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Pero no era un estudio teórico de gabinete. Los jesuítas, como hemos indicado, se lanzaron al trabajo para sacar de la misma experiencia los datos que debían servirles en el planteamiento de su futura acción. En la Cuaresma de 1569 habían dejado ya el convento de Santo Domingo para establecerse en las casas que habían comprado, donde con el esfuerzo de la segunda expedición llegada el 8 de Noviembre del mismo año asentaron las clases de Gramática que ya habían comenzado y ampliaron los ministerios. Al año siguiente por expreso encargo del Virrey y del Arzobispo tomaban la "doctrina” de indios de Santiago del Cercado de Lima, y casi al mismo tiempo tenían que aceptar la de Huarochirí, en una áspera sierra a cien kilómetros al este de Lima. Poco después el Virrey emprende su visita al Virreinato y quiere consigo al P. Ruiz del Portillo. Este llega al Cuzco en Enero de 1571 y da comienzo al Colegio de esa ciudad en el corazón del antiguo Imperio Incaico. Una descripción más pormenorizada de la serie de fundaciones que se siguen la tendremos en el tomo segundo.

Una tercera expedición de misioneros jesuítas entró en Lima el 27 de abril de 1572, encabezada por el célebre teólogo, humanista y misionólogo P. José de Acosta, con cuya llegada pudieron abrirse las clases de Teología en el Colegio de San Pablo como coronamiento de las de Artes y Filosofía que ya se cursaban. En esta forma estaba completa y en marcha la primera Provincia jesuítica hispanoamericana ocupando todavía el cargo de Provincial el P. Ruiz del Portillo, razón por la cual, como insinuamos antes, no hay porqué regatearle esta gloria de haberla establecido y encaminado por sus derroteros más gloriosos: las misiones entre los indios y los ministerios y estudios con los españoles.

Pero tampoco hemos de disimular que todo esto se hizo con más precipitación que prudencia. El año 1572 viajaba a Europa el P. Diego de Bracamonte llevando informes extraoficiales (34). Poco después, muerto San Francisco de Borja le sucedía en el cargo de General el P. Everardo Mercurián, quien creyó necesario enviar un visitador que examinase de cerca las cosas de la Compañía en el Perú y en México, para lo cual escogió al P. Juan de la Plaza. Este no arribó al Perú hasta Mayo de 1575 con la cuarta expedición de misioneros, y acto seguido empezó la visita canónica que se prolongó por cuatro años. Una de las primeras cosas que hizo fue nombrar nuevo Provincial en la persona del P. José de Acosta, el cual reunió la primera Congregación Provincial, congregada en dos veces, la primera en Lima en Enero de 1576 y la segunda en el Cuzco en Octubre del mismo año. Demás está decir la excepcional importancia que revisten los documentos de esta Congregación, compuesta por los Padres más calificados, deseosos de encontrar la solución más acertada a los delicadísimos problemas a que estaba haciendo frente la Provincia, y de los que haremos brevísima mención en el artículo siguiente.

(34) Mon. Per. I, Doc. nn. 91, 5; 111; 113.

PRINCIPALES PROBLEMAS DE LA PROVINCIA PERUANA

1. Primera Congregación Provincial.-Una de las sabias disposiciones del santo fundador y legislador de la Compañía deja al buen juicio de los Superiores el acomodar la manera propia de proceder de la Compañía a las circunstancias de personas y cosas, dejando en salvo los puntos sustanciales del Instituto (35). Apoyados en este principio, los Padres de la Provincia del Perú creyeron llegado el momento de hacer una revisión de sus métodos después de ocho años de experiencia. Por cierto, algunos de los componentes de la Congregación de 1576 se hallaban bien capacitados para esta obra. El Visitador P. Juan de la Plaza era persona de experiencia en el gobierno; El P. José de Acosta, sobresaliente teólogo y moralista; buen conocedor de las cosas de la Provincia el P. Baltasar de Piñas; hombre versado en las ciencias sagradas el P. Ruiz de Montoya; en las cosas del Perú, el P. Ruiz del Portillo, y así otros, como el P. Diego de Bracamonte, bien impuesto en los negocios, o como el P. Juan de Zúñiga, hombre de sano criterio.

Dejando aparte cuestiones de segundo plano o que se refieren estrictamente a la disciplina religiosa de la Provincia, vamos a indicar aquellos problemas que podríamos llamar interno-externos, por su doble origen, o sea, relacionados con la estructura institucional de la Orden por un lado, y por otro con las características de la realidad peruana. Estos problemas van expuestos con toda claridad en nuestros documentos, de modo que es posible justipreciar el peso de las dificultades y el valor de las soluciones propuestas.

