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nobleza y hacelle inhábil para ser rey; finalmente, le desterró á Beja, ciudad de la Lusitania. Con la ocasion destas revueltas se levantó otro, por nombre Malarico, y con el favor que tenia entre aquella gente se llamó rey. Acudió Leuvigildo tambien á esto, sosegó estas nuevas alteraciones, con que toda la Galicia quedó sin contradiccion por suya; ca Eborico se debió quedar como particular en el monasterio, ni el rey godo debió tener mucha voluntad de restituirle. Por esta manera el rey de los suevos, que en algun tiempo floreció mucho y põseyó una buena parte de España por espacio de ciento y setenta y cuatro años, cayó de todo punto, que fué el año de Cristo 586. En el mismo año Leuvigildo falleció en Toledo el 18, despues que con su hermano comenzara á reinar. Hay fama, y muchos autores lo atestiguan, que al fin de la vida, estando en la cama enfermo sin esperanza de salud, abjuró la impiedad arriana, y volvió su ánimo á lo mejor y á la verdad; y que en particular con Recaredo, su hijo, trató cosas en favor de la religion católica. Díjole que el reino que, adquiridas y ganadas muchas ciudades, le dejaba muy grande, seria muy mas afortunado si toda España y todos los godos recibiesen despues de tanto tiempo la antigua y verdadera religion. Encargóle tuviese en lugar de padres á Leandro y á Fulgencio, á quien mandó en su testamento alzar el destierro. Avisóle que, así en las cosas de su casa en particular como en el gobierno del reino, se aprovechase de sus consejos. Y aun Gregorio Magno refiere que antes que muriese de aquella enfermedad encargó mucho á Leandro, que debió venir á la sazon, cuidase mucho de Recadero, su hijo, que por sus amonestaciones esperaba y aun deseaba en las costumbres, humanidad y todo lo demás semejase á Hermenegildo, su hermano, á quien él sin bastante causa dió la muerte. Puédese creer que las oraciones del santo mártir fueron mas dichosas y eficaces despues de muerto que en la vida para alcanzar de Dios que su padre se redujese á buen estado. Nuestros historiadores refieren que Leuvigildo, dado que de corazon era católico, no abjuró públicamente, como era necesario, la herejía por acomodarse con el tiempo y por miedo de sus vasallos. Máximo dice se halló presente á la muerte deste Rey y vió las señales de su arrepentimiento y sus lágrimas. Pone su muerte año 587, 2 de abril, miércoles al amanecer. Este su desengaño se debió encaminar, entre otras cosas, por muchos milagros que se hicieron en favor de la religion católica. Entre los demás se cuentan los siguientes: En el tiempo que perseguia con las armas á su hijo inocente, un monasterio que estaba en la comarca y ribera de Cartagena con advocacion de San Martin, huido que se hobieron los monjes á una isla que por allí caia, fué saqueado por los soldados del Rey; uno dellos, desnuda la espada, como acometiese al abad que solo quedaba, en castigo de su sacrilegio cayó muerto en tierra; el Rey, sabido el suceso, mandó que toda la presa se restituyese al monasterio. Sucedió otrosí en una disputa que hobo sobre la religion que un católico, en testimonio de la verdad que profesaba, tomó en la mano, sin recebir alguna lesion ni daño, un anillo del fuego en que estaba ardiendo, sin que el hereje se atreviese á hacer otro tanto en defensa de su secta. Con estos y otros milagros comenzaba el ánimo del Rey á moverse y vacilar. Preguntó á cierto obispo

M-1.

