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sera choza del campesino, lo mismo que en las suntuosas canchas de los emperadores. La superstición de las huacas dominaba la vida entera de los antiguos peruanos.

Una de las primeras preocupaciones del Inca en sus conquistas, una vez dominado el enemigo, era hacer transportar al Cuzco las huacas más veneradas de la tribu vencida, a la cual se daba en cambio la religión del Sol. De esta manera la capital incaica se convertía en el centro religicso no menos que político del Tahuantinsuyu, algo así como un "Pantheon❞ romano, la religión del Inca se diluía en un confuso sincretismo y el Imperio mismo se hacía una teocracia.

Todo lo dicho nos revela por otra parte la naturaleza profundamente religiosa de los indios peruanos, cualidad que todo el sistema incaico no hizo más que acentuar, aunque desviándolo por las aberraciones de la superstición politeística e idolátrica; y si representó una dificultad real a los principios de la conquista y colonización española para su conversión al Cristianismo, mal predicado a veces y peor entendido, de moral más severa, aunque no siempre bien practicado, una vez que ellos hubieron abrazado con sinceridad la fe verdadera, los mantuvo tan admirablemente adictos, a pesar de su casi siempre escasa instrucción, que cuantas veces protestaron y se revelaron contra la dominación española, tuvieron buena cuenta con no tocar las cosas de la religión, haciendo constar siempre su inmutable adhesión a la Iglesia.

Para completar el cuadro de las creencias religiosas del pueblo incaico, digamos unas palabras sobre su concepción del hombre. Decían que Viracocha había creado a los primeros hombres, pero ignoraban si hizo una o más parejas. Los Incas ponían la cuna de la humanidad en el lago Titicaca. Creían que después de la muerte había otra vida para los hombres, aunque no podían imaginársela muy diversa de la presente. Embalsamaban siempre que podían los cadáveres y los enterraban cuidadosamente con sus vestidos, comida, bebida y cuantas cosas pudiesen necesitar, según pensaban, de acuerdo con el rango que hubiesen tenido en vida. Ponían una especie de cielo o paraíso (hanacpacha) para los buenos, y para los malos un infierno (occopacha). No distinguían bien el alma del cuerpo, y así ignoraron la resurrección de los cuerpos. Pero creían que los muertos o sus almas podían vagar por la tierra para proteger a sus descendientes o presagiarles desgracias. Las ceremonias funerarias revestían suma importancia en todas las clases sociales, pero sobre todo a la muerte del Inca. Por lo menos desde Pachacútec, el ceremonial estaba perfectamente establecido. Después de embalsamado el cuerpo del Inca, se le colocaba un tiempo en su propio palacio, que no debía ser habitado por ningún otro en adelante, con sus vestidos y alhajas. Eran sepultados con él sus mujeres y criados en número muy crecido, para lo cual se quitaban ellos voluntariamente la vida o se la hacían quitar. También se sacrificaban niños, con cuya sangre se hacían ceremonias rituales. Los hechos gloriosos del Inca eran celebrados en canciones y

poemas que se repetían en las grandes solemnidades, mientras se sacaban procesionalmente las momias de los emperadores y los ídolos de sus dioses. Las momias de los Incas se depositaban definitivamente en el Coricancha (12).

b) La clase sacerdotal.-Uno parece haber sido el objetivo principal de la dominación incaica: unir lo más íntimamente posible la vida civil con la religiosa, y esto no sólo para asegurarse el dominio político, sino también para dar una unidad profunda al Imperio. Esto supuesto, el sacerdocio debía proceder de la familia imperial, más, el propio emperador debía ser, como en efecto lo era, el Sumo Sacerdote y el Jefe religioso supremo.

Debajo del Inca había un Gran Sacerdote (Villac Umu) elegido entre los amautas, maestro y custodio de la doctrina, depositario de las tradiciones, juez del pueblo. Venían detrás los sacerdotes secundarios (villcas), a cuyo cuidado estaban los templos, santuarios y adoratorios. Su orden jerárquico era muy semejante al de los funcionarios civiles. Fuera del cuerpo sacerdotal que podríamos llamar jerárquico había un enjambre de agoreros, brujos y curanderos de ambos sexos, entregados a prácticas supersticiosas de todo género, entre las que hay que poner la curación de enfermedades, pues éstas se atribuían siempre a causas preternaturales.

El número de los ministros jerárquicos de la religión debía de ser bastante elevado, aun sin necesidad de admitir el número de 40.000 que algunos autores señalan para sólo el templo cuzqueño dedicado al Sol. Porque en realidad ellos cumplían además el importante oficio de jueces. Parece que recibían también una especie de confesión de los pecados de aquellos que sentían la necesidad de purificar sus conciencias. Un pecador era tenido por un ser pernicioso para sí y para los demás, y cuando el Inca caía enfermo, la desgracia se creía efecto de los pecados de sus súbditos. Después de su confesión, el penitente se bañaba en un río para que la corriente arrastrase sus culpas. Dícese que también el Inca confesaba sus pecados en secreto ante el Sol poniéndolo por intercesor para con Viracocha. Sea de esto lo que fuere, es lo cierto que cada vez que amenazaban desgracias públicas o privadas, los que se sentían reos de alguna culpa o eran tenidos por tales (de lo cual eran signo evidente las enfermedades y deformidades físicas) debían presentarse a los sacerdotes para dar satisfacción.

