Imágenes de páginas
PDF
EPUB

CAPITULO VI.

REGENCIA DE DON FERNANDO.

§. 34.

Locura de Doña Juana: vuelve á Castilla D. Fernando.

La grosera sensualidad del flamenco Felipe I había excitado violentos celos en el ánimo de su pobre mujer Doña Juana de Aragon, ciegamente enamorada de él, que no la merecía. Felipe era uno de esos hombres á quienes gustan todas las mujeres ménos la suya, y les produce aversion el cariño de la mujer legítima y honrada. Las noticias que hoy nos quedan de su lubricidad no son para referidas en esta obra.

La pobre Doña Juana era mujer de talento: sabía el latin perfectamente, y respondía de corrido á las arengas que se le dirigían en aquel idioma (1). Cuando regresó á España en 1504 echó de ver su cariñosa madre la perturbacion de su hija, y no pudo desconocer las causas.

Con harto sentimiento dispuso Doña Isabel en su testamento que gobernase en Castilla su marido D. Fernando. Mas esto no convenía á los grandes ambiciosos, los cuales, en inteligencia con el flamenco, no pararon hasta echar ignominiosamente á D. Fernando, abandonado de todos ménos del leal Cisneros, que valía por todos ellos, y mucho más (2).

(1) Así lo dice Luis Vives, en su libro de Institutione christianæ fœminæ.

En 1869 Bergenroth, el belga Altmeyer y otros varios racionalistas, pretendieron que su padre la había hecho pasar por loca, porque era protestante. Esta suposicion, que de absurda rayaba en estúpida, tuvo eco entre los racionalistas de Europa. Con ese motivo hube de publicar el opúsculo titulado: Doña Juana la Loca vindicada de la nota de herejía: un folleto en 8. marquilla, de 40 páginas. Madrid: 1870.

(2) Cisneros metió á D. Fernando en un mal paso, cual fué el que se viera con su yerno en Villafafila. Lo decoroso hubiera sido el irse á Ara

Muerto Felipe, y vista la imposibilidad de que reinara su hija, cuya locura se aumentaba á la vista del insepulto cadáver de aquel, hubieron de llamar al mismo que tan villana y traidoramente habían ultrajado. ¡Y aún se quejaban de que tardaba en venir de Nápoles y no abandonaba los asuntos de su casa! D. Fernando supo disimular. En Villafafila, al abrazar á los grandes de Castilla, sus primos, y tocar las armaduras que llevaban ocultas debajo de sus ropas, le decía con aire socarron y risueño á uno de ellos, como quien lo dice á todos, ¡que había engordado mucho!

§. 35.

Conquista de Oran (1508).

Si los Arzobispos de Toledo tenían grandes rentas, en verdad que casi todos ellos las emplearon en bien de la patria, casi tanto como de la Iglesia; pero desde la muerte de D. Rodrigo Jimenez de Rada, nadie como Cisneros. Él amplió la catedral de Toledo, que aquel comenzó: él llevó el pendon arzobispal á las playas de Africa, como aquel lo metió y sostuvo en el corazon de Andalucía.

Corría el año 1508, cuando Cisneros propuso al Rey Católico la conquista de Oran, albergue de los piratas que más infestaban las costas de España. Queria aquel que se pusiese el Rey al frente y convocara á las Órdenes militares: ofrecíale subsidios y ciertas iglesias y conventos, desde donde saliesen á ejercer su belicoso noviciado, á fin de que la falta de actividad no matase su espíritu, como la mató. Los cortesanos, cuya tacañeria generalmente mide los corazones ajenos por los suyos, sugirieron al Rey que Cisneros quería alejarle para mandar en su lugar. El Rey, que tenía pocas ganas de aquella empresa, hizo como que se dejaba engañar, pues era más ladino que ellos para que pudieran engañarle de véras. Con fecha 20 de Agosto expidió la Real Cédula, autorizándole como Capitan general para aquella empresa.

gon, y desde allí haber tratado con aquel de poder á poder. Pero D. Fernando era padre: deseaba ver á su pobre hija, y ni áun este consuelo tuvo.

Quería Cisneros llevar al Gran Capitan, con quien se entendía muy bien, pues la magnanimidad galante del uno se avenía con la austera grandiosidad del otro. El Rey, siempre suspicaz, le dió á Pedro Navarro; buen soldado, pero mal caballero, que dió muchos pesares al Cardenal y malogró sus grandiosos proyectos. El Rey le había hecho Conde, pero sin lograr hacerlo noble. Pasaron de 20.000 hombres los que levantó, equipó y sostuvo á sus expensas (1): los bajeles de la expedicion eran 150 y 10 galeras. Lo de ménos fué el gasto en todo esto, pues necesitó gastar el mayor caudal de su humildad y paciencia para sufrir los desaires de la corte y de los jefes militares de la expedicion (2).

Dia de la Ascension, 14 de Mayo de 1509, dieron vista á Oran. No dirigió la batalla ni se halló en la pelea, pero dirigió el desembarque de la caballería, que habían descuidado los jefes, y que llegó á tiempo, cuando cejaba parte de la infantería acosada por los moros.

A vista del pronto y feliz éxito de la empresa lo aclamaron por milagroso los que pocos dias ántes se burlaban del fraile, como por burla le llamaban los jefes y soldados. El primer pendon que se vió sobre la muralla fué el del guion arzobispal, que llevaba Sosa, capitan de la guardia del Arzobispo (3). << Túvose en mucho esta victoria, dice Mariana, y casi por mi

(1) Eran 10.000 infantes armados de picas y coseletes: 8.000 escopeteros y ballesteros: 2.000 caballos, de ellos 500 hombres de armas y 200 escopeteros montados: y 200 gastadores: 4 cañones gruesos y 12 piezas menores. La escuadra se componía de 150 velas y 10 galeras. Las provisiones inmensas y para muchos meses; pero entre Navarro y el italiano Vianeli las robaron en poco tiempo.

