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ticamente a la organización de sus legiones al servicio de un fin trascendente.

Enaltece la filosofía democrática de Vizcardo quien, sin invocar una razón de orden nacionalista, argumenta contra el despotismo monárquico como fundamento a su tesis separatista y emancipadora, y traduce el pensamiento del ideólogo al decirnos que para llevar a cabo la organización jurídica que permitiera realizar el ideal republicano y democrático, la emancipación política era una necesidad que había que lograr. Encuentra que en la base misma del pensamiento de Vizcardo está el reconocimiento de la igualdad de todos los hombres, la conservación y defensa de sus derechos naturales en los que esa igualdad se sustenta, el mandato popular del que emana el gobierno de la sociedad civil y la revocabilidad del poder que los miembros de dicha sociedad otorgan. El desconocimiento de esos principios es el que obliga a los "españoles americanos" a sacudirse de su dependencia de España, para crear una sociedad de hombres libres que se organicen dentro de instituciones jurídicas de contextura democrática.

En tono francamente polémico, no acepta atribuirles valor a las "intrascendentes divagaciones tomistas sobre la ley civil, a las que, con obvia ligereza, tanta importancia ha otorgado sin razón alguna su biógrafo Vargas Ugarte en una errónea suposición sobre los fundamentos doctrinarios de la Carta"; juicio que, por otra parte, no desmerece los elogios que el autor tributa al documentado historiador jesuíta en diversas partes de su obra. Demuestra el autor la identificación del pensamiento de Vizcardo con la filosofía política de Locke, Montesquieu, Jefferson, y Russeau, y la influencia preponderante que tuvo en la formación de sus ideas la teoría jurídica del jusnaturalista inglés. Es interesante también señalar el paralelismo que el autor establece entre Vizcardo y Jefferson y el rol histórico que a ambos toca desempeñar.

La obra de Alvarado, que tiene la misma convicción libertaria que él anota en Baruch Spinoza, está alentada por una generosa preocupación acerca de la libertad y dignidad del hombre, expresando a todo lo largo de su ensayo su reprobación a toda forma de tiranía, autocracia o talitarismo, que, en el calor de su discurso, lo lleva a veces al ditirambo o a la deprecación.

Contrario a todo despotismo, el análisis de la obra de Vizcardo le permite fustigar todo cuanto atente contra la libertad de pensamiento, y condenar a quienes pretendieron o pretenden encadenarlo. Lanza su anatema contra la insolencia usurpadora de la fuerza o la violenta falsificación del poder. Reniega de todo servilismo y vitupera la actitud de quienes intentan dividir la libertad humana, preconizando la li bertad económica y coactando la libertad política.

Dueño de un estilo propio, la torrentosa fluidez de su prosa hace que la obra se revista de cierto carácter panfletario que, en ocasiones.

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priva de equilibrio a sus juicios. Al lado de un fácil dominio del idioma, hay que señalar la cultura clásica y humanista del autor, familiarizado por igual con las obras de Aristóteles y Descartes, de San Agustín y Santo Tomás, de Maquiavelo y de Quevedo, de Esquilo, de Cicerón y de Dante Alighieri, cuyas citas ilustran este ensayo.

La obra es, finalmente, por sus calidades, una meritoria contribución para el esclarecimiento de las raíces ideológicas de la República, y un elocuente testimonio acerca del aporte peruano a la emancipación de las colonias españolas de América.

MANUEL GARCIA CALDERON K.

BUNGE GUERRICO, HUGO.- Perú (obra póstuma).- Buenos Aires.- Talleres Gráficos "San Pablo". 1956.— 435 págs.

La publicación de esta obra, además de ser un justificado homenaje a la memoria de su autor, constituye la prueba irrebatible de su afecto por el Perú y la más cabal demostración de la forma en la que llegó a identificarse con él durante los largos años de su permanencia entre nosotros, ejerciendo la representtación diplomática de la Argentina. La deuda de gratitud que el país le tenía, por la devoción que siempre le demostró, se acrecenta con esta contribución que sale a luz después de su muerte.

Despojada de toda pretensión erudita, la obra que presentamos contiene apreciable información sobre nuestro país que, rebasando en algunos aspectos y acortando en otros los alcances de un vademecum, hacen de ella un útil texto de referencia. No obstante preponderar el aspecto histórico, podemos inferir de su contenido que el propósito del autor fué el de ofrecer una visión panorámica del Perú. La relación de las cinco partes de que se compone, nos dará la medida en que la obra que comentamos cumple ese cometido.