Distinguíanse de los demás los sacerdotes por su tenor de vida y por ciertas prácticas de ascetismo en las que a tiempos los acompañaba el Inca. A ellos y al Inca les correspondía, como es natural, dirigir las ceremonias del culto y hacer los sacrificios principales.

Guardan cierta afinidad con la clase sacerdotal las doncellas o vírgenes del Sol (acllacuna) que mencionamos arriba. Para acllas se es

(12) Véase Angel de Tuya, Las ceremonias a la muerte del Inca en el Perú precolombino, en: Anthropos 32 (1937).

cogían en todos los ayllus las niñas más agraciadas desde la edad de diez años para ser educadas por cuenta del Inca. Encerradas en casas o conventos lejos de toda comunicación exterior, aprendían las labores propias de su sexo bajo la dirección y vigilancia de las mamacuna que procedían de la misma clase. A su tiempo, unas pasaban a ser las esposas secundarias del Inca o de los nobles, otras entraban a formar parte de las mamacuna, dedicadas enteramente al servicio y culto del Sol guardando castidad en un apartamiento absoluto. sea en el Cuzco, donde estaban las más principales y eran más numerosas, sea en otras partes. Algunos observadores superficiales han querido ver en esta institución algún parecido con las Vestales romanas o, lo que es más absurdo todavía, con el monaquismo femenino en la Iglesia Católica.

c) El culto. La vida entera campesina y civil entraba en una u otra forma dentro del culto religioso de los Incas. Por el culto se regulaba el calendario, y con el calendario los tiempos y las estaciones. El año se dividía en doce meses lunares, con sus días festivos señalados. En el solsticio de Diciembre (probablemente el primer mes del año incaico) se celebraba el Cápac Raymi, uno de cuyos ritos principales era el varachicoy, o ceremonias de iniciación de los jóvenes que entraban en la clase de los adultos. En Mayo se celebraba la cosecha del maíz (mamasara) con sacrificios de llamas en gran número. Entre las festividades más brillantes y solemnes hay que recordar la del Inti Raymi o fiesta del Sol en el solsticio de Junio, en la que participaba el Inca en persona con toda su parentela.

Los sacrificios, como sucede en toda religión compuesta de ritos, constituían la parte más importante del culto. Se sacrificaban animales, como la llama, el cobayo (cuy) y a veces aves. Pero tampoco faltaban sacrificios humanos, aun sin poner en la cuenta las mortandades que ocurrían a la muerte del Inca de que hablamos antes. Víctimas humanas, y no en pequeño número, se ofrecían en las ocasiones más solemnes, por ejemplo, en la coronación del Inca, o cuando sobrevenían calamidades públicas o reveses militares, y eran con frecuencia niños de ambos sexos y de diversas edades, siempre cuidadosamente seleccionados entre los más hermosos y mejor formados. Otras ofrendas rituales se hacían de productos de la tierra, como maíz, coca, ají, y sobre todo de la bebida nacional, la chicha, que los Incas llamaban sora.

Varias otras manifestaciones de la vida social, como el matrimonio, entraban en el culto religioso. Sus danzas, sobre todo, parecen haber tenido un fuerte significado religioso, como puede deducirse de las relaciones de los misioneros que las reprobaron con la máxima energía. Se tenían al son de instrumentos músicos, principalmente la quena (flauta cerrada por un extremo y por lo común de seis orificios, que producía una cantilena triste y monótona), y los danzantes en cuadrillas unas veces de hombres o mujeres solamente, otras mezclados, se movían acompasadamente, mientras la concurrencia bebía chicha en abundancia.

8.

Condiciones morales del Imperio.-Concluyamos este cuadro de lo que fue el Imperio destruído por los españoles en el Perú. Cuando se habla de las causas que produjeron su caída fulminante, no siempre se ponen de acuerdo los autores. Para unos fue la superioridad militar de los españoles, que con sus armas de fuego y su caballería, cosas ambas desconocidas de los indios, sembraron el terror entre los guerreros del Inca, añadiéndose la anarquía y desorganización en que se hallaba el Imperio al llegar los conquistadores de resultas de la guerra civil entre los sucesores de Huayna Cápac. Otros se fijan en la circunstancia de ser los españoles gente blanca y barbada, circunstancia trivial, que obró sin embargo sobre la aprehensión supersticiosa de los indígenas, a quienes cierta leyenda les hablaba, según se cuenta, de que un pueblo de esa clase los había de someter. Algunos insisten en la condición abyecta de la masa popular bajo el régimen despótico de los Incas. Ni falta quien haya indicado la importancia que pudo tener el influjo de las mujeres indias que muchos conquistadores tomaron muy pronto por concubinas.

