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hijos fueron Gallo y Juliano, que asimismo fueron césares, como se verá adelante. Vivió por este tiempo Prudencio, obispo de Tarazona, natural de Armencia, pueblo de Vizcaya, que fué antiguamente obispal, y al presente le vemos reducido á caserías despues que una iglesia colegial de canónigos que allí quedaba, por bula del papa Alejandro VI, se trasladó á la ciudad de Victoria. Fué otrosí deste tiempo Rufo Festo Avieno, noble escritor de las cosas y historia de Roma, y aun poeta señalado; así lo dice Crinito. El año siguiente despues que el emperador Constancio murió, Majencio, hijo de Maximiano, se apoderó de Roma y se llamó emperador. Acudió contra él Severo, pero fué roto por el tirano y muerto en una batalla que se dieron. Maximiano, bido lo que pasaba, vino á Roma, sea con intento de ayudará su hijo, sea con deseo de recobrar el imperio que habia dejado. No hay lealtal ni respeto entre los que pretenden mandar. Echóle su bijo de Roma; acudió al amparo de su yerno el emperador Constantino, que residia en Francia; pero como se entendiese que sin respecto del deudo y del hospedaje trataba de dar la muerte al que le recibió en su casa y trató con todo regalo, acordó Constantino de ganar por la mano y hacerle matar en Marsella do estaba. Galerio, nombrado que hobo en lugar de Severo á Licinio por césar, él mismo pasó en Italia con deseo y intento de deshacer al tirano. Mas por miedo que el ejército no se le amotinase, sin hacer cosa alguna dió la vuelta á Esclavonia. Allí comenzó á emplear su rabia contra los cristianos. Atajó la muerte sus trazas, que le avino por ocasion de una postema y llaga que se le hizo en una ingle cinco años enteros despues que tomó el imperio en compañía de Constancio. Era á la sazon pontífice de Roma Melquiades, el cual en una epístola que enderezó á Marino, Leoncio, Benedicto y á los demás obispos de España les amonesta que con el ejemplo de la vida, que es un atajo muy corto y muy llano para hacerse obedecer, gobiernen á sus súbditos; que entre los santos apóstoles, dado que fueron iguales en la eleccion, hobo diferencia en el poder que tuvo san Pedro sobre los demás; trata otrosi del sacramento de la Confirmacion; tiene por data los cónsules Rubio y Volusiano, que lo fueron el año de nuestra salvacion de 314.

CAPITULO XVI.

Del emperador Constantino Magno.

Cansados los romanos de la tiranía de Majencio, de su soltura y desórdenes, y desconfiados de los césares Maximino y Licinio, acordaron llamar en su ayuda al emperador Constantino, que á la sazon residia en la Gallia. Acudió él sin dilacion á tan justa demanda; marchó con sus gentes la vuelta de Milan. En aquella ciudad, para asegurarse de Licinio, le casó con su hermana Constancia. Hecho esto, pasó adelante en su camino y en busca del tirano. Llegaba cerca de Roma cuando con el cuidado que le aquejaba mucho por la dificultad de aquella empresa, un dia sereno y claro vió en el cielo la señal de la cruz con esta letra :

EN ESTA SEÑAL VENCERÁS.

Fué grande el ánimo que cobró con este milagro. Mandó que el estandarte real, que llamaban lábaro, y los

