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JOSE AUGUSTO DE IZCUE

(1872-1924)

Connotado escritor, literato y orador elocuente, el doctor José Augusto de Izcue, se impone en forma sobresaliente, en el campo de las letras, en los finales del siglo pasado y comienzos del presente. Su trayectoria en este sentido es bien dilatada. Con verdadero amor por la historia patria, escudriña su pasado, y deja como fruto de ésta su labor, varios opúsculos, en que pone de relieve su acuciosidad característica, propia del investigador y del analista.

Había nacido en Lima el 19 de mayo de 1872, siendo sus padres, el señor José Rafael de Izcue, prominente ciudadano, de gran figuración en la época del gobierno civil de don Manuel Pardo, a quien acompañó por dilatado período como su Ministro de Hacienda y Comercio, y de doña Virginia García y Sanz, de la mejor sociedad de Lima. Educóse en el Colegio de los Jesuitas dirigiéndose cumplidos los once años a Inglaterra ingresando de inmediato al Colegio de San Jorge. Las enseñanzas que recibiera en este afamado plantel educativo le fueron muy provechosas, y es por ello, que cuando regresó al Perú en 1887, el caudal de conocimientos que poseía lo volcó en los cargos que le tocara desempeñar en los varios ramos de la administración pública. Completó sus estudios en la Universidad Mayor de San Marcos en cuyas aulas dejó su nombre bien puesto, y es a partir de 1895, que empieza a laborar en su condición de empleado y funcionario competente y sagaz.

Sucesivamente es Secretario de la Prefectura de Lima y de la Honorable Junta Departamental, Prefecto de Ica, Comisario del Perú en la Exposición Universal de París de 1900, al frente del cual dió pruebas de su dinamismo y actividad, y finalmente, ocupó la Dirección General de Instrucción, nombrado por el Dr. José Pardo, quien muy de cerca había sabido aquilatar sus méritos. Las faenas realizadas aquí por el Dr. Izcue, se tradujeron en la confección de una serie de leyes y resoluciones, que redundaron en beneficio positivo para la enseñanza en los planteles escolares de la República. Fué un magnífico asesor en este ramo que prestigió en alto grado la administración a la cual servía.

La experiencia adquirida en Europa donde su espíritu sensible le permitió ahondar en el terreno del arte, lo convencieron de la necesidad de la formación de un Museo Histórico, y puesto en ejecución el plan que ya tenía preparado, se convirtió éste en realidad, al decretar el Gobierno de aquella época la formación de nuestro museo, cuyo primer Director, y en una de sus secciones, habría de ser precisamente el Dr. Izcue. Aunque cincuenta años atrás, el Museo Nacional funcionara intermitentemente, concluyendo por desaparecer, el que ahora surgía, venía a llenar una necesidad hondamente sentida, y en cuyas salas podrían admirarse las riquezas invaloradas de nuestro pasado colonial y republicano. La fuerza impulsora dada por el Dr. Izcue a esta Institución cul

tura!, continuó acrescentándose cuando ella fue dirigida por tres eminentes historiadores, los señores Max Uhle, Julio C. Tello y Emilio Gutiérrez de Quintanilla. El Dr. Izcue, había sido pues, el forjador de la gran obra, a la que el Presidente Pardo y su Ministro de Instrucción Dr. Jorge Polar, le dispensaron apoyo y protección.

En el campo político, el Dr. Izcue por tradición familiar, fué un abanderado del Civilismo, al igual de su ilustre progenitor. En este sentido laboró infatigablemente en las filas de la histórica agrupación, y cuando ésta tomó parte activa y decidida ante la proximidad de las justas electorales para la renovación de los Poderes del Estado, la pluma y el verbo del Dr. Izcue, se impusieron en los escenarios tumultuosos. Así fué como en 1898, ocupó un cargo de redactor en el diario La Ley, que propugnaba la doctrina sostenida por el Civilismo para la sucesión presidencial del señor Piérola, escribiendo entonces serenos y meditados artículos, exentos de violencia y de pasión. En atención a su actividad y a su clara visión de organizador, fue designado Secretario de la Junta Directiva del Partido Civil, habiendo merecido por igual causa, que don Manuel Candamo lo nombrase su secretario privado, laborando desde entonces al lado de tan eminente hombre público. Aunque fue elegido diputado suplente por Lima, no llegó nunca a incorporarse a su Cámara por falta de oportunidad, pero siguió y muy de cerca aquellos debates parlamentarios que más resonancia y trascendencia alcanzaban en la República.

