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al Andalucía, en señal de lo cual tomó por divisa y hizo pintar por orla de su escudo y de sus armas dos ramos de granado trabados entre sí, por ser estas las armas de los reyes de Granada. Queria con esto todos entendiesen su voluntad, que era de no dejar la demanda antes de concluir aquella guerra contra moros y desarraigar de todo punto la morisma de España. En Nápoles al principio del año siguiente, que se contó de 1456, don Alonso de Aragon, príncipe de Capua, y doña Leonor, su hermana, nietos que eran del rey de Aragon, casaron á trueco con otros dos hermanos, hijos de Francisco Esforcia, don Alonso con Hipólita, y doña Leonor con Esforcia María, parentesco con que parecia grandemente se afirmaban aquella dos casas. El pontífice Calixto se alteró por esta alianza, que era muy contraria á sus intentos, mayormente que todo se enderezaba para asegurarse dél. El rey de Castilla volvió con nuevo brio á la guerra de los moros, pero sin los grandes. Siguió la traza y acuerdo de antes, y así solo dió la tala á los campos, y se hicieron presas y robos sin pasar adelante, por la cual causa los soldados estaban desgustados, y porque no les dejaban pelear, á punto de amotinarse. El Rey para prevenir mandó juntar la gente, y les habló en esta manera: «Justo fuera, soldados, que os dejárades regir de vuestro capitan, y no que le quisiérades gobernar, esperar la señal de la pelea, y no forzar á que os la dén. Las cosas de la guerra mas consisten en obedecer que en examinar lo que se manda, y el mas valiente en la pelea, ese antes della se muestra mas modesto y templado. A vos pertenecen las armas y el esfuerzo; á nos debeis dejar el consejo y gobierno de vuestra valentía; que los enemigos mas con maña que con fuerzas se han de vencer, género de victoria mas señalada y mas noble. Por todas partes estáis rodeados de enemigos poderosos y bravos. ¿Cuán grande gloria será conservar el ejército sin afrenta, sin muertes y sin sangre y juntamente poner fin y acabar guerra tan grande? Mucho mayor que pasar á cuchillo innumerables huestes de enemigos. Ninguna cosa, soldados, estimamos en mas que vuestra salud; en mas tengo la vida de cualquiera de vos que dar la muerte á mil moros.» Con este razonamiento los soldados, mas reprimidos que sosegados, fueron llevados á Córdoba, y despedidos cada cual por su parte, se repartieron para sus casas; otros repartieron por los invernaderos. El Rey otrosí por fin deste año se fué para la villa de Madrid. En este tiempo el rey de Portugal envió una gruesa armada la vuelta de Italia para que se juntase con la de la liga. Llegó en sazon que el fervor de las potencias de Italia se halló entibiado, y que nuevas alteraciones en Génova y en Sena, ciudades de Italia, se levantaron muy fuera de tiempo. Así, la armada de Portugal dió la vuelta á su casa sin hacer efecto alguno; cuya reina doña Isabel falleció en Ebora á los 12 de diciembre. Sospechóse y averiguóse que la ayudaron con yerbas. Hizo dar crédito á esta sospecha el grande amor que en vida la tuvieron sus vasallos, de que dió muestra el lloro universal de la gente por su muerte. El Rey, dado que quedaba en el vigor y verdor de su edad, por muchos años no se quiso casar. Fué este año no menos desgraciado para la ciudad de Nápoles y to

do aquel reino por los temblores de tierra con que muchos pueblos y castillos cayeron por tierra ó quedaron maltratados. El estrago mas señalado en Isernia y en Brindez; en lo postrero de Italia algunos edificios desde sus cimientos se allanaron por tierra, otros quedaron desplomados, hundióse un pueblo llamado Boiano, y quedó alli hecho un lago para memoria perpetua de daño tan grande. Muchos hombres perecieron; dícese que llegaron á sesenta mil almas. El papa Pio II y san Antonino quitan deste cuento la mitad, ca dicen que fueron treinta mil personas; de cualquier manera, número y estrago descomunal.

CAPITULO XVIII.

Cómo el rey de Aragon falleció.