soldados le adoraban cada dia, se hiciese en forma de cruz. Desta ocasion y principio, como algunos sospechan, vino la costumbre de los españoles, que escriben el santo nombre de Cristo con X y con P griega, que era la misma forma del lábaro. Compruébase esto por una piedra que en Oreto, cerca de Almagro, se hailó de tiempo del emperador Valentiniano el Segundo, donde se ve manifiestamente cómo el nombre de Cristo se escribia con aquellas letras y abreviatura. Pasó pues Constantino adelante, y por virtud de la cruz, junto á Puente Molle, á vista de Roma, venció á su contrario en batalla, ca en cierta puente que sobre el rio Tibre tenia hecha de barcas, á la retirada cayó en el rio y se ahogó. Con tanto, la ciudad de Roma quedó libre de aquella tiranía tan pesada, y en ella entró Constantino en triunfo por la parte donde hoy está un arco, el mas hermoso que hay en Roma, levantado en memoria desta victoria. Juntamente se aplacó la carnicería cruel que por mandado de Majencio se hacia en los cristianos. Entre los demás, las santas Dorotea y Sofronia, por guardar su castidad y no consentir con la voluntad del tirano, la primera fué degollada, la segunda, por divina inspiracion se mató á sí misma; ejemplo singular que en tiempo de Diocleciano siguió otra mujer antioquena, que por la misma causa con no menor fortaleza al pasar de una puente se echó con dos hijas suyas en el rio que por debajo pasaba. En el mismo tiempo Maximino en las partes de levante derramaba mucha sangre de cristianos en la persecucion en que fué muerta Caterina, vírgen alejandrina, y con ella Porfirio, general de la caballería, y san Pedro, obispo de aquella ciudad. Era ran grande el deseo que Maximino tenia de deshiacer el nombre cristiano, que por todo el imperio mandó enseñasen en las escuelas á leer á los niños y les hiciesen aprender de memoria cierto libro en que estaba puesto lo que pasó entre Pilato y Cristo, lleno todo de mentiras y falsedad, á propósito de hacer odioso aquel santo nombre. Verdad es que poco antes de su inuerte revocó todos estos edictos, no tanto de su voluntad como por miedo de Constantino, cuyo poder de cada dia se adelanlaba mas, y asimismo de Licinio, que poco antes le venciera en cierta batalla. Falleció pues este Emperador; Licinio, mudado el propósito que antes tenia, comenzó á declararse contra la religion cristiana. Tomó la mano Constantino. Vinieron á batalla en Hungría primero, y después en Bitinia; entrambas veces fué vencido Licinio, y en la primera, á ruegos de su mujer Constancia, no solo le perdonó, sino que le conservó en la autoridad que tenia; mas la segunda vez que le venció, por la misma causa de su hermana le dejó la vida, pero redújole á estado de hombre particular; y sin embargo, porque trataba de rebelarse, el tiempo adelante se la hizo quitar. Fué de juicio tan extravagante, que decía que las letras eran veneno público; y no era maravilla, pues las ignoraba de tal suerte, que aun no sabia firmar su nombre. En la persecucion que levantó contra la Iglesia, entre otros, padecieron en Sebastia los santos cuarenta mártires, muy conocidos por su valor y por una homilía que hizo san Basilio en su festividad. Por esta manera los movimientos, así bien los de dentro como los de fuera del imperio, se sosegaron, y todo el mundo so redujo á una cabeza, tan favorable á nuestras cosas, que la re

ligion cristiana de cada dia florecia mas y se adelantaba. Bautizóse el emperador Constantino en Roma juntamente con su hijo Crispo, y por virtud del santo bautismo fué librado de la lepra que padecia, segun que muy graves autores testifican lo uno y lo otro. En particular de haberse Constantino bautizado en Roma da muestra un hermoso baptisterio que está en San Juan de Letran, de obra muy prima, adornado y rodeado de columnas de pórfido asaz grandes. Luego que se bautizó, comenzó con mayor fervor á ennoblecer la religion que tomara, edificar templos por todas partes, hacer leyes muy santas, convidar á todos para que siguiesen su ejemplo. Grande fué el aumento que con estas cosas recebia la Iglesia cristiana; pero esta luz poco despues se añubló en gran parte con una porfía muy fuera de sazon, con que Arrio, presbítero alejandrino, pretendia persuadir que el Hijo de Dios, el Verbo eterno no era igual á su Padre. Este fué el principio y la cabeza de la herejía y secta muy famosa de los arrianos. Tuvo Arrio por maestro, aunque no en este disparate, al santo mártir Luciano, y fué condiscípulo de los dos Eusebios, nicomediense y cesariense, sus grandes allegados y defensores. La ocasion principal de despeñarse fué la ambicion, mal casi incurable, y sentir mucho que despues de la muerte de san Pedro, obispo de Alejandría, pusiesen en su lugar á Alejandro sin hacer caso dél. Deste principio casi por todo el mundo se dividieron los cristianos en dos parcialidades, y con la discordia parecia estaba todo á punto de perderse ; ca la nueva opinion agradaba á muchos varones claros por erudicion, así obispos como particulares, que no daban orejas ni recebian las amonestaciones de los que mejor sentian. Estas diferencias pusieron en grande cuidado al Emperador, como era razon. Acordó para concertar aquellos debates enviar á Alejandría á Osio, obispo de Córdoba, varon de los mas señalados en letras, prudencia y autoridad de aquellos tiempos, y aun en el Código de Teodosio hay una ley de Constantino enderezada á Osio sobre estas diferencias. Trató él con mucha diligencia lo que le era encomendado, y para componer aquellas alteraciones se dice fué el primero que inventó los nombres de ousia, que quiere decir esencia, y de hipostasis, que quiere decir supuesto ó persona. No bastó ningun medio para doblegar al pérfido Arrio, por donde fue echado de Alejandría y condenado al destierro, en que brevemente falleció. Quedó otro de su mismo nombre como heredero de su impiedad y cabeza de aquella secta malvada. Cundia el mal de cada dia mas, por donde se resolvió el Emperador de acudir al postrer remedio, que era juntar un concilio general. Señaló el Emperador para tener el concilio á Nicea, ciudad de Bitinia; y por su mandado concurrieron trecientos y diez y ocho obispos de todas las partes del mundo, dado que en este número no todos concuerdan. Acudieron asimismo el segundo Arrio y sus secuaces para dar razon de sí. Todos estos y sus errores fueron por el Concilio reprobados. Depusieron otrosí de su obispado á Melecio, porque con demasiado celo reprehendia la facilidad de que Pedro, obispo de Alejandría, usaba en reconciliar y recebir á penitencia á los que se habian apartado de la fe; y con este su celo tenia alteradas las iglesias de Egipto y puesta division entre los cristianos. Andaban grandes diferencias sobre el dia en que se debia celebrar la Pascua de Resur

