Imágenes de página
PDF
ePub

la Historia de la Edad Moderna; y aunque todos ellos no fueron todavía mantenidos en forma permanente, es obvio que la iniciación de tales cursos determinó un cambio sustantivo en la enseñanza de esta ciencia, y en las concepciones acerca de sus horizontes. Tanta fué su influencia que en 1853, bajo el rectorado de José Gálvez, el plan de estudios del colegio menciona sucesivamente la Historia de Oriente, de Grecia y de Roma, de la Edad Media y de la Edad Moderna cuyo dictado se efectuaría en los diversos años de la educación secundaria; y a ellos se agrega un nuevo curso, de Historia de América y especialmente del Perú, iniciado entonces por Carlos Lissón.

También es significativo que el mismo año 1844 se publicasen las apuntaciones cronológicas mediante las cuales presentó José María Cór dova y Urrutia Las tres edades del Perú o Compendio de su Historia (9). No importa que en ellas no se enfocase una perspectiva escolar pues la sencillez y el orden les confieren calidad didáctica, y las convierten en ingenuo trasunto de las concepciones históricas de la época. Aun el título sugiere ya una esquemática división del pasado, pues aquellas "tres edades del Perú" son el Imperio Incaico, la dominación española y la época independiente. Su continuidad en el tiempo no determina una progresión hacia la madurez, porque durante la segunda edad no fué adoptada "una política capaz de llevar al cabo el alto grado de civilización de que eran susceptibles [los] moradores" del país y, por el contrario, la avaricia destruyó “la obra de muchos siglos"; de manera que al antiguo régimen "patriarcal", basado en "todo lo que era conveniente y justo", sucedieron la sordidez y el absolutismo, y sólo con la libertad recuperó el pueblo sus esperanzadas ansias de conquistar la felicidad. Se deduce, por ende, que el desarrollo histórico del Perú no le parece a José María Córdoba y Urrutia que se hubiera ajustado a las previsiones racionales de Voltaire, sino a las intermitentes alternativas de grandeza y decadencia que Montesquieu advirtió en la historia de los romanos. En cuanto al curso de los hechos, cuya causalidad debía limitar a sus antecedentes inmediatos por efecto de la visión cronológica, los considera a veces determinados por influencias más remotas, y sugiere así la identificación de procesos, a través de los cuales se prepara el advenimiento de alguna transición decisiva: tal como lo sugiere al apuntar que “la independencia del Perú viene de época muy anterior a la prefijada por la común opinión de las gentes". Pero en otros aspectos quedó subordinada su obra a las ideas predominantes. Juzga que en la historia de los incas "no se avanzará más de lo dicho por Garcilaso y sus contemporáneos", en tanto que no sea posible descifrar los quipus; y, en consecuencia, distingue las fuentes históricas en armonía con una graduación de valor, que ampara la relación basada en el excluyente empleo de los tex

(9) Lima, Imprenta del autor, 1844. Fué reproducido por el coronel Manuel de Odriozola en su Colección de Documentos Literarios del Perú: Tomo VII (Lima, Imprenta del Estado, 1875), pp. 5-186.

tos fundamentales, y no considera la posibilidad de agregar a éstos los resultados de las investigaciones arqueológicas y antropológicas. Menciona los hechos según constan en las fuentes, sin establecer entre ellos una jerarquía coherente ni detenerse a comentarlos, fragmentando aquellos cuyo desenlace fuera diferido por el tiempo, y asociando muchos que afectaron a diferentes órdenes de actividad o sólo tuvieron una repercusión local. Expone con mayor énfasis los hechos de los cuales había tenido conocimiento personal; y, en cierta manera, convierte la cronología de la tercera edad en un testimonio, formado mediante los datos extractados de los documentos que tuvo a su alcance mientras desempeñaba funciones burocráticas en la Prefectura de Lima, en la Gobernación del Callao y en el Tribunal Mayor de Cuentas. Por todo ello, el mencionado libro es precursor de una vasta renovación historiográfica y epígono de las viejas escuelas.

Otros cultivadores de la Historia, que desearon poner al alcance del pueblo su visión del pasado, aceptaron la tricotomía observada ya en la relación cronológica de José María Córdova y Urrutia, y compartieron sus esquemáticos juicios acerca de las diferentes "edades". Fueron Justo Sahuaraura, en sus Recuerdos de la monarquía peruana o Bosquejo de la Historia de los Incas (10); y Ricardo Palma, en su Corona Patriótica (11). El primero, que decía ser "VII nieto del emperador Huayna Cápac", basóse en los venerados "comentarios" de Garcilaso, para trazar un amable cuadro de las empresas políticas y militares de los incas; e insinuó su concepto acerca de la dominación española, al definir la conquista como “una invasión descarada, sangrienta y feroz". El segundo reunió un pequeño haz de noticias para tributar emocionado homenaje a algunos precursores de la independencia, cuyo heroísmo puso fin a "tres siglos de opresión [que] pasaron como lavas candentes del infierno sobre la faz de América"; y tras aquellos siglos, que interrumpieron la eglógica fraternidad de los tiempos incásicos, destaca el advenimiento de la libertad, germen y fundamento de la felicidad civil. Uno y otro son claros ejemplos de la defectuosa simplificación que afecta a la Historia, cuando no envuelve una equilibrada restauración de los hechos pasados; o bien, cuando se la modela con el propósito de exteriorizar una actitud sentimental, o para efectuar una divulgación intencionada.