No podia España sosegar ni se acababa de poner fin en alteraciones tan largas. Los navarros andaban alborotados con mayores pasiones que nunca. Los vizcaínos, sus vecinos, por la libertad de los tiempos tomaron entre sí las armas, y se ensangreutaban de cada dia con las muertes que de una y de otra parte se cometian. Los nobles y hidalgos robaban el pueblo, confiados en las casas que por toda aquella provincia á manera de castillos poseen las cabezas de los linajes, gran número de las cuales abatió el rey don Enrique, que de presto desde Segovia acudió al peligro y á sosegar aquella tierra con gente bastante. Esto sucedió por el mes de febrero del año de 1457. Desta manera con el castigo de algunos pocos se apaciguaron aquellos alborotos, y los demás quedaron avisados y escarmentados para no agraviar á nadie. En esta jornada y camino recibió el Rey en su casa un mozo, natural de Durango, que se llamó Perucho Munzar, adelante muy privado suyo. Deseaba el Rey, por hallarse cerca de Navarra, ayudar al príncipe don Cárlos, su amigo y confederado; dejólo de hacer á causa que por el mismo tiempo el Príncipo huyó y desamparó la tierra por no tener bastantes fuerzas para contrastar con las de Aragon y del conde de Fox, en especial que se decia tenia el rey de Francia parte en aquella liga, causa de mayor miedo. Esto le movió á pasar á Francia para reconciliarse con aquel Rey tan poderoso; pero, mudado de repente parecer por su natural facilidad ó por fiarse poco de aquella nacion, ca estaba ya prevenida de sus contrarios que ganaran por la mano, se determinó pasar á Nápoles para verse con su tio el rey de Aragon, que por sus cartas le llamaba, y con determinacion que, si movido de su justicia y razon no le ayudaba, de pasar su vida en destierro. De camino visitó al Pontífice, al cual se quejó de la aspereza de su padre y de su ambicion. Ofrecia que de buena gana pondria en manos de su Santidad todas aquellas diferencias y pasaria por lo que determinase; no se hizo algun efecto. Partió de Roma por la via Apia, y en Nápoles fué recebido bien y tratado muy regaladamente. Solo le reprehendió el Rey, su tio, amorosamente por haber tomado las armas contra su padre. Que si bien la razon y justicia estuviese claramente de su parte, debia obedecer y sujetarse al que le engendró y disimular el dolor que tenia conforme ú las leyes divinas, que no discrepan de las humanas. A

todo esto se excusó el Príncipe en pocas palabras de lo hecho, y en lo demás dijo se ponia en sus manos, presto de hacer lo que fuese su voluntad y merced. «Cortad, señor, por donde os diere contento; solamente os acordad que todos los hombres cometemos yerros, hacemos y tenemos faltas; este peca en una cosa, y aquel en otra. ¿Por ventura los viejos no cometísteis en la mocedad cosas que podian reprehender vuestros padres? Piense pues mi padre que yo soy mozo, y que él mismo en algun tiempo lo fué. » Despues desto, un hombre principal, llamado Rodrigo Vidal, enviado de Nápoles sobre el caso á España, trataba muy de veras de concertar aquellas diferencias. Desbarató estos tratados un nuevo caso, y fué que los parciales del Príncipe, sin embargo que estaba ausente, le alzaron por rey en Pamplona, que fué causa luego que se supo de dejar por entonces de tratar de la paz. El rey de Castilla, á instancia del de Navarra, que para el efecto entregó en rehenes á su hijo don Fernando, se partió de la ciudad de Victoria por el mes de marzo, y tuvo habla con él en la villa de Alfaro. Halláronse presentes las reinas de Castilla y de Aragon. Los regocijos y fiestas en estas vistas fueron grandes. Asentáronse paces entre los dos reyes. Demás desto, por diligencia de don Luis Dezpuch, maestre de Montesa, que de nuevo venia por embajador del rey de Aragon, y á su persuasion se revocó la liga que tenian asentada entre el de Fox y el Navarro, y todas las diferencias de aquel reino de Navarra por consentimiento de las partes y por su voluntad se comprometieron en el rey de Aragon como juez árbitro. La esperanza que todos destos principios concibieron de una paz duradera despues de tantas alteraciones y que con tanto cuidado se encaminaba salió vana y fué de poco efecto, como se verá adelante. En el Andalucía los reales de Castilla y la gente estaban cerca de la frontera de los moros. El rey don Enrique, despedidas las vistas, llegó allá por el mes de abril. Con su venida se hizo entrada por tierra de moros, no con menor ímpetu que antes ni con menor ejército. Llegaron hasta dar vista á la misma ciudad de Granada. Talaban los campos y ponian fuego á los sembrados. Sin esto cierto número de los nuestros se adelantó sin órden de sus capitanes para pelear con los enemigos, que por todas partes se mostraban. Eran pocos, y cargó mucha gente de los contrarios; así, fueron desbaratados con muerte de algunos, y entre ellos de Garci Laso, que era un caballero de Santiago de grande valor y esfuerzo. Este revés y la pérdida de persona tan noble irritó al Rey de suerte, que no solo quemó las mieses, como lo tenia antes de costumbre, sino que puso fuego á las viñas y arboledas, á que no solian antes tocar. Demás desto, en un pueblo que tomaron por fuerza, llamado Mena, pasaron todos los moradores á cuchillo sin perdonar á chicos ni á grandes ni aun á las mismas mujeres; que fué grande crueldad, pero con que se vengaron del atrevimiento y daño pasado. Con estos daños quedaron tan humillados los moros, que pidieron y alcanzaron perdon. Concertaron treguas por algunos años, con que pagasen cada un año de tributo doce mil ducados y pusiesen en libertad seiscientos cautivos cristianos, y si no los tuviesen, supliesen el número con dar otros tantos moros.

