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señoreados de toda la Africa por todo lo que se tienden las marinas de nuestro mar Mediterráneo, desde las bocas del rio Nilo hasta el estrecho de Gibraltar. Tenian deseo de pasar en Europa; con este intento armaron una flota de ciento y setenta velas, con que ponian á fuego y á sangre las riberas de España. Juntaron los godos otra gruesa armada; vinieron á las manos con los contrarios con tanto valor y denuedo, que alcanzaron victoria de los enemigos, y parte tomaron, parte quemaron su armada. Velaba el Rey, acudia á todas las partes con presteza sin descuidarse ni excusar gasto, trabajo ni diligencia alguna. No falta quien diga que la armada de Africa vino á persuasion de Ervigio, ca por ser hijo de Ardebasto, pariente de Recesvinto, pretendia hacerse rey. Tenia mucho poder, y su autoridad era grande, sus mañas y artificios extraordinarios. El corazon humano es insaciable, nunca se contenta con lo que posee, aunque sea muy aventajado, antes con el deseo siempre pasa adelante y pretende cosas mayores. No tenia Ervigio esperanza de salir con su intento ni en vida de Wamba ni despues de su muerte, á causa de Teodofredo, hermano de Recesvinto, del cual en la eleccion pasada no se hizo cuenta, como allí se dijo, ca era de pocos años. Resolvióse de valerse de cautelas y mañas, pues cualquier otro camino le hallaba cerrado. Con esta traza hizo, como se cree, venir la armada de los sarracenos contra España. Y como esto no sucediese conforme á su deseo, tuvo forma de hacer que diesen al Rey á beber cierta agua en que habia estado esparto en remojo, que es bebida pouzoñosa y mala. Adolesció luego el Rey y quedó privado de su sentido súbitamente, tanto, que á la primera hora de la noche juzgaban que ria rendir el alma. Cortáronle el cabello, hiciéronle la barba y la corona á manera de sacerdote, vistiéronle un hábito de monje, ceremonia que se usaba con los que morian á propósito de alcanzar perdon de sus pecados. Todo esto se entiende tramó Ervigio con intento que, aunque mejorase, no pudiese masser rey conforme á lo que en el Concilio toledano sexto quedó determinado. Demás desto, como estuviese para espirar, sin embargo que por la fuerza del veneno estaba fuera de sí, trazaron que nombrase por sucesor en el reino al misino Ervigio. Ordenaron de presto la escritura de nombramiento y renunciacion, y hicieron que Wamba la firmase de su mano. Pasó todo esto á los 14 del mes de octubre un dia de domingo, que era la décimaquinta luna. Por todo esto se entiende que Wamba fué despojado del reino el año de 680, en que concurren estos particulares; ca sin embargo que luego el dia siguiente mejoró y volvió en sí, no quiso revocar lo hecho. Hallábase de rey poderoso súbitamente hecho monje. Determinó despreciar lo que otros tanto desean, ó por grandeza de ánimo, ó por no tener esperanza de recobrar en paz lo que le quitaran; mayormente que Ervigio estaba apoderado de todo, que el mismo dia se hizo coronar por rey, dado que el ungirse, ceremonia entonces usada, se dilató hasta el domingo siguiente. Wamba sin dilacion se fué al monasterio de Pampliega, asentado, segun algunos sospechan, en el valle de Muñon. Allí por espacio de siete años y tres meses, ó como otros sienten por mas largo tiempo, pasó lo que le quedaba de vida en servicio de Dios. Reinó ocho años, un mes y catorce dias. Su cuerpo sepultaron en aquel monaste

rio, y desde allí por mandado del rey don Alonso el Sabio le trasladaron á Toledo. Acompañó sus huesos Juan Martinez, obispo de Guadix, fraile francisco. Pusiéronle en la iglesia de Santa Leocadia la dejunto al alcázar, en que estaba sepultado el rey Recesvinto. Juliano, arzobispo de Toledo, fué el que ungió al nuevo rey, por donde se entiende que Quirico, su predecesor, falleció por el mismo tiempo cargado de años, si ya por ventura no renunció la dignidad por ver lo que pasaba, y la sinrazon que se hizo al buen rey Wamba.

