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Ribera como la perpetuidad parcial produciría serios problemas en el Perú. El Virrey era partidario de la perpetuidad general sin conceder la jurisdicción a los encomenderos. El Conde del Villar sostenía que la perpetuidad general traería consigo la paz, una mejor defensa de la tierra y un trato humano para los indios. 29. Así, se hacía más patente que nunca el desacuerdo sobre la forma en que debía llevarse a efecto la perpetuidad.

Las discusiones sobre el proyecto de Ribera continuaron hasta 1589 en que Gaspar de Ribera regresó al Perú. El 13 de setiembre de 1591, Pedro Moya, Presidente del Consejo de Indias, solicitó del Rey que tomara una decisión sobre el proyecto de Ribera, porque los encomenderos esperaban su decisión "con gran expectativa". 30 En 1592, el Rey Felipe, exasperado por las opiniones contradictorias de los consejeros, suspendió todas las discusiones sobre la perpetuidad y prórroga de los plazos. 31

La lucha por la perpetuidad no terminó durante el reinado de Felipe II. En 1600, dos años después de la ascensión de Felipe III al trono de España, el fraile dominico, Salvador de Ribera fue nombrado procurador de los encomenderos del Perú. Al año siguiente presentó al Rey una petición que encerraba los viejos argumentos en favor de la perpetuidad. 32 Esta petición parece haber despertado algún interés en el Rey Felipe III y en el Duque de Lerma, su influyente favorito, porque estos refirieron el asunto a ios altos consejos de estado.

Este nuevo esfuerzo por alcanzar la perpetuidad fué combatido por todos los Consejos a los que se refirió el asunto. El 23 de julio de 1602, el Consejo de Indias se opuso a la perpetuidad. 33 El 29 de noviembre de 1602, los miembros del Consejo de Estado por 5 votos contra 1, con un voto indeciso, se opusieron a la perpetuidad. 34 El 9 de diciembre de 1603, una Junta Especial de Perpetuidad se opuso a la medida. 35 Los argumentos presentados por estos Consejos eran similares. Se expusieron los viejos temores de que la perpetuidad daría como resultado la esclavización de los indios. El criollo peligroso reemplazó al antiguo conquistador con afanes de independencia como un posible rebelde si se le concedía la perpetuidad. Sin embargo, su argumento más sólido fué que los encomenderos no podrían pagar una suma importante por la perpetuidad. En general los encomenderos de Indias no sólo eran pobres, sino que la incorporación de sus encomiendas había ralea

29 Carta del Conde de Villar al Rey sobre la perpetuidad, Junio de 1586. (Archivo de Indias, Indiferente General 1530, pág. 540-554).

30 Carta del Presidente del Consejo de las Indias al Rey, 13 de Setiembre de 1591. (Archivo de Indias, Indiferente General 1624, pág. 623-624). 31 Schäfer, Consejo real y supremo de las Indias. II, 296.

32

33

Archivo de Indias, Indiferente General 1530, pág. 184-199.
Archivo de Indias, Indiferente General 1624, pág. 671.

34 Ibid., pág. 688-697.

35 Ibid., pág. 699-777.

do sus filas. Aún en el pasado, cuando el número de concesiones era mayor los encomenderos no pudieron proporcionar una suma importante por la perpetuidad. Es evidente que la unanimidad de los consejos de España contra la medida convenció al Rey Felipe III de que la perpetuidad no era aconsejable.

En 1619 Juan Ortiz de Cervantes, Procurador General de los Encomenderos del Perú, solicitó la perpetuidad. En la petición se sostenía que desde 1561, fecha en que los comisarios fueron enviados para negociar la venta de la perpetuidad, las condiciones en el Perú habían cambiado radicalmente. La paz permanente había sido establecida en la Colonia y el Corregidor se había convertido en el verdadero opresor de los indios. En la petición se proponía que dos tercios de las encomiendas fueran dados a perpetuidad y que el otro tercio fuera concedido por una vida más, después de la incorporación de la concesión a dos vidas. Ambos grupos recibirían la jurisdicción. 30 Esta petición no dió ningún resultado y se la incluye en este estudio sólo para demostrar la persistencia de la lucha por la perpetuidad.

Aunque a los encomenderos del Perú se les dió una donación por vida al ampliarse el plazo a 3 vidas en 1629, la institución estaba condenada a la incorporación. La encomienda fué creada para hacer frente a las condiciones especiales de la conquista y la colonización, pero ya en los siglos XVII y XVIII las pocas encomiendas restantes sólo servían para impedir que la Corona gozara de esos ingresos. En 1720, por orden real las pocas encomiendas restantes en el Perú fueron incorporadas a la Corona.

