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Sesión del 6 de Enero de 1925.

Incorporación de los historiadores mexicanos José de Jesús Núñez y Do

minguez, Ramón Mena y Rafael Heliodoro Valle.

Presidió la sesión el Presidente del Instituto señor don Emilio Gutiérrez de Quintanilla, quién tenía a su derecha al Ministro Plenipotenciario de México, Excmo. Señor Ortiz, y se hallaban presentes los miembros de la Corporación, numerosos delegados al Tercer Congreso Científico Panamericano, miembros de los cuerpos Diplomático y Consular y selecto concurso de damas y caballeros.

El Presidente cedió la palabra al Dr. don José de Jesús Núñez y Dominguez, quién dió lectura al trabajo que vá a continuación:

Un virrey limeño en México

(Al doctor don Raúl Porras Barrenechea)

Principio estos ligerísimos apuntes sobre la vida, fecunda en bienes, de uno de los más insignes gobernantes del México colonial, expresando mi rendida gratitud al ilustre Instituto Histórico del Perú, por la inmerecida distinción con que me ha honrado al incorporarme a él como a su socio. En mi carácter de secretario de la Academia Mexicana de la Historia, me es muy lisonjero manifestar la satisfacción con que recibirá esta noticia dicha corporación, no por lo que a mí atañe, sino por lo que a ella se refiere. En su nombre y en el mío propio, renuevo mis agradecimientos a esta asamblea de los historiadores más notables del Perú.

Creo de mi deber manifestar que la premura del tiempo y las múltiples atenciones que he tenido, no me han dejado espacio suficiente para desarrollar con la amplitud que deseaba, y de que es digno el asunto, este trabajo que, a la postre, no resulta sino un esbozo biográfico y anecdótico de la vida del Marqués de Casa Fuerte. Mas no he querido dejar de daros a conocer lo que me ha sido dable averiguar acerca de tan esclarecido varón, porque así se me presenta la oportunidad de hacer patente el amor de México al Perú encarnado en uno de sus hijos de más valía.

En la galería de retratos de virreyes de la Nueva España que se ostenta en el Museo Nacional de Historia de México, se encuentra uno en que aparece un noble caballero ataviado de roja casaca bordada de oro, signo de su alta jerarquía

militar, que empuña con la diestra el bastón de mando y sobre cuyos hombros la blanca peluca cae en rizadas ondas. En el segundo término del cuadro, que ya se desvanece, se entrevé una flota, y un escudo heráldico, con sus armas pregoneras de cien sonadas hazañas, remata la pintura. El caballero, de rostro grave y enérgico, en que se destacan los ojos de firme mirada, es don Juan de Acuña y Bejarano, Marqués de Casa Fuerte, trigésimo séptimo virrey de Nueva España y a quien los historiadores dieron el dictado, el justiciero dictado, como dice Palma, de: "El gran Gobernador".

Hasta principios del siglo XVIII todos los gobernantes de la Nueva España habían sido de origen extranjero. Por determinadas causas, de todos conocidas, y que no me detendré aquí a examinar, la Corona de España no enviaba a sus colonias a ningún hijo de éstas; y cuenta que ya para esas épocas los había muy distinguidos y capaces de desempeñar los más altos puestos administrativos. Por eso se explica el intenso júbilo con que se recibió en México la noticia de que Su Majestad don Felipe V. había designado a un criollo para suceder al Marqués de Valero y Duque de Arión que renunciara tiempo atrás el virreinato de la Nueva España.

El nombramiento de don Juan de Acuña era, para los mexicanos, y para toda la América colonial, el reconocimiento tácito y elocuente del valer de los criollos, hasta entonces injustamente postergados, y por eso, la designación de don Juan de Acuña, se tradujo en manifestaciones de intenso gozo. El nuevo virrey de Nueva España arribó a las playas de Veracruz en 1722, en una pequeña flota, compuesta por los navíos de guerra la "Guadalupe" y la "Tolosa” que mandaba el teniente general don Fernando Chacón, tras una travesía de cincuenta y un días.