La primera parte relata las incidencias del descubrimiento y la conquista hasta la captura de Atahualpa, punto en el que se interrumpe la crónica para complementarla con notas sobre el origen del Tahuantinsuyo, el sistema de gobierno del Incanato, la civilización y el arte precolombinos, la religión de los Incas y la situación política del Imperio a la llegada de los españoles. Prosigue luego el relato con los sucesos sobre el pago del rescate y su reparto y la muerte de Atahuelpa, continuándolo en breves capítulos con la narración de diversos episodios de la Conquista, las luchas entre pizarristas y almagristas, la intervención del "inhumano" Vaca de Castro, la batalla de Chupas y la muerte de Almagro el Mozo. Al ocuparse de Pizarro, en el curso de esta primera parte, acoge la versión, ya desautorizada, de haber transcurrido su

infancia como porquerizo, y se muestra poco indulgente con el Conquistador al describirlo como "escurridizo, desvergonzado e inescrupuloso". Estos calificativos, y algunos otros que incluímos entre comillas en esta nota, nos advierten acerca de la propensión del autor a calificar personajes y situaciones, a veces con acierto y en ocasiones con un tajante y personal dictamen.

La segunda parte se inicia con el retrato del "autócrata mandatario" Blasco Núñez de Vela, de carácter "duro e inflexible" y las incidencias que siguieron hasta su muerte a manos de pizarristas. Se suceden, la intervención del clérigo y licenciado La Gasca, el ajusticimiento del último de los conquistadores, la designación del "quisquilloso e impulsivo" Antonio de Mendoza, el gobierno de la Audiencia a la muerte del titular y la insurrección del Cuzco. Continúa después ofreciéndonos, er estricto orden cronológico, sumarias biografías de los gobernantes del Virreynato y rápidas pinceladas sobre los hechos más sobresalientes de su gobierno. Al ocuparse de don Manuel de Amat, considera que su biografía quedaría incompleta si no se ocupase de la "humilde cholita" Micaela Villegas, que despertó en él una "borrascosa pasión senil". Dedica unos ligeros apuntes a la rebelión de Tupac Amaru y a la participación que en ella tuvo el "malandrín" Visitador Areche al que atribuye "instintos depravados". Concluye esta parte con la breve actuación de La Serna, la del "intrigante" Canterac y unas líneas sobre el final del Virreynato. Como complemento, trascribe la relación de los títulos nobiliarios del Perú debida a Rafael Loredo.

La tercera parte, bajo el epígrafe inadecuado de "Perú Independiente", está dedicada a tratar de los aspectos geográfico, hidrográfico, etnológico, económico y social del país cuya "teluria presenta en toda la extensión del territorio los más violentos contrastes y diversidades". En un sintético recuento, trata del origen del Perú precolombino y se refiere a la aventura marinera de Thor Heyardal, cuya teoría "que se creía producto de una loca fantasía resultó una hermosa realidad"... Incluye a continuación informes sobre el arte y la cultura coloniales, y en la evocación que sigue sobre la vida limeña, no faltan referencias a las beatas y a las lloronas, a las rabonas y a las tapadas, afirmando que “la mujer limeña fué siempre politiquera"; a las corridas de toros y a las peleas de gallos, a la jarana y a la pachamanca, con esporádicas citas de Palma, Gálvez y Flora Tristán.

La cuarta parte, que tiene como título "La República del Perú", comienza con el Protectorado de San Martín y concluye con la guerra. con Chile, haciendo la historia y remarcando los vaivenes de nuestra accidentada vida política. Al tratar de los episodios de la guerra con Chile, contrasta la actitud humanitaria de Grau al salvar a los náufragos de "La Esmeralda", con el ametrallamiento, por la "Covadonga", de los inermes tripulantes de "La Independencia". Elogia la epopeyica acción

del "Huáscar" y recuerda el pavor que infundió a los marinos chilenos. Se refiere en cálidos términos a la actuación peruana en la guerra, a la dignidad cívica de Francisco García Calderón, al vuelco en la actitud de los Estados Unidos, a la campaña de la resistencia y a la paz firmada con el invasor.

La quinta y última parte, la más breve de las que componen la obra, abarca desde la asunción del mando por Iglesias hasta la presidencia de Benavides. Desfilan en ella, las figuras del "glorioso luchador" Cáceres, del “turbulento político” Piérola, del "derrochador" Balta, del “rebelde contumaz" Sánchez Cerro y del "protocolar y enérgico" Mariscal Benavides. Nos habla de la "memoria prodigiosa y la extrema sagacidad" de Leguía y de las luchas partidarias para obtener el poder. Completan la obra unos sobrios apuntes sobre el Perú que el autor conociera, insertando parcas referencias a la renovación urbana de la capital, a los temblores y terremotos, al cierra puertas y al panorama político a partir de 1930, cerrándola unos párrafos sobre la amistad peruano-argentina.

