Maestre de Campo Don Pedro de Portocarrero.

En el año 1546, en que Gonzalo Pizarro era dueño absoluto del Perú, fué hecha una probanza en Lima contra los actos del Virrey Núñez Vela. En ella declara Doña María de Escobar tener cuarenta años de edad, poco, más o menos (debió decir, con más exactitud, cincuenta años);

que vió entrar a la ciudad al virrey y que vió también cuando le prendieron; que el Licenciado Cepeda solía posar en su casa; y que Gonzalo Pizarro tenía el reino pacífico, por lo que todos le querían y le amaban.

Inspiradora y mentora de la conjuración contra el primer virrey del Perú, Doña María de Escobar siguió luego y abiertamente la causa y la bandera de Gonzalo Pizarro, imponiendo en sus partidarios la influencia y la autoridad que le daban su todavía no marchita belleza, su apreciable fortuna y su alto ascendiente sobre los señores feudatarios del Perú. Mujer de espíritu resuelto, forjado en los extraordinarios sucesos que le tocó vivir, su astucia característica para las luchas y las intrigas de la política le ganaron entre los partidarios de Gonzalo Pizarro el sobrenombre de "La Romana", mote con el que ella se complacía y estimulaba y con el que se la quería equiparar con aquellas mujeres fuertes de la antigüedad clásica.

En 1546, vencido y muerto el Virrey Núñez Vela, Gonzalo Pizarro hizo su segunda entrada triunfal a Lima, aclamado como el libertador del Perú. Las riendas del caballo que montaba eran llevadas por dos capitanes que marchaban a pie. A su lado cabalgaban el Arzobispo de la Ciudad de los Reyes y los Obispos del Cuzco, Quito y Bogotá. Desde los balcones, ventanas y terrados de las casas los caballeros y las damas lo saludaban con estentóreos vivas, y las campanas de las iglesias eran echadas a vuelo. Desde Quito hasta las Charcas y Chile, todo el reino reconocía su autoridad, y por el mar dominaba toda la costa del Pacífico, desde Panamá.

Amigo predilecto Gonzalo Pizarro de Doña María con quien tenía vínculos de oriundez- a la que en buena parte debía las hazañas de su empresa y la prometida corona real del Perú, la hizo casar, y eran ya sus terceras nupcias, con su favorito Maestre de Campo Don Pedro de Portocarrero. Fué este caballero, de nobilísima estirpe, deudo cercano de aquel otro Don Pedro Portocarrero, conquistador de México, primo del Conde de Medellín, que casó con Doña Leonor Alvarado Jicotenga, hija de Don Pedro de Alvarado y de la noble indígena Luisa Jicotenga, Señora de Tlaxcala. Nuestro Don Pedro de Portocarrero, aquel que en la primera entrada a Lima de Gonzalo Pizarro portó el estandarte real de Castilla - fué fundador y vecino de Guatemala, en 1524, y su Alcalde en 1527. Llegado al Perú y partidario de Francisco Pizarro, asistió a la batalla de las Salinas, en la que Diego de Almagro fué vencido. Asesinado Pizarro, se negó a aceptar la autoridad de Almagro el Mozo y se puso luego a órdenes del Gobernador Vaca de Castro, con quien estuvo en la batalla de Chupas. Siguió, como se ha visto, la bandera de Gonzalo Pizarro para, cuando comenzó a palidecer su antes fulgurante estrella, pasarse a las filas realistas de la Gasca y estar presente en la jornada de Jaquijahuana, Rebelado Francisco Hernández Girón, en 1553, estuvo nuevamente y con cargo militar principal en las filas del rey y actuó en la batalla de Pucara. Derrotado y abandonado Girón, Portoca

rrero apresó al caudillo rebelde, lo trajo a Lima y lo entregó a la Audiencia, que lo mandó ahorcar.

En carta que la Gasca escribió al Consejo de Indias, en 1548, decía: "Deposité en el Arzobispo de la Ciudad de los Reyes los indios que fueron de María de Escobar, que vacaron por escoger su marido. Don Pedro Portocarrero, el repartimiento que tenían en el Cuzco, el cual, juntamente con el de esta ciudad, sustentaban él y la dicha María de Escobar, después que en principios de estas alteraciones Gonzalo Pizarro los había casado".