reccion; dióse en esto el órden conveniente y traza que se guardase en todo el mundo. Estaba en el oriente relajada la disciplina eclesiástica, en particular acerca de la castidad de las personas eclesiásticas. Era dificultoso reducillas á lo que antiguamente se guardaba. Por esta causa los padres, conforme al consejo de Pafnucio, vinieron en permitirles que no dejasen á sus mujeres. Demás desto, se mandó, so pena de muerte, que ninguno tuviese los libros de Arrio, sino que todos los quemasen. Hay quien diga que la manera de contar por indicciones se inventó en este Concilio, y que se tomó principio del año que se contaba 313 de nuestra salvacion, á causa que en aquel año fué al emperador Constantino mostrada en el cielo la señal de la cruz. Hallóse presente en este Concilio el gran Osio, quien dicen que tambien presidió en él en lugar de Silvestro, papa, y en compañía de los presbíteros Vito y Vincencio, que para este efecto fueron desde Roma enviados. Al mismo tiempo que esto pasaba en el Oriente ó poco despues, en España se celebró el concilio Illiberritano, asi dicho de la ciudad de Iliberris, que estuvo en otro tiempo asentada en aquella parte de la Bética donde hoy está Granada, como se entiende por una puerta de aquella ciudad, que se llama la puerta de Elvira, y un recuesto por allí cerca del mismo nombre; porque los que sienten que este Concilio se juntó á las haldas de los Pirineos en Colibre, pueblo que antiguamente se llamó Eliberis, no van atinados, como se entiende por los nombres destas ciudades, que todavía son diferentes, y porque ningun obispo de la Gallia y de las ciudades a la tal ciudad comarcanas de España se halló en aquel Concilio. Solo se nombran los prelados que caian cerca del Andalucía, fuera de Valerio, obispo de Zaragoza, que firma en el sexto lugar, y en el seteno Melancio, obispo de Toledo. Es este Concilio uno de los mas antiguos, y en que se contienen cosas muy notables. Lo primero se hace mencion de vírgenes consagradas á Dios. Dispensan en los ayunos de los meses julio y agosto: costumbre recebida en Francia, pero no en España, en que por los grandes calores parecia mas necesaria. Vedan á las mujeres casadas escribir ó recebir cartas sin que sus maridos lo sepan. Mandan no se pinten imágenes en las paredes de los templos, y esto á causa que no quedasen feas cuando se descostrase la pared. Hay tambien en este Concilio mencion de metropolitanos, que antes se llamaban obispos de la primera silla. Ultimamente, segun que algunos se persuaden, en este Concilio y por mandado de Constantino se señalaron los aledaños á cada uno de los obispados, y por metropolitanos á los prelados de Toledo, Tarragona, Braga, Mérida y Sevilla. Pero desto no hay bastante certidumbre, y sin embargo, la division de las diócesis que dicen hizo el emperador Constantino, sa pondrá en otro lugar mas á propósito por las mismas palabras del moro Rasis, historiador antiguo y grave. Lo mas cierto es que en tiempo del rey Wamba y por su mandado se hizo la distribucion de los arzobispados, y á cada uno señalaron sus obispos sufragáneos. Fuera de todo esto, es cosa averiguada que, como en las demás provincias, así bien en España se trocó grandemente la manera de gobierno. Fué así, que Constantino en la Tracia reedificó á Bizancio, ciudad que los años pasados destruyó el emperador Septimio Severo, como queda en su lugar apuntado. Llamóla de su nombre Cons

