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Nuevo Mundo, dictada por la Naturaleza y por los destinos". Emancipación, he ahí el norte de la ambición de los grandes caudillos, abandono de un estado de perpetua memoria, franca ruptura con el pasado, libertad sin restricciones esperituales y materiales, el frágil y generoso esfuerzo de los estadistas suramericanos. Difiere de uno a otro continente ("is essentially different in thisrespect") el sistema político. ΕΙ derecho divino, el absolutismo de los monarcas de la Santa Alianza, se opone al principio representativo, a la soberanía del pueblo, a la libertad de los ciudadanos. Antes que Monroe, en 1821, Mr. Henry Clay, el gran tribuno, en su discur so de Lexington, se refiere a "las leyes del sistema" del mundo español y el contrapeso de las dos Américas congregadas en nombre de idéntica ambición, van a oponer a Europa extraviada en los caminos del despotismo, "a counterpoise to the Holy Alliance". Queda así determinado en reto a Europa, el destino particular de naciones inquietas en la violencia del génesis. Triunfa el espíritu de Ayacucho, la emancipación integral.

Pero no bastaba para el desarrollo futuro de infantes naciones una gran victoria militar. Sin fuerzas propias, sin eminente capacidad para el gobierno de sí mismos, sin riquezas, el Nuevo Mundo sería colonia espiritual de viejos estados soberanos. He aquí la tragedia de cien años de independencia política. La libertad no es un dón sino una conquista-decia Goethe. En un siglo de inquietud, de interior tumulto, de constantes batallas, ha conocido América dos extremos ilusivos: el orden muerto del despotismo y la libertad frenética de la anarquía. ¿Dónde buscar la vida media, la modesta y segura estabilidad? Anarquía espontánea, como llamó Taine a la de los años trágicos de la Revolución Francesa, guerras civiles periódicas, dominación de caudillos. que vencen transitoriamente al caos o prolongan, con estrecha ambición la incertidumbre; despilfarro de riquezas, horror al método, al trabajo ordenado, al desarrollo regular, confianzas en dogmas generosos y en fórmulas ambiciosas. Mientras imitábamos cantos de pueblos remotos adoptá

bamos sistemas exóticos, pensabamos y sentíamos "a la manera" de naciones tutelares, éramos ciudadanos de un esplendoroso país de Utopía.

Los sociólogos nos seguían de lejos desdeñosamente; oteaban en el nuevo continente conflitos de razas, un complicado meztizaje, y nos condenaban a inminente degradación en nombre de severos principios infalibles. La confusión de gentes, el "chaos gentium", estaba en esa vasta América imprecisa. Sólo nuevas conquistas, la repentina invasión a pesar de los Estados Unidos vigilantes de inmigrantes armados de Europa, llegarían a transformar bárbaras democracias en naciones organizadas y cultas. Empero ¿quién do. minaba en nuestra América el destino colonial de Australia. el desarrollo del Canadá, la paz de Egipto? Faltaba a esos pueblos sometidos a magnífica tutela la audacia del espí ritu.

Subsisten en 1924, al abrirse una segunda centuria, graves problemas para el mundo que surgió débil y orgulloso de los campos de Ayacucho. Pero el continente se organiza sólidamente después de haber sufrido, después de haber ensayado rutas peligrosas. Se han mezclado las razas desde hace 50 años. Ni en Asia ni en Europa, se ha realizado esta gran experiencia humana. La antropología y la ciencia eugénica, se inquietan. Sin embargo, he allí pueblos en seguro desarrollo político, fecundados, resueltos, altivos, ambiciosos. Manifiestan en todos los dominios su flamante grandeza, a despecho de la melancolía de insignes profetas. Viven, cantan, luchan y prosperan. Mientras que el Norte sajón conserva celosamente el privilegio de la sangre europea, en el Sur, castas y castas se funden dentro de un ardiente crisol.

