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nes que en varias partes se han abierto, en que millares de personas con su firma han patentizado que no podian menos de reprobar la violencia cometida con el Arzobispo, han elogiado la justa firmeza de éste, y se han obligado á contribuir para formar al Prelado la asignacion de que se le despojaba, habiendo entre ellos quien ofreció dar al Arzobispo él solo, cuanto el Gobierno le daba cuando estaba en su Silla: en los mismos se lee tambien que hasta en la Universidad de Bonn, que es la cuna de la doctrina Hermesiana, se calificó de abuso la conducta observada por el Gobierno; y aun los predicadores de la doctrina de Hermes han aplaudido la firmeza que el Prelado manifestó á sus exigencias: últimamente ha habido quienes no han dudado asegurar que con este paso tan desacertado la Prusia habia perdido en la afeccion de las provincias del Rin en un solo dia, mas de lo que creia haber ganado durante la administracion de veinte años; añadiendo que las dificultades que se ha creado son tanto menos fáciles de vencer, cuanto lo son las disensiones populares cuando se interesa el espíritu religioso, comparadas con las meramente políticas.

General, pues, ha sido el voto de reprobacion que todos han emitido sobre la violencia cometida por el Gobierno prusiano contra el venerable Arzobispo: hasta los sectarios de Lutero y Calvino han convenido por esta vez con los católicos, porque todas las creencias se ven amenazadas de igual golpe de despotismo, y en ello ven violentadas hasta sus conciencias, pues hasta ellas quiere penetrar la arbitrariedad de quien asi obra.

Este grito universal precisó al Gobierno á justificar su conducta, y al efecto publica el decreto de espulsion, en el que, como es de costumbre, califica de subversiva la imposibilidad en que se veia el Arzobispo, y en que con frecuencia se les constituye

á los Prelados eclesiásticos de cumplimentar las órdenes que se les comunican, ó de condescender con los desmedidos deseos del poder secular. En él se dice que el Arzobispo desde que tomó á su cargo el gobierno de la diócesis se habia portado de un modo ilegal y opuesto á los principios constitucionales en el desempeño de sus funciones. Conducta que era tanto menos de esperarse, cuanto que S. M: habia trabajado con el mayor celo por ensalzar en sus estados la Iglesia católica; y que viendo que las amonestaciones que de su orden se habian hecho al Arzobispo para que se contuviera dentro de los límites de su deber, lejos de ser escuchadas, solo habian servido para manifestar que en adelante insistiria en obrar del mismo modo, como efectivamente ha obrado, y provocado tambien á desórdenes: si por consideraciones á las amistosas relaciones con la santa Sede no lo entregaba á la severidad de las leyes, con todo no podia prescindir, mirando por la conservacion de sus derechos, pero especialmente por la de la paz entre sus súbditos, confiada á él por la Providencia, de impedirle el ejercicio de todas sus funciones; á cuyo fin decretaba que el Arzobispo saliese de su arzobispado luego que se le notificase esta determinacion, y que el Cabildo de Colonia tomase segun los cánones las indispensables medidas para proveer á que no se entorpeciera el despacho de los negocios, en la forma que se acostumbra cuando la autoridad arzobispal está suspendida, comunicando todo esto á la santa Sede, y proponiéndole lo que creyere conveniente.

Al mismo tiempo dispuso el Gobierno que hasta que se arreglase con el sumo Pontífice el modo ó forma con que se gobernase la diócesis, los súbditos católicos y demas á quienes concerniese, procedieran en los asuntos eclesiásticos conforme á las instrucciones que diese el Cabildo.

Prohibió toda comunicacion con el Arzobispo á toda autoridad y clase de personas de cualquiera estado y condicion.

Declaró nulas cuantas decisiones, resoluciones ó actos administrativos ejerciese aquel Prelado, é impuso severas penas á los que quebrantasen este decreto.

Ya se ha insinuado antes, que cuando los Prelados eclesiásticos se ven en la imposibilidad de dar cumplimiento á las órdenes del poder temporal, y por esto se deciden los gobiernos á dictar medidas semejantes á la que el de Prusia dictó respecto del venerable Arzobispo de Colonia, es táctica acusarlos de rebeldes, de sediciosos, de provocadores al desorden, pero descuidan de alegar las pruebas en que se funda su acusacion; esto unido á que sin oírseles en juicio, guardándoles las inmunidades que les corresponden, sin las que, como con razon dice no un español, la autoridad eclesiástica es una cosa vana, siempre hace cuando menos sospechar que la justicia no acompaña muchas veces á tales medidas.