en

tantinopla, y para mas autorizarla, trasladó á ella la silla del imperio romano, yerro gravísimo, como con el tiempo se entendió claramente; que con la abundancia de los regalos y conforme á la calidad de aquel cielo y aires los emperadores adelante se afeminaron, y se enflaqueció el vigor belicoso de los romanos, y al fin se vinieron á perder. Para excusarlos excesivos gastos que se hacian y aliviar las inmensas cargas de los vasallos, reformó quince legiones, que tenian repartidas por las riberas del Rin y del Danubio, para enfrenar las entradas de aquellas gentes bárbaras y fieras. Junto con esto, lugar de un prefecto del Pretorio, hizo que de allí adelante hobiese cuatro con suprema autoridad y mando en guerra y en paz. A los dos encargó las provincias de levante; los otros dos gobernaban las del poniente de tal manera, que lo de Italia estaba á cargo del uno ; el otro gobernaba la Gallia y la España, pero de tal forma, que él hacia su residencia en la Gallia, y en España tenia puesto un vicario suyo. Todos los que tenian pleitos podian de los presidentes y gobernadores de provincias hacer recurso y apelar á los prefectos. Demás destos, habia condes, que tenian autoridad sobre los soldados; maestro de escuela, á cuyo cargo estaba la provision de los mantenimientos, sin otros nombres de oficios y magistrados que se introdujeron de nuevo y no se refieren en este lugar. Basta avisar que la forma del gobierno se trocó en grande manera. Concluidas pues estas y otras muchas cosas, falleció el gran emperador Constantino el año de nuestra salvacion de 337. Gobernó la república por espacio de treinta años, nueve meses y veinte y siete dias. Tuvo dos mujeres; la primera sellamó Minervina, madre que fué de Crispo, al cual y á Fausta, su segunda mujer, que fué hija del emperador Maximiano, dió la muerte; al hijo, porque le achacó su madrastra que intentó de forzalla; á ella, porque se descubrió que aquella acusacion y calumnia fué falsa. Estas dos muertes dieron ocasion á muchos para reprehender y calumniar la vida y costumbres de este gran monarca. Demás que entre los cristianos se tuvo por entendido que por haber al fin de su vida favorecido á Arrio y perseguido al gran Atanasio, se apartó de la fe católica, tanto, que no falta quien diga que en lo postrero de su edad se dejó bautizar en Nicomedia por Eusebio, obispo de aquella ciudad, gran favorecedor de los arrianos, y que dilató tanto tiempo el bautizarse por deseo que tenia, á ejemplo de Cristo, de hacello en el rio Jordan; todo lo cual es falso, y la verdad que la semejanza de los nombres Constancio y Constantino engañó á muchos para que atribuyesen al padre lo que sucedió al hijo el emperador Constancio; principalmente hizo errar á muchos el testimonio de Eusebio, cesariense, porque, con deseo de ennoblecer la secta de Arrio con estas fábulas, dió ocasion á los demás de engañarse. En fin, por esta causa la Iglesia latina nunca ha querido poner á Constantino en el número de los santos ni hacelle fiesta, como sus grandes virtudes y méritos lo pedian, y aun el ejemplo de la Iglesia griega convidaba á ello, que le tiene puesto en su calendario á 20 dias del mes de abril y su imágen en los al

tares.

CAPITULO XVII.

De los hijos del gran Constantino.