Erales afrentosa esta condicion; pero el espanto que les entró era tan grande, que les hizo allanarse y pasar por todo. Añadióse en el concierto que sin embargo quedase abierta la guerra por las fronteras de Jaen, do quedó por general don García Manrique, conde de Castañeda, con dos mil hombres de á caballo. Para ayuda á esta guerra envió el papa Calixto al principio deste año una bula de la cruzada para vivos y muertos, cosa nueva en España. Predicóla fray Alonso de Espina, que avisó al Rey en Palencia, do estaba, que el dinero que se llegase no se podia gastar sino en la guerra contra moros. Traia facultad para que en el artículo de la muerte pudiese el que fuese á la guerra ó acudiese para ella con docientos maravedís ser absuelto por cualquier sacerdote de sus pecados, puesto que perdida la habla, no pudiese mas que dar señales de alguna contricion; item, que los muertos fuesen libres de purgatorio; concedióse por espacio de cuatro años. Juntáronse con ella casi trecientos mil ducados; ¡cuán poco de todo esto se gastó contra los moros! Concluida la guerra, vino de Roma á Madrid un embajador que traia al Rey de parte del Papa un estoque y un sombrero, que se acostumbra de bendecir la noche de Navidad y enviar en presente á los grandes príncipes cual se entendia por la fama era don Enrique. Traia tambien cartas muy honoríficas para el Rey. No hay alegría entera en este mundo; á la sazon vino nueva que el conde de Castañeda, como fuese en busca de cierto escuadron de moros, cayó en una celada, y él quedó preso y gran número de los suyos destrozados. Pusieron en su lugar otro general de mas ánimo, mas prudencia y entereza. El Conde fué rescatado por gran suma de dinero, y las treguas mudaron en paces, que fué el remate desta guerra de los moros y principio de cosas nuevas. En Italia estaba la ciudad de Génova puesta en armas, dividida en parcialidades; el rey de Aragon favorecia á los adornos; Juan, duque de Lorena, hijo de Renato, duque de Anjou, que se llamaba duque de Calabria, era venido para acudir á los fregosos, bando contrario. El cuidado en que estos movimientos pusieron fué tanto mayor porque el rey de Aragon adoleció á 8 de mayo del año 1458 de una enfermedad que de repente le sobrevino en Nápoles. Della estuvo trabajado en Castelnovo hasta los 13 de junio. Agravábasele el mal; mandóse llevar á Castel del Ovo. Las bascas de la muerte hacen que todo se pruebe; no prestó nada la mudanza del lugar; rindió el alma á 27 de junio al quebrar del alba. Príncipe en su tiempo muy esclarecido, y que ninguno de los antiguos le hizo ventaja, lumbre y honra perpetua de la nacion española. Entre otras virtudes hizo estima de las letras, y tuvo tanta aficion á las personas señaladas en erudicion, que, aunque era de gran edad, se holgaba de aprehender dellos y que le enseñasen. Tuvo familiaridad con Laurencio Valla, con Antonio Panhormita y con Georgio Trapezuncio, varones dignos de inmortal renombre por sus letras muy aventajadas. Sintió mucho la muerte de Bartolomé Faccio, cuya historia anda de las cosas deste Rey, que falleció por el mes de noviembre próximo pasado. Como una vez oyese que un rey de España era de parecer que el príncipe no se debe dar á las letras, replicó que aquella palabra no

