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Secretaría General.-Cuartel general en Reyes, sábado 7 de Agosto de 1824.—Al señor Ministro General de Negocios del Perú.

De suprema orden de S. E. el Libertador, tengo la satisfacción de anunciar a U. S., que ayer a las cinco de la tarde ha sufrido el Ejército español una terrible humillación en las llanuras de Junín, dos y media leguas de este lugar. La caballería, con cuya fuerza contaban principalmente los enemigos para sostener al Perú a la dominación española, ha sido batida de tal modo; que no volverá a ponerse en el campo de batalla. Informado S. E. de que los enemigos habían venido a buscarnos con toda su fuerza reunida, se puso en marcha con todo el Ejército Libertador desde Conocancha, con el fin de comprometer una batalla decisiva. Entre tanto, los enemigos, que habían avanzado hasta Pasco, volvieron sobre sus pasos a marchas forzadas, en consecuencia de las noticias que tuvieron de la dirección que seguía el ejército. S. E. contaba con forzarlos a una acción formal, situándose a su retaguardia por el camino que éllos debían llevar a Jauja; pero la precipitación con que marchaban, les proporcionó la dichosa casualidad de llegar, y aun pasar, del punto en que debíamos encontrarnos, algunas horas antes que nuestro ejército, que tuvo que hacer una jornada larga y por terreno escabroso y difícil. En este estado, observando S. E. que los enemigos continuaban sin cesar su retirada, y considerando, por otra parte, que se escapaba de entre las manos la ocasión de terminar de un solo golpe la penosa campaña en que nos hallábamos y decidir la suerte del país, resolvió adelantarse con la caballería al trote, mandada por el intrépido general Necochea, y situarla en la misma llanura que ocupaban los enemigos, esperando que aquéllos que nos habían buscado tan resueltamente, aprovecharían de la ocasión que se les presentaba de lograr sus deseos, o que sobre ellos, compremeterían una acción para salvar el todo de su ejército. Sea correspondiendo a estos cálculos, o por una ciega confianza en su caballería, los enemigos cargaron a la nuestra en una situación bien desventajosa para nosotros; el choque de estos dos cuerpos fué tremendo, y al fin después

de diferentes conflictos en qué ambas partes lograron la ventaja, la caballería enemiga, aunque superior en número y mejor montada que la nuestra, fué completamente desordenada, batida y acuchillada hasta las mismas filas de su infantería, que durante la acción continuaba la marcha hacia Jauja y se hallaba muy lejos del campo cuando aquélla se decidió. Nuestra caballería ha mostrado un arrojo que mi pluma no alcanza a expresar, y que sólo puede concebirse recordando los siglos heroicos. El resultado de esta brillante jornada ha sido la de doscientos treinta y cinco muertos en el campo de batalla, entre ellos diez jefes y oficiales, más de 80 prisioneros, muchos heridos y una infinidad de dispersos. Se han tomado más de trescientos caballos aperados, y el campo de batalla está cubierto de toda clase de despojos. Por nuestra parte hemos tenido fuera de filas sesenta hombres muertos y heridos; entre los primeros el capitán Urbina de Granaderos a caballo de Colombia, y al teniente Cortés del Primer Regimiento de caballería del Perú. Entre los segundos, al bizarro general Necochea, con siete heridas, aunque ninguna de cuidado, al señor coronel Carvajal de Granaderos a caballo de Colombia, al comandante Sowerby del segundo escuadron del Primer Regimiento del Perú, al sargento mayor Felipe Brown y al capitán Peraza, ambos de la caballería de Colombia; el primero y los dos últimos levemente heridos, y el segundo, de alguna gravedad; entre la tropa hay pocos de riesgo.

Ayer se habría concluído la guerra del Perú si la infantería enemiga no hubiera continuado incesantemente su marcha al trote, y si la nuestra hubiese podido volar, como era necesario, para alcanzarla, porque todos ardían en deseos de destruir a los enemigos. Estos han quedado enteramente escarmentados, y su terror llega al extremo de que desde la madrugada de ayer no han dejado de marchar, ni aun de noche.

Mañana continúa el ejercito sus operaciones, y me lisonjeo de que muy pronto felicitaré a U. S. y a todo el país por el suceso de ayer, que, por ser el primero de la campaña, presagia los más felices resultados. La tierra de los Incas,

regada con la sangre de sus opresores y oprimidos, ofrecerá bien pronto bellos campos en que se extienda el árbol precioso de la libertad; y muy pronto los vencedores de catorce años no dejarán a estos desgraciados habitantes sino los recuerdos de los horrores que aquéllos han cometido mientras la fortuna les ha lisonjeado.