arriano por qué causa los arrianos no ilustraban su secta y la acreditaban con semejantes obras ni hacian milagros como los católicos, tales y tan grandes. A esta pregunta el Obispo « á muchos, dice, oh Rey, si es lícito decir verdad y blasonar á la manera de los contrarios de nuestras cosas, que eran sordos, hice que oyesen, y aun abri los ojos de los ciegos para que pudiesen ver. Pero las cosas que hasta aquí por huir ostentacion se han hecho sin testigos, quiero hacellas públicamente y probar con las obras la verdad de lo que digo. » No paró en palabras, sino que se vino á la prueba. Pasaba el Rey poco despues desto por una calle. Cierto arriano, que á persuasion del Obispo fingió estar ciego, á grandes voces pedia que le fuese por él restituida la vista; representaba la comedia delante del mismo que la inventara; tendia las manos, hacia otros ademanes en que mostraba esperaba con humildad la sanidad por los ruegos y santidad del Obispo. Estaban todos suspensos y esperaban ver alguna maravilla; y fué así, pero al revés de lo que cuidaban, porque el engañador malvado, luego que el Obispo le tocó los ojos con sus manos, quedó de todo punto ciego y perdió la vista que antes tenia. Conoció el miserable su daño, y vencido del dolor, que pudo mas que la vergüenza, confesó luego la verdad y descubrió á la hora el engaño y toda la trama. Por estos caminos la secta arriana, como era razon, comenzó en grande manera á ir de caida, y el ánimo del Rey á enajenarse poco a poco, maá yormente que por espacio de cuatro años gran muchedumbre de langosta talaba de todo punto los campos de España, y mas del reino de Toledo, en que por la templanza del aire suele tener mas fuerza esta plaga. El pueblo, como acostumbra, decia ser castigo de Dios en venganza de la muerte de Hermenegildo y de la persecucion que hacian contra la verdadera religion. Esta loa á lo menos se debe á Leuvigildo por testimonio del mismo san Isidoro, que despues del rey Alarico reformó las leyes de los godos, que con el tiempo andaban estragadas; añadió unas y quitó otras. Paulo, diácono de Mérida, refiere otrosí lo que vió, es á saber, que el abad Nuncto, varon de grande santidad, como quier que de Africa pasase á Mérida con deseo de visitar el sepulcro de santa Olalla, desde aquella ciudad, por huir la vista de mujeres, poco despues se apartó al yermo, donde, dado que era católico, el Rey le sustentó á su costa hasta tanto que los rústicos comarcanos se conjuraron contra él y le dieron la muerte. La causa no se sabe; por ventura no podian sufrir las reprehensiones libres de aquel varon santo por ser hombres feroces y de rudo ingenio. No castigó el Rey este caso; castigóle Dios con que los demonios se apoderaron de los matadores sacrilegos. Por conclusion, Leuvigildo fué el primero de los reyes godos que usó de vestidura diferente de la del pueblo, y el primero que trajo insignias reales, y usó de aparato y atuendo de príncipe, cetro y corona y vestidos extraordinarios; cosas que cada uno conforme á su ingenio podrá reprehender ó alabar, por razones que para lo uno y para lo otro se podrian representar.

1.0

CAPITULO XIV.

garon los malos tratamientos que de todas maneras ha-
bian hecho á los católicos. Es así que toda herejía es
cruel y fiera, y ningunas enemistades hay mayores que
las que se forjan con voz y capa de religion, ca los hom-
bres se hacen crueles y semejables á las bestias fieras.
Estas alteraciones de la Gallia Narbonense se levanta-
ron y sosegaron al principio del reinado deste Príncipe
en tiempo que el décimo mes despues que se encargó
del gobierno renunció él publicamente la secta arriana
y abrazó la antigua y católica religion. Restituyó otrosi
á las iglesias los derechos y posesiones que su padre
les quitara, además de nuevos templos y monasterios
de monjes que con real magnificencia á su costa levan-
taba. A muchos de sus vasallos volvió las haciendas y
honras de que su padre los despojara, cuya acedia so-
brepujaba él con su benignidad, y sus malas obras con
beneficios que á todos hacia. Ocupábase el Rey en es-
tas obras, y la divina Providencia cuidaba de sus cosas.
El rey Guntrando habia enviado un su capitan, por nom-
bre Desiderio, con un grueso ejército para que en ven-
ganza de los daños pasados rompiese por las tierras que
los godos poseian en la Gallia. Acudieron las gentes de
Recaredo, vinieron con el francés á batalla junto á la
ciudad de Carcasona, en que al principio los godos lle-
varon lo peor y volvieron las espaldas. Recogiéronse
dentro de la ciudad; y desde allí puestos de nuevo en
Sy
ordenanza salieron contra los franceses, que sin con-
cierto seguian la victoria. Cargaron con tal denuedo
sobre ellos y con tal esfuerzo, que con la ayuda de Dios
se trocó el suceso de la pelea, y los godos, olvidados de
las heridas y del trabajo, vencieron y desbarataron á los
enemigos y los pusieron en huida ; que estaban atóni- ̧
tos por la osadía y denuedo de los godos, que tenian por
vencidos y la victoria por suya. Murió el general fran-