CAPITULO XV.

De los nombres de los obispados que habia en tiempo de Wamba.

No será fuera de propósito ni del intento que llevamos poner en este lugar la division que el rey Wamba hizo de los obispados de su reino, y por ella declarar los nombres antiguos que muchas ciudades y pueblos tuvieron, si bien los mas dellos por varios accidentes y sucesos fueron asolados, y despues de su destruicion reedificados á las veces con nombres que les pusieron diferentes de los que antes tenian. Junto con esto será bien que se entiendan y sepan los sufragáneos que cada cual de los arzobispados antiguos tenia, que señalar á cada diócesis sus aledaños y distrito no pareció conveniente ni aun hacedero por estar todo tan mudado y trastrocado por el tiempo, que apenas se entenderia lo que en este propósito se dijese. Al arzobispo de Toledo estaban sujetos los obispos siguientes. El de Oreto, ciudad que antiguamente estuvo puesta no léjos de donde al presente está la villa de Almagro, ca dos leguas de aquella villa hay una ermita llamada de Nuestra Señora de Oreto, do se han hallado piedras y llevádolas á Almagro, grabado en ellas el nombre de Oreto. El segundo sufragáneo de Toledo era el obispo de Biacia, que hoy es Baeza. El tercero el de Montesa; esta ciudad hoy se llama Montizon, pueblo situado en la comarca de Cazorla, y que en la destruicion de España fué asolado por un capitan moro, como lo testifica el arzobispo don Rodrigo. Demás destos, el de Acci, ciudad que hoy se llama Guadix. El de Basti, que es Baza. El de Urci, ciudad que unos dicen que es la misma Almería, otros que Murcia. El de Bagasta; desta ciudad no queda rastro ninguno, solo se entiende que estaba no léjos de Origüela, así por el órden que estos obispados llevan entre sí como por una puerta que hay en aquella ciudad llamada de Magastro. Máximo, cesaraugustano, dice que los godos á Murcia la llamaron Bigastro. Illici es Elche ó Alicante. Setabis, Játiva. Demás desto, Denia y Valencia, ciudades que caen entre sí cerca y conservan los nombres antiguos, ca Denia se llamó Dianium. Síguese el obispado de Valeria; hoy se llama Valera Quemada. El de Segobriga, ciudad puesta donde al presente está la Cabeza del Griego, pueblo así llamado, á dos leguas de Uclés. Algunos entendieron que Segobriga era Segorve; pero engañóles la semejanza del nombre. Tambien era sufragáneo de Toledo el obispo de Arcabica, que estuvo antiguamente asentada entre Segobriga y Compluto, y por ventura es la misma que Ptolemeo llamó Percabica. Demás desto, Compluto, que es Alcalá, Sigüenza, Osma, Segovia y Palencia estaban sujetas por la misma forma al dicho arzobispo. Por donde se ve que la provincia de Toledo, aun en

