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na, esposa del Capitán de la Guardia del Virrey, porque dos días antes, por falta de salud, se había dirigido a su posada. Iba el cortejo dice la relación con silencio y majestad adecuados a la respetabilidad de la Marquesa, ya que ésta desde que entró a la litera y llegó a la ciudad, hasta el palacio de su domicilio, apenas parecía que alzaba los ojos. Precedía el lucido cortejo el mayordomo mayor y el caballerizo del Virrey, y luego seguían el capitán de la guardia, con toda ella descaperuzada, con gran concierto y orden. Llegados al palacio, el Conde del Villar estuvo como media hora con la Virreina y luego se salió para volverse al pueblo de la Magdalena, de su residencia. El día 6 de enero la Virreina comió temprano y en una carroza pasó a la casa de Diego Ruiz Cerrato (situada en la esquina de las calles actualmente denominadas de Valladolid y de Plumereros) para presenciar la entrada de su esposo. Este, al llegar a la ventana donde estaba la Virreina, —que tras de una celosía verde "veía sin ser vista"- se detuvo un rato hasta que ella, por una cortadura de la celosía, sacó un anteojo de oro, que traía para reforzar la vista. Advertido de ello, el Virrey se quitó el sombrero, bajó la cabeza en señal de cortesanía y mandó que las personas que llevaban el palio, bajo el que entraba, anduviesen adelante. Junto a la casa donde se hallaba la Virreina habí un castillo de fuegos de artificio, en forma de una galera, al que se prendió fuego.

Días después del recibimiento del nuevo Virrey hubo corridas de toros y juegos de cañas y sortijas en la Plaza Mayor de la ciudad, festejos a los que asistió la Virreina, que salió en una litera y sus damas y dueñas en carrozas. Acompañóla toda la ciudad y la guardia ordinaria hasta los arcos adornados de las Casas del Cabildo. A poco el Virney, con los miembros de la Real Audiencia, llegó a las casas consistoriales y se colocó en una ventana vecina a la que ocupaba su esposa. Allí fueron agasajados con una rica colación.

La venida al Perú de su primera Virreina dio ocasión para que con ella llegara un lucido y nutrido cortejo de hidalgas damas españolas que engalanó a la sociedad criolla de Lima.

El Virrey D. García Hurtado de Mendoza dio el nombre de Castrovirreyna a una población de mineros situada en el partido de Huancavelica, en honor de su esposa Da. Teresa de Castro y de la Cueva, asiento al que elevó a ciudad el Rey Felipe II. Según el historiador Mendiburu, en antiguos escritos se afirmaba que la Virreina Marquesa de Cañete fue a dicho asiento minero a autorizar en calidad de madrina el bautizo de la hija de una india noble de aquel lugar, poseedora de una gran fortuna, la cual le hizo valiosos obsequios, entre ellos un número considerable de barras de plata que en un pasaje determinado se extendieron para que sirvieran de pavimento al entrar la Virreina.

Terminado su mandato, el Marqués de Cañete viajó rumbo a España. Al llegar a Cartagena de Indias falleció su esposa Da. Teresa.

2.-Da. Ana Messía de Mendoza y Aragón, Marquesa de Montesclaros.

Prima y esposa de D. Juan de Mendoza y Luna, Marqués de Montesclaros, XI Virrey del Perú. Era hija del II Marqués de la Guardia (título concedido en 1566 a su abuelo D. Gonzalo de Messía y Carrillo), y de Da. Isabel de Mendoza y Mendoza, hermana del V Duque del Infantado. Da. Ana acompañó a su marido cuando desempeñó, sucesivamente, los cargos de Virrey de la Nueva España y del Perú.

Llegó la Virreina al Callao con su esposo el 11 de diciembre de 1607 y el Ayuntamiento de Lima la sirvió, para su entrada, con un caballo blanco, con silla, gualdrapa y teliz. Se refiere que en México esta Virreina fue muy aficionada a la caza y que frecuentaba con tal objeto el bosque de Chapultepec.