Empero, tales elementos de división no pueden hacernos olvidar que el continente afirma sus derechos y esperanzas. Ignoraba o desdeñaba Europa a esas naciones infantes en 1899 cuando se congregó en La Haya para fundar la paz. Desde entonces, veinte pueblos sobre los cuales pesaba exce

siva desconfianza, se constituyen lenta, sólidamente. Colombia,el Uruguay hacen ventaja a otras democracias donde persiste el descosierto tropical. Las dos Américas se vinculan estrechamente. Estados Unidos sajones, Estado ibéricos todavía separados. De quimera, de manifestación de una tiránica superioridad, separados, se trasmuta el panameri canismo en realidad provechosa. Si la república norteamericana supera a los países del Sur en industrias, en riqueza acumulada, en investigaciones, diríase que el espíritu anima al continente meridional y que en él han sido resueltos en el últmo siglo, problemas que inquietan a la formidable nación neosajona: los antiguos esclavos negros, la invasión del Asia en el Pacífico.

La ambición de nuestra América en los orígenes de su independencia, se justifica hoy si contemplamos la realidad europea.

Viejo mundo se americaniza, es decir, acucia soluciones de paz, pierde su atávica fe en la guerra, se inclina ante la justicia absoluta: En Ginebra, donde los pueblos enfermos se dan cita, donde perece el odio infatigable, se adoptan principios radicales que hace cien años inscribió el nuevo continente en cartas audaces.

Bolívar preside desde más serenas regiones a asamblea de pueblos. ¿Por qué se le ha olvidado en la metrópoli calvinista? En Panamá debían reunirse en 1826 plenipotenciarios de las repúblicas americanas para fundar un orden estable. La América unida sería la "reina de naciones madre de las repúblicas." Un curpo anfictiónico resolvería cuestiones y conflictos. Una institución "tan Santa" evitaría las guerras que han desolado a "naciones menos afortudadas". El Libertador calificaba así a los pueblos de Europa entregados a permanente y trágica oposición en la edad napoleónica. ¿Qué sería, él decía movido por profético entusiasmo-el Istmo de Corinto comparado con el de Panamá, el centro de la instable unión helénica, y ésta capital de todos los Estados de la tierra

en un continente sin fatal herencia, sin castas opresoras animados de una generosa esperanza.

Desde entonces, desde 1826, en congresos, en conferencias, en tratados, el nuevo continente afirma su fe en el arbitraje; primero limitado y voluntario, después obligatorio e integral. ¿A dónde no llevaron a los capitanes del Norte y del Sur, a La Haya, a París, a Ginebra, a esa generosa doctrina las repúblicas que se organizaban opresoramente venciendo graves males? Resueltamente se adelantaron a los pueblos de Europa. No es indiferente a los destinos de la humanidad occidental que hoy, al desplazarse el eje del mundo económico y moral hacia Nueva York, México, Río Janeiro y el Plata, las naciones llamadas a futura dominación, obedezcan a una política de conciliación y de paz.

De siglo en siglo, bolivarismo y wilsonismo se maridan movidos de una misma sinfonía. El wilsonismo se presenta como una manifestación del bolivarismo; como su admirable expansión espiritual. Orgullo de su doctrina y de su experiencia, América aspira a conquistar otros continentes con sugestiones, ejemplos y razones; y ofrece a los estados que la guerra diezmó, a Europa que se resigna a decaer y a morir, como lo anuncian sus profetas, no sólo el equilibrio que pedía Banning, sino un orden durable de pueblos fundados en altas consideraciones de justicia.

Francisco García Calderón.

UN PROCER DE AYACUCHO

General Antonio de la Guerra

La epopeya de la independencia americana tuvo la enorme virtud de estrechar en un haz glorioso y triunfador, á las figuras más eminentes de la América, dándoles como escenario un continente y como centro de unión la tierra misma del virreinato peruano.

Del Orinoco y del Plata, del Desaguadero y del Magdalena, del Mapocho y del Guayas, los hombres todos del continente americano vinieron hasta los campos del Perú para, unidos a los hombres del Rímac, libertar difinitivamente un nuevo mundo.

La estela que había dejado Túpac Amaru fué una estela de luz, fué una estela de libertad. En toda América creó ún sentimiento hondo y fuerte, que tuvo repercuciones admirables. En todo el continente irradió la misma brillante luz, y a sus fulgores la América fué libre.

Entre los próceres de la independencia americana se destaca, por sus condiciones personales y por su intervención en la vida pública de todos los países de la parte septentrional de Sur América, el general Antonio de la Guerra, nacido en Venezuela, libertador del Perú y de América en Ayacucho, fundador de Bolivia, pacificador de la república ecuatorial en Miñarica.

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