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hará la cobranza como por maravedís y haber de su Majestad, haciendo sobre ello las diligencias necesarias, hasta que con efecto sean pagados los dichos obligados de la cantidad de pesos que cada uno debe para poder ellos pagar y cumplir con su Majestad, lo cual se haga. Y se dá la dicha comisión sin perjuicio del derecho de su Majestad ni innovación de la dicha compusición y obligación, y así lo proveyó, mandó é firmó.— EL LICENCIADO ALONSO MALDONADO DE TORRES.--Ante mí, Diego Martín Cornejo..

Dióse a Joan Alonso Barrillos la requisitoria con inserción de la petición y deste auto, para que se executase como en él se contiene.--Recibí los derechos de todo, ocho reales.-Diego Martín Cornejo.

UN SOLDADO DE LA INDEPENDENCIA

EL GRAN MARISCAL DE ZEPITA D. BLAS CERDEÑA

El Gran Mariscal de Zepita don Blas Cerdeña fué africano y vió la luz en la isla Gran Canaria, situada al centro del archipiélago de las Canarias, el 21 de Febrero de 1792. Fueron sus padres don José Cerdeña y doña Teresa de Ayala pertenecientes ambos a antiguas y concidas familias de esas islas y que gozaban de holgada posición económica, lo cual les permitió dar una esmerada educación al niño Blas. Muy joven aun, obligado por ciertos contratiempos de fortuna y deseoso de formarla propia, ilusionado por los fantásticos relatos de grandes rique: as adquiridas por los españoles en corto tiempo, y sin grandes penurias, en América, relatos que eran comunes en aquellas islas, resolvió abandonar el terruño y tentar fortuna en este continente. Así, pues, a mediados de 1809 se embarcó para Venezuela y se estableció allí, cuando apenas contaba 17 años de edad, dedicándose a la carrera del comercio en unión de un tío suyo, también canario, que, de tiempo atrás, venía ejerciendo la misma industria.

El joven Cerdeña no pudo sustraerse a la efervescencia que reinaba entonces en Venezuela con motivo de la lucha por su emancipación y fuéle preciso, quizá mal de su grado, abrazar la carrera militar. En 1812 llevaba ya los cordones de cadete en el Ejercito realista; a principios de 1815 le encontramos de teniente en el célebre batallón Numancia, que organizaba el gerrillero español Yáñez, y que poco después era uno de los señalados para formar parte de la V división del ejercito expedicionario que a órdenes del Teniente general don Pablo Morillo, iba a pacificar el virreinato de Nueva Granada. Cerdeña siguió, naturalmente, la suerte del ejército del feroz Morillo, vencedor en unos encuentros y vencido en otros; pero combatiendo sin tregua ni descanso y con la

ferocidad que revistió la guerra de la independencia en Venezuela y Nueva Granada.

El 1.o de Julio de 1816 obtuvo Cerdeña los despachos de capitán, expedidos por el General Morillo y confirmados por Real orden de 20 de Octubre del mismo año, quedando en el mismo cuerpo como comandante de la quinta compañía. La circunstancia de ser este célebre batallón formado casi en su totalidad de venezolanos, no podía menos que causar desconfianzas en los jefes españoles, desde luego injustificadas, sobre su lealtad a la Corona, y así lo comunicó el General Morillo al Ministerio de la Guerra de Madrid en un oficio cuyo duplicado cayó en manos de los patriotas y se publicó en el Correo del rinoco, nota en que el general español proponía a su gobierno el envío del Numancia al Perú en cambio de uno de los batallones del regimiento de Burgos, que a la sazón se hallaba en este virreinato. Las indicaciones de Morillo hallaron eco favorable en Madrud y el Ministerio expidió una Real orden disponiendo el viaje del Numancia al Perú, orden que fué comunicada al mencionado cuerpo en los últimos meses de 1818. En cumplimiento de esta real disposición, el Numancia salió de Popayán el 4 de Febrero de 1819 al mando de su jefe el Coronel don Ruperto Delgado.

El viaje fué una de esas admirables marchas que realizaron las tropas realistas durante la magna lucha de la independencia de los países sudamericanos y que han causado la admiración del mundo entero. Basta conocer la topografía de esta parte de la América para darse cuenta de la enormidad de la empresa y de la disciplina de esas tropas para no flaquear ante los obstáculos de toda clase que ha aglomerado la Naturaleza. Primero tuvieron que vencer la majestuosa e inaccesible cordillera de Pasto, para descender luego a valles inmensos y aventurarse después en selvas impenetrables, y tener que remontar nuevamente ásperas breñas, cruzar caudalosos ríos y fétidos pantanos, mortificados ya por los calores tropicales, ya por las lluvias diluvianas, va por hielos casi polares según la estación y la naturaleza del terreno por donde marchaban, y sobre todo por los innumerables bichos y zabandijas propios de esas regiones.