La institución de la encomienda había muerto, pero mucho después de que los combatientes en la lucha por la perpetuidad yacían en sus tumbas, las huellas de esta institución en la vida del Perú y de otras regiones de Hispanoamérica eran evidentes. Muchos de los conquistadores y sus numerosos descendientes habían ocupado amplios espacios de tierra "libre", en la que, haciendo uso de la mano de obra india, construyeron haciendas que subsisten hasta hoy. Durante más de 50 años fué la institución de la encomienda la que proporcionó mano de obra forzada para el desarrollo de estas haciendas. Fué la institución de la encomienda la que dió forma a la relación de amo a siervo entre españoles e indios, relación que persistió mucho tiempo después en la forma del peón endeudado con el amo. Sólo en las últimas décadas los indios han progresado, liberándose de esta situación de subordinación que comenzó con los señores del incario, continuó con los conquistadores españoles y que ha continuado hasta el presente.

36 Torres Saldamando, ed., Libro primero de cabildos de Lima (3 volúmenes, París, 1888-1900), II, 122-123.

CONCLUSIONES

Uno de los problemas más persistentes en el primer siglo de la colonización español aen América fué la lucha por la perpetuidad. Esta lucha tuvo su origen en los intentos hechos por la centralista Corona española para hacer frente a las condiciones especiales de la conquista, que la obligaron a introducir la encomienda, institución feudal, y, al mismo tiempo, para impedir el fortalecimiento del feudalismo, a limitar la tenencia de esta institución a dos vidas. Por haber ganado a sus propias expensas las nuevas provincias para la Corona, los conquistadores aspiraban a un señorío permanente sobre los indios y al dominio de la jurisdicción, tal como sucedía con la nobleza feudal de Castilla. Casi desde el momento de su establecimiento legal en la Hispaniola en 1503, y hasta el siglo XVII, momento en que la reincorporación de las encomiendas a la Corona se realizaba con todo vigor, los encomenderos lucharon por obtener la herencia permanente de sus concesiones. En este estudio se ha establecido que la lucha por la perpetuidad no puede ser definida simplemente como una lucha entre las fuerzas del feudalismo y del centralismo o realismo. La lucha fue conformada por las condiciones que rodearon a cada esfuerzo por lograr la perpetuidad.

Durante la mayor parte de los primeros 50 años de la colonización, o sea hasta 1550, más o menos, la lucha por la perpetuidad debe ser considerada dentro del marco de una lucha española mucho más im· portante por la justicia en el Nuevo Mundo. Mientras que frailes humanitarios exigían la abolición de la encomienda como el único medio de aliviar la situación del indio oprimido, los encomenderos ofrecían la perpetuidad como otra solución al problema. Sostenían que al conceder la perpetuidad, el Rey ataría el destino del encomendero con el de sus encomendados, y que el encomendero trataría de preservar a los indios en interés del patrimonio de sus descendientes. También sostenían que la perpetuidad proporcionaría la seguridad necesaria para un gran desarrollo económico en las Indias y garantizaría una fuerza leal permanente de encomenderos en las colonias.

La historia de los primeros tiempos de la encomienda hasta después de haberse sentido los efectos de las Nuevas Leyes, puede ser caracterizada como un período de batallas indecisas entre las fuerzas contendoras. La perpetuidad se convirtió en uno de los extremos a los que llegaba el péndulo de la legislación real en un esfuerzo por detener la disminución de la población indígena, por premiar y mantener a los conquistadores y, al mismo tiempo, conservar las nuevas y ricas provincias contra los posibles designios de encomenderos que abrigaran ideas de independencia. A los encomenderos de la Nueva España se les hizo promesas de perpetuidad en 1528 y a los del Perú en 1533, promesas que no fueron cumplidas. Cuando en 1542 las fuerzas humanitarias y realis

