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A Huiracochan, tiksi Huiracochan, huallpai-huana Huiracochan, hatun Huiracochan, tarapaca Huiracochan, kapak cachun, Inca cachun ñispa ñokapak churapuhuaskaiqita camaskaiqita kasillata kespillata huakaichamui, runan yanan yachacuchun, urari-punari usachun, imaipacha haic'ai pachacama, ama allakachispa churinta mit antahuanpas huakaichai kasillakta Huiracochaya.

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Huiracochaya, huallpai-huana Huiracochaya, rumakta kasi-kespillata kapak Inca churiiqi huamaiqipak camaskaiqi huakaichamuhun hat'allimuchun pachacama; runa, llama micjuipak captinka Kochan; Kapak Inca camaskaigita, Huiracochaya, ai-niy hu-ñiy mark`ariy, hat'alliy, imaipachaca

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Pachan-mama, kasillata kespillata Kapak Inca huahuaiqita markarii, hat`allii.

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A p'unchan Inca, Inti yayai, Kosko-tampu cachun, aticuk llasacuk cachun ñispa churak, camak, much'askaiqi, cusikespi cachun; ama atiska, ama llasaska cachunchu aticukpakllas, kapak camaskaiqi, chu askaiqi.

11.o)

ORACIÓN POR TODOS LOS HUAKAS,

O pachak sulla Huiracochan, ucjuk-sulla Huiracochan, huaka huillca cachun ñispa camak; hatun Apu, huallpaihuana, allastu, allantu, Huirakochaya: urinpacha hanpacha cachun ñispa ñik, ucjupachaicupi, umata churak, haiñihuai, hui-ñihuai, kespi, kasi camusak, Huiracochaya, micjuiniak, minc

ayok, sarayok llamayok, imai-manayok, taic'ai-manayok: ama cacharihuaichu; imaimana, haic'ai-mana chiqimanta, llaqiimanta, ñacaska, huatuska amuskamanta.

Estas son las once oraciones usadas en aquellos tiempos para sus ritos y sacrificios por los Incas. Son elevados conceptos, como se vé en las traducciones libres del autor, el Cura Cristóbal de Molina.

+FR. JOSE GREG." CASTRO

Antiguo Obispo del Cuzco y actual de Clazo

Lima, Abril de 1921.

mene.

Hemos acogido con el mayor agrado el pliego de correcciones arriba inserto, hechas por el ilustre prelado y eximio queshuista fray José Gregorio Castro, porque juzgamos que ellas aumentan el valor de la publicación que insertamos en el tomo primero de nuestra colección de Libros y documentos referentes a la historia del Perú de la Relación de las fábulas y ritos de los Incas, del P. Cristóbal de Molina. Cuando hicimos la mencionada publicación, no se nos ocultaba los errores y confusiones de que adolecía el texto queshua de las oracior.es consignadas por el P. Molina en su relación y tratamos de subsanarlas en cuanto nos fuera posible; desgraciadamente la tarea era muy superior a nuestros conocimientos, y lo prueba así las correcciones del ilustrísimo señor Castro. La copia que utilizamos entonces era moderna, copia de copia, y ya se sabe los errores que se van produciendo de una copia a

otra.

Damos cabida en las páginas de esta Revista a las correcciones del Obispo Castro para que los poseedores del tomo en que publicamos la Relación del P. Molina purifiquen sus textos, corrigiendo los errores contenidos en la impresión.

Lima, 1921.

C. A. R.

DON ANDRES HURTADO DE MENDOZA Y LA FUNDACION DE LA VILLA DE CAÑETE

Los postreros destellos de la rebelión de Hernández Girón.-El Marqués de Cañete.-Su imaginaria lenidad.—Un anécdota curioso. El carácter del Marqués-Trata de repoblar los antiguos valles.-El valle del Huarcu.-La fundación de la villa de Cañete.-El valle del Huarcu después de la conquista.-Reminiscencias de su antigua opulencia.-Los antiguos acueductos.-El acequia de la Imperial. Su pérdida. Se trata de repararla. La indiferencia oficial ante los esfuerzos privados.-Dn. García de Mendoza adjudica las tierras de la Imperial al Cabildo de Lima.-El Rey confirma aquella merced.-Toma el Cabildo posesión de las tierras. Las vende a censo redimible.-Condiciones de esta venta. Fracasa el comprador en su empresa.

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Francisco Hernández Girón, el noble reparador de injusticias, el esforzado paladín de las reivindicaciones, había sido derrotado en Pucará y ejecutado a voz de pregonero en la plaza mayor de Lima; su cabeza se había mandado poner sobre el rollo, sus casas se habían mandado derribar y sembrar de sal, y se había infamado su memoria con los odiosos epitetos de traidor y de tirano; y sin embargo, aun no se habían extinguido los postreros destellos de la hoguera que en un arranque de indignación había encendido, y que sus amigos supieron atizar con tan próspera fortuna, cuando menos en los primeros reencuentros con las tropas reales, en Villacurí y en Chuquinga; todavía los rebeldes abrigaban alguna esperanza y soñaban con la reorganización de sus huestes y con el triunfo de su causa, y en ello no carecían de razón, toda vez que la esperanza suele acompañar al hombre hasta el propio dintel de la realidad.

