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Sección Oficial

Incorporación de miembros honorarios extranjeros

Con motivo de la reunión del Tercer Congreso Científico Panamericano en esta ciudad, durante los días 20 de Diciembre de 1924 a 6 de Enero de 1925, el Instituto Histórico celebró una serie de sesiones solemnes para incorporar en su seno a distinguidos hombres de ciencia extranjeros, en calidad de miembros honorarios.

La primera de esas sesiones se realizó el 27 de Diciembre del año próximo pasado. Presidiéndola el señor Ministro de Relaciones Exteriores, doctor don Alberto Salomón, Presidente del Congreso Cientifico, y el Presidente del Instituto señor Gutiérrez de Quintanilla; y concurrieron a la ceremonia, aparte de los miembros de la Corporación, numerosas damas y caballeros, miembros del Cuerpo Diplomático extranjero, delegados al Congreso Científico con sus familias y gran número de universitarios.

Sesion del 27 de Diciembre de 1924.

El Presidente del Instituto, señor Gutiérrez de Quintanilla, inició el acto leyendo el siguiente discurso:

Excmos. señores: señoras:

El centenario de la gran batalla peruana, ganada por el heroico ejército Libertador, une a cinco naciones en la glorificación de los pueblos que en Ayacucho destruyeron el vasallaje de colonos, para organizarse en repúblicas independientes y soberanas. Por eso, la expansión del sentimiento patrio en este Instituto Histórico del Perú, os invita á solemnizar la gloria de las virtudes cívicas y militares de los libertadores, con el recuerdo de la gratitud, y con la admiración exaltada por el conocimiento cabal de los esfuerzos necesarios, las resistencias vencidas y los sacrificios consumados.

La victoria de Ayacucho no fué solamente acción de guerra que conquistó en Sud América la libertad de un pueblo, y afianza la ya ganada por otros. Fué también orientación de todos ellos hacia la cordial fraternidad del sentimiento, y la solidaridad de intereses nacionales, unificados por la homogeneidad de la raza, el común destino y la necesaria defensa. Ella define en la vida de Sud América un internacionalismo de concordia, y deja sentir juntamente la necesidad de acordar un código internacional público que sea exposición del sentimiento y el derecho de la fuerza y la indepen. dencia colectiva de las repúblicas hispano-americanas, frente a las poderosas naciones del viejo mundo.

El genio de Bolívar antevé las situaciones de fuerza, en más de una ocasión provocadas en nuestras costas, por banderas de otros mares; y en su espíritu fulgura la idea de la Gran Federación americana, considerada por él como "complemento de la estabilidad y solidez de los Estados de

este continente, y como la obra más espléndida de la política de América", "en cuya realización fija el término de su carrera pública". Así expresa el general José Gabriel Pérez, secretario de su Ex. el Libertador, en nota que dirige desde Arequipa, y á 23 de Mayo de 1825, al Excmo. señor Ministro de Relaciones exteriores de la República de México.

La victoria de Ayacucho había dictado á nuestra raza su gran lección. Si fué ella el éxito de las fuerzas unidas para batallar, unidas debieron permanecer para cumplir los destinos que a la América tocan, en el mayor desarrollo de la cultura, y en el entronizamiento de la justicia, defensora de

la paz.

Afianzando esa victoria la existencia y la soberanía de las repúblicas hispano-americanas, no quebrantó los lazos, ni los afectos, ni los deberes de la raza, aunque entre sus dos grandes reparticiones se interpusieron la inmensidad de los mares. Nuestra raza ni es toda española, ni es toda americana. Allá está la madre España, y acá está la juvenil América, hija de España.

La raza unida es la fuerza de una ley, pero separada, es la fuerza de la conquista,-se ha dicho.

