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Ya hemos explicado en alguno de nuestros estudios el origen y etimología del yaraví, y haber sido bajo su primitivo aspecto el aya-aru-huy queremos decir la forma musical cantada con que el viviente habló-aru a los muertos-aya, esto es, a las momias tutelares de los antepasados que toda agrupación aillal indígena veneró en los morhaderos o adoratorios comprendidos en sus respectivos pagos.

Creado para hablar con los muertos, y en especial para referir a éstos últimos las propias congojas, el yaraví sólo pudo ser, por su música y por su letra, entrañablemente melancólico.

Negar que Mariano Melgar dentro del género por él elegido, sugeridole por la disposición especial de su espíritu y por la índole neta del tiempo en que vivió, se revelara inspirado poeta y consumado artista, sería injusto; tan injusto como negar al Misti, a cuyos pies naciera, sus nobles galas, su mole imponente, sus entrañas de fuego, su diadema de albas nieves y sus ocasionales mantos de nubes, suspensos en el éter, teñidos de oro y grana por los arreboles del Sol al atardecer

Que la poesía de Melgar fué genuina y viable poesía lo prueba su notable difusión y su haber persistido allegado al corazón de su pueblo, a través del tiempo.

Sus tiernas endechas y sus desconsolados amores cantábanse y comentábanse en vida del poeta en Lima, en Ayacucho, en el Cusco, en Salta, en Tucumán, en Chuquisaca y en otros cien lugares de América, en donde corazones amantes vieron traducidas sus propias cuitas en una fraseología amatoria incomparable.

Su musa, sin él saberlo, golpeó a la puerta de los mismos campamentos de las tropas del rey.

Las bandas de músicos de los batallones «godos», compuestos en su mayor parte de elementos criollos, ejecutaban

los yaravíes de Arequipa, y más de un oficial realista sabíase de memoria las composiciones del poeta-soldado, con el que algún día cruzarían los aceros en los campos de batalla.

Cuando en el funesto llano de Umachiri ocurrió el desastre de las fuerzas colecticias de Pumacahua, alcanzadas por Ramírez durante su retirada apresurada sobre el Cusco, y el amante de Silvia terminó en forma lamentablemente trágica su carrera mortal y emocional, que tanto prometía para las letras de América, en América entera se oyó un grito de intensa desolación....

Las hojas del proceso que se siguió a Melgar, en cumplimiento de cuyas disposiciones se le pasó por las armas, nunca fueron halladas.

Hay quienes afirman, diz que a raíz de añejas tradiciones arequipeñas, que los oficiales insurgentes apresados en Umachiri fueron quintados; que a Melgar, en aquella funesta lotería, le tocó morir, y a Manuel de Amat y León, que cuatro años más tarde había de unir su suerte a la de Silvia, le tocó vivir.

Esa tradición carece de fundamento.

Melgar, auditor de guerra de Pumacahua, fué insurgente; Amat y León, hijo del virrey, y auditor de guerra de Ramírez, fué realista.

La única forma como ambos hombres pudieron encontrarse, de 1814 adelante, fué peleando, cada cual por la causa a que respectivamente perteneció.

Melgar, juzgado por una corte marcial a raíz de la derrota de Umachiri, fué fusilado en virtud de una sentencia que a Amat y León le tocó rubricar, en su calidad de tal auditor de guerra de Ramírez.

Ello fué, según tradición, después de que un comercio de ideas entre el oficial prisionero y el realista, en el que el nombre de Silvia fué cien veces pronunciado, estableciese entre éllos una estrecha y cariñosa amistad.

Amat y León llegó a profesar un sincero cariño hacia el hombre en quien veía a un soldado valeroso y a un tierno poeta.

Salvar a aquel hombre hubiese sido de todo punto imposible, pues se negaba a firmar la humillante retractación con que otros, colocados en igual predicamento, compraron la vida.

Por otra parte, el implacable Ramírez llevaba calificada en Melgar la personalidad apasionada e idealista que otros represores de movimientos libertarios castigaron en Chenier y Mármol....

Mariano Melgar, ei poeta de la revolución, debía morir al mismo tiempo que el viejo cacique Pumacahua, su caudillo militar, y tenía determinado un hado cruel que fuese su nuevo amigo el que firmase su sentencia de muerte...

