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sión de la inicial y precaria soberanía monetaria republicana; sufrió las alternativas políticas y militares de la época en que le tocó actuar; soportó las perennes angustias financieras del Tesoro y el repudio de los que tenían poca fé en el crédito del naciente Estado; en su ciclo protagonizaron varios de sus momentos, San Martín, Torre Tagle, la Junta Gubernativa, Riva Agüero y el Primer Congreso Constituyente del Perú; y por último, murió silenciosamente en la misma época que le vió nacer, después de corto y duro batallar, como muchos soldados que no lograron sobrevivir a la victoria final. Es también por todo esto y por ser obra de nutrido grupo de patriotas, que nuestro primer banco debe conocerse históricamente como el "Banco de la Emancipación”.

Sin embargo, dejando a salvo la fe depositada en el ideal de libertad y la justa esperanza de vencer prontamente a las fuerzas españolas, las otras condiciones que rodearon la creación del Banco fueron pronunciadamente desfavorables y por esto la iniciativa aparece desafiando no sólo a la realidad local, sino a la doctrina y a la experiencia.

El primer escollo con que tropieza en el aspecto político es la desorganización y la imposibilidad de calcular o prever con justeza las alternativas y el destino final de la flamante transformación del Perú. La nación y la patria son todavía un objetivo, y el nuevo Estado un grupo revolucionario dirigente e inestable, de marcada conformación extranjera, con precaria soberanía y sin tesoro, con autoridad militar, más que política, circunscrita a la menor y menos rica porción de un territorio todavía sin fronteras y con el pesado lastre subterráneamente activo de sectores influyentes de población indecisos o no muy identificados con el ideal de libertad, a los cuales resultaba duro reconocer el término cierto del goce y disfrute de sus antiguos privilegios.

En el campo económico la iniciativa tampoco aparece acompañada de circunstancias promisorias. Aparte de la larguísima tradición colonial, que en materia económica fué restrictiva y que impidió el desarrollo del crédito y el adecuado conocimiento de sus efectos y proyecciones, el país arrastraba desde los últimos tiempos de la colonia aguda crisis, dentro de la cual lucharon durante dilatado lapso y seguían luchando los bandos contendientes más por la supervivencia política que por la económica. Esta disociación en el plano de los objetivos inmediatos agravó la situación económica general, postrando a la agricultura, abatiendo a la minería, cuya mejor parte se hallaba en poder del enemigo, y retrayendo la actividad mercantil. En estas condiciones, lógico era que la balanza internacional, aún borrosa, reflejara saldos deficitarios constantes que absorbían sedientamente el escaso circulante y la muy mermada acuñación de la casi destruída Casa de Moneda. Y entre otros lados del mismo problema cabe señalar, el pauperismo de la población, el ocultamiento de los capitales o su viaje clandestino al exterior y, co

mo resultado natural de tan sombrío acaecer, la nula capacidad contributiva del novísimo Estado.

Dentro de la experiencia universal aparece adherida la idea al acontecer menos favorable habido hasta entonces en materia monetaria. Basta citar los geniales aunque desgraciados experimentos de Law, los conocidos y mal pagados vales reales o billetes de moneda, tan utilizados en Francia y España y aún en la América colonial hispana (Abascal), y los famosos asignados de la Revolución Francesa. Estos recursos monetarios, que fueron, con ciertas diferencias de tiempo, lugar y sistemas, tan papel moneda como el que se implantara en el Perú, nacieron en estrecha relación de causa a efecto de las guerras, de las crisis y de la proverbial mala administración monetaria y financiera de los gobiernos, y hubo en ellos mucho de afán especulativo, de abuso de autoridad o de imposición y de accidente, y nada que significara un mecanismo soiventado por la tradición, por el derecho y por el progreso. Dejaron profundas huellas a su paso, trastornaron la economía y fueron los más eficientes medios para abatir el crédito y dificultar su desarrollo, y también para reafirmar la incredulidad en las promesas financieras de los gobiernos y en su capacidad de cumplimiento y pago.

De aquí, que a pesar de los manifiestos progresos de la ciencia económica en el siglo de “las luces y de la razón", de los nuevos y diversos enfoques que merecían a la doctrina los asuntos monetarios y de los an. churosos rumbos que abría a la actividad económica la invención del bi1lete de banco y de los demás medios de cambio y pago basados en el crédito, hubiera algo inalterable dentro de toda esta revolución científica, algo contra lo cual nada podía intentarse ni menos hacerse y algo que tenía muy viejas raíces en la realidad económica y financiera: el espontáneo y firme impulso de la gente, de confiar sólo en el circulante de metal precioso como base de una economía sólida, y como contrapartida del trabajo y de la industria, y también como garantía de poder y de estabilidad política y social. El mercantilismo, para el cual significó rudo golpe la nueva concepción de la economía como disciplina científica cuyos diversos planteamientos lo dejaron reducido a simple sistema de política financiera, seguía no obstante en vigencia, y el Perú del siglo XVIII y del siguiente, en que aparece la iniciativa del papel moneda, no fué una excepción. Por eso, al imponerse tal medio fiduciario en nuestro país, dicha iniciativa no sólo toma partido por una experiencia que trajo dificultades y sinsabores, sino que se enfrentó a sabiendas a esa poderosa barrera de alcances universales que hemos señalado, el natural y firme anhelo humano de no aceptar como contraprestación otra cosa que oro y plata, y que aquí, en el Perú, gran productor de esos metales, tenía la larguísima tradición de trescientos años. Además, de reciente data era en nuestro suelo el ensayo de Abascal cuando impuso en 1815 sus vales de crédito cuyos adversos resultados ratificaban la desconfianza en las

