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La ciudad de Lima durante el gobierno del Virrey Conde de la Monclova *

Por JUAN BROMLEY

Al tomar posesión, el año 1689, del mando político supremo del Perú el Virrey Don Melchor Laso de la Vega, Conde de la Monclova, una de sus principales acciones de gobierno tuvo que ser la de proseguir la obra de la reconstrucción de la ciudad de Lima, casi totalmente arruinada aún por causa del terremoto ocurrido el 20 de Octubre de 1687, el más fuerte y asolador sismo terráqueo que había padecido la corte virreinal.

Dicho aciago día, a las cuatro de la mañana, un recio temblor sorprendió a los habitantes de la ciudad, y dos horas después otro movimiento de análoga intensidad acabó de conmover y echar al suelo los edificios públicos y privados de la población, ya que fueron muy pocos los que quedaron sin averías mayores y en relativa posibilidad de continuar habitados. La inmediata necesidad de abatir la mayor parte de lo escaso que quedaba en pie, para prevenir ulteriores derrumbes y accidentes desgraciados, completó la ruina y desolación de la próspera ciudad, sede y emporio del opulento virreinato peruano.

Tras los primeros instantes del pavor producido por el terremoto -agravado con la destrucción del puerto del Callao, por la irrupción del mar-los habitantes de Lima tuvieron que refugiarse, en improvisadas tolderías y rancherías, en las plazas públicas de la población y en las huertas y estancias rurales aledañas a élla. Por causa de la catástrofe terráquea perecieron en la ciudad, aproximadamente, seiscientas personas, a lo que se siguió la frecuencia de enfermedades epidémicas, que determinaron una mortalidad de más de dos mil vecinos.

Lima en el año 1687.

La ciudad de Lima en el año 1687, el del terremoto, contaba con una población de 32,000 habitantes y se extendía sobre una superficie, entre las murallas, de 345 hectáreas. En realidad, Lima constaba de tres poblaciones: El núcleo urbano central y propio de la ciudad, que se extendía desde la ribera izquierda del río Rímac, hacia el norte, hasta los

Apostillas a la obra Virreinato Peruano. Documentos para su historia. Colección de Cartas de Virreyes. Conde de la Monclova, por Manuel Moreyra y Paz Soldán y Guillermo Céspedes del Castillo.

barrios de la Recolección de la Merced y de Guadalupe, por el sur; y desde el frente del pueblo de Santiago o del Cercado hasta Monserrate, en sus puntos extremos oriental y occidental. El barrio o arrabal de San Lázaro, desde la ribera derecha del río hasta la Recolección de los Angeles o de los frailes franciscanos descalzos, en su punto más avanzado. Y el pueblo de Santiago del Cercado, constante de treinta y cinco manzanas, o sea de 40 hectáreas aproximadamente.

La longitud del núcleo central de la ciudad era de algo más de 32 cuadras y su latitud, desde el barrio de Guadalupe hasta el Convento de Santo Domingo, de 16; en todas cuyas cuadras o manzanas había 4,500 casas.

Lima tenía 65 templos, entre iglesias grandes y pequeñas; 20 conventos de religiosos; 11 monasterios; 5 beaterios; 2 hospederías de frailes; 11 hospitales y casas de convalescencia; y varias capillas de distintas advocaciones. A estos edificios públicos se agregaban el Palacio de los Virreyes o Casas Reales, el Ayuntamiento, la Universidad y varios establecimientos de beneficencia.

eran:

Los puntos extremos de la ciudad, cabe las murallas, circunvalándola,

Hacia el Occidente: la iglesia y hospicio de Monserrate; la huerta llamada de Cuero, de propiedad del mayorazgo de D. Juan de Aliaga; un pasaje, ventoso, denominado Remanga-Enaguas, de seis cuadras de extensión; la huerta de San Nicolás, de los frailes agustinos; el hospicio de los religiosos de San Francisco de Paula; la capilla del Santo Cristo de los Milagros; y la huerta del Maestre de Campo D. Diego Manrique de Lara. Hacia el Sur: la chacarilla de San Jacinto, de los religiosos de Santo Domingo; la huerta de la Recolección de Santo Domingo; la huerta de la Recolección de la Merced; la chacarilla de San Jacinto, de propiedad de Antonio Jiménez; la huerta llamada de la Venturosa; la huerta denominada de Belén, también de los mercedarios; la huerta de Juan Simón; la huerta del Colegio de Guadalupe; la huerta de Matamandinga; la Iglesia de Guadalupe, de los religiosos de San Francisco; y unos amplios corrales llamados de Barrabás.