De los principios del rey Recaredo. Hiciéronse las exequias del rey Leuvigildo con la solemnidad que era razon. Concluidas, Recaredo, su hijo y sucesor, volvió su pensamiento á dar órden en las cosas de su casa, y consiguientemente en el estado de la república. Pretendia ante todas cosas aplacar y ganar á los reyes de Francia, y aun el tiempo adelante para que la paz fuese mas firme, muerta Bada, su primera mujer, trató de emparentar con Childeberto, rey de Lorena, casando con Clodosinda, otra su hermana. Para alcanzar esto con mayor facilidad envió á excusarse que no tuvo parte en la muerte de Hermenegildo, antes le dolió en el alma aquel desastre de su hermano. No era aun llegada la sazon de efectuar cosa tan grande, si bien estaba ya cerca. Lo que sobre todo importaba fué que, por consejo de los dos hermanos Leandro y Fulgencio, como católico que ya era de secreto, comenzó muy de veras á tratar de restituir en España la religion católica; bien que por entonces le pareció disimular algun tanto y no forzar el tiempo, sino acomodarse con él. Consideraba la condicion del pueblo, que se deja mas fácilmente doblegar con maña que quebrantar por fuerza, especial en materia de mudar la religion en que desde su primera edad se criaron. Acordó pues para salir con su intento usar de artificio y de industria, halagar á unos, sobrellevar á otros, y con mercedes que les hacia ganallos á todos. Sucedió todo como se podia desear, ca sabida la voluntad del Rey, bien así los grandes que los menudos se rindieron á ella y vinieron de buena gana en lo que al principio pareció tan dificultoso. Así que los godos todos, y entre los suevos los que perseveraban en la locura del error antiguo de comun acuerdo le dejaron y abraza-cés, y de sus gentes pocos se salvaron por los piés, los ron el partido de la Iglesia católica, y juntamente con esto pretendian ganar la gracia de su señor, al cual, demás de su buena condicion y sus costumbres muy suaves, ayudaba mucho su gentil disposicion y rostro para ganar las voluntades de todos. Con que por toda la vida fué muy amado de sus vasallos, y despues de muerto su memoria muy agradable á los que le sucedieron adelante. Cosa forzosa es que en la mudanza de la religion resulten en el pueblo alteraciones y alborotos; la buena traza de Recaredo hizo que en su tiempo y por esta causa ni durasen mucho, ni fuesen muy señalados; y la severidad que usó en castigar, no solamente no fué odiosa por ser necesaria, sino tambien popular y á todos, así grandes como pequeños, agradable. El primero que hizo rostro á la pretension del Rey fué el obispo Ataloco en la Gallia Narbonense por ser tan aficionado á la secta arriana y en tanto grado, que vulgarmente le llamaban Arrio. Allegáronsele en la misma provincia los condes Granista y Bildigerno, sea movidos de sí mismos, sea á persuasion del Obispo. La verdad es que tomaron las armas contra el Rey y alteraron el pueblo para que se rebelase; pero este torbellino, que amenanazaba mayor tempestad y daño, tuvo breve y fácil fin á causa que Ataloco falleció de puro pesar por ver que los suyos llevaban lo peor y que por estar los del pueblo inclinados á la religion católica no les podia persuadir que no hiciesen mudanza. A los condes vencieron en batalla las gentes de Recaredo, y con esto ven

mas quedaron tendidos en el campo. Todo esto sucedió dentro del primer año del reinado de Recaredo, que fué el de Cristo de 587, segun que se entiende por un letrero de aquel tiempo que halló estos años en una piedra de Toledo, y le puso en el claustro de la iglesia mayor el maestro Juan Bautista Perez, canónigo á la sazon y obrero de aquella iglesia, y despues por sus buenas partes de erudicion y virtud, dado que de gente humilde, murió obispo de Segorve. Las letras dicen:

IN NOMINE DOMINI CONSECRATA ECCLESIA SANCTAE MARIAE
IN CATHOLICO die primo iduS APRILIS, ANNO FELICITER PRI-
MO REGNI DOMINI nostri GLORIOSISSIMI FL. RECCAREDI RE-
GIS, ERA DCXXV.

