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de contratación indiana antártica y en una floresta de mástiles venidos de todos los climas del mundo.

Como ciudad surgida del azar y de la vida, el Callao no tiene en el siglo XVI categoría urbana ni Cabildo pomposo, ni Corregidor, ni vecinos, ni nombre seguro. En el reparto de encomiendas de la fundación de Lima debió pertenecer, como anexo, a la encomienda de don Nicolás de Ribera, encomendero de Maranga. En 1537 era, únicamente, "un tambo junto al mar". El Cabildo de Lima autoriza ese año a Diego Ruiz, vecino de Lima, para que edifique "una casa e tambo en que se recojiesen las mercaderías de los navios que a dicho puerto vienen porque de estar al sol resciben daño". El acta del Cabildo no le llama aún Callao, sino "el tambo de la mar"; pero, de su texto se desprende que, no obstante la falta de su título urbano y de funcionarios reales y hasta de nombre y vecinos, el Callao era ya el Callao, por destino innato, o sea el puerto mayor del Perú.

El Callao crece, así, al borde del mar, espontáneamente, al margen de la legislación, junto al caserío de pescadores de Pitipiti y al "tambo de la mar". Los Alcaldes de Lima iban los sábados a dar audiencia pública y administrar justicia "al puerto de la mar desta ciudad". El puerto estaba regido por un Alguacil Mayor, que fué en 1549 Alonso de Castro, quien se estableció junto al desembarcadero en un solar en el que había "un paredón fecho de tiempo de indios". En 1554, uno de los más inquietos y revoltosos compañeros de Pizarro en Cajamarca, el conquistador Jorge Griego, se había instituído por sí y ante sí, de autoridad, y por dueño del tambo o casa de la aduana que está en el puerto de la mar. Más tarde, por maniobras de la Audiencia tomaron posesión de ella los artilleros que habían servido contra el ejército de Girón.

Por esta época se afianza el nombre del Callao. Los Libros de Cabildo de Lima hablan del puerto situado en el Callao o del “callao de esta ciudad”, lo que parece indicar un accidente geográfico anexo a Lima. otras citas hablan del "Callao del puerto de esta ciudad", hasta que, en 1555, se habla ya del Callao puerto desta ciudad. Pero antes la Crónica del Perú de Cieza de León, editada en Sevilla en 1553, hablaba de la isla Salmerina, hoy San Lorenzo, que "hace abrigo al Callao que es el puerto de la Ciudad de los Reyes". Y confirmaba: "El Callao, que como digo es el puerto de la Ciudad de los Reyes, está en doce grados y un tercio".

La iglesia parroquial se instituye el 21 de Octubre de 1555, en que se otorga al canónigo Agustín de Arias, sitio para el templo, cementerio y casa del cura. Ese mismo año, se nombra Alguacil con vara de Justicia a Cristóbal Garzón.

En la concesión hecha por el Cabildo de Lima a Arias, el 20 de Setiembre de 1555, parece que el pueblo del Callao, [distinto def tambo de la mar o el desembarcadero,] se fundase en ese momento, porque dice que el canónigo Arias ha pedido una cuadra de solares "en el pueblo que

se funda en e! Callao de la mar y puerto della". Este habría sido fundado como pueblo español en 1555. Se agrega, como dato significativo de la fundación, que Jerónimo de Silva y Francisco de Ampuero tienen noticia de "la traza" y solares que se ha dado en el dicho puerto. La "traza”, se llamaba al plano de las fundaciones, y el reparto de solares es, también, indicio de toda fundación española. Puede, pues, afirmarse que el Callao se fundó en Setiembre de 1555, por Jerónimo de Silva y Francisco de Ampuero, casado con doña Isabel Huaylas Ñusta. Los primeros vecinos principales fueron Jerónimo de Silva, Alcalde de Lima, Francisco de Ampuero, Juan Cortés, regidor, Antonio Solar, el secretario Pedro de Avendaño, el Alguacil Mayor Juan de Astudillo Montenegro y el canónigo Agustín Arias.