tas alcanzaron la victoria de las Nuevas Leyes, que virtualmente abolieron la encomienda, los encomenderos del Perú se alzaron en rebelión y la Nueva España estuvo muy cerca de la rebeldía. Amenazado con una rebelión abierta y ante las protestas de los encomenderos y de las órdenes religiosas, el Emperador Carlos V revocó las más importantes de las Nuevas Leyes. En 1546, el Emperador prometió, una vez más, la perpetuidad a la Nueva España, pero ésta no se llevó a la práctica. Se conservó la encomienda a dos vidas como una transacción entre los puntos de vista humanitario, realista y feudal. Debe recordarse también, que durante este período de vacilación real con respecto a la encomienda, las instituciones del centralismo real iban siendo introducidas tenazmente en la colonias, limitándose así la independencia de los encomenderos. Lo que puede ser considerado como el segundo período en la lucha por la perpetuidad, comenzó en los últimos años del reinado de Carlos V, y continuó durante el reinado de Felipe II, de 1556 a 1598. Bajo el peso de la bancarrota real, la gran lucha ideológica sobre la justicia de la encomienda cedió ante la fuerza del dinero. Evidentemente, continuó el intercambio de los viejos argumentos sobre el problema, pero el poder de las fuerzas contendientes llegó a ser un factor decisivo. En 1555, Antonio de Ribera, Procurador de los encomenderos del Perú, ofreció 7'600,00 pesos por la perpetuidad con jurisdicción civil y criminal. en segunda instancia, o la autoridad de conocer de las apelaciones que hicieran los indios de las sentencias dictadas por los jefes indígenas locales. Interesado en la oferta, el Rey Felipe II, que se encontraba en desesperada situación financiera, nombró en 1556 a los comisarios para negociar la venta de la perpetuidad en el Perú. Apenas habían partido los comisarios para el Perú en 1560, cuando Bartolomé de las Casas y Domingo de Santo Tomás, procuradores de los caciques del Perú, ofrecieron 100,000 ducados más que los encomenderos para la incorporación de las encomiendas a la Corona. Deseoso de estudiar todas las posibilidades, el Rey Felipe nombró a Domingo de Santo Tomás para que organizara a los caciques del Perú en favor de la incorporación. Por primera vez en su historia, la lucha por la perpetuidad se trasladó de ios Consejos y de las Cortes de España al Virreynato del Perú.

La posición del Rey Felipe II también encontraba resistencia en España. Uno de los aspectos más interesantes e importantes de este período de la lucha por la perpetuidad es que ofrece un ejemplo de la resistencia de un Consejo de Estado a la resolución de un Rey de España. Asumiendo el papel de guardián de la autoridad real en el Perú, el Consejo de Indias demostró ser un incansable enemigo de la perpetuidad y, sin duda, ejerció una influencia moderadora sobre el urgido Rey Felipe II. Se opuso a un Rey determinado, a fin de preservar el patrimonio real de las posibles consecuencias que traería el conceder un mayor poder a los encomenderos de tendencia independiente. Temero

so que la venta de la perpetuidad con jurisdicción sujeta sólo a la apelación a la Corona, tal como lo había sugerido Felipe II en su plan de 1556, pudiera conducir a la rebelión de los encomenderos y a la desintegración del Imperio en unidades independientes, el Consejo de Indias expresó una enérgica protesta contra tal medida. El hecho de que en las instrucciones sobre perpetuidad preparadas para los comisarios en 1569 no se hiciera mención de la venta de la jurisdicción con la perpetuidad es, sin duda alguna, una prueba del efecto de la oposición presentada por el Consejo.

En 1561, la llegada a Lima de los comisarios encendió la chispa de una lucha que pone de manifiesto muchas de las realidades sociales y económicas de la época. Se hicieron patentes las actitudes frente a la encomienda, actitudes enraizadas en intereses políticos, sociales, económicos y espirituales. La posesión de la encomienda sirvió de base a una naciente aristocracia feudal, y el comienzo de las negociaciones para la venta de la perpetuidad fué un asunto de vital interés para todos en la Colonia. Para los moradores no encomenderos, que constituían la mayoría de españoles desposeídos en la Colonia, la perpetuidad significaba su definitiva exclusión de la concesión de encomiendas, el predominio de la vital mano de obra india por los encomenderos y el fortalecimiento de una aristocracia que ya dominaba el poco gobierno local que permitía la Corona. Por consiguiente, no es de sorprender que en una carta a los comisarios, los moradores no encomenderos del Cuzco protestaran amargamente contra las negociaciones sobre la perpetuidad. La perpetuidad no sólo contaba con la oposición de estos moradores en todo el Virreynato del Perú, sino que los turbulentos y numerosos pretendientes a encomiendas, quienes temían que la perpetuidad pusiera fin a toda nueva concesión, constituían una grave amenaza a la paz y seguridad de la Colonia.

La oposición más poderosa a la perpetuidad vino de una coalición del clero, los caciques y unos pocos funcionarios reales humanitarios que se alinearon con Domingo de Santo Tomás en los esfuerzos por com.. prar la incorporación de las encomiendas al trono. Para los caciques, jefes indígenas tradicionales de los indios que gozaban de la jurisdicción local bajo la legislación española, la perpetuidad con jurisdicción, tal como la pedían los encomenderos, representaba una amenaza a su poder sobre los indios. En su oposición a la perpetuidad y en sus esfuerzos por comprar la incorporación, los caciques del Perú apelaron al clero en busca de dirección. La oposición del clero a la perpetuidad representa un interesante alejamiento de la posición adoptada por órdenes religiosas en las pasadas luchas sobre la encomienda, época en que el clero de las colonias había protestado contra las Nuevas Leyes y favoreciendo la perpetuidad.

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