Quiere decir: «En nombre del Señor consagróse la igle-
sia de Santa María en el barrio de los católicos, ó á la
manera de los católicos, á 13 de abril en el año dicho-
samente primero del reinado de nuestro señor el glo-
riosísimo rey Flavio Recaredo, era 625», es á saber, el
año de Cristo de 587 puntualmente. Máximo hace men-
cion desta consagracion, que él llama reconciliacion
por estar aquella iglesia profanada por los arrianos. En
el año siguiente se descubrió una conjuracion que se
tramaba contra el Rey por la misma causa de la mu-
danza en la religion. Fué así que Mausona, mudadas
las cosas, volvió á su arzobispado de Mérida. Sunna,
arriano, que estaba puesto en su lugar, y su competi-
dor, llevó mal esta vuelta y restitucion, por ver era ne-

cesario caer él de un lugar tan alto y preeminente como tenia. Comunicó su sentimiento con algunos de su parcialidad, y concertó de quitar la vida á Mausona, empresa atrevida y loca, mayormente que residia en aquella ciudad el duque Claudio con cargo del gobierno de toda la Lusitania, y tenia puesta en aquella ciudad guarnicion de soldados, persona esclarecida por la constancia de la religion católica, segun que se entiende por las cartas que le escribieron los santos Gregorio el Magno y Isidoro. Advertidos los conjurados del peligro que corrian por esta causa, acordaron de dar la muerte juntamente á Mausona y á Claudio. La ejecucion de hecho tan grande encomendaron á Witerico, mozo de grande ánimo y osadía, y que se criaba en la misma casa de Claudio, y aun con el tiempo vino á ser rey de los godos y de España; en tales tratos se ejercitaba el que se criaba para reinar. Para ejecutar este caso era necesario buscar alguna ocasion. Sunna mostró querer visitar á Mausona, y pidió para ello le señalase lugar y tiempo. Sospechó el santo prelado lo que era, y que en muestra de amor le podrian armar alguna celada. Avisó á Claudio para que se hallase presente y para que con su valor y autoridad reprimiese la malicia de su compe tidor, si alguna tenia tramada. Pareció á los conjurados buena ocasion esta para de una vez ejecutar sus malos intentos. Llegado el tiempo de la visita, saludáronse los unos y los otros como es de costumbre; despues de las primeras razones los conjurados hicieron señal á Witerico, que, como lo tenia de costumbre, estaba á las espaldas de Claudio. No pudo en manera alguna arrancar la espada, dado que acometió á hacerlo, quier fuese por cortarse con el miedo como mozo, quier por favorecer Dios á los inocentes, que debió ser lo mas cierto, y comunmente se tuvo por milagro; si bien los conjurados no por eso se apartaron de su mal propósito; antes acordaron en una pública procesion que hacian á la iglesia de Santa Olalla, que estaba en el arrabal de aquella ciudad, matar sin distincion alguna al Prelado y á todos los que en ella iban. Para obrar esta crueldad metieron gran número de espadas en ciertos carros que traian cargados de trigo. Acudió nuestro Se ñor á este peligro; porque Witerico, sea por causa del milagro pasado, sea por aborrecimiento de aquella maldad, mudado de propósito, dió aviso de aquella trama. Adelantóse Claudio y ganó por la mano, acometió con su gente á Sunna y á sus parciales, que eran muchos, degolló á todos los que se pusieron en defensa y prendió á los demás. Dió aviso al Rey de todo lo que pasaba; y por su mandado aplicó al fisco todos los bienes de los principales, y á ellos despojó de los oficios y acostamiento que tenian, juntamente con desterrarlos á diversas partes. A Sunna, cabeza de la conjuraciou, dieron á escoger que dejase á España ó renunciase la herejía, que fué un partido mejor y de mayor clemencia que él merecia; él, por estar obstinado en su mal propósito, escogió de pasarse en Africa; á Witerico por el aviso que dió, otorgaron enteramente perdon. El castigo de Vacrila, uno de los conjurados, fué señalado entre los demás. Acogióse al templo de Santa Olalla como á sagrado; no le quisieron hacer fuerza, solo le condenaron en que perpetuamente sirviese de esclavo en aquel templo y hiciese todo lo que en él le mandasen. Al conde Paulo Sega, otra cabeza de la conjura

