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romvidabalas al descanso, al ruido de un manso arroyo que iba despeñándose lo largo de la quebrada entre espesas matas de juncia y de mastranzo, que se recreaban en sus cristalinas aguas; resonaba de su dulce mormullo toda aquella deliciosa soledad, que tenia encantados los sentidos de Eusebio, y enagenada su alma de suave complacencia y admiracion.

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¡Qué envidiable sitio para el tierno y recogido corazon de Eusebio! ¡Cuantas vezes llamaba dichoso al viejo Eumeno, representandoselo en aquel tranquilo y frondoso. desierto, lejos de los engaños y fraudes de la ambicion y codicia de los hombres! Le distrajo de esta suave contemplacion el labradorcillo que le acompañaba, diciéndole ¿veis ese ganado que baja por aquella cuesta? es del viejo Eumeno, y se encamina á su majada. ¿De Eumeno es ese ganado? pregunta Eusebio alborozado; ¿segun eso, poco distante debe de estar su habitacion? Vais á descubrirla, le responde el muchacho, desde la cima de esa loma que nos falta por trasponer. Eusebio al oir esto, aviva el paso, vence la cuesta, y descubre inmediatamente la casa de Eumeno en medio de un prado bastante espacioso, poblado de árboles que se extendian en ordenadas hileras hacia los oteros que á la redonda lo coronaban.

Acrecentó las delicias y hermosura de aquel frondoso sitio la enagenada opinion de Eusebio, mucho mas que su vista, admirándolo al resplandor de la luna ́que argentaba el ofuscado suelo, haciendo resaltar sus sombras, aunque alumbradas escasamente de los últimos crepúsculos del dia.

Azorado Eusebio de sus impacientes deseos, toma el camino de la casa entre dos hileras de árboles, y llega á ella finalmente. La puerta estaba abierta, y entra. No respondió ninguno á su llamamiento; no se atreve á

internarse, respetando aquella envidiable seguridad; preguntó si, al muchacho ¿ si conocia á alguno de la casa? el muchacho le dice que sí, que habia estado dos vezes con el señor Cura en ella, y que iria á avisar de su llegada. Eusebio le deja hacer, y entretanto se sienta con Taidor sobre un banquillo que allí habia entre algunos aperos de labranza...... Informado Eusebio de lo que tanto deseaba saber, y cansado del largo viaje que habia hecho aquella tarde, durmió descansadamente en la cama mejor que le pudo dar el viejo Eumeno. Al dia siguiente, como le dispertasen el canto de las aves, y los balidos de los corderos y ovejas que parecian salir de la majada para ir al pasto, se levanta inmediatamente, impelido del deseo de disfrutar la deliciosa vista que se prometia, segun la ventajosa idea que se habia formado la tarde ántes de aquel ameno valle y sitio, cuando entraba en él al anochecer. Abierta apenas la ventana, su alma y sentidos quedan enagenados de la deliciosa vista de todos aquellos objetos que componian tan venturoso elíseo.

El sol, que entónces despuntaba entre los lejanos oteros, doraba con sus oblicuos resplandores toda aquella verdura. El blando zéfiro, cargado de los perfumes de las flores y yerbas olorosas de aquellos pastos, embalsamaba el ambiente, dando suave movimiento á los árboles que poblaban aquel ancho prado, y que se levantaban sobre los oteros, con quienes hacian una frondosa corona en torno de la habitacion de Eumeno. Entre todos aquellos verdes montecillos, era el privilegiado de los caprichosos esmeros de la naturaleza, el que daba en la frente de la ventana á que se habia asomado Eusebio, y que estaba mas vecino a la casa : en su repecho tomaba orígen el bullicioso arroyo, que la tarde antes habia enamorado los sentidos de Eusebio, mientras huian sus cristalinas aguas á saltos por lo largo de la quebrada, entre las viciosas yerbas que fertilizaba.

Veia ahora allí en su orígen la fuente, apenas salida de las entrañas del otero, precipitarse sobre las peñas para llegar al herboso prado, donde a corto trecho se dividian sus aguas en dos ramos entorno de la casa, á la sombra de los árboles del prado, entre los cuales corrian con manso mormullo. Salia tambien entónces el ganado de la majada, haciendo resonar aquel frondoso valle con sus balidos, que unidos al susurro de la fuente, y al vario canto de las aves que anidaban en las vecinas arboledas, formaban una hechizera armonía y vista á los ojos y oidos del encantado Eusebio. Acabóle de enagenar enteramente el eco suave del caramillo, que a pocos pasos comenzó á sonar un jóven pastor, nieto de Eumeno, que en compañía de una graciosa zagala hermana suya, llevaba al pasto las ovejaš.....