Quiere S. E. que estas noticias las haga circular U. S. circular a todos los pueblos y autoridades del país.-Dios guarde a U.S.-Tomás de Heres, Secretario General interino.

Al tener conocimiento Bolívar por un aviso escrito con lápiz, que le enviara el general Miller, de que la victoria de la caballería patriota se debió a la oportuna intervención del escuadrón Húsares del Perú, exclamó: "Húsares de Junín, de aquí en adelante"; y al día siguiente salía confirmada esta disposición en la orden general del ejército anunciando a éste la noticia del triunfo. Posteriormente, durante el gobierno del Gran Mariscal Gamarra, se dictó una ley para que el primer cuerpo de caballería del ejército llevase siempre el nombre de "Glorioso Regimiento Húsares de Junín”. Esta ley se ha cumplido hasta ahora, pero ¿por qué siguiendo el ejemplo de otras naciones, inclusive Argentina, con su famoso regimiento de Granaderos a Caballo organizado por San Martín, los Húsares de Junín no llevan el histórico uniforme que usaron en aquella épica jornada? Próximo a celebrarse el centenario de Ayacucho, creemos que sería de gran efecto el presentar a nuestros Húsares tal como lo estuvieron cuando ganaron la palma de la victoria en Junín.

El Congreso del Perú, en 29 de Marzo de 1828, dictó una ley otorgando una medalla a los vencedores de Junín, junto con otros premios a los vencederos en esa acción y en Ayacucho, y por decreto del vicepresidente de la república, que lo era entonces don Manuel Salazar y Baquíjano, se reglamentó la forma de la medalla, que consiste en un círculo de seis líneas de diámetro, cuya superficie esmaltada en blanco, lleva esta inscripción en letras negras-Batalla de Junín-"de su circunferencia saldrán cinco aspas o rayos iguales, esmaltados también, de rojo en el centro y de blanco en los extremos, con un laurel de oro entrelazado al rededor de ellos.

En el reverso habrá grabados dos sables enlazados con dos lanzas con banderas".

El Congreso de Colombia concedió también condecoraciones por las batallas de Junín y Ayacucho.

En el campo de Junín, donde se libró esta gloriosa acción de armas, se ha levantado una columna de piedra para que recuerde a las generaciones venideras el heroísmo de las tropas libertadoras del Perú.

De los dos héroes de esta jornada, Necochea y Miller, la Nación agradecida ha erigido un soberbio mausoleo en el cementerio general de Lima al primero; pero los restos del segundo yacen olvidados en el protestante de Bellavista, y sería justo darles, como a los de Necochea, una tumba digna de éllos.

Lima, 6 de Agosto de 1924.

Carlos A. Romero

Don Felipe Gutiérrez

Gobernador de Veragua; Pacificador del Perú, Conquistador

del Río de la Plata.

Natural de Madrid, hijo del muy magnífico Señor Don Alonso Gutiérrez de Madrid, Receptor General, desde 1524, y luego, Teniente de Contador Mayor, y Contador Mayor de los Reyes Católicos, del Consejo del Emperador Carlos V, y su Tesorero General, y de Doña María de Pisa. Siguiendo la costumbre de los hijosdalgos entró como criado del Emperador, acompañándole a través de sus viajes, como durante su estancia en la Corte.

Don Alonso, su padre, tuvo, además, por hijos: a Diego, a quien se le concedió la entrada y conquista de Veragua, en donde fué muerto por los indios en 1545; y a Gonzalo de Pisa. El primero, tuvo un hijo nombrado Pedro Gutiérrez de Ayala; y el otro, uno, llamado Alonso de Pisa, que acompa ñó a su tío Diego a Veragua. (Alvarez Baena: Hijos de Madrid: Mad. 1789-90. I, 20; II, 8. Espejo, Cristóbal: Sobre organización de la Hacienda Pública Española en el siglo XVI. Mad. 1907).

A petición suya, y para favorecerle, dióle S. M. la entrada, conquista y población del Río Belén, en la Provincia de Veragua, que la Virreina de Indias Doña María de Toledo, madre del Almirante don Luís Colón, deseaba poblar, como dominios de su hijo. Había muchos pretendientes a esta conquista por considerarse "muy rica la tierra"; entre éstos, el clérigo Johan de Sosa, ex-vicario general del ejército

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