cion, segun que lo refiere el abad biclarense, conde naron en que le cortasen las manos y fuese desterrado á Galicia. Con estos castigos se desbarató aquella tempestad, que amenazaba mayores daños; pero, sin embargo, que todos los demás debieran quedar avisados y excusar semejantes pretensiones impías y malas, otra mayor borrasca se levantó luego. La reina Gosainda, al principio por respecto del Rey, su antenado, fingið de abrazar la religion católica; el embuste pasó tan ade→ lante, que acostumbraba, cosa que pone horror, en la iglesia de los católicos escupir secretamente la hostia que le daba el sacerdote, por parecerle seria gran sa crilegio y en grande ofensa de su secta si la pasase al estómago. Lo mismo hacia un obispo, por nombre Uldida, que tenia gran cabida con ella y la gobernaba con sus consejos. Esta ficcion no podia ir á la larga sin que se descubriese; trató con el dicho obispo de matar al Rey, y pudiera salir con ello si la divina Providencia no le amparara para que se asentase mejor el estado de la religion católica. Sabido lo que se tramaba, el Rey desterró á Uldida el obispo; de Gosuinda era dificul toso determinar lo que se debia hacer; acudió nuestro Señor, ca á la sazon la sacó desta vida, y con la muerte pagó aquella impiedad, como mujer desasosegada que era y toda la vida enemiga de los católicos. Por el mis mo tiempo, el año que se contaba de nuestra salvacion de 588, los franceses se apercebian para hacer entrada en las tierras de los godos. El rey Guntrando ardia en deseo de satisfacerse de la afrenta que se hizo á su general Desiderio el año pasado. Juntó de todo su seño→ río un grueso ejército, que llegaba á número de sesenta mil combatientes de pié y de caballo. Nombró por general destas gentes á Boso; él por mandado de su Rey rompió por las tierras de la Gallia Gótica. Para acudir ú esta entrada de los francos despachó Recaredo al duque Claudio, de la antigua sangre de los romanos, para que desde la Lusitania, donde residia, acudiese al gobierno y cosas de Francia y con su destreza reprimiese el orgullo de los contrarios. Movió con sus gentes, y pasados los Pirineos, halló á los enemigos cerca de Carcasona. Allí, alegre por la memoria de la rota poco antes dada á los franceses, determinó presentalles la batalla, que fué muy herida, pero en fin la victoria quedó por él. Gran número de los francos pereció en la pelea, y otros muchos mataron en el alcance; no pararon hasta forzar los reales de los vencidos y gozar de todos los despojos, que eran grandes. Esta victoria fué la mas ilustre y señalada que los godos por estos tiempos ganaron, segun que lo testifica san Isidoro, y parece cosa semejante á milagro lo que refieren, es á saber, que Claudio con una compañía de trecientos soldados, los mas escogidos entre todos los suyos, se atrevió á encontrarse con un enemigo tan poderoso, y fué bastante para desbarataral que venia cercado de tan grandes huestes. El año luego adelante se urdió otra nueva conjuracion contra el rey Recaredo, de que Dios le libró no con menor maravilla que de las pasadas. Argimundo, su camarero, pretendia quitarle la vida y por este camino apoderarse del reino; cosa tan grande no se podia efectuar sin ayuda de otros, ni comunicada con muchos estar secreta. Echaron mano de los conjurados; pusieron los compañeros á cuestion de tormento, que confesaron llanamente toda la trama y pagaron con las