2. Las parroquias de indios.—Aunque a primera vista parezca cosa extraña, el primer obstáculo con que tropezaron los jesuítas en América fue la atención pastoral de los naturales. Ya expusimos la situación general de las reducciones y pueblos de indios en el Perú, donde a la llegada de los jesuítas atendían a las "doctrinas" clérigos seculares y religiosos de las distintas Ordenes. Estas "doctrinas" estaban jurídicamente establecidas en forma de parroquias, con los derechos y cargas correspondientes, según la disciplina de la Iglesia nuevamente urgida por el Concilio de Trento. En España, lo mismo que en las Indias, nadie concebía que pudiese haber otra forma de ayudar espiritualmente a los indígenas (36).

Ahora bien, el oficio parroquial era un ministerio prohibido a los miembros de la Compañia de Jesús por la índole misma de su Instituto aprobado por la Sede Apostólica. Los jesuítas no han de percibir emolumentos por sus ministerios, sus operarios deben ser perpetuamente amovibles de sus cargos a voluntad de sus Superiores (37). Pero en la Iglesia

(35)

(36)

(37)

Constituciones de la Compañía de Jesús P. 4, c. 10, n. 5 B [425]; P. 9, c. 3, n. 8 y D [746, 747]. Obras Completas de San Ignacio de Loyola, BAC Madrid 1952 pp. 466, 543.

Mon. Per. I, Doc. nn. 91, 2-5; 125, 2-6.

Constituciones, Examen c. 1, n. 3 [4]; P. 6, c. 2, n. 7 [565]; P. 7, c. 2,

indiana todas las "doctrinas" de indios eran parroquias, o sea, beneficios curados que debían ser provistos según el Patronato Real, sujetos por lo tanto a la elección de los Obispos y a la presentación del Rey. Esto era radicalmente ajeno al régimen y al espíritu de la Compañía.

Pues bien, como por otra parte la Compañía de Jesús llegaba a las Indias precisamente para colaborar muy de propósito en la obra más principal de la conversión e instrucción de los indígenas, salta a la vista el conflicto, era imposible pretender sustraerse al oficio parroquial sin faltar a lo más esencial de sus compromisos. Y no faltó quien le echase en cara esta aparente inconsecuencia (38).

De las dos soluciones propuestas por parte de la Compañía, la una se ciñe totalmente a las prescripciones del Instituto, y es la dada por San Francisco de Borja y el P. Juan de Polanco, Vicario General a la muerte de Borja, es a saber, que en las condiciones dichas la Compañía debía dejar la cura de almas (39). La otra, que es la de los Padres de la Provincia Peruana, proponía el aceptar alguna que otra de tales "doctrinas" en espera de lo que enseñase la experiencia (40).

3. La admisión de criollos y mestizos.-En un orden más interno que el precedente hallamos el problema planteado por las vocaciones de criollos y mestizos. No existía ningún impedimento por parte de la Compañía para recibirlos, y por eso se admitieron desde los comienzos los que se juzgaron aptos, como el citado antes Blas Valera. Pero se vió que por lo general salían éstos bastante inconstantes en la vocación, y se planteó la cuestión de si convenía recibirlos en el Noviciado. Llegóse a una solución intermedia consistente en no excluirlos por completo, pero sí ser más rigurosos en la selección, recibirlos más crecidos en edad y exigirles estrictamente las pruebas de la Compañía (41).

4. Las relaciones con la autoridad civil.-El tercer problema de importancia que pedía una solución urgente eran las relaciones con el poder real, cuyos derechos de Patronato, tan celosamente defendidos por el Consejo de Indias en Madrid y por un hombre tan intratable en esta materia como el Virrey Toledo en el Perú, se encontraba en muchos puntos con la manera de ser y de actuar propia de la Compañía. Nuestros documentos nos hablan de la disposición de ánimo de los miembros del Consejo, de las negociaciones entabladas con el P. Juan de la Plaza sobre las parroquias de indios, de las cédulas reales que otorgaban al Visitador amplia libertad de movimiento y de iniciativa, de la atención prestada a los expedicionarios por los aficiales de la Casa de Contratación de Sevilla, etc. (42).

n. 1 [618]; P. 9, c. 3, n. 9 y G H [749, 751, 752] BAC pp. 371, 497-8, 509-10, 544.

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(41)

Mon. Per. I, Doc. nn. 79, 4; 80, 5; 104, 6, 8; 117, 8; 190, 4. (42) Mon. Per. I, Doc. nn. 31; 125; 127, 1, 2; 128, 135.

La línea seguida por los jesuítas en este punto, como se deduce de las cartas de los Padres Generales, fue la de mantenerse en los mejores términos con las autoridades, conservando empero los Superiores de la Compañía plena libertad en el gobierno de sus súbditos, según las Constituciones, aun cuando hubiese que transigir en otras cosas. Esta conducta fue constante e invariable, desde las primeras cartas de Borja hasta las últimas de Mercurián (43).