En corto lapso quedan superadas las limitaciones retóricas de la Historia, la Geografía histórica y la Cronología. Y aunque el afán testimonial oblitera la exposición objetiva de los acontecimientos pasados, percíbese el criterio del investigador en algunas reflexiones ocasionales, en la agrupación ordenada de los hechos afines, y en la metódica sencillez. Parejamente, se esclarece la posición de la Historia en la Enseñanza y los maestros llegan a una estimable comprensión de su didáctica.

(10) París, Librería de Rosa, Bouret y Cía., 1850.
(11) Lima, Tipografía del Mensajero, 1853.

Enseñanza de la Historia e investigación histórica

Tanto la experiencia cultural del individuo, como la influencia que sobre su sentimiento proyecta la peripecia colectiva alientan la identifificación de una serie de cambios progresivos en las instituciones y las ideas; y como esto impone a la conciencia una clara noción del destino histórico, determina un creciente interés por la investigación y la difusión del desenvolvimiento humano. Por eso, la quiebra del régimen absolutista y los periódicos reajustes del sistema liberal de gobierno condicionaron la aparición del historicismo. Y cuando en el Perú se creyó próximo el advenimiento de la libertad, el ánimo ansioso del hombre buscó una guía ilustrativa en el acaecer de otros pueblos; cuando sobrevinieron los agitados episodios de las luchas caudillescas, se los estimó como la lección que el país necesitaba para propulsar su ascenso; y si estas actitudes vitales no determinaron una inmediata vocación por el estudio sistemático del pasado, fué tal vez porque ésta debe nutrirse de cierta confianza en el futuro, y la violencia de los antagonismos políticos obstruyó durante algunos lustros el afloramiento de toda esperanza. Pero aquella alentadora sugestión emanó de la prosperidad económica, el afianzamiento del régimen constitucional, y la nivelación democrática representada por la abolición de la esclavitud y del tributo indígena, que mostraron al pensamiento cuán tormentosas, y firmes, son las conquistas que a través del tiempo han logrado la libertad y la razón. Bajo sus cálidas auras extendióse rápidamente la enseñanza de la Historia, y la comprensión favoreció las tareas del historiador. Y debió ocurrir así, porque la Historia interpreta la verdad emocionada que el documento perenniza, y refleja al mismo tiempo la acción consciente del historiador durante su propio tránsito; es la vida, y exige una clara concepción de su trascendencia, un pensar profundo acerca de sus fines.

Pues bien. Parcialmente entronizada esta ciencia en el plan de estudios del Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe, el año 1844, se le otorgó muy pronto la significación fundamental que se le ha reconocido en el proceso educativo; y, tras de algunos ensayos, caracterizados por la discontinuidad de las explicaciones lectivas, en 1853 se hallan definitivamente adoptadas la Historia Universal dividida en sus épocas Antigua, Media y Moderna—, la de América y la del Perú, a las cuales se agregaba a veces Mitología e Historia Eclesiástica. Mas, ha de presumirse que el criterio didáctico no era muy claro, porque los profesores extendían morosamente las disertaciones y las lecturas; y, como era frecuente que al vencerse el año escolar no hubieran completado el desarrollo de sus asignaturas, las autoridades del ramo dispusieron, en 1862, que los cursos fuesen dictados íntegramente y según los horizontes propios de la educación secundaria. Cierto que en el plantel se respetaba aún la tradición de sus fundadores y, no obstante haber quedado convertido en colegio de educación secundaria por efecto de la reforma can