vidas. Al movedor principal y caudillo, para que la afrenta fuese mayor y el castigo mas riguroso, lo primero le cortaron el cabello, que era tanto como quitalle la nobleza y hacerle pechero; ca los nobles se diferenciaban del pueblo en la cabellera que criaban, segun que se entiende por las leyes de los francos, que tratan en esta razon de los que podian criar garceta. Demás desto, cortada la mano, le sacaron en un asno á la vergüenza por las calles de Toledo, que fué un espectáculo muy agradable á los buenos por el amor que á su Rey tenian. El remate destas afrentas y denuestos fué cortalle la cabeza para que pagase su locura y fuese escarmiento á otros; pero esto sucedió algun tiempo adelante. Volvamos con la pluma á lo que se nos queda rezagado.

CAPITULO XV.

Del Concilio toledano tercero.

Gobernaba por estos tiempos la iglesia de Toledo despues de Montano, Juliano, Bacauda y Pedro, que todos cuatro por este órden fueron prelados de aquella iglesia y ciudad, Eufimio, sucesor de Pedro, varon señalado en virtud y erudicion. Deseaba el Rey, así por ser ya católico, segun está dicho, como por mostrarse agradecido á Dios de las mercedes recebidas en librarle tantas veces de los lazos que los suyos le armaban y de las guerras que de fuera se le levantaban, confirmar con público consentimiento de sus vasallos y con aprobacion de toda la Iglesia, la religion católica que abrazaba. Procuraba otrosí que la diciplina eclesiástica relajada, como era forzoso, por la revuelta de los tiempos, se reformase y restituyese en su vigor. Comunicóse con Leandro, arzobispo de Sevilla, por cuya direccion, como era justo, se gobernaba en sus cosas particulares y en las públicas. Pareció seria muy á propósito convocar de todo el señorío de los godos los obispos para que se tuviese concilio nacional de toda España en Toledo, ciudad regia, que así de allí adelante se comenzó á llamar á causa que los reyes godos, segun que se ha dicho, pusieron en ella la silla de su imperio. Señalóse dia á los obispos para juntarse; acudieron como setenta, y entre ellos cinco metropolitanos, que es lo mismo que arzobispos. Abrióse el Concilio, y túvose la primera junta al principio del mes de mayo, año del Señor de 589. En aquella junta hizo el Rey á los padres congregados un breve razonamiento deste tenor y por estas palabras: «No creo ignoreis, sacerdotes reverendisimos, que para reformar la diciplina eclesiástica á la presencia de nuestra serenidad os he llamado; y porque en los tiempos pasados la herejía presente no permitia en toda la Iglesia católica se tratasen los negocios de los concilios, Dios, al cual plugo por nuestro medio quitar elimpedimento de la dicha herejía, nos amonestó pusiésemos en su punto la costumbre y institutos eclesiásticos. Alegrãos pues y gozáos que la costumbre canónica por providencia de Dios y por el medio de nuestra gloria se reduce á los términos antiguos. Lo primero que os amonesto y juntamente exhorto es que os ocupeis en vigilias y en oraciones para que el órden canónico, que de las mientes sacerdotales habia quitado el largo y profundo olvido y que nuestra edad confiesa no saberle, por ayuda de Dios nos sea de nuevo manifestado. >> Los padres, movidos con este razonamiento del Rey, cada