tiempo de los godos, se extendia mas que la provincia cartaginense, cuya cabeza á la sazon era Toledo, pues todas las ciudades que hemos contado hasta aquí le estaban sujetas y se encerraban en su distrito. Las ciudades sufragáneas del arzobispado de Sevilla eran, la primera Itálica, que hoy es Sevilla la Vieja, legua y media de aquella nobilísima ciudad, cabeza de Andalucía; la segunda Asidonia, que fué ó Medina Sidonia, como lo da á entender la semejanza del nombre, ó como otros piensan, Jerez de la Frontera, por un templo que tiene de Nuestra Señora de Sidueña, y el Moro Rasis llama aquella ciudad Jerez de Sidueña. Síguese Elepla, ora sea Niebla, ora Lepe. Malaca, hoy Málaga. Iliberris, ciudad puesta antiguamente dos leguas sobre Granada en un recuesto que hoy se llama monte de Elvira. Astigi, hoy Ecija. Córdoba conserva su nombre antiguo. Egabro, hoy es Cabra cerca de Vaena. La última ciudad era Tucci, que hoy se llama Martos. Este era el distrito del arzobispado de Sevilla y las ciudades que dél dependian. El metropolitano ó arzobispo de Mérida comprehendia debajo de su jurisdicion las ciudades siguientes: Beja, que se llamaba Pax Julia, ciudad de la Lusitania. Lisbona, ciudad en que se ferian las riquezas de la India Oriental en nuestro tiempo, y que á ninguna de Europa reconoce ventaja en tralo, riquezas y grandeza. Ebora, á la cual los godos llamaron Elbora. Don Lúcas de Tuy sintió que esta ciudad era la misma que en el reino de Toledo llamamos Talavera. Osonoba, que se entiende se llama al presente Estombar, pueblo de Portugal cerca de Silves, do al presente está aquella cátedra y silla, que se trasladó á ella cuando se ganó de moros aquella ciudad, en que tambien hay un pueblo llamado Idania la Vieja, antiguamente Igeditania, ciudad asimismo contada entre las sufragáneas de Mérida. Conimbrica, hoy Coimbra; dos leguas della está Coimbra la Vieja. Demás destas, Viseo y Lameco, ciudades que conservan sus nombres antiguos. Caliabria, que pereció del todo, dado que Tudense y Marineo sospechan fué la que hoy se llama Montanges, por conjeturas, á nuestro parecer, no concluyentes. Salmántica, que por los godos fué llamada Salamantica, hoy Salamanca. La famosa Numancia, al presente Garay. Ultimamente Avila y Coria, que eran los postreros linderos de la provincia de Mérida. Las ciudades sufragáneas de Braga eran estas: Dumio fué antiguamente un monasterio, que todavía hoy se conserva cerca de Braga. Portucale es la ciudad de Portu, por la parte que el rio Duero descarga en el mar, y deja formado un buen puerto. Del puerto y de un pueblo que está allí cerca, llamado antiguamente Cale, y hoy Caya, se compuso y derivó el nombre de Portugal. En el mismo distrito estaban la ciudad de Tuy y Orense y el Padron, y que antiguamente se llamó Iria Flavia. Lucus, hoy Lugo. Británica ó Bretonia, puesta entre Lugo y Astorga; hoy dos leguas de Mondoñedo hay un pueblo llamado Bretania, que por ventura es la misma Bretonia ó Británica. Fuera destas ciudades Astorga y Leon eran sujetas al arzobispo de Braga. Con el arzobispo de Tarragona iban las ciudades siguientes: Barcino, hoy Barcelona, y en tiempo de los godos Barcinona. Egara, puesta antiguamente entre Barcelona y Girona, ciudad tambien sufragánea al mismo arzobispo. Allende desto, Empurias y Ausona, que hoy se

llama Vique de Osona, Urgel y Lérida, ciudades bien conocidas. Hictosa, cuyo asiento de todo punto se ignora. Tortosa, que llamaban Dertusa, Zaragoza y tambien Pamplona, que en latin se llama Pompelo, y por los godos fué llamada Pampilona; como tambien Calahorra era una de las dichas ciudades, en latin Calagurris, y que en tiempo de los godos la llamaron Calaforra. Tarazona eso mismo, que fué uno destos obispados, en latin se dijo Turiaso, y por los godos Tirasona. Demás destas, Auca era sujeta á Tarragona, cuyos rastros se ven mas allá de Búrgos, y de su nombre tomaron los montes de Oca este apellido. Esto cuanto á la provincia tarraconense. Resta el arzobispo de Narbona en la Gallia Gótica, cuyas sufragáneas fueron las ciudades siguientes: Beterri, que hoy se llama Besiers, y Plinio la llamó Bliterrae Septumanorum. Agata, al presente ó es Agde ó Mompeller; Magalona, una casa de recreacion del obispo de Mompeller, ó sea una isleta del mar allí cerca, tiene, segun dicen, hoy este nombre. Nemauso es Nimes. Lateba, hoy Lodeve. Carcasona. Elena, hoy Euna en el condado de Ruisellon. Algunos autores dicen que los obispos de Tuy, de Lugo y de Leon, ó por privilegio de Wamba, ó por costumbre antigua, eran exemptos, y no reconocian á ninguno de los metropolitanos ó arzobispos susodichos por superior; opinion que para seguilla no tiene bastantes fundamentos, en especial que arriba quedaron puestos entre los sufragáneos de Braga. En los concilios antiguos de España se hallan otrosí muchos nombres de obispados que no están en esta division de Wamba, si por haberse mudado las cosas con el tiempo, ó por estar las memorias y libros antiguos estragados, no lo sabria decir, mas de que los obispados son estos: el cartaginense, el epagrense, el castulonense, el fiblariense, el eliocrocense, el eminiense, elinmonticiense, el lamibrense, el elotano, el magnetense, el laberricense; los cuales nombres casi todos no se conocen, ni aun de todas las ciudades arriba puestas se atinan los asientos en que estaban, ni faltaria por diligencia, si en cosas tan escuras hobiese algun camino para las averiguar de todo punto.