En el campo de las letras la labor del Dr. Izcue fue muy promisora y fecunda. Colaboró en casi todos los diarios y revistas de la capital, abarcando de preferencia, las disciplinas literarias e históricas. En el escenario poético dejó igualmente muestras acreditadas de su inspirado numen. La docencia superior lo contó también en sus filas, y muchos de los que fueron sus discípulos en el Instituto Lima, aún recuerdan las lecciones tan interesantes que dictaba el profesor ilustre sobre la evolución de la literatura y de la historia. La enorme cultura que poseía el Dr. Izcue la volcaba así en las aulas, explayándose en las principales figuras de los clásicos españoles, deleitándose en esbozar las de Lope de Vega y Calderón, Quevedo y Lope de Rueda, Rioja y Herrera, Garcilaso y Boscán. Enamorado de la forma, atraía en su disertación desde los primeros momentos a quienes tenían el placer de escucharlo.

Como orador, muy pocos han podido parangonarse al Dr. Izcue. Hablaba en una forma precisa y rotunda. Su estilo elegante cautivaba y arrebataba al auditorio. Tan pronto era fogoso en las oraciones patrióticas, como tranquilo y apacible en los actos académicos, a los cuales llevaba su palabra persuasiva y brillante. Su facilidad para improvisar era única, y recordaba por su aticismo los giros oratorios de Luciano Benjamín Cisneros.

Entre las piezas más notables de este género, figuran las oraciones que pronunció el 8 de octubre de 1894 ante el monumento a Grau, la que dijo en el Ateneo de Lima el 12 de febrero de 1900 en homenaje al

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poeta laureado Luis Benjamín Cisneros y la dicha frente a la columna rostral del Dos de Mayo al conmemorarse el cincuentenario de aquel histórico combate; y el discurso de orden que le encomendara la Sociedad Geográfica de Lima con motivo de la celebración de sus bodas de plata el 22 de febrero de 1913. Aquella pieza oratoria, calificada muy bien de magistral y, que se impone por el brillo de la expresión y su contenido erudito, es única. Se le elogia como es debido en los principales Ateneos y Liceos del Viejo y del Nuevo Mundo, y se conserva en los anales geográficos del Perú, como el trabajo más preciado de esta índole y digno de figurar al lado de los sapientísimos de Raymondi y Paz Soldán. La producción en conjunto del Dr. Izcue fué copiosa. Aparte del material inédito que dejó acumulado con respecto a la emancipación de! Perú, escribió dos opúsculos muy interesantes sobre Castilla y San Martín y Los peruanos y su independencia, publicaciones ambas frecuentemente consultadas, por quienes se dedican al cultivo de las disciplinas históricas.

En atención a sus indiscutibles méritos, el Gobierno de Francia, lo honró con las palmas académicas, y entre nosotros ocupó un asiento en el antiguo Ateneo, en el Instituto Histórico y en la Sociedad Geográfica de Lima.

El Dr. Izcue que estaba casado con una distinguida dama de la aristocracia limeña, doña Adela de la Fuente, falleció en esta capital el 16 de junio de 1924.

E. S. C.

EUGENIO LARRABURE Y UNANUE
(1844-1916)

Connotado historiador, publicista y hombre de Estado, don Eugenio Larrabure y Unanue se destaca en la segunda mitad del siglo pasado y comienzos del presente, en el escenario intelectual y político del Perú. Había nacido en Lima el 19 de enero de 1844, siendo sus padres el ciudadano francés Eugenio Larrabure y doña Rosa Unanue, hija ésta, del sabio peruano doctor Hipólito Unanue.

Recibió su instrucción elemental en el Instituto Francés que regentara el afamado maestro y pedagogo, doctor Teodoro Moriniere, completando sus estudios en otros planteles educativos, en los que se distinguió por su aprovechamiento y luces. Desde temprana juventud, demostró su afición por las letras, militando también en las filas del periodismo y de la política. En 1872 fundó el periódico La República, desde cuyas columnas libró tenaz campaña a favor de la candidatura presidencial del doctor Manuel Toribio Ureta, desempeñando años después, en 1877, la redacción de El Peruano, diario oficial, en el que impuso su personalidad

por la ponderación de sus escritos. Lejos de exaltarse, don Eugenio Larrabure se condujo con toda mesura en las polémicas que sostuvo con los periódicos que censuraban la política del Gobierno imperante en ese entonces, sin que descuidase por ello sus estudios de índole literaria e histórica, en los que había dejado bien puesto con anterioridad su nombre, pues en El Correo del Perú, semanario que editaba en Lima Manuel Trinidad Pérez, llamaron la atención, y entre otros, sus Apuntes Geográficos, históricos, estadísticos y arqueológicos sobre Cañete y Un viaje de Lima a Arequipa, en el que aportó innúmeros datos de índole geográfica no revelados hasta esa fecha, y que don Eugenio Larrabure había recogido y compulsado en sus frecuentes incursiones por aquellas apartadas regiones. Puede decirse que desde los 20 años Larrabure se inició en el cultivo de las letras, publicando sus Estudios Literarios, en los que emitió juicios muy acertados sobre Juan de Arona, Constantino Carrasco y Clemente Althaus, así como sobre las obras del poeta alemán Juan Wolfgang Goethe.

