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Virrey duque de la Palata quedó encargado de llevarla a término (26). Le asesoraría, entre otros, un arzobispo de Lima, Liñan y Cisneros, quién era propiciador de la imposición de un horario de trabajo más prolongado, diciendo que así los indios tenían menos tiempo de “ofender a Dios".

Los resultados del "repartimiento" o numeración de los indios, iniciado en 1683 y concluído seis años más tarde, corroboró la disminución aguda de las poblaciones. Aunque esta vez se tomó en cuenta cinco provincias más que antes, no se pudo sino formar los dos turnos -en lugar de los tres primitivos- de 2.821 indios que tendrían una semana de trabajo seguida de otra de descanso. Cada uno de los 57 ingenios de Potosí recibiría 50 mitayos (27).

Pronto se comprobó que aún esas cifras eran ficticias, porque para completarlas se había tomado en cuenta a numerosos "yanaconas” y a otros llamados "forasteros" (fuera de su lugar de origen), que apenas empadronados se retiraron a tierras más alejadas aún, hacia el este, donde ya no llegaba el poder de los españoles.

Por eso el siguiente Virrey, Conde de La Monclova, debió disponer que los "forasteros", que sumaban 31.031, fueran eximidos y restituir a las cinco provincias últimamente agregadas, su categoría de libres.

Todas esas medidas reducían, todavía más, los futuros contingentes. En adelante, se resolvió en Lima, no se repartiría sino 1.408 indios en cada uno de los dos turnos. Se pagaría a los mitayos el salario correspondiente al lunes y se les aumentaría un real por cada día, con lo cual la retribución semanal alcanzaría a 30 reales.

Los indios podrían reemplazar su trabajo pagando únicamente 3 pesos a la semana y se cumpliría con el pago de viáticos.

Una cédula de 18 de febrero de 1697 ratificó tales acuerdos.

Sevilla, 1955.

(26)

Cuando el Duque llegó al Perú "desde Paita hasta Potosí y Santa Cruz de la Sierra", encontró todas las provincias destruídas al extremo de parecerle habían sufrido continuas guerras y pestes. Todo era efecto de la mita. (27) El empadronamiento sirvió para comprobar una realidad hasta entonces advertida sin género de duda: el pavoroso desplobamiento de las 16 provincias "obligadas". En las ocho parroquias del Cusco, los indios no pasaban irrisoriamente de 1.140; en La Paz, donde se creía hallar diez mil, fueron numerados 410, y en Oruro 200 en lugar de tres mil. Se tropezó igualmente con otra considerable dificultad. Los indios no estaban ya sometidos a sus caciques y curacas y concentrados en "ayllus" y parcialidades, como cuando los numeró Toledo, sino desperdigados y dispersos. De 64.581 encontrados en las 16 provincias más el Cusco y Arequipa, 31.378 eran forasteros y 16.000 vivían acogidos en haciendas de españoles. Carta del Virrey Duque de La Palata, al Rey. Lima, 19 de febrero de 1689. A.G.I. Aud. de Charcas 270.

Los primeros jesuítas en el Perú virreinal

UNA INTRODUCCION A LAS FUENTES HISTORICAS

Por ENRIQUE T. BARTRA, S. I., y ANTONIO DE EGAÑA, S. 1.

En el primer volumen que la serie Misionológica de Monumenta Histórica Societatis Iesu dedica a las Misiones jesuíticas de Occidente, su editor el P. Félix Zubillaga, S. I., hizo amplia y erudita exposición de los motivos que condujeron a la reciente Compañía de Jesús a participar en la evangelización de la América española, confiada en los comienzos con derechos exclusivos a las cuatro Ordenes mendicantes, Franciscanos, Dominicos, Agustinos y Mercedarios (1). Circunscribiéndonos por nuestra parte nosotros al Virreinato del Perú durante el siglo XVI, época en que tuvo lugar el establecimiento de la primera provincia de la Compañía de Jesús en las Indias españolas, queremos presentar al lector de los documentos que formarán la sub-serie Monumenta Peruana, el marco histórico en que deben situarse las piezas que hemos logrado reunir, dentro de ciertas líneas generales y sólo en cuanto lo juzgamos necesario para su recta interpretación (2).