La Audiencia, en cuyas manos descansaba a la sazón el gobierno del Reino, era de suyo impotente para contener los desmanes de aquellos ambiciosos capitanes, que, a título de conquistadores y primeros pobladores, se creían señores absolutos del país, no perdían ocasión de decantar sus hazañas y ponderar los servicios prestados a la Corona, y nunca se tenían por suficientemente remunerados. El gobierno del Perú había, pues, menester de una autoridad severa, que enmendase con mano férrea los errados rumbos que la codicia y la ambición le habían trazado, que prestase garantías a los vecinos y pobladores, y que organizase el Reino en paz y justicia; así lo entendió el Emperador y por eso despachó por virrey de estos Reinos a Dn. Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete y Guarda mayor de la ciudad de Cuenca, hombre ya experimentado en achaques de gobierno y con sobrada energía para lograr el fin apetecido.

Cuando el Marqués llegó al Perú, las cárceles se encontraban atestadas de culpados que esperaban el veredicto de sus respectivas causas, y con la inquietud que es fácil suponer cuando se vislumbra un porvenir incierto. El horizonte se despejó en breve: unos fueron ahorcados, otros degellados, los menos culpables fueron desterrados, y los más in.clices fueron cargados de cadenas y ccndenados a trabajar como peones en la construcción del primer puente de cantería que se tendió sobre el Rímac; ochocientas y tantas víctimas fueron inmoladas en aras de la justicia por el inflexible Marqués de Cañete, y ello no obstante, dice el Iltmo. Lizárraga «que el Marqués era humanísimo v rada amigo de derramar sangre» (1).

Los capitares Diego López de Zúñiga, Rodrigo Niño, Juan Maldonado de Buendía y otros esforzados caballeros que habían servido a su Majestad lealmente con sus personas y haciendas cóntra Francisco Hernández Girón, después de pacificada la tierra se presentaron al Marqués y exponiéndole sus servicios le demandaron mercedes; parece que él les ofreció una ricoca, que ellos desde luego rehusaron, y le respondieron que les diese de comer conforme a sus méritos. Bien, les dijo el Marqués, yo es daré muy bien de comer, y los despidió muy animados: poco después llamó a su mayordomo y le ordenó que

(1).—LIZÁRRAGA, Descripción de las Indias, Lib. II, cap. XIII.

dispusiese un banquete para el día siguiente, pues aquellos capitanes comerían con él en las casas reales. Así se hizo; los invitados fueron regalados con munificencia regia, y cuando calculaban que la generosidad del Marqués había de culminar en pingüe encomienda, se encontraron con sendas órdenes de deportación a los reinos de España, y con los caballos ensillados y enfrenados en el patio, a fin de que al punto y sin pérdida de tiempo partiesen a embarcarse en el vecino puerto, donde les tenía ya prevenido un galeón. Si así trataba el Marqués a los buenos servidores de la Corona, ¿qué no haría con los rebeldes?

El Marqués ponderaba las desmedidas pretensiones de los capitanes que habían militado bajo el estandarte real en las guerras civiles del Perú, y si bien es evidente que en ello había mucho de cierto, también hay que reconocer que el Marqués era de suyo mezquino y poco o nada amigo de dispensar mercedes, por más que trate de hacernos entender todo lo contrario el Iltmo. Lizárraga, su gran admirador y panegirista; pues, el mismo se encarga de confirmar nuestro aserto, cuando dice: «oí decir que el Marqués en España era tenido por escaso» (1).

Ahogadas, pues, en sangre las demandas y protestas de los amigos y parciales del infortunado Hernández Girón, y convencidos les pocos que aun quedaban libres, de que era poco menos que imposible luchar con éxito contra el colosal poderío de la casa de Austria, cuyo prestigio se había consolidado ya en España a despecho de los célebres comuneros de Castilla, y se iba consolidando en las Indias, no obstante el inquieto espíritu de sus conquistadores, siempre dispuestos a levantarse contra el estandarte real y a defender bravamente sus encomiendas, resolvieron con muy buen acuerdo dar de mano a toda nueva tentativa de rebelión, y consagrar sus energías a otras empresas menos peligrosas y de más positivos resultados, ya que la fortuna se les había mostrado adversa en los hechos de armas, y la desgracia les había cerrado el camino por do podían aspirar a la posesión de las reales mercedes.

Aunque el Rey tenía ordenado por diversas cédulas que se poblasen en el Perú las más villas de españoles que ser pudiesen», y que se repartiesen las tierras entre los vecinos que

(1).—Lizárraga, Descripción de las Indias, Lib. II, cap. X.

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