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Recapitulación.

Los obrajes nacieron en el virreynato del Perú á impulsos de necesidades que exigían satisfacción perentoria, y los engendró aquel sincero y eficaz deseo en los conquistadores de dar y aun prodigar en América cuanto en su patria tenían.

Hasta 1569 el gobierno español alentó la industria fabril, y si en esta fecha y alguna otra posterior la restringió por cédulas que casi no tuvieron efecto, solo afectaban las industrias finas en atención á lo que decrecía la saca de mercaderías españolas de esta clase, y á la decadencia tan palpable de los obrajes y ganados lanares de la metrópoli.

Los indios fueron favorecidos sobre los españoles criollos y europeos, pues con ellos no se entendieron las cédulas dichas, permitiéndoseles sus obrajes para que en sus propios pueblos tuvieran comodidad de pagar el insignificante tributo que se les exigía.

El virrey Toledo, testigo á su llegada al Perú de la gran escasez de ropa que en él había de la de Castilla, por no haberse despachado flota en tres años, lejos de poner en planta las instrucciones que llevaba para acabar con los obrajes de particulares, les dió

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sabias y cristianas ordenanzas para que se tratara en ellos á los indios como vasallos libres de la Corona de Castilla, dejando á los dueños de las dichas fábricas en libertad de labrar la cantidad y calidad de ropa que gustasen.

Abrumado Felipe II con el Memorial del Reyno en 1594, trató de levantar las manufacturas nacionales, y acudió al recurso más eficaz de que podía disponer, cual era prohibir de nuevo que en el virreynato se labraran ropas de aquellas que estando al alcance de las fortunas medianas, podían llevarse de España con utilidad de esta, y sin gravamen de los americanos.

Resolución que no se llevó á efecto por los grandes intereses contraídos con motivo de los obrajes ya puestos de antemano. Porque disminuídas las rentas de las encomiendas con las tasas y retasas, no había en los encomenderos las riquezas que anteriormente hubo, y porque no pudiendo ser exactamente periódicas las salidas y llegadas de las flotas, estas contingencias encarecían mucho los géneros europeos, y aun escaseaban á veces.

Llegaron al Consejo de Indias muchedumbre de informaciones acerca del poco caso que los dueños de obrajes hacían de las ordenanzas del Virrey Toledo, y el Consejo cerciorado

por los mismos virreyes de que les era imposible hacerlas guardar en todo su rigor, y de que no estaba en su mano evitar los desafueros de los dueños de obrajes para con los indios, expidió cédula prohibiendo dar indios para los de particulares, bien los tuvieran estos solos, bien en compañía de caciques; pero ni tocó en los de comunidad donde ya se labraban paños y otros artefactos no burdos, ni legisló cosa alguna acerca de las maniobras que se hacían en los obrajes y chorrillos de los criollos ó europeos.

Dejó á estos en completa libertad de buscarse á su gusto negros, blancos, mulatos, mestizos, cuarterones, etc., etc., para que con ellos prosiguieran su industria. Eran tantas las quejas que de los mulatos y mestizos se recibían en el Consejo acerca de su holgazanería y perversísimos instintos, que ver de proporcionarles en las fábricas de tejidos honesta ocupación es medida completamente cuadrada. Pero como ni los blancos ni los negros podían ocuparse en los obrajes, y las mezclas dichas se tenían por de raza superior á la indígena pura, y por degradados si indistintamente alternaba con ella en las ocupaciones que hasta entonces habían sido exclusivamente de indios, resultó que los dueños de obrajes, poco dispuestos por otra parte á pagar mayo

res jornales que los que daban á los indios, reclamaron de la extorsión grande que se hacía á sus intereses quitándoles los únicos brazos disponibles en toda la república.

A tan fundada queja atendió el Consejo de Indias, y el Rey conformándose con su parecer, revocó la cédula que prohibía dar indios para los obrajes de particulares.

Trazóse al mismo tiempo á los virreyes la norma que habían de seguir en lo que tocaba á fábricas coloniales, sobre todo en lo de dar indios para ellas, á fin de que estos vasallos tan repartidos en los ingenios de azúcar y viñas de los criollos, en las minas de los criollos y europeos, en los olivares de unos y de otros, en las ciudades para el servicio de todos, fueran bien tratados, pagados y atendidos.

Esta es en esqueleto la verdadera historia de la industria fabril que tuvo el dilatado virreynato del Perú hasta muy al princípio del siglo XVII.

Así expuesta y apoyada esta exposición en documentos tan auténticos como los que dejo transcriptos, no hay nada que pueda avergonzarnos hasta la fecha dicha en el asunto de obrajes y demás maniobras de las conocidas por el nombre de fabriles.

De las diversas y amplias acusaciones que se nos hacen en este punto, será no dificil des

envolverse con lo dicho, y aun más hacedero que de solas dos expresiones del Sr. Zegarra, á saber: 1.a «Los obrajes nacieron en América espontáneamente á impulso de necesidades que se encontraban sin satisfacción». 2." «Los obrajes entrañaban una injusticia, y sobre este cimiento nada saludable puede levantarse.» Variadas y originales deducciones salen de ellas; así, v. gr.: que en la industria hay necesidades de espontáneo brote, que entrañan una injusticia. Los americanos que conocen poco nuestra dominación en América, nos acusan de que no permitimos los obrajes. ¿Pues no dice el Sr. Zegarra que entrañaban una injusticia? Dícennos también que no toleraba la metrópoli el desarrollo y creces de la industria fabril en sus colonias. ¿Para qué si las fábricas de tejidos tenían un cimiento de tan mala condición que nada saludable podía ponerse sobre él?

Adobará el Sr. Zegarra como guste sus conceptos: pero esto quedará siempre fuera de duda; que a pesar de las sendas tachas que pone á los obrajes coloniales, los criollos se comían las manos, como vulgarmente se dice, por tenerlos.

Cómo procuraron los gobernantes españoles refrenar á los dueños de obrajes, y el poco fruto que en la mayor parte de ellos se logró

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