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la evocación de las viejas ciudades y de las nobles gentes que vivieron. Su libro “Al margen de la Historia" es una resurrección deliciosa. Sus trabajos heráldicos de viejas familias de Quito y del Guayas son completos y serios. La aristocracia de su estirpe, Gangotena la transunta a su estilo y a sus libros.

Eugenio Garzón, digno hijo del prócer que fué vencedor en Pichincha, guerrero en Junín, triunfador en Ayacucho, mantiene en su labor de literato y de historiador la suprema línea de la distinción y de la exquisitez. Periodista de primera fila, ha sabido mantener en perenne ardor en la Divina Lutecia la antorcha del recuerdo a los grandes próceres de la historia americana.

Hugo Barbagelata, a quien Rodó pronosticara los prestigios del más vasto escenario, es un historiador y un internacionalista. Sus trabajos sobre San Martín, Bolívar, Garzón y las más grandes figuras de la historia americana hubieran bastado para hacer realidad la profecía de Rodó, si su espléndido libro sobre Artigas no le hubiera dado un nombre continental.

Franz Tamayo, a quien todo el continente reconoce como uno de los más altos y verdaderos valores de la América, es, en su clara inteligencia, un gran sociólogo y un eminente historiador.

Alcides Arguedas, cuya reputación ha pasado el Océano, cuyo libro "Pueblo Enfermo" es un libro continental, es el historiador de más intenso espíritu en el Alto Perú y una de las más representativas personalidades de Bolivia.

Manuel Romero de Terreros es un historiador y un artista. El arte mexicano le debe sus mejores estudios.

Rafael Heliodoro Valle, aunque nacido en la bella tierra hondureña, desarrolla en México sus extraordinarias condiciones de poeta admirable, periodista alado y sutil y renovador feliz de ideas. Es, para nosotros, un amigo sin par; por él, Santa Rosa de Lima y su bella dulce vida se difunden

en la tierra azteca; Ricardo Palma ha encontrado en él su más ardoroso y justiciero comentador y panagirista, por él Lima aumenta en la tierra mexicana sus prestigios legendarios, y su obra "Los Virreinatos predilectos”, el del Perú desde luego, lo consagra como historiador de altos vuelos.

Marshall Saville es un sabio arqueólogo, de universal reputación; su prestigio se asienta en su obra granítica, y su obra ha de desafiar a los tiempos.

Detallar la vida y la obra de estos hombres eminentes sería imposible en una actuación de esta especie e innecesario ante un público que por su alta cultura, conoce perfecmente el infinito valor de estas personalidades americanas.

El Instituto Histórico del Perú, al honrarse, acogiéndolos en su seno, saluda a estos hombres eminentes, les recibe con fraternal orgullo y eleva por sus patrias gloriosas, madres de tales hombres ilustres, los más sinceros votos y el más ardiente loor. (Ovación)

El señor Roberto Levillier, en nombre de los nuevos académicos pronunció el siguiente discurso;

Señor Presidente; señoras; señores:

Cuando en un colegio electoral, compuestos de notables, surge una competencia entre varios eminentes miembros, para el desempeño de una honrosa misión, no suele ser el más merecedor el que la cumple, sino aquél que por su modesto bajage intelectual no se halla en condiciones de excitar rivalidades o suscitar envidias. A riesgo de contradecir las amables frases de hospitalidad del señor Presidente y la del señor Secretario del Instituto Histórico del Perú, cuyos gentiles conceptos me abruman, no puedo sino atribuír a esa cómoda fácilidad que ofrezco, y nó a los merecimientos que me suponen, el doble insigne privilegio de haber sido elegido Académico Honorario, y el de expresar a la cultísima

Junta, en nombre de los eninentes colegas cuyas excepcionales dotes han sido tan cabalmente puntualizadas por el señor Secretario, el más sincero, el más sentido reconocimiento.

Pocas instituciones existen en el mundo cuya distinción pueda ser tan apreciada y estimada por americanos, como la que en este momento nos confiere vuestra voluntad cordial. El Perú fué en el continente, lo que España para él, desde Europa: la encarnación, la esencia de la cultura occidental. El Instituto Histórico del Perú, cuya evolución y labor acaba de señalar, en tan conceptuosas frases, vuestro talentoso Presidente, sigue conservando un prestigio que fuera de los elevados merecimientos de sus miembros, descansa a la vez en la inconciente influencia del pasado. España-Perú y todo lo suyo: ese es el pasado de cada país americano, como con tanta profundidad de ideas y tan galano estilo lo ha expresado ese maestro de la pluma que es Luis Varela y Orbegoso.