promesas de la autoridad y la fuerza de aquella tradición. En última instancia, el pueblo sobre el que iba a recaer la pesada carga del papel moneda no conocía de doctrinas, de sistemas de política económica ni de crédito público, pero intuía y sabía percibir lo bueno y lo malo, lo que le convenía y lo que era contrario a sus intereses. A este pueblo, que le gustaba el brillo y el peso de los metales más que los dibujos y colores de los papeles y que los símbolos del Estado y la seriedad de sus garantes, se debió también el fracaso del Banco.

No obstante, desde otros ángulos el caso peruano asume singularidad en el cuadro universal. Mientras que entre nosotros el establecimiento del papel moneda precedió a la organización política y jurídica del país, a su recuperación económica y financiera, a la consolidación de la conciencia nacional y de la confianza pública y al arraigo del crédito, en la Argentina, citando un ejemplo cercano y por numerosas razones comparable, se recurrió al signo representativo del papel, como veremos después, muchos años más tarde de declarada su independencia, es decir cuando se habían superado los factores negativos inherentes a la campaña libertadora y cuando se hallaban por lo menos definidas varias de aquellas condiciones previas e inevitables. Y en Europa, a la sazón principal depositaria de doctrinas, prácticas y ensayos y única fuente de imitación de los pueblos de ultramar, también ocurrió cosa distinta. En efecto, cuando en dicho continente aparece el papel moneda hacía muy largo tiempo, tanto como de existencia y vigor tenía el mercantilismo, que los estados europeos se hallaban debidamente constituídos y afirmadas sus bases geográficas, humanas y económicas, mientras que en el Perú la vida del nuevo Estado llegaba escasamente a los seis meses y bajo proceso de formación todavía abierto y con un futuro ciertamente dudoso.

De otro lado, como el ingreso del Perú al régimen independiente no fué simple caso político de transformación interior, sino el trascendente cambio de emanciparse de un régimen colonial largamente sufrido, para constituir un nuevo estado, una nación y una patria, el papel moneda de nuestra emancipación fué principalmente de sólo proyecciones locales y, acentuadamente, la expresión financiera de un movimiento revolucionario en marcha, a diferencia del papel moneda de aquellos países, que tuvo fundamentalmente configuración nacional. De aquí, que aún frente a la experiencia poco favorable de los pueblos europeos en materia de papel moneda, el caso peruano se hallara más desventajosa · mente colocado.

Resultaba así, el Banco, una creación enteramente artificial y forzada y en flagrante pugna no sólo con las condiciones locales imperantes, sino con la doctrina y el lado positivo de la experiencia. Fué nada más que un transplante, con algunos injertos particulares, a tierra todavía no cultivada y por tal estéril. Los elevados propósitos en que se ins

pirara no fueron suficientes para remover y superar todos los factores anormales descritos, y el natural desenlace, ciertamente previsible, no podía ser otro que la efímera y accidentada vida del papel moneda y consecuentemente del Banco. Quedó en evidencia lo prematuro que fué establecer tan caro expediente financiero sin estar en sazón. Por eso, lo único que puede explicar su creación es el angustioso estado de necesidad y el sentimiento patriótico innegable en que se inspiró. Este es en realidad el sólo título que solventa la iniciativa.

En cuanto al sistema de emisión y rescate de billetes y el de anticipos o préstamos en que se basaba la estructura financiera y económica del Banco, no dejó de tener ciertos visos de originalidad, pero fué tan teóricamente perfecto que tal vez por esta virtud su aplicación práctica, aún dejando de lado las condiciones inaparentes que hemos apuntado, hubiera tenido a la larga difícil cumplimiento. El sistema estaba planeado para un pueblo igualmente perfecto. Y ya sabemos lo que entonces ocurría en el Perú y también que aquel atributo, sobre todo en materia económica, choca casi siempre con la realidad.