era de rey, sino de buey. Cuéntanse muchas gracias, donaires y dichos agudos deste Príncipe para muestra de su grande ingenio, elegante, presto y levantado; mas no me pareció referillos aquí. Poco antes de su muerte se vió un cometa entre Cancro y Leon con la cola que tenia la largura de dos signos ó de sesenta grados, cosa prodigiosa, y que, segun se tiene comunmente, amenaza á las cabezas de grandes príncipes. Otorgó su testamento un dia antes de su muerte. En él nombró á don Juan, su hermano, rey que era de Navarra, por su sucesor en el reino de Aragon; el de Nápoles como ganado por la espada mandó á su hijo don Fernando, ocasion en lo de adelante de grandes alteraciones y guerras. De la Reina, su mujer, no hizo mencion alguna. Hobo fama, y así lo atestiguan graves autores, que trató de repudialla y de casarse con una su combleza, llamada Lucrecia Alania. Hállase una carta del pontífice Calixto toda de su mano para la Reina, en que dice que le debia mas que á su madre, pero que no conviene se sepa cosa tan grande. Que Lucrecia vino á Roma con acompañamiento real, pero que no alcanzó lo que principalmente deseaba y esperaba, porque no quiso ser juntamente con ellos castigado por tan grave maldad. El mayor vicio que se puede tachar en el rey don Alonso fué este de la incontinencia y poca honestidad. Verdad es que dió muestras de penitencia en que á la muerte confesó sus pecados con grande humildad, y recibió los demás sacramentos á fuer de buen cristiano. Mandó otrosí que su cuerpo sin túmulo alguno, sino en lo llano y á la misma puerta de la iglesia, fuese enterrado en Poblete, entierro de sus antepasados, que fué señal de modestia y humildad. Falleció por el mismo tiempo don Alonso de Cartagena, obispo de Búrgos, cuyas andan algunas obras, como de suso se dijo; una breve historia en latin de los reyes de España, que intituló Anacefaleosis, sin los demás libros suyos, que la Valeriana refiere por menudo, y aquí no se cuentan. Por su muerte en su lugar fué puesto don Luis de Acuña.

CAPITULO XIX.

Del pontifice Pio II,

Con la muerte del rey don Alonso se acabó la paz y sosiego de Italia; las fuerzas otrosí del reino de Nápoles fueron trabajadas, que parecia estar fortificadas contra todos los vaivenes de la fortuna. Una nueva y cruelísima guerra que se emprendió en aquella parte lo puso todo en condicion de perderse; con cuyo suceso, mas verdaderamente se ganó de nuevo que se conservó lo ganado. Tenia el rey don Fernando de Nápoles ingenio levantado, cultivado con los estudios de derechos, y era no menos ejercitado en las armas, dos ayudas muy a propósito para gobernar su reino en guerra y en paz. No reconocia ventaja á ninguno en luchar, saltar, tirar ni en hacer mal á un caballo. Sabia sufrir los calores, el frio, la hambre, el trabajo. Era muy cortés y modesto; á todos recogia muy bien, á ninguno desabria, y á todos hablaba con benignidad. Todas estas grandes virtudes no fueron parte para que no fuese aborrecido de los barones del reino, que conforme á la costumbre natural de los hombres deseaban