La raza de la madre y de la hija no cumpliría en provecho de la civilización la ley de su existencia, si espiritualmente no suprimiera la distancia del Océano; si allá y acá no palpitase un solo corazón; si un solo pensamiento de común grandeza y de mayor bienestar humano, no trazara el rumbo de su acción; si la libertad no cambiara dentro de la raza, la relación feudataria de soberano y colono, que separa, por la relación de igualdad y fraternidad, que une en el deber, en la paz y en la gloria de la raza.

El sentimiento de poderosa unidad nos hace a los americanos hijos de dos patrias: dos en la ubicación geográfica; pero una en los deberes comunes.

La libertad política confirió a la rama hispano-americana del gran tronco ultramarino, la responsabilidad de su

cooperación autónoma,en los destinos de la raza,frente á los vaivenes internacionales del mundo; porque si esa libertad triunfante desató los lazos de la menor edad, en cambio y ante un porvenir no menos glorioso que el pasado de España, la victoria de Ayacucho valió tanto como un juramento de fidelidad a los intereses que en ambos continentes tenemos americanos y españoles, y que todos juntos, los de acá y los de allá, no pueden ser más que uno solo.

España noble y generosa! eres la cuna de nuestra raza, fe de nuestro corazón cristiano, voz hermosa de nuestros sentimientos, casa solariega de los grandes de la tierra que fueron nuestros mayores. España! eres el hogar de nuestros bizarros abuelos, y la madre patria de la patria americana, á tu sombra nacida.

España! tus hijos de ultramar te aman, como los que viven allá al abrigo de tu bandera. La grandeza de la América española será la mayor de tus glorias.

En nombre del Instituto Histórico el doctor Luis Varela Orbegoso, saludó, a los acadé:nicos honorarios con el siguiente discurso.

Señoras:

Señores:

El Instituto Histórico se siente noble y sinceramente honrado al incorporar, en su seno, como miembros de honor, á los historiadores más prominentes y más prestigiosos de la América.

Sabe muy bien el Instituto Histórico que su acción y sus estudios no tienen, ni puden tener, fronteras en el continente de Colón; que la historia nuestra se confunde con la historia de los demás pueblos americanos y que la historia de los

demás pueblos americanos se confunde, en lapsos sustanciales de su vida, con la Historia del Perú.

Pueblos diversos, razas diversas, se asientan, desde los más primitivos tiempos,en la que es hoy región peruana; culminan en civilizaciones admirables y sueñan con expandirlas en los pueblos del mismo continente. Y realizan su ensueño; éxodos civilizadores inician su obra, desde el Chimu y Pachacámac, desde Nazca y el Cuzco, y derraman con esfuerzo extraordinario, desde el Magdalena riente hasta el fiero Calchalquí la simiente engendradora de su cultura inocente, ingenua y primitiva.

Estos pueblos tranquilos, estas razas artistas, llegan a ser vencidas y dominadas por la tribu guerrera que, al conjuro de Manco, se ha formado en el Cuzco.

Y la civilización y la cultura de esa tribu, civilización y cultura nacidas de la fuerza, y, como tales, espiritualmente débiles y lógicamente fugaces, tratan de imponerse, a su vez, en el continente americano. Emplean para ello medios marciales y rotundos; van en las puntas de las lanzas, en las cuerdas tendidas de los arcos, en las plumadas flechas. Esa civilización no hubiera podido expandirse y hubiera perecido, en un instante, como pereció el imperio, si los incas no hubieran poseído un espíritu gubernamental y administrativo maravilloso.

Príncipes de las tierras conquistadas vienen al Cuzco a adquirir la ciencia del gobierno; administradores diestros salen del Cuzco a regir las nuevas conquistadas provincias. Y como si esta pacífica penetración, después de la conquista bélica, no fuera suficiente, se trasmigran pueblos, se confunden razas y se unen dioses, tradiciones y leyendas.

El soberano del Cuzco avanza más allá de la tierra de Quito, progresa más allá de la sierra argentina, desciende más allá del desierto araucano. En toda la América, desde los ríos que mueren en el Atlántico, hasta los que forman el claro bello Plata y los mezquinos surcos líquidos que agoni

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