Dejó Constantino de Fausta, su segunda mujer, tres hijos, es á saber, Constantino, Constancio y Constante; á todos tres en su vida nombró en diversos tiempos por césares, y á la muerte repartió entre los mismos el imperio en esta manera. A Constantino, que era el mayor, encargó lo de poniente pasadas las Alpes; lo de levante á Constancio, el hijo mediano; al mas pequeño, que era Constante, mandó las provincias de Italia, de Africa y de la Esclavonia. Así lo dejó dispuesto en su testamento y postrimera voluntad. Señaló otrosí por césar en el oriente á Dalmacio, primo hermano de los emperadores, pero en breve en cierto alboroto de soldados le hizo matar Constancio dentro del primer año de su imperio. Parecia mas altivo de lo que era razon, y al fin perro muerto no muerde. Constantino, el mayor de los tres hermanos, el tercer año despues de la muerte de su padre, fué muerto cerca de Aquileya por engaño de sus enemigos, hasta do llegó en busca de Constante, su hermano, con intento de despojarle del imperio por pretender que todo era suyo y que en la particion de las provincias le hicieron agravio. Hay quien diga que trario que á su persuasion, principalimente Constancio, Constantino siguió la parte de Arrio; pero hace en consu hermano, alzó á Atanasio el destierro á que le tenia condenado y enviado á la Gallia su padre. Verdad es que poco adelante, por la muerte del emperador Constantino y por miedo de Constancio, de nuevo se ausentó de su iglesia. Pero el concilio Sardicense y el papa Julio I y el emperador Constante hicieron tanto, que Atanasio fué restituido á Alejandría, y Paulo á su iglesia de Constantinopla, de donde por la misma causa andaba desterrado. Muchos prelados de España se hallaron en aquel concilio Sardicense; y el principal de todos Osio, obispo de Córdoba, y con él Aniano, castulonense, Costo, cesaragustano, Domicio, pacense ó de Beja, Florentino, emeritense, Pretextato, barcinonense. Grande ayuda era para los católicos el emperador Coustante, y grande falta les hizo con su muerte, que le avino yendo á España en la ciudad de Elna, que está en el condado de Ruisellon. Dióle la muerte Magnencio, que estaba alzado con la Gallia y con la España. Determinó Constancio de vengar la muerte de su hermano; señaló antes del partir por césar en el Oriente á Gallo, su primo. Marchaban los unos y los otros con intento de venir á las manos; juntáronse en Esclavonia, vinieron á batalla cerca de la ciudad de Murcio, que fué muy porfiada y dudosa, ca murieron de los enemigos veinte y cuatro mil hombres, y de los de Constancio treinta mil; y sin embargo, ganó la jornada, si bien las fuerzas del imperio con esta carnicería quedaron muy flacas. El tirano, perdida la batalla, se luyó á Leon de Francia. Allí él y Decencio, su hermano, que habia nombrado por césar, por no tener esperanza de defenderse, se mataron con sus manos. Con esta victoria todas las provincias del imperio se redujeron á la obediencia de un monarca á la sazon que en Sirmio, ciudad de la Esclavonia, se celebró un Concilio contra Fotino, obispo de aquella ciudad, que negaba la divinidad de Cristo, hijo de Dios. En este Concilio se escribieron dos confesiones de la fe; en ambas, con intento de sosegar las diferen

pero á mí mucha fuerza me hace lo que dice san Hilario
de Osio, que amó demasiadamente su sepulcro, esto
es, su vida, para entender que al fin della se mostró fla-
co; y sin embargo, cada uno podrá sentir lo que le pa—
reciere en esta parte y excusar si quisiere á este gran
grande
varon. Grandes eran los trabajos en esta sazon,
la turbacion de la Iglesia. Las cosas del imperio no es-
taban en mucho mejor estado; en particular los alema-
nes habian rompido por Francia, y con las armas traian
muy alterada aquella provincia. Era el Emperador, de-
más de otras faltas que tenia, naturalmente sospechoso,
daba orejas y entrada á malsines, grande peste de las
casas reales; por esta causa los años pasados en el
oriente diera la muerte á su primo Gallo; y sin em-
bargo, para acudir á la guerra de los persas y para so-
segar lo de la Gallia sacó á Juliano, hermano de Gallo,
de un monasterio en que estaba, nombróle por césar,
y para mas asegurarse dél, casóle con su hermana Ele-
na. Despachóle para la Gallia, y él se apercibió para ba-
cer la guerra á los persas. En este tiempo Atanasio, por
miedo que no le matasen, se ausentó de nuevo, y es-
tuvo escondido hasta la muerte del emperador Cons-
tancio, que sucedió en esta manera. Fué la guerra de
los persas desgraciada, y tuvo algunos reveses, con que
el Emperador quedó disgustado. A la misma sazon los
soldados de la Gallia, muy pagados del ingenio de Ju-
liano, le saludaron dentro de Paris por emperador. Sin-
tió esto mucho Constancio; determinó ir contra él;
pero atajóle la muerte, que le sobrevino en Antioquía,
donde se hizo bautizar á la manera de los arrianos por
haber hasta entonces dilatado el bautismo, ó por ven-
tura se rebautizó, cosa que tambien acostumbraban los
arrianos. Hecho esto, falleció á 3 de noviembre, año
del Señor de 261. Tuvo el imperio veinte y cinco años,
cinco meses y cinco dias. En España por este tiempo
ciertos pajes al anochecer metieron lumbre, diciendo:
de donde se puede sospechar
«Venzamos, venzamos»,