I

ESTADO DEL VIRREYNATO DEL PERU EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVI

LO QUE HABIA QUEDADO DEL IMPERIO INCAICO

1. Situación geográfica.-Señalemos en primer lugar los contornos geográficos. El Virreinato del Perú en el tiempo que nos ocupa comprendía no solamente los dominios del fenecido imperio de los Incas, sino ade

(1) Félix Zubillaga S. I., Monumenta Antiquae Floridae (Monumenta Histórica Societatis Iesu 69. Monumenta Missionum III). Roma 1946, 2*-11*. (2) Cediendo a una amable invitación del Director de Revista Histórica, el ilustre historiador y buen amigo Ing? Manuel Moreyra Paz-Soldán, damos aquí los dos primeros capítulos, ampliados en algún punto, de la Introducción General puesta la frente de nuestro primer volumen de Monumenta Peruana (Monumenta Histórica Societatis Iesu 75. Monumenta Missionum VII) I. Roma 1954. La traducción del latín al castellano es del P. Enrique T. Bartra S. I.

más los otros territorios entonces ya descubiertos por los españoles desde el istmo de Panamá o Tierra Firme hasta el Cabo de Hornos, por el lado del llamado Mar del Sur; por la vertiente atlántica, las regiones de Tucumán, Córdoba y el Río de la Plata; subiendo al norte, el Paraguay y una buena parte de las selvas amazónicas con los términos abiertos por la parte del Brasil, dominio portugués; y por último, todo el Reino de Nueva Granada hasta el Mar de las Antillas, sin Venezuela. Sobre este vastísimo territorio de unos siete millones de kilómetros cuadrados se dilataba la autoridad civil del Virrey del Perú y la eclesiástica del Arzobispo de Lima (3).

Naturalmente, en el corto lapso al que se ciñe nuestro volumen no alcanzaron los misioneros jesuítas todos sus confines, ni mucho menos. Nos será dado más bien observar la preocupación que muestran, siguiendo las indicaciones del Padre General, de situarse ante todo estratégicamente en el corazón del Virreinato —Lima, Cusco, La Paz― desde donde luego irradian en todas direcciones, según puede verse en sus propios lugares (4). Desde Lima podían comunicarse con la comodidad entonces posible por mar y por tierra, al norte con Guayaquil, Quito y Nueva Granada, al sur con Chile; el Cusco se hallaba en el centro más poblado de indígenas; La Paz era la puerta hacia el este.

Según esto, los jesuítas se movieron durante los primeros diez años en la porción media del Virreinato, es decir, en los territorios que aproximadamente forman hoy las repúblicas del Perú y Bolivia. Como en nuestros documentos se habla una y otra vez de la notable variedad de climas que tiene el país, recordemos brevemente las características topográficas de éste que parcialmente la explican.

El territorio peruano está geográficamente dividido en tres zonas muy desiguales entre sí por su configuración y su clima. La primera es la Costa, una faja estrecha que forma el litoral y corre desde Piura al norte hasta Chile entre el océano y la Cordillera de los Andes, tierra sin lluvias, desértica y calurosa, interrumpida de vez en cuando por amenos valles. La Cordillera entra por el Ecuador y cruza el país en tres series de cadenas discontinuas encerrando entre altos picachos extensas mesetas desoladas o altiplanos (la puna de los quechuas) que se alternan con valles fértiles y ásperas gargantes a una altura media de 3.000 a 4.000 metros sobre el nivel del mar. Esta zona es la Sierra, de temperatura muy fría en los altiplanos que se hace calurosa en los valles durante el día. Al este de la Cordillera, que desciende escalonadamente llevando sus aguas al Atlántico, se abre la vasta extensión de la selva amazónica con sus bosques impenetrables y sus grandes ríos, de clima tropical e insalubre. Es lo que llaman Floresta o Montaña.

2. El Imperio Incaico y sus pobladores.-No nos toca detenernos

(3) En realidad, no se correspondían exactamente los límites del Arzobispado de Lima y los del Virreinato, como indicamos más adelante (I, § 2, 7).

(4) Véase por ejemplo Mon. Per. I, Documentos nn. 57; 69; 85, 11, 17, 19-21, 26-29; 178, 8-13.

en los tiempos anteriores a la dominación incaica, y de ésta diremos sólo aquello que importa a nuestro propósito. Al entrar en Lima los primeros jesuítas el 1o de Abril de 1568, el poder español podía considerarse sólidamente establecido en lo que fue el Imperio de los Incas. Pero sabido es que fue el Virrey Don Francisco de Toledo, llegado en Noviembre del año siguiente, el que dió forma y orden al sistema administrativo español, haciendo entrar sabiamente en sus célebres Ordenanzas algunas instituciones incaicas. (5)

Y con razón. En cosa de un siglo aproximadamente antes de la llegada de los conquistadores europeos los reyes Incas habían creado un Imperio de vastas proporciones y organización relativamente adelantada. Se extendía desde el río Ancasmayo, al norte de la actual república del Ecuador, hasta el Maule en Chile, tres mil quinientos quilómetros al sur, con una anchura máxima de quinientos quilómetros en la parte central, llegando a abrazar parte de las regiones andinas de Bolivia y el noreste de Argentina.

Conforme iban sometiendo en sucesivas y a veces pacíficas conquistas los varios pueblos que poblaban este territorio, los Incas les imponían su lengua, sus costumbres, su religión y un gobierno despótico y minucioso, pero paternal, muy en consonancia con la idiosincrasia de unos y otros. Así nació el Tahuantinsuyu, el país de civilización más adelantada de la América precolombina.