cual conforme al lugar y autoridad que tenia, alabaron á la divina benignidad. Al Rey dieron las gracias por la mucha aficion que mostraba á la religion católica. Junto con esto mandaron se ayunase tres dias para disponer los ánimos y conciencias. Túvose despues la segunda junta; en ella el Rey ofreció á los padres por escrito en nombre suyo y de la reina Bada una profesion que hacia de la fe católica y abjuracion de la perfidia arriana. Recibiéronla los padres con grande aplauso y satisfaccion por resplandecer en ella la piedad del Rey y estar en ella comprehendida la suma de la verdadera religion. En particular en el símbolo constantinopolitano que allí se pone, por expresas palabras se dice que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. A los demás, así obispos como grandes que se hallaban presentes, y dejada la secta arriana querian abrazar la verdad y imitar el ejemplo de su Rey, les preguntaron si en aquella profesion y abjuracion les descontentaba alguna cosa. Dieron por respuesta que aprobaban y abrazaban todo lo que la Iglesia católica profesa. Ocho obispos y cinco grandes fueron los que, renunciadas las malas opiniones, públicamente despues de los reyes, dieron de su mano firmada otra profesion de fe semejable á la primera. Concluido esto, que fué la primera parte del santo Concilio, en segundo lugar se promulgaron veinte y tres cánones á propósito de reformar las costumbres y la diciplina eclesiástica. En ellos es de considerar lo que en particular se manda acerca de la comunion, es á saber, que ninguno del pueblo pudiese comulgar sin que públicamente él y todos los que presentes estaban, en tanto que se decia la misa, pronunciasen el símbolo de la fe que habian recebido de la forma que en el Concilio constantinopolitano se promulgó. Puédese entender que deste principio se tomó la costumbre guardada comunmente en España hasta nuestro tiempo que ninguno comulgue antes que en compañía del sacerdote haya pronunciado todos los artículos de la fé y del símbolo cristiano. El Rey por un su edicto confirmó todas las acciones del Concilio, mandando que se guardase todo lo en él decretado. Por rèmate y conclusion hizo Leandro á los padres y al pueblo un razonamiento muy elegante desta sustancia: «La celebridad deste dia y la presente alegría es tan grande y tan colmada cuanta de ninguna fiesta que por todo el discurso del año celebramos, lo que ninguno de vos podrá dejar de confesarlo. En las demás festividades renovamos la memoria de algun antiguo misterio y beneficio que se nos hizo; el dia de hoy nos presenta materia de nueva y mayor alegría, cuando, gracias al salvador del género humano, Cristo, la gente nobilísima de los godos, que hasta aquí descarriada se hallaba en medio de unas tinieblas muy espesas, alumbrada de la luz celestial, ha entrado por el camino de la inmortalidad, y ha sido recebida dentro del divino y eterno templo, que es la Iglesia. Si las cosas quebradizas y terrenas, y que solo pertenecen al arreo del cuerpo y á su regalo, cuando suceden prósperamente, de tal suerte aficionan los corazones, que á las veces la mucha alegría saca algunos de juicio; ¿en cuánto grado debemos alegrarnos por ser llamados y admitidos á la herencia del reino celestial? Cuanto por mas largo tiempo hemos llorado la ceguedad y miseria en que nuestros hermanos estaban, cuanto menor era la esperanza que nos queda

ba de su remedio, tanto es mas razon que en este dia nos alegremos y regocijemos. A mí por cierto el mismo sol me parece que ha salido hoy mas resplandeciente que lo que suele, la misma tierra se me figura muy mas alegre que antes. Gózase el cielo por la entrada que se ha abierto á tantas gentes para aquellas sillas bienaventuradas y por la vecindad que tantos hombres han tomado de nuevo en aquella sauta ciudad, que señalados con el nombre cristiano habian caido en los lazos de la muerte. La tierra se alegra porque estando antes de ahora sembrada de espinas, al presente la vemos pintada y hermoseada de flores, de las cuales, padres que basta aquí sufristes grandes molestias, podeis tejer y poner en vuestras cabezas muy hermosas guirnaldas. Sembrastes con lágrimas, ahora alegres coged las flores y segad los campos que ya están sazonados; llevad á los graneros de la Iglesia manojos de espigas granadas. La grandeza de vuestra alegría no se encierra dentro de los términos de España; forzosa cosa es que pase y se comunique con lo demás de la Iglesia universal, que abraza y tiene en su seno toda la redondez de la tierra, y acrecentada al presente con añadírsele esta provincia nobilísima, inspirada del Espíritu Santo, engrandece la divina benignidad por tan señalado beneficio. Porque la que por su esterilidad era despreciada en el tiempo pasado, al presente por el don celestial de un parto ha producido muchos hijos. Con que las demás naciones, si algunas todavía perseveran en los errores pasados, á ejemplo de nuestra España, podrán esperar su remedio; y que se hayan de juntar en breve dentro de las cabañas de la Iglesia y debajo de un pastor, Cristo, aquel lo podrá poner en duda que no tiene bien conocida la fe de las divinas promesas. Y está muy puesto en razon que los que tenemos un Dios y un mismo orígen y padre de quien procedemos todos, quitada la diversidad de las lenguas con que entró en el mundo gran muchedumbre de errores, tengamos un mismo corazon, y estémos entre nos atados con el vínculo de la caridad, que es la cosa que entre los hombres hay mas suave, mas saludable y mas honesta para quien pretende honra y dig