mudanza en el estado. Cuanto á lo primero, don Carlos, príncipe de Viana, fué inducido por muchos á pretender aquel reino como á él debido por las leyes. Decian que don Fernando era hijo bastardo, que no fué nombrado y jurado por votos libres del reino, antes por fuerza y miedo fueron los naturales forzados á dar consentimiento. Daba él de buena gana oido á estas invenciones, y mas le faltaban las fuerzas que la voluntad para intentar de apoderarse de aquel reino. Algunos se le ofrecian, pero no se fiaba, por ver que es cosa mas fácil prometer que cumplir, especial en semejantes materias. No pudieron estos tratos estar secretos. Recelóse del nuevo Rey, y así determinó en ciertas naves de pasar á Sicilia para esperar allí qué término aquellos negocios tomarian. En el tiempo que anduvo desterrado por aquellas partes tuvo en una mujer baja, llamada Capa, dos hijos, que se dijeron, el uno don Felipe, y el otro don Juan; demás destos en María Armendaria, mujer que fué de Francisco de Barbastro, una hija, que se llamó doña Ana, y casó con don Luis de la Cerda, primer duque de Medinaceli. Sin embargo de los tratos dichos, doce mil ducados de pension que el rey don Alonso dejó en su testamento cada un año á este Príncipe desterrado, su hijo el rey don Fernando mandó se le pagasen. Con la ida del príncipe don Cárlos á Sicilia no se sosegaron los señores de Nápoles, antes el prín< cipe de Taranto y el marqués de Cotron enviaron á solicitar á don Juan, el nuevo rey de Aragon, para que viniese á tomar aquel reino. El fué mas recatado; que contento con lo seguro y con las riquezas de España, no hizo mucho caso de las que tan léjos le caian. Partió de Tudela, y sabida la muerte de su hermano, llegado á Zaragoza por el mes de julio, tomó posesion del reino de Aragon, no como vicario y teniente, que ya lo era, sino como propietario y señor. La tempestad que de parte del pontífice Calixto, de quien menos se temia, se levantó fué mayor. Decia que no se debia dar aquel reino feudatario de la Iglesia romana á un bastardo, y pretendia que por el mismo caso recayó en su poder y de la Silla Apostólica. Sospechábase que eran colores y que buscaba nuevos estados para don Pedro de Borgia, que habia nombrado por duque de Espoleto, ciudad en la Umbria; ambicion fuera de propósito y poco decente á un viejo que estaba en lo postrero de su edad olvidado del lugar de que Dios le levantó. Parecia con esto que Italia se abrasaria en guerra; temian todos no se renovasen los males pasados. Deseaba el rey don Fernando aplacar el ánimo apasionado del Pontífice y ganalle; con este intento le escribió una carta deste tenor y sustancia: «Estos dias en lo mas recio del dolor y » de mi trabajo avisé á vuestra Santidad la muerte de » mi padre; fué breve la carta como escrita entre las » lágrimas. Al presente, sosegado algun tanto el lloro, » me pareció avisar que mi padre un dia antes de su » muerte me encargó y mandó ninguna cosa en la tierra >> estimase en mas que vuestra gracia y autoridad; con » la santa Iglesia no tuviese debates, aun cuando yo fue» se el agraviado, que pocas veces suceden bien seme»jantes desacatos. A estos consejos muy saludables, » para sentirme mas obligado se allegan los beneficios » y regalos que tengo recebidos, ca no me puedo olvi