El Virrey Don Andrés Hurtado de Mendoza decía en otra carta: "Don Pedro Portocarrero es también de buena casta y ha servido en esta jornada de Francisco Hernández Girón de maestre de campo, y aunque es buen hombre de guerra, no sabe tanto como Pablo de Meneses”.

Un oasis artificial en el desierto.

Llegado al Perú el sobredicho Virrey Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, desembarcó en Paita e inició su lento recorrido por los arenanales de la costa, en rumbo a Lima. En Trujillo alcanzóle el ostentoso Don Pedro de Portocarrero, que le proporcionó una partida de camellos, montados por negros vestidos a la usanza morisca, para que le condujeran sus efectos y fardajes. Esos camellos, los primeros que se trajeron al Perú con el objeto de que sirvieran en nuestros arenales de bestias de carga, fueron adquiridos a poco de su llegada por Don Pedro de Portocarrero y su mujer Doña María de Escobar en la entonces cuantiosa suma de siete mil pesos. Duchos ambos en las artes de la cortesanía y el halago, obsequiaron en Trujillo a Don García, hijo del virrey, un hermoso caballo avaluado en trescientos pesos; y a Antón Velásquez, maestre sala del Marqués de Cañete, una barra de plata. En el alto que el Virrey hizo en el valle de Guarmey, quejóse a Portocarrero de la fatiga que venía sufriendo a causa de los rigores de los candentes arenales, a lo que éste contestó, con promesa enigmática, que pronto cesarían sus fatigas y que, como un refrigerio para su cuerpo cansado, dentro de poco reposaría en la frescura de un oasis. Estando el virrey a pocas leguas de Chancay, en el punto denominado Pasamayo, que los españoles designaban la Sierra de la Arena, se presentó a los fatigados ojos de los exhaustos viajeros un oasis artificial de verdura en pleno arenal. Arbustos y plantas floridas habían sido colocados junto a grandes toldos bajo cuya sombra se ofrecían a la sed y al hambre de los caminantes, sobre opíparas mesas, jarrones de refrescos, botas de vino de Castilla, frutas peninsulares y muchas y muy fraganciosas viandas. La nieve había sido traída, a lomos de indios, en sólo diez horas, desde las distantes sierras de Huarochirí. Esa sorprendente y munífica fiesta en pleno desierto, preparada y organizada por Doña María de Escobar, fué de la sorpresa y del agrado del virrey.

Don Pedro de Portocarrero y Doña María de Escobar alcanzaron

también los favores del Virrey Conde de Nieva, que les otorgó, en el Cuzco, una nueva encomienda de indios, en los pueblos de Yuta y de Mohina.

Muerte y sepultura de Doña María de Escobar.

En el año 1542, poco tiempo después de la trágica muerte de su segundo marido el Capitán Francisco de Chaves, Doña María de Escobar, por mano de su apoderado Alonso de Hernández, celebró un convenio con el Convento de Nuestra Señora de la Merced, de Lima. Por ese contrato se comprometía Doña María -en cuya familia había habido frailes mercedarios que actuaron en la conquista de Centro América— a construir a su costa la capilla mayor de su iglesia, quedando en cambio dueña del suelo de dicha capilla para que en él pudiera ser enterrada, lo mismo que sus herederos. Reunidos en capítulo, a campana tañida, los frailes de la Merced acordaron la escritura respectiva que: "por razón del suelo de dicha capilla nos déis de limosna para el servicio de esta casa cuatro vacas, para que el monasterio las haya como suyas; y de la manera que dicho es, podáis gozar de la dicha capilla para entrar a misa todas las veces que quisiéreis y para enterraros vos en ella y vuestros herederos y sucesores y las personas que determináreis, y no otra persona alguna".

En el año 1576 Doña María de Escobar celebraba su testamento ante el escribano Juan García de Nogal, instituyendo en él una capellanía en memoria de su primer marido Martín de Estete y nombrando por sus albaceas a su esposo Don Pedro de Portocarrero y a Diego de Porras. A poco otorgaba su codicilo ante el escribano Alonso de Valencia disponiendo definitivamente de sus cuantiosos bienes y joyas.

El 3 de Diciembre de 1576, a los setenta y ocho años de edad, sin haber tenido descendencia en ninguno de sus tres matrimonios, moría en Lima. Doña María de Escobar "La Romana”.

Bajo el altar mayor de nuestra Iglesia de la Merced de Lima reposan, hechos polvo por el tiempo, los restos de esta esforzada mujer española, bella, apasionante y protagonista de extraordinarios destinos.

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