Se sale del cuarto para ir á gozar mas abiertamente aquella hermosura. Estando ya abajo, se encuentra con una de las nietas de Eumeno, á la cual preguntó por el viejo: Ella le lleva á la estancia donde trasquilaban la noche antes, y donde le halló empleado en el mismo oficio. Hiziéronse mutuamente sus cariñosos cumplidos. Satisfechos estos, díjole Eusebio, que deseaba ir á gozar la vista del valle, que le habia enamorado, lo que haria con su beneplacito antes de partir. ¿Antes de partir? dijo Eumeno, de aquí no se parte tan presto. Irémos á ver lo que deseas; pero antes vamos á tomar nuestro desayuno, que nos espera.

Condescendió Eusebio con la oficiosa voluntad del viejo, que se levantó inmediatamente para ir con Eusebio á desayunarse, dispertándole el robusto Eumenó las ganas de probar aquellos groseros manjares, á los cuales Eusebio no estaba acostumbrado, especialmente tan de mañana. Acabado el desayuno, hízole ver el viejo toda su casa;

acompañábale él mismo, permitiéndoselo la robustez que conservaba en tan avanzada edad. Al paso que fué creciendo su familia, fué añadiendo habitacion á la primera, que hizo edificar él mismo cuando se estableció en aquel sitio. Dilató al mismo tiempo las majadas, al paso que iban acrecentándose sus ganados, compuestos entonces de quinientas cabezas.

Contábale el viejo haberse establecido allí por sugerimiento de Don Eugenio, antes que se ausentase de España, cuando le obligó á tomar los quinientos pesos que le ofre cia, diciéndole que con aquellos, y con lo que habia ganado en el servicio de su casa, podria formarse un dichoso establecimiento, si limitaba sus pensamientos á los bienes del campo, donde seria rey de su familia, lejos de la vista de objetos que pudiesen deslumbrar sus deseos. Esto iba contando el viejo á Eusebio, mientras se encaminaba con el hacia la fuente, junto á la cual se sentaron á la sombra de la mucha y espesa verdura que la cubria. Manaba ella de la hendedura de una peña viva, de cuya fértil cima caian pendientes las dilatadas ramas de los diversos arbustos y floridas yerbas que la humedad fecundaba, y que parecian servir á la peña de brutesca guirnalda. Precipitábanse las cristalinas aguas sobre el pardo repecho, á cuyo pie las recibia un remanso bastante espacioso, formado tambien en la roca. Contábanse en su somero y claro fondo las chinas que se desprendian con las aguas. Salian estas del lleno remanso, para ir á dar en el valle el tributo de su saludable fertilidad al rey Eumeno que las poseia.

Creció en sus sentidos la complacencia de Eusebio, despues que, habiendo descansado á la sombra y mormullo de la fuente, le llevó Eumeno á la cima de uno de aquellos oteros que señoreaba á todo aquel valle cir

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cular ni se saciaba de contemplar aquel gracioso teatro de la naturaleza, pareciéndole que aquellos humildes collados que lo cerraban por todas partes, formasen las gradas; que los árboles que los cubrian con su sombra, fuesen los mirones; y la casa de Eumeno, el objeto de la animada representacion, que les daba aquella venturosa familia de pastores. Avivó mas esta idea la vista de los tiernos corderos que habian quedado en la majada, y que salian entonces á pacer las yerbas y flores de aquel prado, capitaneados de un zagalillo, biznieto del viejo Eumeno, quien le llamó para hacérselo conocer á Eusebio.

Mas no respondiendo el avergonzado niño á las preguntas que Eusebio le hacia, para sacarlo de aquel embarazo, le entregó algunas monedas de plata que llevaba, y apretándolas el muchachuelo en la mano, se fué corriendo á contarlas entre sus corderillos. No sabiendo des prenderse Eusebio de la vista de aquel variado y frondoso anfiteatro, ni del otero en que se hallaba, donde la espesura de las copas de los árboles impedian la entrada á los rayos del sol avanzado en su carrera, rogó á Eumeno que se sentase allí sobre la olorosa yerba, para poder disfrutar á su satisfaccion de aquella vista encantadora. Convidábale á mas de esto el fresco aliento del zéfiro que lo regalaba, y que excitaba una suave conmocion en sus sentidos.

D. Pedro Montengon, en Eusebio.

Estragos del Uracan en la Pensilvania.

Estando para acabarse la trilla en el caserío mas vecino, convidó Eusebio á Leocadia para ir á gozar el contento de los labradores en aquel trabajo; vino ella bien en acompañarle, encaminándose entrambos hacía el caserío, sin reparar en los asomos de la tempestad que se levantaba sobre

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