» dar que desde los primeros años tuve á vuestra San»tidad por maestro y guia; que nos embarcamos jun>>tos en España, y en la misma nave llegamos á las » riberas de Italia, no sin providencia de Dios, que tenia >> determinado para el uno el sumo pontificado, y para >> mí un nuevo reino y muestra muy clara de nuestra >>felicidad y de la concordia muy firme de nuestros >> ánimos. Así pues, deseo ser hasta la muerte de á quien >> desde niño me entregué, y que me reciba por hijo, »ó mas aína que, pues me tiene ya recebido por tal, me >>trate con amor y regalo de padre, que yo confio en » Dios en mí no habrá falta de agradecimiento ni de >> respeto debido á obligaciones tan grandes. De Nápo» les, 1.o de julio.» No se movió el Pontífice en alguna manera por esta carta y promesas, antes comenzó á solicitar los príncipes y ciudades de Italia para que tomasen las armas; grandes alteraciones y práticas, que todas se deshicieron con su muerte. Falleció á 6 de agosto, muy á propósito y buena sazon para las cosas de Nápoles. Fué puesto en su lugar Eneas Silvio, natural de Sena, del linaje de los Picolominis, que cumplió muy bien con el nombre de Pio II que tomó en restituir la paz de Italia y en la diligencia que usó para renovar la guerra contra los turcos. Nombró por rey de Nápoles á don Fernando; solamente añadió esta cortapisa, que no fuese visto por tanto perjudicar á ninguna otra persona. Convocó concilio general de obispos y príncipes de todo el orbe cristiano para la ciudad de Mantua con intento de tratar de la empresa contra los turcos. No se sosegaron por esto las voluntades de los neapolitanos ya una vez alterados. Los calabreses tomaron las armas, y Juan, duque de Lorena, con una armada de veinte y tres galeras, llamado de Génova, do á la sazon se hallaba, aportó á la ribera de Nápoles. El principal atizador deste fuego era Antonio Centellas, marqués de Girachi y Cotron, que pretendia con aquella nueva rebelion vengar en el hijo los agravios recebidos del rey don Alonso, su padre, sin reparar por satisfacerse de anteponer el señorío de franceses al de España, si bien su descendencia y alcuña de su casa era de Aragon; tanto pudo en su ánimo la indignacion y la rabia que le hacia despeñar. Fueron estas alteraciones grandes y de mucho tiempo, y seria cosa muy larga declarar por menudo todo lo que en ellas pasó. Dejadas pues estas cosas, volverémos á España con el órden y brevedad que llevamos. En Castilla el rey don Enrique levantaba hombres bajos á lugares altos y dignidades; á Miguel Lúcas de Iranzu, natural de Belmonte, villa de la Mancha, muy privado suyo, nombró por condestable, y le hizo demás desto merced de la villa de Agreda y de los castillos de Veraton y Bozmediano. A Gomez de Solís, su mayordomo, que se llamó Cáceres del nombre de su patria, los caballeros de Alcántara á contemplacion del Rey le nombraron por maestre de aquella órden en lugar de don Gutierre de Sotomayor. A los hermanos destos dos dió el Rey nuevos estados. A Juan de Valenzuela el priorado de San Juan. Pretendia con esto oponer, así estos hombres como otros de la misma estofa, á los grandes que tenia ofendidos, y con subir unos abajar á los demás; artificio errado, y cuyo suceso no fué bueno. El mismo Rey en Madrid, do era su or