Nacido en esta ciudad de Lima, fué hijo del hijodalgo don Juan de Acuña, antiguo regidor de la ciudad de Burgos, en donde había visto la luz primera, Corregidor de Quito, Gobernador de Guancavelica y cruzado de la Orden de Calatrava. Su esposa lo fué doña Margarita Bejarano, natural

de Potosí. El matrimonio tuvo por hijos a don Juan, Marqués de Casa Fuerte y Virrey de México, a don José, don Diego y don Iñigo, Marqués de Escalona, mayordomo de la reina doña Mariana, don Ventura y doña Josefa, todos nacidos también en esta Ciudad de los Reyes. Don José, don Diego y don Iñigo pertenecieron a la Orden de Alcántara y don Ventura a la de Santiago.

Fíjase la fecha del nacimiento del Marqués de Casa Fuerte en el año de 1658 y sábese que, cuando contaba trece años fué enviado por su padre a estudiar a España, en donde, después de recibir esmerada educación, optó por la noble carrera de las armas.

Mendiburu, en su 'Diccionario Histórico y Biográfico del Perú", asienta lo siguiente: "Mandó compañías de infantería y caballería; fué maestre de campo (coronel) de un tercio denominado de los "Verdes" y después de Dragones; ascendió a general de batalla y de artillería; ejerció el cargo de maestre de campo general en Cataluña y en diferentes ejércitos. Desempeñó el de Gobernador de Mesina y sus fortalezas, en Sicilia; el de Virrey y capitán general en Aragón y en Mallorca......Subió a la dignidad de capitán general de ejército, y al elevado puesto de consejero del Supremo Consejo de Guerra. Decoráronle las cruces militares de Santiago y de Alcántara, y en esta orden fué comendador de Adelfa. Don Juan de Acuña pasó cincuenta y nueve años sin interrupción alguna en la profesión militar".

Como se vé, el Marqués de Casa Fuerte era un militar de indiscutibles méritos, por lo que su valimiento en el ánimo de Felipe V, no tenía límites, según siempre pudo compro

barse.

A este respecto, el mismo autor ya citado expresa lo que a renglón seguido se copia: "Su concurrencia a todas las guerras que tuvo España en su época, y una sucesión de funciones de armas en que su ilustre nombre alcanzó inmensa celebridad, fueron los títulos gloriosos que dieron a nuestro compatriota una reputación exacta de contradicciones, y

suficientemente sólida para frustrar las males artes de la envidia" (1).

El 15 de Octubre de 1722, y después de emplear varios días en reconocer las fortificaciones de San Juan de Ulúa,con lo cual hacía honor a sus antecedentes de fogueado militar, efectuó su entrada solemnísima en la capital de la Nueva España el Exmo. señor don Juan de Acuña, en medio de una muchedumbre entusiasta que llenaba las calles de la antigua Tenoxtitlán, y con la pompa y el fausto acostumbrados en tan resonantes acontecimientos.

No recibió el bastón de mando fuera de la capital, como hasta allí era de uso inmemorial, sino en la propia ciudad de México.

Sus gobernados, desde luego, empezaron a sentir los beneficios de la administración del nuevo virrey, quien, con una actividad y un celo que nunca serán lo suficientemente loados, principió a dictar toda clase de disposiciones para mejorar las condiciones generales de la colonia. No sólo mereció su atención la Hacienda Pública, que encontró al llegar casi en bancorrota, y que aumentó considerablemente, sino también se preocupó por la moral pública, por la pacificación del reino, por las mejoras materiales y por cuanto tendía al progreso de aquellas tierras. Intervenía en todos los asuntos de su resorte, impartía justicia con desusada inte

(1).—“En la vida del Padre Oviedo, provincial de Jesuítas, que era su confesor y por cuya mano hacía cuantiosas limosnas, se refiere, que habiendo un sujeto mal intencionado dirigido al rey por vía reservada un informe calumnioso contra el virrey, se le dió a éste conocimiento de la carta, comunicándosele el nombre del calumniador; Casa Fuerte se informó de las circunstancias de su acusador y sabiendo que era hombre de escasa fortuna, previno al padre Oviedo que le diera cincuenta pesos mensuales. Cuando el Marqués murió, habiendo ocurrido al P. Oviedo el interesado por su asignación mensual, el padre le dijo que nó pɔdía dársela porque había fallecido su bienhechor, y sabiendo entonces quién había sido éste, se llenó de vergüenza y confusión”,

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