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el ánimo abatido por malos agüeros y tristes presentimientos (v. 2527-2642). Los infantes emprenden su viaje, y en cuanto entran en tierras de Castilla, en el espeso robredo de Corpes, azotan cruelmente a sus mujeres y las dejan allí medio muertas (v. 2643-2762). Al saber tal deshonra, el Cid envía a Álvar Fáñez a recoger a las hijas abandonadas, y despacha a Muño Gustioz que pida al rey justicia: "el rey fué quien casó mis hijas; toda mi deshonra es también de mi señor" (v. 2763-2919). Condolido el rey, convoca su corte en Toledo. A ella acuden los infantes; aunque van de mala gana, van confiados en un poderoso bando de parientes a cuya cabeza está el conde García Ordóñez, el antiguo enemigo del Cid. Este llega a Toledo el último (v. 2920-3100). Al abrirse la sesión de la corte, el Cid expone sus agravios, pidiendo a los infantes, primero, la devolución de las dos preciosas espadas Colada y Tizón; después, la entrega de la dote de las hijas, y a ambas cosas tienen que acceder los demandados (verSOS 3101-3249). Pero el Cid demanda tercera vez, y ahora exige la reparación de su honor mediante una lid. En vano los infantes se alaban de su conducta, despreciando a las hijas de un simple infanzón como indignas de emparentar con los condes carrionenses. El Cid

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responde al conde García Ordóñez recordándole su prisión en Cabra, pero a los infantes no se digna contestarles; los parientes del héroe son los que les echan en cara su cobardía y les retan de traidores (v. 3250-3391). En esto, dos mensajeros entran en la corte a pedir las hijas del Cid para mujeres de los infantes de Navarra y de Aragón, países de donde serán reinas. El rey accede a este tan honroso casamiento, y reanudando el reto interrumpido, ordena que la lid se haga en las vegas de Carrión (v. 3392-3532). Allí, en su misma tierra, los infantes quedan vencidos por los del Cid y declarados traidores (v. 3533-3706). Las hijas del Cid celebran su segundo matrimonio, mucho más honroso que el primero, pues por él los reyes de España se hicieron parientes del héroe de Vivar (v. 3707-3730).

ELEMENTO HISTÓRICO DEL POEMA

Este poema tiene un fondo histórico considerable. El rey Alfonso VI, durante los primeros años de su reinado, distinguió mucho a Rodrigo Díaz de Vivar, hasta el punto de casarlo con Jimena Díaz, hija del conde de Oviedo, mujer de sangre real, pues era nieta de re

yes, prima hermana del rey. Rodrigo fué enviado por Alfonso a cobrar las parias del rey moro de Sevilla, y en esta excursión hubo de prender en Cabra al Conde García Ordóñez y a otros nobles cristianos que, ayudando al rey de Granada, atacaron al moro tributario de Alfonso VI. Este, a poco, enojado por cierta incursión que Rodrigo hizo contra el reino musulmán de Toledo, desterró al héroe, en el año 1081.

El Cid se refugió al servicio del rey moro de Zaragoza, y sobre éste ejerció durante varios años una especie de protectorado. Entonces el rey moro de Lérida estaba, a su vez, bajo la protección del conde de Barcelona, Berenguer Ramón, el Fratricida, y ambos, con varios otros condes catalanes y los señores de Rosellón y Carcasona, sitiaron el castillo zaragozano de Almenar. El Cid les atacó y venció, y aun tuvo prisionero al conde de Barcelona con otros muchos caballeros, dejándoles después ir en libertad (1082). Venció también al rey Sancho Ramírez de Aragón, otro aliado del rey de Lérida, y en el reino de éste devastó la comarca de Morella.

Entre tanto, el rey Alfonso devolvió su gracia al desterrado, y en los años 1087 y 1088 el Cid estuvo en el reino de Castilla y recibió do

naciones reales. Pero en 1089, con motivo de la excursión de Alfonso al castillo de Aledo, en Murcia, a la cual no llegó a tiempo el Cid, fué éste de nuevo acusado por los envidiosos. El rey ahora le confiscó heredades y riquezas, sin querer oir el juramento que en disculpa el Cid quería hacerle, y consintiendo sólo en dejar libres a la mujer e hijos del héroe que había aprisionado cruelmente. El Cid entonces volvió a pelear contra el rey de Lérida, corriendo las montañas de Morella, en las cuales aprisionó segunda vez al conde de Barcelona. De nuevo éste probó la generosidad de su vencedor, y trabó con él íntima amistad. Berenguer renunció al protectorado de las tierras de moros, cuya defensa tan cara le costaba, y lo confió al Cid (1090-1091). Aún más: el sobrino de Berenguer, Ramón Berenguer III, llamado el Grande, conde también de Barcelona, se casó con María, hija del Cid.

Seguro ya por esta parte, el Cid se dedicó a conquistar el litoral valenciano. Otra vez, a instancias de la reina de Castilla, intentó congraciarse con Alfonso, auxiliando a éste en una excursión que hacía contra los almorávides en 'Andalucía, y otra vez el rey se mostró receloso y airado (1092). El Cid tuvo que volverse a alejar de su rey, y para vengarse saqueó la Rioja,

desafiando al Conde de Nájera García Ordóñez, su antiguo enemigo, que no osó acudir a defender su condado. Vuelto a sus conquistas, puso sitio a la ciudad de Valencia, la cual tomó en 1094. El Emperador de los almorávides, Yúsuf, que a partir de 1090 venía apoderándose de la mayor parte de la España musulmana, intentó repetidas veces despojar al Cid de sus conquistas; pero sus ejércitos fueron dispersados o vencidos. El Cid afirmó aún más su dominio en las playas levantinas con la conquista de Almenara y de Murviedro, en 1098, tanto, que restauró allí la antigua diócesis, haciendo que el metropolitano de Toledo ordenase obispo de Valencia al clérigo francés D. Jerónimo de Perigord.

Después de la muerte del Cid (1099), doña Jimena mantuvo a Valencia contra los ataques de los almorávides, casi por espacio de tres años; pero tuvo, al fin, que pedir auxilio a su primo el rey Alfonso, el cual acudió a socorrerla, llevándosela consigo a Castilla, juntamente con el cadáver de Rodrigo, e incendiando a Valencia antes de abandonarla (1102). Ya hemos dicho que una hija del Cid, María, estuvo casada con el conde de Barcelona; la otra, Cristina, casó con el infante de Navarra Ramiro (v. nota a 3420).

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