EL PADRE JUAN DE MARIANA. 110 cias, mandaron que no se usase la palabra homousion ó consubstancial. La tercera, que anda vulgarmente, compuso un Marco, obispo de Aretusa, hombre arriano. Hallóse en este Concilio, como en los pasados, Osio, obispo de Córdoba. Dícese que aprobó aquellas fórmulas de fe, y por esta causa pusó mácula en su fama y en sus venerables canas. Parece le doblegó el miedo de los tormentos con que le amenazaban los arrianos, y que estimó en mas de lo que fuera justo los pocos años de vida que por ser muy viejo le quedaban. Demás desto por mandado de Constancio, que iba de camino para Roma, se juntó un Concilio en Milan; en él pretendian que Atanasio, que andaba desterrado de nuevo despues de la muerte de Constante, fuese por los obispos condenado. Sintieron esto Paulino, obispo de Tréveris, Dionisio, obispo de Milan, Eusebio, obispo de Vercellis, Lucifero, obispo de Caller, en Cerdeña. Concertáronse entre sí, y como eran tan católicos, desbarataron aquel conciliábulo; mas fueron ellos entonces desterrados de sus iglesias, y poco despues en Roma el mismo Constancio echó de aquella ciudad al santo papa Liberio, y puso en su lugar otro, por nombre Félix. Demás desto, á instancia del mismo Emperador se juntaron en Arimino, ciudad de la Romaña, sobre cuatrocientos prelados. Fué este Concilio muy infame, porque en él, engañados los obispos católicos por dos obispos arrianos, Valente y Ursacio, hombres astutos, de malas mañas, y que tenian gran cabida con Constancio, decretaron, á ejemplo del concilio Sirmiense, que en adelante nadie usase de aquella palabra homousion, ni dijese que el Hijo es consubstancial al Padre. El color que se tomó fué que con esto se acabarian y sosegarian las diferencias que ocasionaba 'aquella palabra, sin que por esto se apartasen del sentido y doctrina de la verdad. Descubrióse luego la trama, porque los arrianos no quisieron venir en que aquella su secta fuese anatematizada. Sintieron los católicos el engaño; y todo el mundo gimió de verse de repente hecho arriano, que son las mismas palabras de san Jerónimo. Juntáronse poco despues ciento y sesenta y seis obispos en Seleucia, ciudad de Isauria, y quitada solamente la palabra homousion, decretaron que todo lo demás del concilio Niceno se guardase y estuviese en pié. Todos eran medios para contentar á los herejes, traza que nunca sale bien. Volvamos á nuestro Osio, del cual escriben que, vuelto á España despues de tantos trabajos, supo que Potamio, obispo de Lisboa, era arriano; dió en perseguirle. Mandole el Emperador por esta causa ir á Italia á dar razon de sí al mismo tiempo que los engaños del concilio Ariminense se tramaban, á los cuales dicen dió consentimiento, ó de miedo, ó por estar caduco. Tornó á España, donde, porque Gregorio, obispo de Illiberris, le descomulgó, le denunció y hizo parecer en Córdoba delante Clementino, vicario. Tratábase el pleito, y Osio apretaba á su contrario, cuando en presencia del juez de repente se le torció la boca y sin sentido cayó en tierra. Tomáronle los suyos en brazos, y llevado á su casa, en breve rindió el alma sin arrepentimiento de su pecado; miserable ejemplo de la flaqueza humana, de los truecos y mudanzas del mundo. Bien sé que algunos modernos tienen este cuento por falso y tachan el testimonio de Marcellino, presbítero, de quien san Isidoro en los Varones ilustres tomó lo que queda dicho;