En su condición de funcionario público, don Eugenio Larrabure puso de relieve su capacidad y hombría de bien en los cargos que sirvió. Prestó sus servicios en el Ministerio de Relaciones Exteriores, alcanzando en 1878 el cargo de Oficial Mayor de la Cancillería, y cuando se produjo el conflicto con Chile, fué enviado a España como Secretario de Primera Clase de la misión que tuviera a su cargo don José Joaquín de Osma, quedando acreditado ante la Corte de Madrid, en la categoría de Encargado de Negocios, por ausencia del titular. De regreso al Perú, el Gobierno del General Iglesias lo nombró en 1883 Ministro de Relaciones Exteriores, cargo que desempeñó con notoria lucidez en una época luctuosa para el país y del que se apartó poco después, para reasumir nuevamente la misma Cartera en 1892 en el Gabinete que presidiera don Carlos M. Elías. Su actuación aquí fué brillante y patriótica, pues le tocó discutir con el Plenipotenciario chileno todo lo relacionado con el Tratado de Ancón y especialmente con la cláusula del mencionado pacto referente al plebiscito.

Un año después (1893) don Eugenio Larrabure, renunció el cargo que desempeñaba para dedicarse por entero a las faenas agrícolas en su fundo Unanue, dando impulso a la negociación azucarera allí establecida, volviendo por tercera vez a ocupar un ministerio público, que en esta oportunidad fué el de Fomento, para el que se le llamó por el doctor Cesáreo Chacaltana en el Gabinete que se organizó por aquel probo ciudadano en 1901. De su paso por este portafolio basta con señalar que debido a su esfuerzo y constancia se fundó y organizó la Escuela de Agricultura de Santa Beatriz. Un año después, en 1902, se hizo cargo nuevamente del Portafolio de Relaciones Exteriores y de la Presidencia del Gabinete, del que se apartó, para ingresar a la carrera diplomática, siendo nombrado Ministro Plenipotenciario en el Brasil en 1905, gozando de la más alta estimación ante la Cancillería Fluminense. Como co

ronación a su brillante carrera pública, fué nominado como Primer Vicepresidente de la Nación para el cuatrienio 1908-1912.

El señor Larrabure y Unanue fué un publicista distinguido que mereció los francos y calurosos elogios de los centros culturales del viejo y del nuevo mundo. En 1893 publicó sus Monografías histórico-americanas, que fueron bien recibidas por la crítica. En el volumen en referencia, su autor abordó con maestría los más variados tópicos relacionados con la historia del Perú desde sus etapas más remotas. Sensiblemente el voluminoso material que seleccionara y los Apuntes que había redactado para su obra cumbre: El descubrimiento y la conquista del Perú, desaparecieron en un incendio. Como polemista también sobresalió, dando prueba inequívoca de ello en la controversia que mantuvo en 1885 con el padre jesuita Ricardo Cappa, a propósito del libro publicado por éste y titulado: Colón y los españoles, y en la impugnación que escribió en París en 1914 y con el título: Les archives des Indes et la Bibliotheque Colombine de Sevilla, refutando las doctrinas del reputado bibliografo Henry Harrisse, quien se empeñaba en negar la autenticidad de la Historia del Almirante, obra erudita y prolija de Fernando Colón. Por este mismo año don Eugenio Larraburre publicó en Barcelona las Obras científicas y literarias del doctor Hipólito Unanue.

Abogando por la formación de un Museo Arqueológico y por la reglamentación de las excavaciones en el territorio nacional, don Eugenio Larraburre publicó en el diario La República, en su edición correspondiente al 17 de junio de 1872, un estudio muy interesante relacionado con este particular, al que se asoció el historiador inglés Thomas J. Hutchinson, quien lo patentizó así en su obra editada en Londres: Dos años en el Perú.

Dado su espíritu dinámico y emprendedor, don Eugenio Larrabure fué uno de los fundadores del Club Literario, que desapareció cuando la guerra con Chile y al que sustituyó el Ateneo de Lima, que lo contó en sus filas como a uno de sus más entusiastas propulsores. Cuando el Gobierno del Perú por resolución suprema de 8 de marzo de 1905 nombró el personal que había de constituir el Instituto Histórico de reciente formación, don Eugenio Larraburre figuró en dicha selecta nómina, siendo con posterioridad elegido su Presidente, cargo honroso que conservó hasta el momento de su fallecimiento. En la sesión solemne que celebró el Instituto el 29 de julio de 1905, don Eugenio Larrabure pronunció el discurso de orden en el que hizo un estudio profundo y erudito de la evolución de la historia en el Perú.

Atendiendo a sus merecimientos, el señor Larrabure y Unanue fue honrado en 1880 como miembro correspondiente en el Perú por las Reales Academias de la Lengua y de la Historia de España, habiéndolo condecorado en 1905 el Rey de los belgas como Comendador de la Orden de Leopoldo.

En el campo internacional, don Eugenio Larrabure representó muy

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