dinaria residencia, no atendia á otra cosa sino á darse á placeres, sin cuidado alguno del gobierno, para el cual no era bastante. Su descuido demasiado le hizo despeñarse en todos los males, de que da clara muestra la costumbre que tenia de firmar las provisiones que le traian, sin saber ni mirar lo que contenian. Estaba siempre sujeto al gobierno de otro, que fué gravísima mengua y daño, y lo será siempre. Las rentas reales no bastaban para los grandes gastos de su casa y para lo que derramaba. Avisóle desto en cierta ocasion Diego Arias, su tesorero mayor. Díjole parecia debia reformar el número de los criados, pues muchos consumian sus rentas con salarios que llevaban, sin ser de provecho alguno ni servir los oficios á que eran nombrados. Este consejo no agradó al Rey; así, luego que acabó de hablar, le respondió desta manera: «Yo tambien si fuese Arias tendria mas cuenta con el dinero que con la benignidad. Vos hablais como quien sois; yo haré lo que á rey conviene, sin tener algun miedo de la pobreza ni ponerme en necesidad de inventar nuevas imposiciones. El oficio de los reyes es dar y derramar y medir su señorío, no con su particular, sino enderezar su poder al bien comun de muchos, que es el verdadero fruto de las riquezas; á unos damos porque son provechosos, á otros porque no sean malos.» Palabras y razones dignas de un gran príncipe, si lo demás conformara y no desdijera tanto de la razon. Verdad es que con aquella su condicion popular ganó las voluntades del pueblo de tal manera, que en ningun tiempo estuvo mas obediente á su príncipe; por el contrario, se desabrió la mayor parte de los nobles. Quitaron á Juan de Luna el gobierno de la ciudad de Soria y le echaron preso; todo esto por maña de don Juan Pacheco, que pretendia por este camino para su hijo don Diego una nieta de don Alvaro de Luna, que dejó don Juan de Luna, su hijo, ya difunto, y al presente estaba en poder de aquel gobernador de Soria por ser pariente y su mujer tia de la doncella. Pretendia con aquel casamiento, por ser aquella señora heredera del condado de Santisteban, juntar aquel estado, como lo hizo, con el suyo. Asimismo con la revuelta de los tiempos el adelantado de Murcia Alonso Fajardo se apoderó de Cartagena y de Lorca y de otros castillos en aquella comarca. Envió el Rey contra él á Gonzalo de Saavedra, que no solo le echó de aquellas plazas, sino aun le despojó de los pueblos paternos, y tuvo por grande dicha quedar con la vida. Falleció á la misma sazon el marqués de Santillana. Dejó estos hijos: don Diego, que le sucedió, don Pedro, que era entonces obispo de Calahorra, don Iñigo, don Lorenzo y don Juan y otros, de quien descienden linajes y casas en Castilla muy nobles. Tambien la Reina viuda de Aragon falleció en Valencia á 4 de setiembre; su cuerpo enterraron en la Trinidad, monasterio de monjas de aquella ciudad. El entierro ni fué muy ordinario ni muy solemne. El premio de sus merecimientos en el cielo y la fama de sus virtudes en la tierra du. rarán para siempre. Poco adelante el rey de Portugal con una gruesa armada que apercibió ganó en Africa de los moros, á 18 de octubre, dia miércoles, fiesta de san Lúcas, un pueblo llamado Alcázar, cerca de Ceuta. Acompañaronle en esta jornada don Fernando, su her

mano, duque de Viseo, y don Enrique, su tio. Duarte de Meneses quedó para el gobierno y defensa de aquella plaza, el cual con grande ánimo sufrió por tres veces grande morisma que despues de partido el Rey acudieron, y con encuentros que con ellos tuvo quebrantó su avilenteza y atrevimiento; caudillo en aquel tiempo señalado y guerrero sin par. De Sicilia envió don Cárlos, príncipe de Viana, embajadores á su padre para ofrecer, si le recebia en su gracia, se pondria en sus manos y le seria hijo obediente; que le suplicaba perdonase los yerros de su mocedad como rey y como padre. No eran llanas estas ofertas. En el mismo tiempo solicitaba al rey de Francia y á Francisco, duque de Bretaña, hiciesen con él liga; liviandad de mozo y muestra del intento que tenia de cobrar por las armas lo que su padre no le diese. Esto junto con recelarse de los sicilianos, que le mostraban grande aficion, no le alzasen por su rey, hizo que su padre le otorgó el perdon que pedia; con que á su llamado llegó á las riberas de España por principio del año 1459. Desde allí pasó á Mallorca para entretenerse y esperar lo que su padre le ordenaba; no tenia ni mucha esperanza ni ninguna que le entregaria el reino de su madre. La muerte, que le estaba muy cerca, como suele, desbarató todas sus trazas. Los trabajos continuados hacen despeñar á los que los padecen, y á veces los sacan de juicio. Pedia por sus embajadores, que eran personas principales, que su padre le perdonase á él y á los suyos y pusiese en libertad al condestable de Navarra don Luis de Biamonte, con los demás que le dió los años pasados en rehenes. Que le hiciese jurar por príncipe y heredero y le diese libertad y licencia para residir en cualquier lugar y ciudad que quisiese fuera de la corte. Que sus estados de Viana y de Gandía acudiesen á él con las rentas, y no se las tuviese embargadas. Debajo desto ofrecia de quitar las guarniciones de las ciudades y castillos que por él se tenían en Navarra. Llevaba muy mal que su hermana doña Leonor, mujer del conde de Fox, estuviese puesta y encargada del gobierno de aquel reino, y así pedia tambien se mudase esto. Gastóse mucho tiempo en consultar; al fin ni todo lo que pedia le otorgaron, ni aun lo que le prometieron se lo cumplieron con llaneza. Decíase y creia el pueblo que todo procedia de la Reina, que como madrastra aborrecia al Príncipe y procuraba su muerte, por temer y recelarse no le iria bien á ella ni á sus hijos si el príncipe don Carlos llegase á suceder en los reinos de su padre.