(2) Pedro Martin de Angleria, periodista de aquel tiempo, y gran recogedor de chismes cortesanos, al estilo del bachiller de Cibdad-Real y otros gacetilleros antiguos, repite algunas de las calumnias, que por entónces circulaban en las antesalas entre los palaciegos haraganes.

(3) Se trajo de la universidad de Alcalá á la de Madrid, de donde se lo llevaron, en Abril de 1868, al Museo Arqueológico, con las llaves de la alcazaba de Orán y otros objetos de la conquista.

Alvar Gomez dice: Sosa, cohortis pontificia præfectus, fuit primus qui reptando in muros conscendit: nam Divum Jacobum et Ximenii auspicia inclamans e summis mœnibus Ximenii vexillum ostentans victoriam partam nuntiavit. Alvar Gomez, lib. IV, fól. 3.

lagrosa; lo uno por el poco órden que guardaron los cristianos; lo otro porque apenas la ciudad era tomada, cuando llegó el Mezuar de Tremecen con tanta gente de socorro, que fuera imposible ganarla. Atribúyese el buen suceso comunmente á la fe y celo del Cardenal y su oracion ferviente. »

Dada órden en el gobierno de la ciudad; purificadas varias mezquitas y arreglado lo relativo al culto, Cisneros regresó á España, disgustado de la ambicion de varios jefes, trayéndose los labradores y gente casada del arzobispado, que le habían seguido, y á los cuales licenció en Alcalá de Henares generosamente. Si á D. Fernando no le hubiera cegado su habitual desconfianza, y hubiera dejado obrar á Cisneros y al Gran Capitan, y enviado allá las Ordenes militares, como era justo, hubierase conquistado gran parte del litoral africano, con honra de la Religion, de España y de la Corona. Nada ménos que en la reconquista de Jerusalen pensaba Cisneros, segun los papeles que todavía se conservan (1). No lo hubiera logrado, pero—In magnis et voluisse magnum est. Fué la toma de Oran el dia 17 de Mayo de 1509.

§. 36.

Cisma de Pisa: conquista de Navarra.

Abatidos los venecianos despues de muchas derrotas y porfiadas guerras, hicieron paces con Julio II, viendo que en aquellas, fuesen vencedores ó vencidos, no escapaban de servir á los españoles ó á los franceses. Deseaba la paz el Rey Católico, pues harto tenía con la regencia de Castilla; pero disgustó mucho al Rey Luis XI de Francia, su contínuo rival, que esperaba medrar en Italia y á su costa.

No contento con hacer la guerra por medio de sus tropas, promovió un cisma grosero contra el Papa. Por desgracia entró en él D. Bernardino Carvajal, Cardenal español, ambicioso

(1) Se conservan en la Bibloteca Complutense que es la de la universidad de Madrid, y tuve la satisfaccion de arreglarlos y clasificarlos al salvar aquella preciosa biblioteca, que ya estaba condenada á que desapareciera repartida entre las otras de Madrid.

y de mal carácter, sobrino del gran Cardenal D. Juan de Carvajal, Obispo de Plasencia y Legado pontificio de santa memoria, que en compañía de San Juan Capistrano y Juan Huniades, había cooperado á la salvacion de Hungría medio siglo ántes (1456). Uniéronsele otros Cardenales, no ménos ambiciosos, y acordaron convocar un Concilio en Pisa para renovar allí las sacrilegas y cismáticas escenas de Basilea. «< El presidente de este conciliábulo, dice Illescas (1), era el Cardenal Bernardino Carvajal, persona de letras y experiencia, que pensaba salir Papa por lo ménos; y así se lo había prometido el Cardenal Federico San Severino. Verdad es que todos los que con él estaban en este monopolio pretendían serlo, y cada uno tenía, como dicen, un Papa en el cuerpo. Desta desvergüenza y atrevimiento de los Cardenales se sintió extrañamente Julio, y luego despachó sus embajadores al Rey Católico y al de Inglaterra, significándoles la injuria que le hacía el Rey Luis, fatigándole con las armas y con la cisma disfamándole de cosas feas y escandalosas, que él no las había. >>

y

El Rey Católico envió tropas y socorros al Papa. Este excomulgó al Rey de Francia y sus parciales, á los Cardenales y á los pisanos y florentines que les daban auxilio. Los cismáticos, no dándose por seguros en Pisa, marcharon á Milan. El Rey de Francia envió al frente de las tropas á su sobrino Gaston de Fox, hermano de Doña Germana, con la cual el Rey Católico había casado en segundas nupcias. Con gran valor, y áun más pericia, derrotó Gaston en poco tiempo á las tropas del Papa y sus aliados, y hubiese puesto á Julio II en el último apuro, si no hubiese muerto ȧ manos de los españoles, á los cuales había derrotado completamente en la batalla de Ravena (Abril de 1512). En ella quedaron presos Pedro Navarro y el Cardenal Legado Juan de Médicis, futuro Papa Leon X. Avínoles mal esta prision á los cismáticos, pues habiendo principiado á dar absolucion á los excomulgados, eran tantos los que acudían, que el Cardenal Carvajal con sus petulantes. colegas hubieron de huir á Francia, refugiándose en Lyon, siendo objeto de escarnio en los pueblos por donde pasaban.

1) Historia pontifical: lib. VI, cap. 23, §. 2.o

« AnteriorContinuar »