CAPITULO XVI.

De otra division de obispados que hizo Constantino Magno.

Lo que antes de ahora prometimos, y hasta aquí no lo hemos cumplido, quiero poner aquí despues de la division de Wamba la que antes dél hizo de los obispados en España el emperador Constantino, tomada puntualmente del moro Rasis, que dice desta manera: «Constantino puso obispos en muchas ciudades que no los tenian, y informado que en España no los habia, dado que era de campiña muy fértil, hermosa y arreada en todas maneras y muy llena de moradores, hobo su acuerdo sobre lo que debia hacer. Resolvióse seria expediente criar en España obispos, que sin temor alguno libremente predicasen la fe cristiana. Para esto hizo venir á su presencia personas á propósito, repartió entre ellas las ciudades en esta guisa. Al primero señaló por obispo de Narbona y otras siete ciudades, con poder de gobernar los pueblos en lo espiritual y reformar las costumbres. Los nombres de aquellas ciudades son estos: Besiers, Tolosa, Magalona, Nimes, Carcasona. En esta ciudad hay una iglesia con advocacion de Santa María Glorio

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gurar sus cosas tomar el camino que á otros reyes sus predecesores no salió mal, que fué cubrirse de la capa de religion. Con este intento convocó los prelados de todo el reino. Acudieron á Toledo treinta y cinco obispos; túvose la primera junta á 9 dias de enero, año del Señor de 681. Cuéntase este Concilio por doceno entre los toledanos; en él se establecieron muchas cosas, pero dos fueron las principales. La primera aprobar la eleccion de Ervigio; mas ¿cómo se atrevieran á negar lo que pedia al que tenia las armas en la mano? Temeridad fuera y no prudencia contrastar á su voluntad. Para este propósito absolvieron á los grandes del pleito homenaje que hicieran á Wamba. Alegaban que por la renunciacion que él mismo hizo y por la nueva eleccion tenia perdida su fuerza el juramento y no obligaba. La segunda cosa fué dar al arzobispo de Toledo autoridad para criar y elegir obispos en todo el reino cuando el Rey, á cuyo cargo por antigua costumbre esto pertenecia, se hallase muy lejos; y que cuando estuviese presente, sin embargo, confirmase los que por el Rey fuesen nombrados, que fué una prerogativa y privile