Al Arzobispo de Colonia se le acusa de haber provocado desórdenes, de haber desconocido la autoridad Real é introducido la turbacion donde reinaba el mejor orden. Pero ni siquiera se indica un solo hecho que compruebe esta acusacion; por el contrario, la conducta del venerable Prelado está manifestando ser uno de los súbditos mas fieles: su caracter y hechos lo demuestran de un modo que ni dejan lugar á la mas infundada sospecha: su espíritu de conciliacion se ha dejado tanto conocer, que infundia ya recelos de ser demasiado complaciente con el poder del siglo. Su sumision al Gobierno se ve bien clara en su contestacion al Ministro cuando se le hizo saber la resolucion que se habia tomado respecto de él: "En las cosas temporales, le dice, yo obedeceré al Rey como corresponde á un súbdito fiel." Pero no pára en palabras la TOM. III.

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oferta que hace, pues por no disgustar al Gobierno se comprometió en cierto sentido á los ojos de su clero, cuando mandó á los decanos de la diócesis que no permitieran á los Sacerdotes estrangeros, especialmente á los belgas, el ejercicio de ninguna . funcion eclesiástica." Solo el deseo de la paz y el de alejar todo motivo de sospecha le pudieron arriesgar á hacer esta concesion al Gobierno. ¿En qué, pues, se funda la acusacion que se le hace? Bastante conocido es: en que el poder está acostumbrado á la condescendencia que habian tenido con él algunos Obispos, y entre ellos el antecesor del M. R. Clemente Augusto, y se resiente de que el actual no condescienda igualmente: se le amenaza por esta causa, pero no teme, no quiere sacrificar su conciencia, y prefiere sufrir lo que se le quiere hacer padecer, mejor que agravar las angustias de la muerte con remordimientos que le obliguen á arrepentirse de su falta de firmeza en los últimos momentos.

Como esta determinacion del Gobierno fue mal mirada, no solo en Prusia, sino tambien fuera, tuvo necesidad de justificarse donde era censurada: en Bruselas particularmente era mayor esta necesidad, y por esto fue enviado allá el Baron de Sidow, con el fin de desvanecer la impresion poco favorable que habia causado este suceso; pero en lugar de conseguir lo que se prometia, tuvo el disgusto de oir que unánimemente se calificaba de despótico este proceder de su gabinete, como que habia obrado sin que precediera juicio, y mucho menos sin que fuese juzgado el Arzobispo por sus jueces naturales, y guardándosele las inmunidades, que son las que hacen que la autoridad eclesiástica no sea un nombre vano, porque si el capricho ó antojo de un Príncipe es bastante para impedir que se ejerza la jurisdiccion espiritual, ¿no diremos que la autoridad de la Iglesia es ilusoria?

El Baron de Sidow, para acallar los desventajosos discursos que se hacian acerca de su corte, quiso recurrir al grande, pero ya desgastado medio de suponer, que motivaron estas medidas causas políticas, y que aun el clero y católicos belgas estaban complicados con el Arzobispo en una trama de esta clase, de la que ya tenia noticias el Gobierno, de Bruselas; pero no le salió mejor la traza, pues las sociedades de categoría, donde con sobrada malicia estendió esta siniestra voz, se le rieron altamente en su misma cara, y se le desafió á que probára lo que calumniosamente aseguraba. Quiso tambien persuadir esto misino á algunos alemanes católicos que alli residian, y entre otros se dirigió al Duque de Ariemberg, principal propietario de Westfalia, y lo que con esto consiguió fue oir de su misma boca, que ya todo prusiano, fuese grande ó pequeño, debia en adelante vivir con la mayor desconfianza, puesto que como se habia hecho con el Arzobispo, podia por una orden del gabinete despojársele de un momento á otro de cuanto tuviera.

Tambien procuró el Gobierno prusiano justifi carse con la santa Sede; y al efecto envió un Einbajador estraordinario á Roma: se le hace la justicia de que por su parte no dejó piedra por mover para desempeñar su mision, pero inútilmente, pues no pudo conseguir entrar en relaciones, porque siempre se exigió como preliminar que el M. R. Arzobispo fuese restituido á su Silla, y asi se volvió sin haber adelantado un paso.

Ya con fecha de 21 de noviembre, es decir, el siguiente dia á la espulsion del venerable Prelado,' Bodeschwing, Presidente supremo de las provincias Rinianas, uno de los encargados de la ejecucion del decreto, hizo saber de oficio que el Cabildo de Colonia, obedeciendo á lo que en aquel se ordenaba, se habia encargado del gobierno de la diócesis, y

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