El 3 de Julio acampaba el Numancia en la hacienda de Copacabana y se entregaba a la limpieza del armamento,

renovación del calzado y de los uniformes, y más que nada, al descanso de las tropas, al cabo de una marcha de varios centenares de leguas. Después de haber estado allí tres días el batallón continuó la marcha y el día 6 entró en la capital del virreinato, con tanta alegría de los soldados como de la población.

La atmósfera de desconfianza que se creó sobre la lealtad del Numancia en Nueva Granada encontró eco también acá entre los jefes realistas. Algunos días después de la llegada de ese cuerpo a Lima, varios jefes españoles celebraron una reunión secreta y en ella acordaron aconsejar al virrey el desarme del batallón y su refundición entre los demás cuerpos del Ejército realista; pero sucedió que impuesto el jefe del Numancia, Coronel Delgado, de esta intriga, se dirigió donde el General Pezuela y le dijo que si era cierto que se iba a desarmar el batallón, iba a ser necesario arrancar los fusiles de manos de sus soldados muertos, pues estaba seguro que vivo no lo entregaría ninguno de ellos. Cuando el Coronel Delgado regresó al cuartel después de su entrevista con el virrey, encontró a la tropa formada por compañías en sus cuadras, exigiendo la abrogación de tan infamante medida. El Coronel Delgado y sus oficiales, empleando frases persuasivas, lograron apaciguar la exaltación de los soldados y entonces, el virrey, dándose cuenta de las consecuencias que podría acarrear el desarme del cuerpo, desistió de su propósito; pero eso sí, como en su ámimo había hallado eco el sentimiento de desconfianza de los jefes realistas, 'puso en práctica otra medida, consistente en diseminar sus unidades, y así envió de guarnición sus compañías a distintas ciudades; a la que mandaba el Capitán Cerdeña le tocó ir a Paita. Allí pasó algún tiempo en medio de una tranquilidad octaviana, hasta que se le ordenó guarnecer la fragata de guerra Prueba que se alistaba para salir en busca de la barca patriota Rosa comandada por el comodoro Juan Illingwoth, operación que no tuvo resultado porque la nave patriota era más veloz que el pesado barco español y así le fué fácil embarrancar en la playa y salvar la gente que tenía a bordo.

Las noticias que tenía el gobierno de Lima respecto a los preparativos de la expedición libertadora al Perú, obligaron al virrey a adoptar las medidas militares necesarias para afron

tar la situación, y una de estas fué la concentración y el agrupamiento de las fuerzas militares, para lo cual fue necesario recoger las compañias del Numancia de los lugares donde estaban de guarnición y tener el batallón reunido.

Pezuela formó, como se sabe, tres cuerpos de observación, tocándole al Numancia quedar en el establecido en Lima.

En los apuntes sobre el Gran Mariscal Rudecindo Alvarado hemos dado cuenta de la forma cómo el batallón Numancia abandonó la bandera española y se pasó a los independientes el 3 de Diciembre de 1820; sería, pues, superfluo repetir aquí los detalles de aquel famoso suceso y sólo agregaremos que Cerdeña tuvo gran parte en la obra de propaganda patriótica entre los soldados de ese cuerpo y que el General San Martín le premió extendiéndole los despachos de sargento mayor el 13 de Diciembre de 1820.

Incorporado al Ejército libertador, Cerdeña fué nombrado ayudante del General Alvarez de Arenales, el vencedor de Pasco, cuando, por orden del Protector, preparaba su segunda expedición a la Sierra. En el curso de esta campaña, Cerdeña estuvo a punto de perpetrar un atentado contra su jese, anulando, quizás para siempre, su carrera, a causa de las ligerezas de lengua de un oficial, que era nada menos que el hijo de Arenales. Como un tributo de reconocimiento a la grandeza de alma de dos hombres, vamos a narrar en seguida ese interesante episodio de la vida del Mariscal Cerdeña. El Teniente don Florentino Arenales, hijo del General don Juan Antonio Alvarez de Arenales, parece que tenía la mala costumbre de indisponer a los oficiales del ejército de su padre; en la primera campaña de la Sierra ya había tenido Arenales, debido a la mala lengua de su hijo, un serio lance con el impetuoso Lavalle, que Arenales zanjó con la nobleza de alma que le era característica. En la segunda campaña le tocó ser víctima de la lengua viperina del Teniente Arenales al Teniente coronel Cerdeña, dando lugar a una violenta escena entre éste y el general, en que hubo reconvenciones e insultos, a tal grado que Cerdeña tiró de la espada y acometió a su jefe, sin lograr herirlo merced a la oportuna intervención del General Alvarado, quien apartó a los contendores y desarmó a Cerdeña. Pasada la efervescencia del momento, e practicó una indagación, descubriéndose que todo era chismes del mencio

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