excelente por siete altares de plata que tiene y por la mucha gente que á ella acude. En especial una vez en el año es mas señalado el concurso; tambien en los demás tiempos es de gran fama y devocion; dista de Barcelona diez jornadas. Demás destas ciudades dieron al obispo narbonense á Luteba y á Euna ó Elena, que es lo mismo. Al segundo obispo fué encomendada la ciudad de Braga, y con ella Dumio, Portu, Orense, Oviedo, Astorga, Britonia, Iria ó Compostella, Aliubra, Iffa, Tuy. Despues destos dos fué nombrado el obispo de Tarragona, al cual otrosí quedaron sujetas las ciudades siguientes: Barcelona, Oca, Morada, por ventura Girona, Beria, por ventura Empurias, Oriola, llerda, que es Lérida, Tortosa, Zaragoza, Huesca, Pamplona, Calahorra. El cuarto obispo fué de Cartagena; añadiéronle otrosí á Toledo, Oreto, Játiva, Segobriga, Compluto, Caraca, que es Guadalajara, Valencia, Murcia, Baeza, Castulo, Montogia, Baza, Begena, por ventura se ha de leer Bigastra. Al quinto dió á Mérida, ciudad principal, y con ella le consignó Pax Julia, que es Beja, Lisbona, Egitania, Coimbra, Lamego, Ebora, Coria, Lampa, que ó es Salamanca ó un pueblo llama-gio do Lamaso en tierra de Ciudad-Rodrigo. El postrer obispo tuvo á Sevilla, y con ella Itálica, Sericio de Sidueña, que es Jerez, Niebla, en latin Elepla, Málaga, Iliberris, Astigi, que es Ecija, Egabro, que es Cabra. Desta manera toda España fué por el emperador Constantino dividida en seis obispados. Y para mayor autoridad y que la religion tuviese su cabeza para gobernar y mandar, él se pasó á Constantinopla, y se llamó rey de aquella ciudad, como quier que los de antes de Roma. Ordenó y mandó demás desto que todo el resto de los cristianos obedeciese al señor de Roma, que acostumbraban llamar señor de aquellos que eran del órden sagrado. Llamábanle otrosí santo por el poder que recibiera de Pedro, apóstol, que Cristo le habia dado. » Esto dice de la manera susodicha aquel Moro. Concuerda la general de don Alonso el Sabio, rey de Castilla, en que la division de los obispados en España fué hecha por Constantino Magno, y sigue el órden puesto de suso, mudados solamente algunos nombres de ciudades. De donde, y de la division de Wamba, y por conjeturas emendamos algunos nombres, que sin duda en el Moro andan estragados; y sin embargo, no nos atrevimos á llamar arzobispos á los que el Moro da el nombre de obispos, como ignorante que era de las cosas de nuestra religion, de los grados y policía que en ella hay. Quedará el lector con lo dicho avisado.

CAPITULO XVII.

Del rey Ervigio.

Flavio Ervigio adquirió el reino malamente, como queda dicho; gobernóle empero bien y prudentemente. Cuanto á lo primero, como considerase la inconstancia de las cosas humanas, que no perseveran largo tiempo en un mismo ser, y en particular que el poder adquirido por malas mañas muchas veces por el aborrecimiento que resulta en el pueblo es abatido, que su predecesor era rey muy esclarecido y amado, y fuera por engaño despojado de su grandeza, y que esto la gente de los godos no lo ignoraba, por todas estas razones se recelaba de algun revés y trabajo. Parecióle para ase