En 1556 el Marqués de Cañete nombra ya una autoridad con el nombre de Alcalde de la Mar, el que debía dirimir únicamente las diferencias de navíos y soldados, sin hacer procesos. En 13 de Diciembre de 1561, el Conde de Nieva crea, por último, una autoridad independiente del Cabildo de Lima, "en el Puerto, los navíos y un cuarto de legua de contorno". El nombrado fué Diego Díaz, que para remache de su primaria autoridad en el puerto levantisco de maestres, pilotos y marineros, no sabía leer ni escribir.

A fines del siglo XVI el Callao ha adquirido espontánea y libremente, sin la protección oficial, aspecto de ciudad. Se halla poblado de muchos españoles, según apunta el Obispo Lizárraga, y tiene templo más fresco y sano que el de Lima y cuatro conventos, el de Santo Domingo, San Francisco, San Agustín y la Compañía. Pero, desde entonces, pende sobre la población agrupada al borde del mar, el sino telúrico que será su amenaza y su flagelo secular. En 1586 sobrevendrá el primer terremoto e inundación que destruirá la incipiente ciudad. Estoica y alegremente el puerto vuelve a levantarse de sus ruinas y a enriquecerse con el tráfico de Panamá, de Guayaquil, de Potosí y de Chile. Pero, a la zaga de los temblores, llegan los corsarios y piratas que impondrán al naciente burgo marino, su provisoriedad y ligereza. En 1579 surge el corsario inglés sir Francis Drake, con su biblia luterana y sus barcos intrépidos que han violado la puerta del Estrecho. Ante la aparición del Dragón, el barco insignia de Drake, el Callao, el humilde alguacilazgo del Mar, se yergue improvisadamente para defender a Lima y al Perú. Y lo hace con un ardid de alma picaresca en el que ayudan dos grandes alborotadoras: las campanas y las mujeres. El pueblo del Callao se reúne en la plaza y promueve grandes voceríos y repiques de los bronces, para advertir al corsario que se halla listo a repeler la agresión y en la noche las mujeres, grandes damas de linaje, doña María de Cepeda y doña Mencía Manrique de Lara, de las más finas y pulcras de Lima, desgarran sus tocas y sus sábanas y enciéndenlas como mechas que simularan las de los arcabuces, Y Drake después de soltar las amarras de los buques surtos en el puerto, sin robar ni quemar nada, se ale

ja y va a buscar su presa en el mar. El improvisado alboroto se repite cuando aparecen tras del cabezo de las islas los barcos de Hawkins y de Cavendish o más tarde los de los holandeses Spitberg o Clerk. Entonces, tras del abandono de la imprevisión y de la inercia, el Virrey, ya sea Toledo o don García Hurtado de Mendoza o el príncipe de Esquilache, manda tocar pifanos y tambores y alzar bandera, “retiñe el añafil, retumba el parche", batido por los diestros atambores y acuden en sus ágiles caballos corregidos por los frenos argentados, los caballeros limeños, “armados desde el yelmo hasta el acicate" con sus arneses bruñidos, sus golas, sus escudos grabados y sus yelmos con flotantes plumas de colores. Como nada se previene ni se organiza, el pueblo se refugia en el milagro y en 1615 el Callao se salva por las oraciones de una virgen limeña.

Después de este hervor bélico momentáneo que será característico de su vida en todas las épocas, el pueblo vuelve a la diaria faena del trabajo y de la contratación que es su destino.

de Armas Antárticas le canta así:

Tranquilo, sosegado puerto grato
en cuya espacísima ribera

Miramontes, el poeta

de Jerjes el armigero aparato
y ejército naval surgir pudiera;
su frecuentado, grueso y rico trato
que atrás dejar al de Sevilla espera
lustrosa hace y de sublime estima

la ciudad de los Reyes y el río Lima.