Sobre la misión realizada por el Banco en su corta vida, cabe reconocer que prestó importante ayuda al Gobierno, el cual no pudo corresponder cumpliendo con sus pagos; muy pequeña a los particulares que estaban en aptitud de otorgar garantías, es decir a los menos; y casi nula a la actividad económica. Y en sus objetivos políticos, que fueron los principales porque le dieron origen, y que consistían en la pronta derrota del enemigo, dicha misión se quedó en mitad del camino, y a raíz de esta frustración y de la orden que dictara el Gobierno, de extinguir el papel moneda, se crearon nuevas perturbaciones de carácter interno.

De esta manera, a los serios asuntos políticos, económicos y militares que venía afrontando el novísimo Estado, se agregó uno de hondo contenido y proyección social y de imperativa solución inmediata, para evitar un colapso dentro del movimiento emancipador, es decir una especie de revolución interior dentro de una externa. Quienes defendían a la patria y los sectores menos favorecidos de la población absorbieron por razones naturales del mecanismo económico grandes cantidades de papel moneda cuyo precario valor, al que se llegó por un concurso de causas también naturales, redujo y hasta paralizó el poder de compra de aquellos sectores. Y aunque en el camino de las soluciones hubo en el gobierno sentido de responsabilidad y decisión, no faltó en algunos casos, por el lado de los comerciantes, que entonces simbolizaban el poder económico, su desaprensiva falta de cooperación y la inobservancia de las obligaciones que contrajeron a firme en momentos delicados para la nacionalidad cuando el Gobierno recurrió a ellos en demanda de ayuda ante el general rechazo del papel. El fracaso de una de las primeras medidas adoptadas con el fin de extinguirlo se debió a tal circunstancia.

Sólo más tarde, y después de varios ensayos y desazones, el Gobierno que no usufructuó ventaja alguna del Banco, el de Riva Agüero, puso satisfactorio fin al problema del papel moneda. No obstante, la experiencia peruana de que se trata dejaría tan profundas y largas huellas que la fé en el crédito bajo la forma de papel del Estado tardaría mucho en reponerse, y la confianza en el crédito bajo la forma de billete de banco sólo sería una realidad después de cuarenta años, o sea muy avanzada la vida republicana. (1).

I.-Fuentes de investigación utilizadas.

La historia de la institución que nos ocupa se encuentra en numerosos documentos manuscritos que bien conservados y con la debida organización guarda el Archivo Histórico del Ministerio de Hacienda en su Sección Republicana (1821-1825) (2), y en algunas actas del Cabildo de Lima (1821) y del Primer Congreso Constituyente (1822-1823). Estos valiosos fondos se completan en su faz informativa con ediciones periodísticas de la época, en especial "La Gaceta del Gobierno Independiente", que comienza a publicarse en 1821, y "La Abeja Republicana" (3), que en 1822 la dirigen Sánchez Carrión y Mariátegui, y también con la Memoria que presentara Unánue a dicho Congreso y en la que dió cuenta de su gestión administrativa en la Secretaría de Hacienda (1822) (4).

Básica fuente, por su específica pertinencia, es igualmente el folleto, hoy raro, que bajo el título de "Idea de un Banco Auxiliar de Papel Moneda para Lima" se editara en 1821, en Lima (5), con el afán de difundir el proyecto de creación y la estructura y funciones de ese orga. nismo; y asimismo, el extenso e interesantísimo y también raro folleto que reproduce el ensayo que en 1796 escribiera en Madrid D. José Alonso Ortiz sobre papel moneda y crédito público, y que los Directores del Banco hicieron reimprimir en 1822 con las adiciones pertinentes para ilus

(1)

(2)

(3)

(4)

(5)

Desde 1825, afirmada ya la independencia peruana, hasta 1862, en que aparece el primer banco peruano de emisión (Banco de la Providencia), hubo quince intentos o proyectos para establecer el crédito monetario y bancario, oficiales unos y particulares otros ("Historia de los Bancos en el Perú" (1860-1879) (Tomo I), de Carlos Camprubí Alcázar (Edit. Lumen, 1957, Lima).

Estos documentos se hallan catalogados en dos tomos editados en la Im-
prenta Torres Aguirre, Lima, 1945, con prólogo de Federico Schawb, a cargo
de quien corrió su ordenamiento y recolección.

Ediciones impresas y en "microfilm", existentes en la Biblioteca Nacional.
En "Anales de la Hacienda Pública", de Dancuart, Tomo I.
Este folleto, de once páginas, lo conserva en Lima, en perfecto estado, el
señor Juan Rafael Escobar Zarauz, descendiente de D. Pedro Manuel de
Escobar y Fuente, quien en la época de la Independencia desempeñaba, en-
tre otros cargos, el de Regidor-Tesorero de los Fondos de Propios. Agradezco
al señor Escobar y Zarauz la gentil facilidad que me ha brindado al pro-
porcionarme dicho folleto para su consulta. El mencionado impreso aparece
íntegramente reproducido en "Documentos del Archivo San Martín”, T. XI.

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