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lo mismo era necesario crear una caballería patriota que fuese digna rival de aquélla. Se necesitaba un jefe capaz de realizar tal obra y de que, una vez realizada, quedase con el encargo de dirigir esa arma. Bolívar había adivinado en Necochea el hombre que necesitaba, y no trepidó en encomendarle tan delicada misión. Al abrir, pues, el Libertador la campaña de la Sierra, la caballería independiente formaba una masa respetable por su número, por su organización, y, sobre todo, por el espíritu que la animaba.

"Cada jinete, dice Miller, estaba armado con espada, lanza, y algunas veces con carabina, o un par de pistolas; pero tal era la escasez de hierro, que la mayor parte de sus armas de fuego se convertían en clavos y herraduras. Los caballos iban calzados de los cuatro pies, lo que no es común en la América del Sur, y los cubrían bien con mantas las noches que pasaron en la cordillera, por cuyos medios hicieron aquellas marchas sin pérdida de consideración. Con efecto, se mantuvieron casi tan gordos y lucidos como los caballos de la caballería española, que por más de un año habían estado mantenidos con alfalfa y maíz en el rico valle de Jauja y tratados con todo el cuidado que se emplea en Inglaterra con los mejores caballos. La mayor parte de ellos eran de raza chilena, tomados por los realistas en las victorias que habían alcanzado, pues no valdrían en el Perú menos de. ciento y cincuenta duros españoles, y muchos eran de mayor precio".

"La caballería patriota se componía, tal vez, de los mejores jinetes del mundo. Los "gauchos" de las Pampas, los "guasos" de Chile, y los "llaneros" de Colombia están todos acostumbrados a montor a caballo, desde la edad más tierna, tal es su habitual predominio sobre sus caballos, y tal su destreza, que la relación de una de sus fiestas a caballo, costaría dificultad el creerla. El gaucho que al gran ga. lope no pudiese coger con la mano un duro del suelo, sería entre ellos considerado como un mal jinete......"

"Los peruanos de la costa y del país de montañas no escabrosas, son poco menos diestros que los gauchos, y sor

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prende verlos bajar a galope por cuestas sumamente pendientes, con una facilidad y un aire como si fuesen por un llano. Los llaneros, nacidos en los llanos de Colombia, no son tal vez menos diestros en el manejo del caballo; pero no son tan airosos como los gauchos argentinos o los guasos de Chile".

Vamos a permitirnos hacer una pequeña rectificación a estos párrafos del vencedor de Junín. Gauchos quedaban muy pocos en la caballería patriota; los que vinieron formando parte de los regimientos de Granaderos y Cazadores en el ejército de San Martín, unos sucumbieron en los combates, otros por las enfermedades contraídas a causa del clima en las alturas; no pocos cayeron prisioneros y muchísimos se dispersaron. En cuanto a los guasos chilenos, entre los 1,980 hombres que componían la división chilena de la expedición libertadora, como se sabe, no vino ningún cuerpo de caballería de ese país y los pocos chilenos con que Necochea completó la dotación de su regimiento antes de venir al Perú, corrieron la suerte que dejamos apuntada a los gauchos. En Junín, pues, no hubo caballería chilena.

Desde los primeros días del mes de Agosto la aproximación de los ejércitos realistas y patriota se iba haciendo a cada instante más pronunciada. En la mañana del 5, el general Canterac había avanzado hasta Carhuamayo, haciendo adelantar su caballería a Pasco; pero en lugar de encontrarse, como él creía, con solo una división patriota, se halló con que tenía al frente todo el ejército Libertador, que estaba reunido y avanzaba por la orilla opuesta del lago. Canterac se replegó en la noche de aquel día sobre su infantería, y el 6 continuó su retirada. Mientras tanto, el ejército de Bolívar continuó su marcha en prolongación de la extremidad sur del lago, con el propósito de cortar a los realistas, y al cabo de una marcha de cinco leguas por terreno montañoso, salir al llano. Los patriotas se hallaron frente al ejército realista, que a dos leguas escasas, marchaba por los llanos de Junín. La caballería patriota cambió inmediatamente las sillas de las mulas en que iba montada, a los caballos, que llevaban de tiro, para no maltratarlos,

adelantándose una legua de la infantería; por un algo que puede explicarse como un fenómeno de telepatía, Canterac había tomado igual determinación, avanzando su caballería a una legua de la infantería. A la cabeza de la patriota iba Bolívar en persona, sable en mano, y a la de la realista, el mismo Canterac. Constaba ésta de cerca de 1,400 hombres, era el orgullo del ejército español y se consideraba a la altura de la mejor caballería europea, llamándose invencible, y se componía de los regimientos "Dragones de la Unión" "Dragones de Lima", "Granaderos de la Guardia", "Húsares de Fernando VII", Escuadrón "San Carlos" y la guardia del virrey. La caballería patriota constaba de los "Granaderos de Colombia", mandados por el coronel Braun, "Húsares de Colombia" al mando del coronel Laurencio Silva, "Coraceros del Perú", un escuadrón de Ganaderos a caballo o de los Andes, y un escuadrón de "Húsares del Perú."

Lleno de gozo Canterac por lo que consideraba un triunfo barato, formó su plan de ataque y lo puso en ejecución, poniendo en batalla los cuatro escuadrones de Húsares y los de Dragones de Lima, dejando de reserva a los Dragones de la Unión. Los patriotas solo llegaron a poner dos escuadrones en línea de batalla, quedando los demás formados en columna por mitades, sin lograr llegar a desplegarse, por la estrechez del terreno entre el cerro y un pantano. Canterac en persona dirigió la carga, poniéndose al frente de su caballería, y fué tan furiosa, que la caballería patriota quedó inmediatamente arrollada y puesta en dispersión. Antes de que ocurriese el choque de las masas, pensando Bolívar que se iba a entablar una acción general, se encaminó hacia donde estaba la infantería para tomar sus disposiciones, dejando el mando de la caballería al general Necochea.

Los jinetes de Canterac cayeron como una tromba sobre los mal preparados escuadrones patriotas y los arrollaron despiadamente, alanceándolos y acuchillándolos sin compasión. La tierra temblaba con el furioso tropel de los caballos, no se escuchaba un tiro, solo se oía el choque de los aceros, las voces de mando y de aliento de los jefes y los ayes, lamentos y gemidos de los heridos. El comandante en jefe,

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