cionada en 1855, sus orientaciones ajustábanse a un nivel superior; pero también podemos inferir que se intentaba reducir el contenido de la enseñanza y observar los resultados. Por ello adoptóse un solo curso de Historia y Geografía, el mismo año 1862, y al siguiente restablecióse el plan desautorizado, cuya vigencia se extendería hasta la reforma de 1876. En aquellos años, las regulaciones de la educación carecían de unidad y claridad, y apenas excedía la intervención del gobierno a los límites de una supervisión administrativa. En cada provincia, una junta de instrucción pública decidía el régimen que debían seguir los colegios y las escuelas de su jurisdicción. Y, por ende, no ha de extrañar que las disposiciones adoptadas con respecto a la enseñanza de la Historia en el Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe fueran, en verdad, excepcionales. Muy diversas eran en los planteles situados fuera de la capital; y, tanto el número como la nomenclatura de los cursos, revelan los extremos alcanzados por el interés y la relativa desorientación que originaba la inclusión de la Historia en el plan de los estudios escolares (1). Por efecto de un decreto supremo, aprobado el 25 de setiembre de 1855 y reglamentado el 23 de diciembre de 1856, el Colegio San Juan, de Trujillo, estableció una "cátedra de Geografía e Historia"; por un decreto supremo, del 15 de enero de 1856, el Colegio San Ramón, de Ayacucho, implantó una "cátedra de Historia en todos sus ramos", que parece haberse limitado a un solo curso general, pues años más tarde se lo denomina escuetamente; una disposición, promulgada el 19 de abril de 1956, crea en el Colegio de Ciencias, de Piura, un curso de Filosofia e Historia, que en 1864 hallamos apropiadamente designado como Historia Universal, y hacia 1869 cede su lugar a la Historia Antigua y la Historia del Perú; otra disposición, sancionada el 23 de diciembre de 1856, establece la enseñanza de la Historia Moderna y la Historia de América en el Colegio Santa Isabel, de Huancayo, pero sus alcancer fueron muy pronto reducidos, pues en 1861 se menciona sólo un curso general de Historia en ese plantel; por una resolución, del 23 de agosto de 1858, se adscribe al Colegio de Tacna el estudio de la Historia Antigua y la Historia Moderna; por efecto de una resolución aprobada el 21 de diciembre de 1859, se implanta un curso de Geografía e Historia en el Colegio San Ramón, de Cajamarca, y durante varios años se lo mantiene sin alteración; en el Colegio de la Independencia Americana, de Arequipa, donde el año 1861 dictóse una "Explicación histórica del Derecho Romano", según los alcances propios de la educación superior, se introdujo, hacia 1863, un curso de "Historia y Literatura"; durante la

(1) Los datos que al respecto consignamos provienen de dos fuentes principales: las "guías de forasteros", que suelen mencionar los cursos dictados en los diversos planteles de la república; y los programas de exámenes que éstos editaban cada año y de los cuales se ha formado una apreciable colección en la Biblioteca Nacional. Y también se halla una información apreciable en el ensayo de Alberto Enrique Pastor Sobre los orígenes de la enseñanza de la Historia Patria (1821-1876), aparecido en Guadalupanidad: N° 1, pp. 51-64; Lima, IV-1955.

misma década era expuesta en el Colegio San Luis Gónzaga, de Ica, una asignatura de Historia Profana, en oposición a la que asociaba Religión e Historia Santa; en el Colegio de Ciencias, de Cuzco, dictábase "Historia y Literatura", por lo menos hasta 1866; en el Colegio de la Libertad, de Santa, existía ya un curso de Historia el año 1865; y en el Colegio Nacional de Cajatambo, explicábanse cursos de Historia Universal e Historia del Perú, en 1867. Por tanto, resulta obvio que la enseñanza de la Historia se extendió paulatinamente, con intensidad y proyecciones muy variables, e imponiendo un cambio en las orientaciones retóricas y religiosas que imperaban en el proceso educativo.

La confusión, que inicialmente señorea en los ensayos destinados a introducir la enseñanza de la Historia, está claramente expresada en su asociación con la Geografía, la Literatura y la Filosofía, pues la influencia que éstas detectan supone: la explicación histórica de los cambios de soberanía sufridos por los territorios del planeta; o la versión elegante y difusa de los sucesos históricos, para servir los propósitos de la elocuencia; o la evocación intencionada, que del pasado exhuma únicamente aquellos hechos propicios a la comprobación de una tesis moral o política. Muy apreciables implicancias, acerca del método aplicado, se desprenden de la especial ilustración que se busca en materias conexas, al tratar de épocas o sucesos determinados: tal como ocurre con la agregagación de la Mitología a la Historia Antigua; o con la Historia de la Edad Media, a cuyo lado se menciona a veces la Historia Eclesiástica. Expresa o tácitamente se conserva todavía la vetusta distinción entre Historia Sagrada e Historia Profana, y a ella se debe: unas veces, la asignación de un curso aislado de Historia Moderna, que en los hechos debió continuar una explicación de la Historia Antigua, basada en la trayectoria del "pueblo escogido"; y otras veces, la exclusiva mención de la Historia Antigua y la Historia Moderna, que supone una visión de los hechos medioevales a través de la obra y la influencia de la Iglesia. Y, finalmente, destaca la parquedad de los cursos consagrados al pasado peruano, porque entonces hallábase en sus comienzos la formación de la Historia del Perú, y aún era muy vacilante su ubicación en el proceso formativo de la personalidad.

Desde los años iniciales de la época republicana, los alumnos de las escuelas primarias eran instruídos en la Historia del Perú mediante la lectura de algunos textos ejemplares -como los Comentarios Reales, por ejemplo y algunas noticias orales sobre la gesta emancipadora, porque la época de la dominación española era caracterizada sólo a base de la opresión política y se juzgaba discreto extender sobre ella el olvido. Pero la continuidad de la cultura y las instituciones jurídicas de origen hispánico, unida al contraste entre la adormilada vida colonial y las turbulentas sorpresas que ofrecían los antagonismos caudillistas, impusieron, primero una limitada evocación sentimental, y luego una prudente estimación de aquella época. Admitióse entonces la división de la

« AnteriorContinuar »