La Virreina que algunas desazones conyugales tuvo por causa de liviandades de su esposo se embarcó de retorno para España, con el Marqués, en el mes de julio de 1616 y falleció durante la travesía del Mar Caribe, dos días después de haber partido de Cartagena. Su cadáver fue llevado a La Habana y depositado en el Convento de San Francisco.

3.-Doña Ana de Borja, Princesa de Esquilache, Condesa de Mayalde y Condesa de Simari.

Esta dama fue esposa del XII Virrey del Perú D. Francisco de Borja y Aragón, Príncipe de Esquilache y Conde de Mayalde, su pariente, pues ambos consortes pertenecían a la casa de Borja, que descendía de los Reyes de Aragón, familia que contó, entre otros miembros eminentes, con Alfonso de Borja, que fue el Papa Calixto VI, y con Rodrigo de Borja, que fue el célebre Pontífice Alejandro VI, el que demarcó las posesiones de Castilla y de Portugal a raíz del descubrimiento del Nuevo Mundo por Colón. La Virreina tenía por derecho propio el título de Condesa de Simari. Casó con el Príncipe el año 1602.

La noticia de la venida al Perú del Virrey y de su esposa causó extraordinaria espectativa en Lima, tanto por lo ilustre de su estirpe, cuanto por el parentesco de ambos con D. Francisco de Borja, Duque de Gandía, que había sido General de la Compañía de Jesús y que después fue canonizado. La Virreina llegó a Lima en diciembre de 1615 y el Cabildo de la ciudad la sirvió, según la costumbre, con una jaca con su correspondiente silla guarnecida. Terminado su mandato, el Virrey y su esposa Da. Ana de Borja se dirigieron a España en diciembre de 1621.

4.-Doña Francisca Henríquez de Ribera, Condesa de Chinchón.

Esposa del XIV Virrey del Perú D. Luis Jerónimo de Castro y Bobadilla, IV Conde de Chinchón, que era viudo de Da. Inés Alvarez de Osorio. Esta a su vez fue viuda de D. Luis de Velasco, nieto del Virrey del Perú D. Luis de Velasco, después Marqués de Salinas.

Da. Francisca era hija de D. Perafán de Ribera y Castilla, Conde de la Torre, Corregidor de Toledo, de la familia de los Duques de Alcalá, descendiente remoto del Rey Ramiro III de León; y de Da. Inés Henríquez, Condesa de Torrebe, descendiente por su parte de D. Alonso Henríquez, XXV Almirante de Castilla y León.

Llegado el Conde de Chinchón a Paita, continuó su viaje al Callao por mar, dejando a la Virreina en el primer puerto nombrado pues se hallaba en avanzado estado de preñez. Caminando ella a cortas y fatigosas jornadas por la costa, dio a luz un hijo en el pueblo de Lambayeque, al que se dio el nombre de Francisco Fausto y que llegó a ser el V Conde de Chinchón, Marqués de San Martín de la Vega y Grande de España. Da. Francisca se reunió luego con su esposo en Lima, habiendo hecho su entrada a la ciudad en forma privada; aunque algunas de las fiestas del recibimiento del nuevo mandatario, como las corridas de toros, se postergaron hasta la llegada de la Virreina a la capital.