El Callao pedía, después de estos trances, que se le diera el título de villa y ofrecía, en 1592, de 30 a 50,000 pesos al monarca por esta merced, que no se le concedió, en atención a que la mayor parte de los edificios eran almacenes y bodegas, que los señores dueños de ellos vivían en Lima y tenían tan sólo sus mayordomos en el puerto.

Durante el apogeo económico del Virreinato peruano, en el siglo XVII, adquiere su fisonomía propia el gran puerto indiano. El Callao es el centro de la contratación de la América del Sur y la puerta comercial de Charcas, la Argentina y Chile. La población asciende a 700 vecinos españoles. Dos caminos frecuentados por recuas de asnos y mulas lo unen a Lima y al interior. El Príncipe de Esquilache, ante el peligro pasado con la llegada del pirata holandés Spitzberg, crea el presidio o cuartel de tropas, con cinco compañías de infantería, 500 españoles y muchos negros mulatos e indios. Se crea también una Armada con sus naves capitana y almirante, "Nuestra Señora de Loreto" y "San José", y sus pataches o trasportes. Se crea el cargo de General de la Mar del Sur. Pero no es el hábito guerrero ocasional el que caracteriza a la urbe colonial, que alcanza -el título de ciudad que le otorga el Conde de Lemos, sólo en 1671. Lo expresivo de su ambiente en toda su historia, es el

trajin comercial de la playa y del embarcadero. El Callao es una pequeña réplica ultramarina de Sevilla. Lo anotan un poeta español, Miramontes, ya aludido, y el cronista indio Huamán Poma de Ayala que dice: "alli se despacha riquezas, alli se hunde riquezas, unos salen desnudos, otros muy ricos como Dios le dá suerte, unos lloran otros cantan, otros van y vienen y salen de la dicha villa y puerta de Callau, sevilla rica". En el mar había diariamente de cuarenta a cincuenta navíos, pero el jadeo característico es el de la playa, y de la aduana a la que se desembarca de los botes por unos tablones. Ahí se almacenan el trigo, los cordobanes, la carne salada, el sebo y las jarcias que vienen de Chile, el roble, la caoba, el cedro para los altares y coros que viene junto con la brea, el alquitrán, los bálsamos y la ropa de asca de Panamá, de Guayaquil y del Realejo, las piñas de plata, los tejos de oro, las pieles de alpaca y de vicuña de los puertos intermedios peruanos; las botijas de vino de Pisco, Ica, Nazca e Ingenio; los pallares, el maní, los garbanzos de Cañete y Barranca; el azúcar y las mieles de Chicama, y el chocolate, la sal, los tocuyos y las bayetas del interior. Y junto a los frutos de la tierra, las telas y paños de España, las sedas y porcelanas de China llegados en la nave de Acapulco. Todo se desembarca y se tiende en el suelo y se transporta luego a lomo de mula a Lima y a los Andes. Y el auge comercial se refleja en el aire civil de la ciudad que crece al borde de la fortaleza levantada por el Virrey Mancera y adquiere a la llegada de los Virreyes prestancia de corte, por la presencia de fastuosos magnates y de mujeres. Los Virreyes desembarcaban por Paita y venían por tierra hasta el Callao. En el fundo Bocanegra dejaban la diligencia y montaban en la carroza virreinal que ingresaba al Callao entre vitores, repiques, pompas y aclamaciones. En la puerta de la villa esperaba el Maestre de Campo y entregaba al Virrey las llaves de la ciudad en un azafate de oro. En el recibimiento del Conde Castellar, en 1674, "toda la muralla del Callao dice el cronista Mugaburu- estaba de mujeres con mucha gola y tan poblada que parecía un ramillete de varias flores”. En la noche se representaban comedias y las mujeres tapadas podían hablar libremente con el Virrey. Del Callao salía el Virrey, en carroza, hacia la Legua, donde su antecesor le entregaba el bastón símbolo de su autoridad,

