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THE UNIVERSITY

OF TEXAS

REMINISCENCIAS DE MARIA SANTOS
CORRALES

LA SILVIA» DE MARIANO MELGAR

De documentos y datos recogidos en su ciudad natal.

En ocasión de un reciente viaje a la ciudad de Arequipa hemos descubierto en los archivos parroquiales de las iglesias de la Compañía y de Santa Marta una serie de «partidas » relacionadas con María Santos Corrales (la «Silvia de Mariano Melgar), con el mismo Mariano Melgar y con el Coronel D. Manuel de Amat y León, que casó con aquélla cuatro años después del fallecimiento del malogrado poeta.

Alguna de tales partidas, poco conocida por el pasado, aclara, estableciendo fechas esenciales, uno de los puntos más interesantes de la biografía del vate arequipeño: el relativo a la de sus amores con la mujer que fué la musa inspiradora de sus tiernos cantares.

Se ha creído, ordinariamente, que Melgar amó en Silvia a una mujer de edad proporcionada a la suya; a una mujer capaz, por sus años, de comprender y premiar la ardiente pasión de que se vió objeto.

Las fechas apuntadas en los archivos de la Compañía y Santa Marta de Arequipa, ponen las cosas en su lugar.

Como es sabido, Mariano Lorenzo Melgar nació el 12 de Agosto de 1790, según consta de la partida de su nacimiento, dada a conocer en años pasados por el Doctor D. Alberto Ballón Landa, que hemos creído del caso volver a consultar

nuevamente.

Ella es del tenor siguiente:

« Año del Señor de mil setecientos noventa.-En doce de Agosto, yo, el Licenciado D. Matías Banda, teniente de cura de esta santa iglesia Catedral de Arequipa, puse óleo y crisma a una criatura, a quien puse por nombre MARIANO LORENZO, hijo legítimo de D. Juan de Dios Melgar y de Doña Andrea Valdivieso.

«Fueron sus padrinos D. Juan Antonio Velarde Niera y Doña María Ampuero, a quienes advertí la obligación y parentesco espiritual, y lo firmé. Fecha ut supra.

LDO. MATHIAS BANDA».

María Santos Corrales nació el 1.o de Noviembre de 1797, según consta de la partida que a continuación reproducimos:

« Año del Señor de mil setecientos noventa y siete, en tres de Noviembre, yo, D. Juan Josef Cáceres, teniente de cura de esta santa iglesia Catedral de Arequipa, bauticé, puse óleo y crisma a una criatura de dos días, a quien puse por nombre María Santos, hija legítima de D. Josef Corrales y de Doña Manuela Salazar.

«Fué su madrina Doña Petronila Salazar, a quien advertí su obligación y parentesco espiritual, y lo firmé.

LDO. JUAN JOSEF de CacerES».

De suerte que en la edad de ambos amantes hubo una diferencia esencial de siete años.

A esta cuenta, cuando Melgar, de diez y ocho años, según afirman sus biógrafos, comenzó a versificar, María Santos tenía ónce; y cuando aquél, de veinte años; agregó a su lira la cuerda del amor, aquélla frisaba en los trece,

Sólo cuatro años más tarde, esto es, cuando el poeta, escuchando la voz de su patriotismo, se enroló en las filas de la revolución de Pumacahua, Silvia, de diez y siete años, estuvo en la edad en que la mujer despierta de verdad, debajo del barro deleznable de Eva y del mármol terso de Galatea, a las sensaciones de la vida y del amor.

A la luz de este razonamiento, Melgar, adolescente, amó a una niña de primeras letras, y hombre provecto, a una mujer apenas en capullo.

O mucho nos engañamos, o en el amartelamiento de Mariano Melgar por Silvia, hubo mucho de convencional, mucho de ficción poética, mucho que no respondió propiamente a un estado pasional calificado y en los supuestos desdenes de Silvia, de los que tan sentidamente se lamentó el poeta, mucho del candor y de la irreflección, ajenos de todo dañado intento, de una niña de cortos años.

Pretender hallar en una menor de once años, y sucesivamente, en una colegiala de catorce, el ciego apasionamiento de Julieta por Romeo, fué pretensión insólita, disculpable en un poeta.

Cierta predisposición del tiempo y del ambiente en que ambos amantes vivieron, influyeron poderosamente en el ropaje quejumbroso que aquel amor-amorío asumió en la versificación del pocta.

La que llamaremos barca literaria de comienzos del siglo XIX navegaba a toda vela en plena mar del romanticismo, forma literaria en la que todo poeta se creyó autorizado para llorar desdenes, las más veces imaginarios, de sus damas,

Aquello de que los desdenes de Silvia ántes fueron imaginarios que reales, no es fruto de nuestro propio modo de pen

sar.

Alguna vez Marisantos, viuda espiritual del poeta del que fué tan tiernamente amada, y viuda legal del esposo, al que, años más tarde de la muerte de aquél, que concedió su mano, anciana y encanecida, narró en el corro de sus nietos, de los que algunos viven a la hora presente, los casos de sus románticos amores con Melgar, y fué en el sentido de que «no huto tales desdenes ».

-¿Y sus versos?. guntarle sus nietos.

¿Y sus cartas?...., solían pre

--No los conservo.... Alguna vez, en cierto amago de incendio que se produjo en la casa en que yo vivía, ardió el mueble que los contuvo...., solía responder tras leve vacilación Silvia, callando, acaso, que aquel lamentable suceso tuviese que ver con el mandato expreso de un confesor . . . .

Cuando Mariano Melgar se consideró poeta y experimentó la recesidad de cantar los amores que tan por completo embargaban su alma, existía en la ciudad de su nacimiento, desde los días de s fundación, una forma musical querida y preferida del pueblo que la creó, cuyas modulaciones tiernamente quejumbrosas a él le parecieron convenir más que otra alguna, a la índole de sus amores y a su versificación.

Aquella forma, en la que el canto intencional armoniza 'admirablemer.te con la índole melancólica de la música, fué el yaraví, rezago de la sensibilidad melódica de las viejas estirpes aimaras que poblaron antaño el ubérrimo valle de Arequipa, antes de ocurrir la invasión quechua y la conquista castellana, las cuales acabaron por influír en él en la medida de sus propias modalidades.

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