La Virreina Condesa de Chinchón ha pasado a la historia en relación con el descubrimiento de la quina o cascarilla. Se vino afirmando que la Condesa fue atacada en Lima de graves fiebres intermitentes, o sea de paludismo, dolencia de la que sólo se curó cuando se le administró la corteza de la quina, enviada, según parece, por el Corregidor de Loja. Por ello a este maravilloso específico se le denominó "polvos de la Condesa" y, después, en clasificación científica, "chinchona". Lo histórico es que quien padeció de esas fiebres fue el Virrey Conde de Chinchón, como se comprueba por las noticias que a ese respecto se dan en el Diario de Lima de Suardo. La quina del Perú fue llevada por primera vez a Europa por el célebre religioso limeño Fray Alonso Messía, de la Compañía de Jesús, en el año 1630, por lo que al mismo antifebrífugo se le llamó también "polvos de los jesuitas". Aunque el uso de la quina fue combatido en diferentes épocas por médicos europeos, lo cierto es que al fin la ciencia exaltó las virtudes de esa sustancia y que ya en el año 1620 el facultativo francés Lambert escribía que ella "fue de mayor utilidad para el hombre que todos los tesoros del Perú". Consta en el mencionado Diario que agravado en su dolencia el Conde de Chinchón, al punto de temerse su muerte, la Virreina, implorando el favor divino para su esposo, repartió cuantiosas limosnas a los conventos, monasterios y hospitales de la ciudad.

Conocido es que alrededor de las historias y leyendas sobre el descubrimiento de la quina la escritora francesa Condesa de Genlis compuso la novela denominada Zuma. Versiones análogas de la pretendida curación de la Virreina, con mayores o menores variantes, escribieron Ricardo Palma, Clemente Markham, José Antonio de Lavalle y otros. Contemporáneamente han escrito sobre la quina y sobre la enfermedad palúdica del Virrey, restableciendo la verdad, el historiador Rubén Vargas Ugarte y el Dr. Carlos Enrique Paz Soldán.

Acerca de los sentimientos piadosos y humanitarios de la Virreina Condesa de Chinchón hay esta noticia. El 17 de marzo de 1633 se sacó a ahorcar en Lima a un mozo de 22 años que había desertado después de haber sentado plaza de soldado para Chile. Enviado un comisionado para su captura, éste fue vencido en lucha por el mozo, el que le perdonó la vida gracias a sus súplicas. Capturado finalmente el soldado desertor, la justicia le condenó a morir en la horca, y aunque hubo muchas instancias para que se le perdonara la vida, el Virrey las denegó. Sabido el suceso por la Virreina, apiadada del caso y viendo que el reo iba ya a ser ejecutado, "se echó a los pies del Conde, y no bastando ésto, hizo que D. Francisco su hijo, niño de cuatro años, de rodillas pidiese a su padre lo mismo, y aunque estuvo Su Excelencia algún rato remiso, de manera que el reo' había ya llegado a la horca y subido cinco escalones de la escalera, finalmente dio por escrito un decreto por el cual mandó suspender la ejecución de la sentencia, que llevó el escribano de cámara de Su Excelencia Lucas Raymundo de Capdevila, que fue recibido y aclamado con grandes agradecimientos, aplausos y bendiciones de todo el pueblo, y los soldados que le habían acompañado hicieron salva real, y habiendo vuelto el reo a la cárcel, la Virreina luego le mandó su médico de cámara, que fue a ver al reo, y le envió muchos refrescos de dulces y un vestido, acción con que ha robado todos los corazones de toda esta corte".

Concluído su mandato gubernativo el Conde de Chinchón entregó el cargo a su sucesor el Marqués de Mancera. Luego se embarcó para España con su esposa, la que, habiendo enfermado en el viaje, falleció en el puerto de Cartagena de Indias el 14 de enero de 1641.

5.-Doña María Luisa de Salazar y Enríquez, Marquesa de Mancera.

Esposa del XV Virrey del Perú D. Pedro de Toledo y Leiva, Marqués de Mancera, que era viudo de Da. Luisa Rufina de Novoa y Zamudio. Esta Virreina Da. María Luisa era Señora de la Villa de Mármol, y de su matrimonio con el Marqués tuvo dos hijos: Da. Antonia María, que casó con el Conde de Priego; y D. Sebastián, el primogénito, que llegó a ser el II Marqués de Mancera, Grande de España, Embajador en Alemania, Capitán General de la Real Armada de la Mar del Sur y de la Caballería del Perú y Virrey de la Nueva España.