Con los inventos del siglo XIX, que acercaron Europa a América, fué Lima superada por ciudades antes inferiores; y mientras el ritmo de éstas acelerábase prodigiosamente, ella conservaba su actitud distinguida y sonriente de gran dama señorial, envuelta en la poesía queda de sus patios perfumados. Luego salió de su modorra y se embelleció, modernizándose, si bien perdiendo algunos de sus antiguos encantos. Ahora alcanza día a día la posición de una magnífica y pulida capital. Sin embargo, con cerrar los ojos al pensar en ella, no consigue lo visible, destruír la enorme fuerza constructiva de la leyenda que alimentó con lecturas y relatos nuestra primera juventud. Y por encima de lo positivo, seguimos viendo esencialmente la romántica fantasía de los artístas; y es la realidad la que nos parece mentira, y es la ficción la que nos parece verdad.

Un historiador vuestro, ¿fué historiador?; dejónos una visión kaleidoscópica maravillosa, de la sociedad limeña de antaño, que sabemos es a veces rosa y a ratos obscura, según háyanle inspirados los hechos y los personajes malqueren

cia o simpatía, y, sin embargo de las refutaciones que le ofrece lo cierto, sigue esa imagen acaparando nuestras preferencias; tal es la fuerza de la evocación y su concordancia con nuestra moderna manera de sentir. Los personajes cuya alma, él presentara a su capricho, eso nos parecen reales, y, entre tanto, los que surgen de la desnuda verdad, no nos conmueven, y antójansenos anacrónicos, inverosímiles, hasta inhumanos.... La apariencia del momento es lo único que pasa, pero el alma que encierra esa apariencia deja tras suyo un perfume que nunca se desvanece, una esencia espiritual que se prolonga, repitiéndose en el tiempo, haciendo ver a menudo que la fantasía sabe con la intuición crear verdades tan bellas como la carne misma. Y vuestra Lima, la Lima de nuestra América, la que buscan los poetas de todas las tierras, con sus rejas y sus jardines...rejas y jardines que desaparecieron sin perderse ninguna de las flores que a su amparo se alzaban, porque ellas sobreviven bajo otras formas, no es la Lima progresista que a nuestros pies se extiende y se afina: es la Lima del malicioso irreverente y gran artista que fué Ricardo Palma.

Pero alejémonos conservando como un fanal la misma idea.

Hace tres siglos, años más, años menos, vivía en la blanca y apacible Córdoba de Andalucía un espíritu igualmente malicioso, irreverente y artista que así como Palma tallara con su cincel una Lima llena de gracia y de fantasía, trazó de la conquista una imagen voluntariamente hecha al uso de un hijo de ñusta, destinada a difundir en las generaciones venideras, una idea magnificada de las virtudes y capacida des de la raza materna a la vez que de odio y condena para la raza conquistadora a la que debía él, la vida, el idioma y la pluma que le diera celebridad.

Aun pesa sobre la verdad de la civilización y el primer choque de ambas fuerzas, el fino tejido de embustes y de errores, aparentes, engarzados en la historia de Garcilaso de la Vega, con tanta astucia solapada, como amenidad. Día a día descúbrense sus alteraciones de los hechos y sus inter

pretaciones capciosas y siempre parciales de los carácteres que anhelaba enzalsar o hundir. Día a día se disgrega su fama de historiador; mas quien lo comienza lo sigue leyendo, y quien lo ha leído no le olvida, hondamente tocado por su arte de cuentista. Fué indudablemente un gran cuentista; quizás el mayor cuentista que haya acercado su fantasía al manipuleo de la historia... Con todo, ni los ataques de Menéndez y Pelayo y los que siguieron la misma vía; amparados en la autoridad del gran crítico, han logrado destruír el prestigio de que injustamente sigue gozando; singular triunfo de la belleza sobre la verdad; enseñanza de que la crítica es estéril mientras al error no se le oponen la prueba que destruye y el documento que ofrezca la nueva cierta.

No disponemos aún de testimonios suficientes en lo que hace a la descripción de costumbres y modalidades incaicas para refutar de manera categórica sus afirmaciones, pero el estudio de los monumentos, de las prácticas señaladas por la alfarería y los tejidos y otras expresiones concretas han puesto ya en manos de arqueólogos e historiadores, la posibilidad de desmentirlo en puntos esenciales que demuestran cabalmente la falsedad del conjunto. En cuanto a su versión de la conquista, poco es lo que los conocimientos adquiridos no hayan anulado ya. Pero no faltan poetas y es critores que favorecidos por Apolo y desdeñados por Clio elevan con entusiasmo, solamente comparable a su desconocimiento de la historia, nuevos altares a la verdad torcida, y colocan, sin quererlo, nuevas y dañinas trabas al paso de la verdad, engañados por la versión idealizadora del falaz artista.

Pero ¿para que criticar? tarde o temprano muere lo falso, por más que se propague, y sobrevive lo bueno y lo exacto, pese al olvido y al odio. El tiempo es gran clasificador de calidades.

Ha sido la fantasía la gran enemiga de la historia americana. Felices los raros casos en que Artista, Historiador y Filósofo coinciden en una sola persona. La historia es y debe ser arte, verdad y pensamiento. Para quienes ven en

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