A fines del siglo se obtiene para el primer puerto peruano, por obra del Virrey Conde de la Monclova un muelle y chaza dignos de su importancia comercial. Hasta entonces, nos descubre la correspondencia del Virrey publicada por Manuel Moreyra, el desembarco estuvo supeditado a incomodidades y chubascos. Los viajantes tenían que ser desembarcados en brazos de negros y zozobraban continuamente por la resaca. El Virrey Monclova hizo construir un espigón de piedra de setenta y dos varas de largo y doce de ancho; con pretiles tallados en los flancos, tres escaleras, argollas de bronce y una grua, con capacidad para que atracaran a la vez tres embarcaciones. También reformó Monclova en esta época las murallas y

baluartes del presidio, todo lo que celebraron en verso los alumnos del Real Colegio de San Martín, en una primicial ofrenda lírica chalaca.

En el siglo XVIII la población ha crecido alcanzando a 600 familias o sea 4.800 habitantes y se ha extendido el ámbito de la ciudad. Esta se prolonga principalmente en longitud más que en anchura. Había dos calles principales y paralelas a la ribera que eran la del Peligro y la del Sosiego. El fuerte levantado por Mancera tenía diez bastiones y 4 baterías de cañón. Un viajero francés dice que "las fortificaciones eran irregulares, los cañones buenos y los soldados malos". En la Plaza principal se levantaban el Palacio del Gobernador, el del Virrey, el cuerpo de guardias y el Arsenal. La Iglesia parroquial ocupaba un ángulo de la plaza y cinco Iglesias de caña y paja y un Hospital representaban el espíritu religioso del pueblo. En las afueras de la ciudad estaban los suburbios de indios de Pitipiti viejo y Pitipiti nuevo, en los alrededores muchas casas de campo con huertas y jardines y, junto a la ribera, las cabañas de los pescadores cubiertas de esteras.

El más violento trance de la historia del puerto es el del terremoto de 1746. El viajero Frezier había previsto que, por la escasa elevación del terreno de la ciudad sobre el nivel de la marea alta, el mar podría inundar la ciudad y convertirla en isla y acaso destruirla. Darwin que vió el emplazamiento antiguo del Callao en la Mar Brava, en 1835, declara: "Nadie que tuviera sentido común habría elegido para edificar una ciudad la tira estrecha de cantos rodados sobre la que hoy se encuentran las ruinas". El terremoto de 1746, que destruyó íntegramente Lima, hirió también en forma mortal al Callao, de suerte gemela a la de la capital. Después del violento temblor, los habitantes vieron hincharse las aguas y formarse verdaderas montañas líquidas que se desbordaron sobre la ciudad, arrastrando por encima de ella los barcos y los parapetos y las murallas y transportándolos a varias millas de distancia. De 5.000 habitantes sólo se salvaron algunos pescadores y marineros que se asieron a troncos de madera y se dejaron arrastrar con ellos. De toda la ciudad seiscentista sólo quedó un trozo de muralla del fuerte de Santa Cruz. De veinticuatro barcos fueron sumergidos 19. El mar transportó la Iglesia de San Agustín, según un viajero francés, a una isla alejada donde se la encontró después. El barco de San Fermín fué arrastrado y se le halló en una chacra vecina y otros al centro de la ciudad. El temblor dice el abate Court de la Blanchardiere, que se hallaba en Lima, pudo ser "un juicio de Dios irritado por los crímenes y excesos de sus habitantes" cuyas costumbres eran, se dice, muy corrompidas.

Pero es ley de la vida urbana del Callao desafiar su sino telúrico adverso y renacer de sus cenizas con vitalidad siempre nueva y juvenil. El Callao se rehizo de la catástrofe de 1746 y sobre sus ruinas se alzó la recia y simétrica mole del Real Felipe, la fortaleza que habría de identificarse con el espíritu obstinado y defensivo del pueblo chalaco. El Virrey don José Manso de Velasco decidió levantar una fortaleza y una

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