nidad. Reviente de envidia y de dolor el enemigo del género humano, que solia gozarse particularmente en nuestras miserias y males; duélase y llore que tantas almas y tan nobles en un punto se hayan librado de los lazos de la muerte. Nos, por el contrario, á ejemplo de los ángeles, cantemos gloria á Dios en las alturas y en la tierra paz. Que pues la tierra se ha reconciliado con el cielo, podrémos tener esperanza, no solo de alcanzar el reino celestial, sino eso mismo cuidado de invocar de dia y de noche la divina benignidad por el reino terrenal y por la salud de nuestro Rey, autor principal y causa desta gran felicidad.» El Biclarense, que continuó el Cronicon de sus tiempos hasta este año, y en él puso fin á su escritura, testifica que Leandro, prelado de Sevilla, y Eutropio, abad servitano, fueron los que tuvieron la mayor mano en el Concilio, gobernaron y enderezaron todo lo que en él se estableció. Don Lúcas de Tuy añade que Leandro fué primado de España, y que en este Concilio tuvo poder de legado apostólico; pero esto no viene bien con las acciones del Concilio, pues por ellas se entiende tuvo el tercer asiento y lugar entre los padres, y el segundo Eufimio, prelado de Toledo, y en el primer lugar se sentó Mausona, el de Mérida, tan nombrado. En todo esto y en distribuir los asientos se tuvo al cierto consideracion al tiempo en que cada cual destos prelados se consagró; y así, Mausona por ser el mas antiguo tuvo el primer lugar. Una sola cosa puede causar admiracion, y es que el Rey por una manera nueva y extraordinaria confirmó los decretos deste Concilio por estas palabras: «Flavio Recaredo, rey, esta deliberacion que determinamos con el santo Concilio, confirmándola, firmo. » Y es cosa averiguada que en los concilios generales los emperadores romanos cuando en ellos se hallaron, como lo muestran sus firmas, consentian en los decretos de los padres; mas nunca los confirmaron ni determinaron cosa alguna por no pasar, es á saber, los términos de su autoridad, que no se extiende á las cosas eclesiásticas, y mucho menos á juntar ó á confirmar los concilios y lo por ellos decretado.

LIBRO SEXTO.

CAPITULO PRIMERO.

De la muerte del rey Recaredo.

sus ovejas descarriadas, merced de Dios y gracia singular, gran contento de presente y mayores esperanzas para adelante. Los príncipes extranjeros con sus embajadas daban el parabien al Rey por beneficio tan señalado; ofrecíanle á porfía sus fuerzas y ayuda para llevar adelante tan piadosos intentos y continuar tan buenos principios. En particular el sumo pontífice Gregorio Magno, que por muerte de Pelagio II sucediera en aquella dignidad á 3 de setiembre año del Señor de 590, al fin de la indiccion octava, como del registro de sus epístolas se saca (en la historia latina pusimos un año

UNA nueva y clara luz amanecia sobre España despues de tantas tinieblas, felicidad colmada y bienandanza, sosegados los torbellinos y diferencias pasadas; fiestas, regocijos, alegrías se hacian por todas partes. Gozábase que sus miembros divididos, destrozados y que parecia estar mas muertos que vivos por la diversidad de la creencia y religion, y que solo conformaban en el lenguaje comun de que todos usaban, se hobiesen unido entre sí y como hermanado en un cuerpo, y jun-mas), luego al principio de su pontificado escribió á tado en un aprisco y en una majada, que es la Iglesia,

Leandro una carta en que le da el parabien y se alegra

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