ha quedado en España la costumbre de saludarse
cuando de noche traen luz. Hallóse allí un romano; en-
tendió que aquellas palabras de los pajes querian decir
otra cosa; puso mano á la espada, y degolló al hués-
ped y á toda su familia, que fué caso notable, referido
por Amiano Marcellino, sin señalar otras circunstan-
cias. Fueron deste tiempo Clemente Prudencio, natu-
ral de Calahorra, de la milicia y del oficio de abogado,
en que se ejercitó mas mozo, con la edad poeta muy se-
ñalado, y famoso por los sagrados versos en que cantó
con mucha elegancia los loores de los santos mártires.
Hay quien diga, es á saber Máximo, que el padre de
Prudencio fué de Zaragoza, y su madre de Calahorra,
que pudo ser la causa por que en sus himnos á la una
ciudad y á la otra la llama nostra, si bien él era natu-
ral de Zaragoza, como este mismo autor y otros mas
modernos así lo sienten, y debe ser lo mas cierto. Ju-
venco, presbítero español y mas viejo que Prudencio,
escribia en versos heróicos la vida y obras de Cristo.
Paciano, obispo de Barcelona, ejercitaba el estilo con-
tra los novacianos, cuyo hijo fué Dextro, aquel á quien
san Jerónimo dedicó el libro de los escritores ecle-
siásticos. Un cronicon anda en nombre de Dextro, no
se sabe si verdadero, si impuesto; buenas cosas tieue,'
otras desdicen.

CAPITULO XVIII.

De los emperadores Juliano y Joviano.

un brasero que le dejaron encendido dónde dormia, y el aposento, que estaba blanqueado de nuevo, que fueron dos daños. Tenia edad de cuarenta años; imperó siete meses y veinte y dos dias. Hizo una ley en que puso pena de muerte al que intentase agraviar á alguna vírgen consagrada á Dios, aunque fuese con color de matrimonio y de casarse con ella.

CAPITULO XIX.

De los emperadores Valentiniano y Valente.

En lugar de Joviano sucedió Flavio Valentiniano, húngaro de nacion; su padre se llamó Graciano. Ejercitóse en oficio de cabestrero, pero por sus fuerzas y prudencia pasó por todos los grados de la milicia á ser prefecto del pretorio. Eligiéronle los soldados por emperador. Fué muy aficionado á la religion cristiana, como lo mostró en tiempo del emperador Juliano, cuando por no consentir en dejar la ley de Cristo y haber dado en su presencia una bofetada á un sacristan gentil porque le roció con el agua lustral de los ídolos, dejó el cíngulo, que era tanto como renunciar el oficio y honra de soldado. Nombró luego que le eligieron por su compañero en el oriente á Valente, su hermano, y él se partió para Italia, donde con celo de la religion sosegó la ciudad de Roma que estaba alborotada sobre la eleccion del pontifice. Fué así que, muerto el papa Liberio, los