En suma, puesto a salvo lo esencial, la Compañía fue hallando la manera de acomodarse a las peculiaridades del apostolado en el Perú, hasta llegar con el tiempo a las más espléndidas realizaciones que conoce la historia en la evangelización de los indígenas americanos. En esta forma se satisfizo a dos exigencias encontradas que parecían irreductibles. 5. Valor histórico de nuestros documentos.—De todo lo dicho se puede colegir finalmente la importancia de las fuentes que ofrece Monumenta Peruana a los estudiosos de la Historia de la Iglesia en América. Una institución como la Compañía de Jesús, que en el vigor de su primera juventud, llena del espíritu del Renacimiento cristiano y rebosante del optimismo renovador de Trento, se lanza con ardorosos ímpetus a la conquista espiritual de las Indias, apenas concluída la conquista armada. Porque es indudable que la Compañía vino a ser en estos años que hemos examinado uno de los vehículos más caracterizados de la mentalidad tridentina y de la ideología misionera de la Iglasia que tenía su adalid en San Pío V: acción centralizada en la unidad de dirección que irradia universalmente en la ejecución rápida y eficaz. La Iglesia había encondo la fórmula para resarcirse de las quiebras sufridas en Europa e imprimir en el naciente mundo moderno su sello de salvación y de cultura.

Nuestros documentos servirán también para ilustrar el estado moral y material de las poblaciones indígenas de América: los usos y costumbres de los indios peruanos, sus ideas y supersticiones, su sicología frente a la nueva concepción de la vida que les presentaba la religión cristiana, precisamente la de sus conquistadores, el establecimiento y constitución de la Iglesia entre los indios, y cien otras cuestiones de interés para la etnología y la historia religiosa de los pueblos antiguos.

En cuanto a la nueva corriente de la civilización occidental que se trasplantaba al Nuevo Mundo, el valor de nuestros documentos, no exiguo en este primer volumen, crecerá, sin duda, en los que han de seguirle. Pero ya encontramos aquí indicios de los enojosos conflictos entre las dos potestades espiritual y temporal y del regalismo español implicado en ellos, punto capital en la historia de las relaciones entre la Iglesia y la Corona de España durante la monarquía absoluta de los Austrias (44).

(43) Mon. Per. I, Doc. nn. 49; 53; 54; 190, 3. Véase por ejemplo Mon. Per. I, Doc. n. 73, 4.

(44)

Roma, Julio de 1956.

Auquénidos del Perú para Madame

Bonaparte

Por SARA MARIA HAMANN CARRILLO

En el Journal de la Societé des Americanistes, sección "Melanges et Nouvelles Americanistes", aparece una nota de R. d'Harcourt sobre ia Emperatriz Josefina y las llamas (1). Se incluye allí una carta del peruano José Camacho dirigida a Madame Bonaparte, la mujer del Primer Cónsul, el 23 de Diciembre de 1803, en la que se le ofrece para llevar a Francia llamas y alpacas con el fin de aumentar sus colecciones de animales.

En su carta deja ver Camacho cómo se ha enterado por su corresponsal en Madrid, de las aficiones de Madame Bonaparte y de lo que le agradaría tener dichos auquénidos; para complacerle se ha dedicado a domesticarlos. Por las informaciones que a su favor hizo el Barón de Carondelet a S. M., éste le ha concedido una Maestría de Plata para la Península, imponiéndole además la conducción de los animales, comisión, que por miras particulares del Virrey del Perú, no ha podido cumplir aún.

Como apunta la autora de la nota, Madame de Beauharnais se había entregado desde 1792 a recolectar animales. En 1804, Napoleón le permitió instalar en el parque del castillo de la Malmaison una “menagerie".

D'Harcourt se pregunta si la carta de Camacho recibió respuesta favorable y si los guanacos de la Malmaison a que alude Loisel en su "Histoire des Ménageries" se deberían a las preocupaciones del peruano. La presente publicación pretende aclarar en parte, con algunos de los documentos pertinentes, este simpático y original tema.

En Febrero de 1804 el Rey de España da una Real Orden al Virrey del Perú desde Aranjuez. En ella se dice que accediendo a lo pedido por la Reina de España, concede el Rey a Madame Bonaparte las vicuñas y alpacas que ha solicitado y encarga al Virrey proceda al inmediato envio de dichos auquénidos.

Como vemos, lo que podía ser quizá una sugerencia de Camacho en 1803, se cristaliza en 1804 en un asunto oficial entre la Emperatriz, los Reyes de España y el Virrey del Perú.

(1) R. d'H. L'impératrice Joséphine et les lamas. En Journal de la Societé des Americanistes. Paris. 1950. p. 259-262.

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