Puede calcularse en nueve o diez millones el número de sus habitantes a la llegada de los españoles, cifra que algunos por razones atendibles rebajan a ocho, seis y aun cuatro millones (6), repartidos, según Rowe (7), en 44 provincias andinas, 38 costeñas, más 4 en el altiplano del Alto Perú o Bolivia, las cuales vendrían a corresponderse más o menos con los territorios de las tribus preincaicas allí establecidas originariamente, diversas por la cultura y el habla, y que el régimen incaico logró en alguna forma unificar.

El hombre de los Andes del Perú y Bolivia posee características que lo diferencian apreciablemente de sus congéneres amerindios. De talla baja (1.50-1.60 m.) y contextura robusta, que se muestra en el tórax y la espalda muy desarrollados en los dos sexos; cráneo braquicéfalo, deprimido en las sienes; cara ancha y plana, ojos pequeños sin profundidad, (5) Para la exposición que sigue, hemos consultado, entre otros, a John Howland Rowe, Inca culture at time of the Spanish conquest, y George Kubler, The Quechua in the colonial world, en: J. H. Steward, Handbook of South American Indians II. Washington 1946. Luis Pericot García, América indígena I. Barcelona 1936. E. von Eickstedt, Rassekunde und Rassengeschichte der Menschheit, Stuttgart 1934. Ph. A. Mean, Ancient civilizations of the Andes. Londres 1931. Id., The fall of the Inca Empire, Londres 1900. Ricardo E. Latcham, Los Incas, sus orígenes y sus ayllus, Santiago de Chile 1908. J. J. Tschudi, Contribuciones a la historia, civilización y lingüística del Perú antiguo, Lima 1928. Louis Boudin, L'Empire socialiste des Inka, París 1928. Paul Rivet, Langues Américaines, en: Les Langues du Monde XVI, París 1924. Véase el detenido estudio de Angel Rosemblat, La población indígena de América desde 1492 hasta la actualidad, Buenos Aires 1945. Rowe, Inca culture at time of the Spanish conquest p. 184.

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pómulos salientes, nariz grande y a menudo arqueada con las ventanas muy abiertas; boca grande y labios generalmente delgados, con el mentón corto y robusto; el tronco y los brazos son largos y desproporcionados para las piernas; piel morena, de color aceituna, pero el grado de pigmentación es bastante variable; cabello negro, grueso y lacio; el iris pardo oscuro, y la córnea amarillenta en los adultos. Como anomalías típicas suelen señalarse la mancha mogólica y el "os Incae" llamado también epactal por algunos autores.

Esta raza andina se reparte en dos familias lingüísticas principales que son la quechua y la aymara, que no se diversifican únicamente por su lenguaje, pues los quechuas son también menos vigorosos y tienen el color más oscuro, mientras que en los aymaras el tórax es más voluminoso y convexo y las piernas más cortas.

3. Idiomas y dialectos.-Los incas eran quechuas e impusieron, como hemos dicho, su propia lengua en su imperio, sirviéndose de ella como de medio unificador y vehículo de cultura. Y lo hicieron con éxito sorprendente. El quechua se sobrepuso a los demás dialectos no sólo en calidad, digámoslo así, de idioma oficial, sino también por una reconocida superioridad axiológica, como "habla de hombres" (runa-simi) por antonomasia. Estos dos hechos, su origen y su predominio, hizo que los españoles nombrasen el quechua como la lengua del Inga, o lengua del Cuzco y lengua general. El nombre que ha prevalecido le fué dado, como se sabe, por el autor de la primera Gramática que de ella se escribió, el benemérico dominico fray Domingo de Santo Tomás, y se deriva seguramente del nombre de una parcialidad situada sobre el río Pachachaca en el actual Departamento peruano de Apurimac.

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No hay que pensar, sin embargo, que desaparecieron por completo los otros dialectos. Así, en uno de nuestros documentos se nos dice: ...tiene cada provincia su lengua particular, diversa en partes, cada pueblo la suya, que es grande admiración, y pienso que hay provincia que tiene más de cinqüenta lenguas diversas" (8). Dejando a un lado esta última suposición, nada exagerada si se piensa en las tribus selváticas (que los Incas no llegaron a someter), es evidente que se trata de dialectos propiamente dichos del quechua o de lenguas fuertemente impregnadas del mismo.

En ninguna de estas dos categorías puede entrar, en cambio, el aymara, lengua muy antigua que se mantuvo y sigue manteniéndose aun hoy independiente del quechua, con el que tiene, sin embargo, seguro parentesco, y que en tiempos pretéritos debió de estar mucho más difundida que al presente, circunscrita como se halla a reducidas comarcas de los altiplanos del Collao, junto al lago Titicaca.

Esto nos ayuda a comprender por qué los españoles del siglo XVI dividieron a los indígenas del antiguo territorio incaico en dos grandes porciones: pueblos de lengua quechua y pueblos de lengua aymara. En (8) Mon. Per. I, Doc. n. 85, 21.

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