CAPITULO XX.

De ciertos pronósticos que se vieron en Castilla.

La semilla de grandes alteraciones que en Castilla todavía duraba en breve brotó y llegó á rompimiento. El Rey, demás de su poco órden, se daba á locos amores sin tiento, y sin tener cuidado del gobierno. Primero estuvo aficionado á Catalina de Sandoval, la cual dejó porque consintió que otro caballero la sirviese; sin embargo, poco despues la hizo abadesa en Toledo del monasterio de monjas de San Pedro de las Dueñas, que estuvo en el sitio que hoy es el hospital de Santa Cruz. El color era que tenian necesidad de ser reforma

das; buen título, pero mala traza, pues no era para esto á propósito la amiga del Rey; á su enamorado Alonso de Córdoba hizo cortar la cabeza en Medina del Campo. En lugar de Catalina de Sandoval entró doña Guiomar, con quien ninguna, fuera de la Reina, se igualaba en apostura, de que entre las dos resultaron competencias. A la dama favorecia don Alonso de Fonseca, que ya era arzobispo de Sevilla; á la Reina el marqués de Villena. Con esto toda la gente de palacio se dividió en dos bandos, y la criada se ensoberbecia y engreia contra su ama. Llegaron á malas palabras y riñas, dijéronse baldones y afrentas, sin que ninguna dellas pusiese nada de su casa. Llegó el negocio á que la Reina un dia puso las manos con cierta ocasion en la damna y la mesó malamente, cosa que el Rey sintió mucho y hizo demonstracion dello. Añadióse otra torpeza nueva, y fué que don Beltran de la Cueva, mayordomo de la casa real y muy querido del Rey, á quien el Rey diera riquezas y estado, halló entrada á la familiaridad de la Reina sin tener ningun respeto á la majestad ni á la fama. El pueblo, que de ordinario se inclina á creer lo peor y á nadie perdona, echaba á mala parte esta conversacion y trato; algunos tambien se persuadian que el Rey lo sabia y consentia para encubrir la falta que tenia de ser impotente; torpeza increible y afrenta. Puédese sospechar que gran parte desta fábula se forjó en gracia de los reyes don Fernando y doña Isabel cuando el tiempo adelante reinaron; y que le dió probabilidad la flojedad grande y descuido deste príncipe dou Enrique, junto con el poco recato de la Reina y su soltura. Los años adelante creció esta fama cuando por la venida de un embajador de Bretaña, don Beltran, en un torneo que se hizo entre Madrid y el Pardo fué mantenedor, y acabado el torneo, hizo un banquete mas esplendido Y abundante que ningun particular le pudiera dar. De que recibió tanto contento el rey don Enrique, que en el mismo lugar en que hicieron el torneo, mandó para memoria edificar un monasterio de frailes jerónimos, del cual sitio por ser malsano se pasó al en que de presente está cerca de Madrid. A ejemplo de los príncipes, el pueblo y gente menuda se ocupaba en deshonestida des sin poner tasa ni á los deleites ni á las galas. Los nobles sin ningun temor del Rey se hermanaban entre sí, quién por sus particulares intereses, quién con deseo de poner remedio á males y afrentas tan grandes. Hobo en un mismo tiempo muchas señales que pronosticaban, como se entendia, los males que por estas causas amenazaban. Estas fueron una grande llama que se vió en el cielo, que dividiéndose en dos partes, la una discurrió hácia levante y se deshizo, la otra duró por un espacio. Item, en el distrito de Burgos y de Valladolid cayeron piedras muy grandes, que hicieron gran le estrago en los ganados. En Peñalver, pueblo del Alcarria, en el reino de Toledo, se dice que un infante de tres años anunció los males y trabajos que se aparejaban si no hacian penitencia y se enmendaban. Eutre los leones del Rey en Segovia hobo una grande carnicería, en que los leones menores mataron al mayor y comieron alguna parte dél; cosa extraordinaria asaz. No faltó gente que pensase y aun dijese, por ser aquella bestia rey de los otros animales, que en aquello se pronosti

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