Amat y León, tras vacilaciones mil, firmó aquella sentencia, y firmarla y ser víctima de un desmayo, que fué el preludio de una enfermedad al corazón que no le abandonó mientras vivió, fué una cosa sóla.

¿Quién fué don Manuel de Amat y León, el auditor de guerra de Ramírez, a quien vemos figurar en la forma que dejamos expresada en el drama sombrío de Umachiri?....

El Coronel Don Manuel de Amat y León, natural de Lima, de cuarenta años en 1815, fué hijo natural del virrey Don Manuel de Amat Junient Pianella Aymerich y Santa Pau,

En el pliego de su matrimonio, su madre aparece descrita como Doña Josefa de León.

Pero es el caso que en la cláusula 4.a del testamento deDoña Micaela Villegas, la hermosa criolla, amante del virrey catalán, se menciona a un Manuel Amat, fruto de aquellos

amores.

De consiguiente, cabe preguntar si hubo dos Manueles Amat, el uno Amat y Villegas, y el otro Amat y León, hijo, este último, según una tradición arequipeña, de la señora León, perteneciente a la alta sociedad de Lima.

Lo cierto es que en el año de 1819 María Santos Corrales, la novia ideal de Melgar, de 22 años de edad, casó en Arequipa con el mencionado don Manuel de Amat y León.

En el archivo de la Iglesia de la Compañía de Arequipa hemos descubierto, tras empeñosa búsqueda, el pliego correspondiente a dicho matrimonio.

¡Delicadas inspiraciones del amor al latir en un pecho

hidalgo!

Don Manuel de Amat y León, que en dicho documento pudo estampar su condición de teniente coronel y auditor de guerra de los reales ejércitos españoles vencedores en Umachiri, prefirió estampar la del todo imaginable, de comerciante de tránsito durante veinte años en la provincia del Co11a0

Los títulos y honores que verdaderamente le pertenecierɔn, hubiesen podido lastimar los recuerdos de una esposa que fué la ideal desposada del poeta soldado sacrificado en Umachiri,

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OF TEXAS

REMINISCENCIAS DE MARÍA SANTOS CORRALES

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En el pliego matrimonial que acabamos de rememorar, fechado en Arequipa el 13 de Noviembre de 1819, «el pretendiente» declara ser hijo natural de don Manuel de Amat y de doña Josefa León, de cuarenta y cuatro años de edad, natural de Lima de donde falta espacio de veinte años, los cuales ha estado transitando en la provincia del Coliao sin tener residencia firme en ningún lugar de dicha provincia, con destino al comercio y, al presente en esta ciudad durante pocos días», a tiempo que la contrayente declara llamarse María Santos Corrales, de 22 años de edad, de estado soltera, natural y vecina del barrio de la Soledad de esta jurisdicción, hija legítima de don José Corrales y de doña Manuela Salazar, difunta.

El matrimonio se celebró el 24 de Noviembre de dicho año de 1819, según lo acredita la respectiva partida que a continuación copiamos:

Año del Señor de 1819. Día 24 de Noviembre. Yo don Luís García Iglesias, cura rector de esta santa iglesia Catedral de Arequipa, certifico: que de licencia mía, el P. Fr. Andrés Cárdenas Talavera, teniente de cura de la vice-parroquial de Montserrat, desposó por palabras de presente que hacen verdadero matrimonio, a don Manuel Amat y León, soltero, natural de la ciudad de Lima y al presente en ésta, hijo natural de don Manuel Amat y de doña Josefa León, con doña María Santos Corrales, soltera, natural y vecina de esta ciudad, hija legítima de don José Corrales y de doña Petronila Salazar, en virtud del decreto de su señoría Ilustrísima inserto en el expediente de soltura y libertad que formé, del que no resulta canónico impedimento, y de las proclamas que se leyeron el domingo catorce de Noviembre, jueves 18 y domingo 21; habiéndoles hecho saber lo prevenido en el capítulo IX, título X al 124 de los Sinodales, según consta del dicho expediente que original queda con los de su clase en el archivo de esta iglesia auxiliar de Santiago, siendo testigos del matrimonio don José Corrales y don Bernardo Corrales.

Y para que conste lo firmé.

Fecha ut supra.

LUIS GARCÍA IGLESIAS»,

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