La posibilidad de una segunda edición de la obra que dejamos reseñada, permite pensar en la conveniencia de que sea adicionada con los índices de que ahora carece, en una redistribución de las materias tratadas y en una más exacta adecuación tipográfica y formal de sus diversos epígrafes. Estamos seguros de que ella, aun dentro de las inevitables limitaciones a las cuales está sujeta, contribuirá al mejor conocimiento del Perú y será un eficaz instrumento de consulta para pro. pios y extraños.

Diciembre, 10-1959.

M. G. C. K.

Virreinato Peruano.- Documentos para su Historia.- Colección de ca tas de Virreyes.- Conde de la Monclova.- Tomo I. (1689-1694) Dirección, prólogo y notas de Manuel Morcyra y Paz-Soldán y Guillermo Céspedes del Castillo.— (378 páginas de textos y XXVI de prólogos). Lima, Perú, 1954.

Es ya casi un axioma que nuestra historia necesita ser investigada documental y metódicamente según las reglas severas de la historiografía moderna, eliminando de ella todo lo que es empirismo y falsa síntesis, economía o sociología a la violeta, prejuicios políticos o mentiras gratuitas a base de lo que los franceses han llamado "la lucha con el do. cumento" que no es tampoco fuente única e invulnerable. Ese empeño documental se ha cumplido ya en algunos países de América, como en Chile o México que han realizado una labor eurística previa, sin la cual no hay historia auténtica. En el Perú, país de conseja y de cuento no

se ha atendido al menester científico de la documentación. Ha existido más bien el desdén, el descuido punible, el olvido y hasta el error del documento. Salvo la colección de Odriozola sobre la Emancipación y los primeros años de la República no existe un repertorio documental estrictamente peruano. Grandes épocas de nuestra historia son verdaderos páramos documentales sobre los que el sociologismo o el economismo andantes improvisan sentencias o diagnósticos a base de una biografía de Mendiburu o de una cita envejecida de Prescott o de Wiesse. Esto ocurre mayormente en la época Colonial, Edad Media o especie del Mar Tenebroso de la investigación, a la que se ha pretendido desligar, por ignorancia o pereza del proceso evolutivo de la cultura peruana, cuando es precisamente el crisol en que ella nace y se forma y de la que brota el espíritu nuevo de la nacionalidad. De esta época de gestación solo sabemos lo que nos traen las biografías necesariamente fragmentarias de Mendiburu y las síntesis generales de Lorente.

El argentino Levillier empezó la tarea eurística real y tesonera con sus papeles de "Gobernantes del Perú" en los que inició la publicación de las cartas de los Virreyes. De Mendiburu cateador de archivos y expedientes peruanos, surgían los virreyes burocráticos y pomposos de las obras públicas, las juntas de guerra o las fiestas reales; las Memorias de los Virreyes, publicados por Fuentes, Polo, Lorente y Romero, reve. laron el aspecto externo y oficial, el criterio áulico y reverencioso de la administración subordinada al poder real, pero en las cartas de virreyes y de oidores del siglo XVI, publicadas por Levillier, aparece íntimamente la tensión entre la ley y las costumbres, entre la teoría y la realidad y el forcejeo entre las fuerzas concurrentes a la formación del Estado de derecho indiano, el Virrey y la Audiencia, las instituciones jurídicas españolas y las indígenas, la Iglesia y el Estado regalista, los conflictos económicos y sociales, los criollos, los mestizos y los indios en la marejada diaria y cambiante de la evolución histórica.

Manuel Moreyra y Paz-Soldán destacado ya en la investigación directa y enjundiosa de nuestra vida económica colonial con sus ensayos sobre la moneda, el tráfico mercantil y las ferias de Portobello, se ha asociado con el brillante historiador español Guillermo Céspedes del Castillo, prestigiado ya por sus estudios sobre la realidad económica sudamericana, particularmente su libro Lima y Buenos Aires, cuya competencia fuera el nudo de nuestro destino político y comercial, para continuar la tarea que Levillier realizó dejándola a comienzos del Siglo XVII. La predilección de ambos asociados por el Siglo XVIII ha hecho que dejen a oscuras el Siglo XVII, que alumbran tantas antorchas de santidad en hageografías y crónicas conventuales, para rastrear y publicar la correspondencia de los virreyes del siglo XVIII, el de las luces filosóficas y de la Ilustración, comenzando por el gobierno del Conde de la Monclova que se afinca en el siglo XVII.

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