No dejó el emperador Constancio hijo alguno; por esto al que perseguia en vida nombró en su testamento por su sucesor, que fué á Juliano, su primo, varon de aventajadas partes y erudición, y que se pudiera comparar con los mejores emperadores si hasta el fin de la vida se mantuviera en la verdadera religion y no se dejara pervertir de Libanio, su maestro; de que vino á tanto daño, que desamparó la religion cristiana, y comunmente le llamaron apóstata. Luego que se encargó del imperio, para granjear las voluntades de todos, les dió libertad de vivir como quisiesen y seguir la religion que á cada cual mas agradase. Alzó el destierro á los católicos, excepto á Atanasio, al cual, porque despues de la muerte de Constancio volvió á su iglesia, mandó prender, y para escapar le forzó á esconderse de nuevo. A los judíos dió licencia para reedificar el templo de Jerusalem; comenzóse la obra con grande fervor, pero al abrir de las zanjas salió tal fuego, que les forzó á desistir y alzar mano de aquella empresa. A los gentilles permitió acudir á los templos de los dioses, que estaban cerrados desde el tiempo del gran Constantino, y hacer en ellos sus sacrificios y ceremonias. Aborrecia de corazoná los cristianos; pero acordó de hacelles la guerra mas con maña que con fuerza, ca mandó no fuesen admitidos á las horas y magistrados; que sus hi-votos de los electores no se concertaron; algunos arrejos no pudiesen aprender ni fuesen enseñados en las escuelas de los griegos, que fué ocasion para despertar los ingenios de muchos cristianos á escribir obras muy elegantes en prosa y en verso, en especial á los dos Apollinarios, padre é hijo, personas muy eruditas. Conforme á estos principios fué el fin deste Emperador. Emprendió la guerra contra los persas; sucedióle bien al principio, mas pasó tan adelante, que todo su ejército estuvo á punto de perderse, y él mismo fué muerto, quién dice con una saeta arrojada á caso por los suyos ó por los contrarios, quién que el mártir Mercurio le birió con una lanza que decian á la sazon se halló en su sepulcro bañada en sangre. Lo cierto es que murió por voluntad de Dios, que quiso desta manera vengar, librar y alegrar á los cristianos. Vivió treinta y dos años; imperó un año, siete meses y veinte y siete dias. Con la muerte de Juliano, todo el ejército acudió con el imperio á Flavio Joviano, hombre de aventajadas partes en todo. No quiso aceptar al principio; decia que era cristiano, y por tanto no le era lícito ser emperador de los que no lo eran; pero como quier que todos á una voz confesasen ser cristianos, condecendió con ellos. Recebido el imperio, hizo asiento con los persas, si no aventajado, á lo menos necesario para librar á sí y á su ejército, que se hallaba en grande apretura por la locura de Juliano. Restituyó á los cristianos las honras y dignidades que solian tener, á las iglesias sus rentas; alzó el destierro á Atanasio y á los demás católicos que andaban fuera de sus casas. Con esto una nueva luz resplandecia en el mundo, sosegadas las tempestades, y todo se encaminaba á mucho bien; felicidad de que no merecieron los hombres por sus pecados gozar mucho tiempo, porque yendo á Roma, en los confines de Galacia y de Bitinia murió aliogado. La ocasion fué

batadamente y con pasion nombraron en lugar del difunto á Ursino; pero la mayor parte y mas sana eligió á Dámaso, español de nacion. Quién dice fué natural de Egita, que hoy se llama Guimaranes en Portugal, puesta entre Duero y Miño, quién de Tarragona, quién de Madrid. Lo cierto es que fué español y persona de grandes partes. Con esta division se encendió tan grande alboroto, que, como lo cuenta Amiano Marcellino, historiador gentil y de aquel tiempo, en solo un dia dentro de la iglesia de Sicinino fueron muertos ciento y treinta y siete hombres; y aun el mismo autor reprehende á los pontífices romanos de que andaban en coches, y sus convites sobrepujaban los de los reyes. Sosegóse pues esta tempestad con que el Emperador envió á Ursino á Nápoles para ser allá obispo. Pero no desistió de su mal intento la parcialidad contraria, antes acusaron á Dámaso de adulterio y le forzaron á juntar concilio de obispos para descargarse y defender su inocencia. Dió otrosí por ninguno el concilio Ariminense como juntado sin voluntad y aprobacion del pontífice romano. Depuso á Auxencio, obispo de Milan, por ser arriano. Ordenó que en los templos se cantasen los salmos de David á coros, y por remate el verso Gloria Patri. Demás desto, que al principio de la misa se dijese la confesion. Edificó en Roma dos templos, el uno de San Lorenzo, el otro el de los apóstoles San Pedro y San Pablo á las catacumbas en la via Ardeatina, en que hizo sepultar á su madre y hermana. Tuvo mucha amistad con san Jerónimo, á quien semejaba mucho en los estudios y erudicion. Escribió una obra copiosa y elegante de las vidas de los pontífices romanos hasta su tiempo. Las vidas que hoy andan de los pontífices en nombre de Dámaso son una recopilacion de aquella obra, por lo demás indignas de varon tan erudito y grave. Las provincias no estaban sosegadas, ca en el oriente un deudo de Juliano, llamado Procopio

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