Nosotros pensamos que, en medio de las inevitables aberraciones predominantes en la sociedad incaica, fruto de la ignorancia y de una concepción excesivamente simplista de las cosas divinas y humanas, su nivel moral no era deplorable en exceso, comparada sobre todo con el de otros pueblos de su categoría cultural. Pero lo que sí impresiona penosamente es ese estado de perpetua postración y menoredad en que tenía que hallarse el mayor número en fuerza del sistema mismo. Hundido en el terror religioso, coartado en sus aspiraciones personales por el paternalismo despótico de sus señores, cumplía sin convicción los tres únicos preceptos que se le intimaban: no robar, no mentir, no estar ocioso, con lo que tampoco sus virtudes podían llegar muy lejos. ¿Qué sentido podía tener para ellos defender una sociedad donde el individuo no significaba más de lo que significaba cualquiera de las piedras geométricamente talladas de los muros incaicos?

No se puede afirmar otro tanto de muchos de los funcionarios y jefes militares, a los cuales se debió la resistencia, que no faltó y que llegó en ocasiones a poner en grave aprieto a los aguerridos conquistadores. Pero aun aquí hemos de recordar que a la llegada de los españoles aún quedaban parcialidades mal avenidas con el yugo de los Incas, las cuales se apresuraron a sacudirlo poniéndose de parte del señor más poderoso.

En todo caso, el hecho de estar construída toda la sociedad incaica sobre una sola piedra angular, el Inca, que por otra parte trababa mal el resto del edificio, pudo ser de por sí solo la causa más decisiva del desmoronamiento total, una vez quitada aquélla de en medio. Ni pudo impedirlo el aglutinante religioso, formado por un sincretismo desmazalado y primitivo sin verdadera consistencia dogmática e incapaz por lo mismo de hacer la estructura compacta y sólida. Una vez más se

cumplió la ley histórica por la que tarde o temprano las culturas inferiores sucumben bajo la fuerza de otras superiores.

LA DOMINACION ESPAÑOLA. ESTRUCTURA DEL VIRREINATO

Hemos de explicar ahora los caracteres generales del régimen virreinal, ciñéndonos siempre al período a que se extiende nuestro primer volumen (1565-1575), y al territorio dentro del cual se desarrolló la acción de los jesuítas en estos primeros años. Y ante todo, expongamos con la brevedad posible la estructura político-administrativa, judicial, económico-social y eclesiástica.

1. Régimen político-administrativo.-Sabido es que las posesiones españolas de ultramar eran políticamente una prolongación natural de los dominios europeos del Rey de España, como señoríos sujetos directamente a la Corona de Castilla.

Tales territorios se dividían en reinos, éstos en distritos, los distritos en provincias mayores y menores, éstas en ciudades, villas y lugares con sus partidos. Los indígenas sometidos vivían en repartimientos o reducciones, y lo demás eran tierras de descubrimiento y conquista. De uno o más reinos se formaban un Virreinato bajo el mando de un Virrey. Los distritos, llamados también Audiencias, estaban bajo la jurisdicción de los tribunales de este nombre; las provincias o Gobernaciones tenían un Gobernador; las ciudades, villas y pueblos se regían por sus Alcaldes ordinarios, pero todo el partido era gobernado por un Corregidor con autoridad en el Cabildo de la ciudad cabeza de partido (13).

Eran de nombramiento real los Virreyes, Presidentes, Oidores y Fiscales de Audiencia, Corregidores de los principales Corregimientos y otros oficiales, como los de la Real Hacienda. Los Corregidores ordinarios eran nombrados por los Gobernadores, y los Alcaldes ordinarios y Regidores por los vecinos de la propia ciudad o villa, nombramientos que debían ser aprobados por las autoridades superiores.

También los pueblos de indios tenían sus Alcaldes ordinarios y Regidores elegidos por ellos mismos, a no ser donde según la costumbre antigua los gobernaba un Cacique o Curaca, cargo que era por lo común hereditario. Sobre estas autoridades municipales estaban los Corregidores de indios que eran españoles.

En los territorios de descubrimiento y conquista se nombraban Adelantados. El mando militar supremo pertenecía al Capitán General, inmediatamente sujeto sólo al Rey, bajo el cual estaban los Alcaides de los presidios o guarniciones. El cargo de Capitán General recaía generalmente en el Virrey.

(13) Véase E. E. Fischer, Vice Regal administration in the Spanish American colonies, 1926. J. M. Ots Capdequí, Apuntes para la historia del municipio hispanoamericano, en: Anuario de Historia del Derecho español 1 (1924).

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