Hacia el Oriente: la extensa huerta denominada La Perdida, de D. Miguel de los Ríos Navamuel; el monasterio de Santa Catalina de Sena, con su huerta; la huerta de D. Pedro Solano; la huerta llamada de Breten, de propiedad de Da. María Morante y Aguiar; la huerta titulada de las Monjas, del Capitán Alonso Jiménez Vélez de Lara; la plazuela de la Huaquilla de Santa Ana, donde estaba el tambo denominado de la Estrella; la huerta de Juan de la Cueva, del banquero limeño que quebró ruidosamente; la huerta del Oidor, ya difunto, D. Tomás Berjón de Caviedes; la iglesia de Cocharcas; la huerta del Convento del Carmen; el beaterio del Prado; el hospital de la Convalescencia de Indios; el pueblo del Cercado; la iglesia de Santa Clara; y la Convalescencia de San Pedro Alcántara.

Hacia el Norte: el beaterio de Santa Rosa de Viterbo; la barranca de San Francisco; la iglesia de la Soledad; el rastro grande de carne o carnicería; la iglesia de los Desamparados; el muladar de Santo Domingo; el molino de propiedad del Maestre de Campo D. Fernando de Pastrana y Espinosa; la chacarilla de Aliaga; y el beaterio de Santa Rosa de Santa María.

El barrio de San Lázaro estaba delineado por los siguientes lugares: el callejón llamado de Romero, al terminar el puente del río, hacia la derecha; el Pedregal o el Quemadero, donde estaba el rastro o matadero de ganado vacuno; el molino de pólvora de Da. Isabel del Castillo, al pie del cerro San Cristóbal; el molino de trigo situado al comenzar la Alameda de los Descalzos (que fué, sucesivamente, de Francisco de San Pedro, de Portillo y de la Perricholi); las ocho calles arboladas que conducían a la Recolección de los Descalzos; el pedregal que salía al cerro llamado de los Amancaes, constante de una extensión como de veinte cuadras; el molino de pólvora de Da. Francisca Calderón, viuda de Diego Jiménez, en el puentecillo denominado de la Sauceda; la Recolección de los Ermitaños de San Agustín; y la capilla de Nuestra Señora de Guía.

Arbitrios económicos para la reconstrucción de la ciudad .

Producido el terremoto, las autoridades políticas y civiles de la ciudad consideraron de inmediato la necesidad de proceder a la reconstrucción de la ciudad y de hallar los medios y arbitrios indispensables para ello. Así el Cabildo, en su sesión del 26 de Noviembre de 1687, acordó que se escribiese al Rey de España dándole noticia circunstanciada de los estragos dejados por el sismo y pidiéndole que para la reconstrucción se relevase al vecindario del pago de ciertos impuestos, como los de alcabalas, a mojarifazgo, unión de armas, sisas y papel sellado.

Esta solicitud movió al Rey a dictar una cédula, de 13 de Abril de 1689, por la que se relevaba a la ciudad de Lima del pago de tributos, derechos y contribuciones -excepto algunos por el tiempo de seis años; así como otra cédula condonando a los vecinos las deudas que tenían por tales contribuciones. Llegadas estas cédulas a Lima, el Conde de la Monclova las envió a informe de los fiscales de la Real Audiencia y luego a conocimiento de ese superior cuerpo de justicia, para que resolviera al respecto por voto consultivo.

La Audiencia, teniendo presente la suma estrechez en que se hallaba la real hacienda, estimó que para dar cumplimiento en lo posible a la orden soberana era conveniente que de todo lo que debían al fisco los primeros contribuyentes se le abonasen al comercio de Lima 600 mil pesos; que se relevase a los vecinos por seis años de la contribución de la sisa sobre la carne y del pago de los derechos de alcabalas a los gremios encabezonados (empadronados) que se considerasen más necesi

tados y pobres, cuyo monto, regulado por las reparticiones antecedentes, sumaría 2 mil pesos. Que en alivio de los demás gremios y de los vecinos se rebajasen en 10 mil pesos las contribuciones de los que pagaban alcabalas al viento (los que no tenían comercio establecido pero que comerciaban), también por seis años. Este dictamen de la Audiencia fué aprobado por el Virrey.

Estimaba el Conde de la Monclova que lo que se había resuelto conceder para el universal alivio de la población era aún más de lo que parecía proporcionado en relación con los grandes gastos que obligaban a la real hacienda, ya que las partidas que se condonaban sobrepasaban el medio millón de pesos en los seis años.