La Virreina llegó al Callao con su esposo y su hijo D. Sebastián el 22 de noviembre de 1639. El Cabildo de Lima la obsequió con una carroza para su entrada a la ciudad. De señalado espíritu humanitario, fue protectora del hospital de mujeres de la Caridad y se afirma que por intermedio de su limosnero D. Francisco Messía de Sandoval dio 22 mil pesos para socorro de iglesias y auxilio de pobres vergonzantes. Se cuenta que en una elección de provincial del Convento de San Francisco de Lima la Virreina tenía por candidato al Padre Quesada, y como en el capítulo recayese la designación en el Padre Antonio de Valdelomar, el Virrey, muy molesto,

culpó de aquel desaire hecho a su esposa al Padre José de Palos, al que desterró a Valdivia. Sin embargo, el cronista Calancha dice que la Virreina nunca intervino en lo más mínimo en acciones de merced o de gobierno. El Marqués de Mancera, después de entregar el mando a su sucesor el Conde de Salvatierra, se embarcó para España con su mujer e hijo. En 1663 presentó un memorial al Rey en el que dijo que apesar de sus servicios y de sus 68 años de edad, se hallaba sin un pan de renta, afirmación muy presumible pues tanto el Marqués como su esposa fueron en el Perú extremadamente caritativos. En el año 1656 la ex-Virreina, ya viuda, disfrutaba de una renta de 6 mil ducados situados en la caja real de Lima.

6.-Doña Antonia de Acuña y Guzmán, Condesa de Salvatierra, Duquesa de Sobiote y Marquesa del Valle de Cerrato.

Esposa del XVI Virrey del Perú D. García Sarmiento de Sotomayor Enríquez de Luna, II Conde de Salvatierra, I de Sobroso y Duque de Sobiote. Acompañó a su marido cuando fue nombrado Virrey de la Nueva España y cuando vino al Perú con igual cargo virreinal. Era hija de D. Juan de Acuña, I Marqués del Valle de Cerrato, Notario Mayor del Reino de León, del Consejo de Estado de Su Majestad y Presidente de los Consejos de Hacienda y de Castilla; y de Da. Angela de Guzmán, hermana del Marqués de Toral.

La Condesa-Virreina Da. Antonia desembarcó en el Callao con su marido el 28 de agosto de 1648. El día 30 recibieron en ese puerto la visita del Virrey cesante Marqués de Mancera. El 8 de septiembre viajaron de incógnito a Lima para corresponder dicha visita. El 19 del mismo mes la Condesa se dirigió a su morada de palacio mientras el Virrey hacía su entrada pública a Lima. Fue Da. Antonia de Acuña y Guzmán, como su esposo el Virrey, muy dada a las obras piadosas. Eran muy devotos de Nuestra Señora de la Soledad, cuya capilla de Lima favorecieron, del Apóstol San Pedro y de San Francisco de Asís. Beneficiaron con particular esmero al Hospital de la Caridad. Dedicaron también especial devoción a la Santísima Imagen del Rosario, de la Iglesia de Santo Domingo.

Reemplazado el Conde de Salvatierra por el Conde de Alba de Aliste, le entregó el mando supremo del Perú y se retiró a vivir con su esposa en forma particular. A causa de la guerra que por ese entonces sostenían España e Inglaterra el ex-Virrey no pudo embarcarse de regreso a la Península. A poco le aquejó una grave dolencia que le duró tres años y que le ocasionó la muerte el 26 de julio de 1659. Su cadáver fue depositado, con grandes honores fúnebres, en la Iglesia de San Francisco. El 28 de enero de 1660 la Condesa de Salvatierra se embarcó para España, llevando los restos de su marido, en la armada que tenía por General a D. Enrique Enríquez de Guzmán, hijo del Virrey Conde de Alba de Aliste. Cuando la Condesa partió de su casa para embarcarse, salió en una silla

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