El Tribunal del Consulado de Lima pidió que se cumpliesen en su totalidad las reales cédulas, sin las reducciones determinadas por la Audiencia y el Virrey. Juzgaba que lo debido por alcabalas importaba, hasta el año 1689, 269,034 pesos, y por almojarifazgo 4,859 pesos, y que la relevación de la paga de esos derechos montaba suma muy crecida. Agregaba el Consulado que dando siempre cumplimiento a la real orden, el Virrey podía mandar que de todo lo que debían los primeros contribuyentes, que era la cantidad referida, se exonerasen 160 mil pesos, que se prorratearían entre el comercio a proporción de lo que cada uno debiese; mandando que se les abonase esa suma a cuenta de lo que estaban adeudando, y que en los 113,894 pesos que restaban le quedase al comercio acción para cobrarlos de los dichos primeros contribuyentes. Pedía también que se relevase por seis años a los vecinos de la sisa de la carne y del pagc de alcabalas a los gremios del cabezón siguiente: chacareros del Callao, herreros, carpinteros, zurradores, curtidores, olleros, sederos y gorreros y la mitad de lo que por cabezón se repartía a la vecindad del Callao; todo lo cual importaba en un año 20,300 pesos, que se habían de rebajar al comercio en la obligación del asiento corriente. La indicada relevación se hacía en las chacras por su utilidad común, en la sisa por ser el pan y la carne artículos de subsistencia indispensables y en los gremios referidos por tratarse de oficios que ejercían personas pobres. Se consideraba que no eran oficios precisos los de los cargadores (comerciantes en grueso y comerciantes de la calle principal (Mercaderes y calles siguientes), comerciantes del Callejón de la Cruz (después Callejón de los Clérigos, Callejón de Petateros y Pasaje Olaya), comerciantes de la calle de Mantas, buhoneros de los cajones establecidos en la plaza principal o mayor de la ciudad, y los ropavejeros, cereros, bodegueros, silleros y beneficiadores de ganado vacuno, ovino y porcino.

Por su parte, el Cabildo de Lima agradeció las exoneraciones dictadas, pero pidió licencia para solicitar del Rey de España un nuevo y mayor alivio en las contribuciones. Para el efecto de sus pretensiones designó para que viajara como su procurador general a Castilla al Capitán de Infantería D. Manuel Francisco Clerque, de la Orden de Santiago, que se había incorporado al Ayuntamiento como regidor en el año 1696,

cargo éste que obtuvo por remate en la renunciación que de él hizo el Capitán D. Francisco Delgadillo de Sotomayor.

Los Portales de la Plaza Mayor.

Una de las obras principales que ejecutó la ciudad en el proceso de su reconstrucción, bajo el gobierno del Conde de la Monclova -y que perduró hasta el año 1935- fué la del levantamiento de los portales de la Plaza Mayor, obra no sólo de ornato sino de utilidad pública porque siendo la plaza el sitio de mayor y más frecuente concurso, resguardaba a los viandantes de los rigores del sol en el verano y de la lluvia en el invierno.

El primer mandatario político que intentó construir portales en la plaza principal de la ciudad fué el Conde de Nieva, pero fué el Virrey Toledo el que los llevó a ejecución.

Para sufragar el costo de la obra se obligó a los propietarios de inmuebles de dos de las calles de la plaza las que se llamarían después Portal de Escribanos y Portal de Botoneros (antes de Gorreros y Sederos) a construirlos por su cuenta, recibiendo en compensación la propiedad de los aires o de la parte alta de los portales, ya que éstos se realizaron sobre terreno correspondiente a la plaza. El suelo de los portales quedó de propiedad del Cabildo, del que obtenía renta que pagaban las mesas de venta de mercaderías que en ellos se colocaban. En cumplimiento de la disposición virreinal el Cabildo levantó sus arquerías en el área fronte riza a su edificio y en la correspondiente a la capilla de la Cárcel Municipa!.

En la sesión tenida por el Ayuntamiento el 31 de Octubre de 1690 se vió un memorial que el procurador general de la ciudad, Dr. D. Jerónimo de los Reyes y Pimentel, presentó al Virrey Conde de la Monclova. Decía en él que con el temblor del año 1687 se arruinaron todos los portales de la Plaza Mayor y los edificios que sobre ellos estaban labrados, de suerte que cayeron los dos frentes de los portales de Escribanos y Mercaderes, y que aunque habían pasado tres años no se había modificado esa situación, de lo que se seguía la deformidad del aspecto público en la parte principal de la ciudad, ocasionándose este perjuicio en la omisión y negligencia de los dueños de las casas de la plaza, quienes tenían obligación de fabricar los portales por gozar de los edificios de la superficie. Solicitaba que el Virrey dispusiese que el Cabildo hiciera planta que denotase la forma que se había de observar en la labor de los portales, continuando los que se habían mantenido delante de las casas del Ayuntamiento, cuya fábrica había demostrado la experiencia ser la más permanente; y que observándose igualdad con ellos sería más segura la fábrica y mejor el ornato de la plaza. Pedía también el procurador que se tasase el costo que podrían tener las obras por el maestro mayor de fábricas y que ellas se sacasen a remate para que se hiciera por quien ofreciese me

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