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de grande importancia y como abrir las zanjas y echar los cimientos de la primacía que esta iglesia tiene sobre las demás iglesias de España. Las palabras del decreto, que, aunque obscuras, son muy notables, pueden ver en el Concilio. Firmaron las acciones deste Concilio cuatro arzobispos, Juliano, de Sevilla; Juliano, de Toledo; Liuva, de Braga; Stéfano, de Mérida; ca parece que no obstante el privilegio concedido á la iglesia de Toledo, el de Sevilla no quiso dar al de Toledo el primer lugar, sino guardar su antigüedad, como quier que en los concilios adelante siempre el de Toledo preceda en el asiento y firma á los demás metropolitanos. Despues desto, pasados dos años enteros, de nuevo por mandado del mismo rey Ervigio se juntaron en la misma ciudad treinta y ocho obispos y veinte y seis vicarios de obispos ausentes y nueve abades, que con muchos señores y grandes que presentes se hallaron, celebraron en la iglesia pretoriense de San Pedro y San Pablo el concilio treceno de Toledo á los 4 del mes de noviembre, año de nuestra salvacion de 683, y del reinado de Ervigio el cuarto. Esta iglesia se entiende estuvo donde al presente la de San Pablo, do los padres dominicos estuvieron largo tiempo. Llámase pretoriense porque está fuera de los muros, de praetorium, que es casa de campo. En este Concilio por voluntad del Rey decreto que hicieron los prelados, se dió perdon general á los que siguieron á Paulo. Las imposiciones y tributos se moderaron; y por excusar alborotos y por la gran falta de dinero soltaron á los particulares todo lo que por esta causa debian á las rentas reales. Todo esto se enderezaba á ganar las voluntades con muestra de clemencia y liberalidad, virtudes que en los príncipes cubren otros muchos males. Pretendia otrosí borrar la mancha de haberse apoderado del reino por malas mañas. Demás desto, por cuanto muchos que no eran nobles con diversos colores y trazas se apoderaban de las honras y oficios públicos, y por emparentar los godos nobles con los del pueblo su antigua nobleza en gran parte se estragaba y escurecia, se proveyó de remedio para este daño. Ultimamente, en gracia del Rey los obispos hicieron una ley de amparo para la reina Liubigotona y sus hijos, dado que el Rey les

y

faltase, en que se muestra lo mucho que temian al pueblo, que por el aborrecimiento del padre no se vengasen en los hijos y en su madre. Tambien se mandó á los obispos que, avisados, acudiesen á la corte para tener y celebrar la Pascua juntamente con el Rey. Por una carta de Juliano, arzobispo de Toledo, á Idalio, obispo de Barcelona, se entiende cómo se trabó amistad entre los dos por venir el dicho Obispo á la corte á celebrar la Pascua, como dejaron ordenado. Firman, en este Concilio los arzobispos Juliano, de Toledo; Liuva, de Braga; Stéfano, de Mérida, y Floresindo, arzobispo de Sevilla. Parece que este Rey se pretendió señalar en juntar muchos concilios, porque el año luego siguiente por su diligencia y por mandado del papa Leon, segundo deste nombre, en Toledo á 14 de noviembre se dió principio al Concilio décimocuarto toledano, que se juntó con intento que los obispos de España aprobasen y recibiesen un concilio que poco antes se celebrara en Constantinopla con asistencia de docientos y noventa prelados, y entre los concilios generales se cuenta por sexto. No pudieron acudir todos los obispos de España á causa de los frios del invierno y por quedar muy gastados de los concilios pasados. Concurrieron diez y siete obispos, casi todos de la provincia cartaginense, y fuera dellos los procuradores de los arzobispos de Tarragona, Narbona, Mérida, Braga y Sevilla y de otros obispos ausentes hasta número de diez. Estos de comun acuerdo recibieron y aprobaron el susodicho Concilio constantinopolitano, que ellos contaban por quinto, y le pusieron luego despues del Concilio calcedonense, ca fué comun engaño de aquel siglo en España, Africa y en Ilirico no recebir el quinto Concilio general que se tuvo en tiempo del emperador Justiniano; yerro en que tropezó tambien san Isidoro, como se entiende por diversos lugares de sus libros. Alegaban para esto que en aquel Concilio quinto se reprobaron los escritos de Iba, edeseno, y de Teodoro, monpsuesteno, y de Teodorito, obispo de Ciro, que son los tres capítulos tan nombrados en aquella era. Decian que el Concilio calcedonense aprobó y recibió los dichos autores, y que no era lícito condenarlos. Todo esto procedia de no entender que puedan las personas ser aprobadas dado que sus opiniones se reprueben, como en efecto fué así, que el Concilio calcedonense aprobó las personas, el quinto Concilio condenó sus escritos. Finalmente, los prelados de España condenaron los monotelitas y apollinaristas, que ponian en Cristo sola una voluntad, conforme á lo decretado en el dicho Concilio general. Demás desto, una Apología, compuesta por Juliano, arzobispo de Toledo, muy erudita, en nombre del Concilio enviaron á Roma por medio de Pedro, regionario de la Iglesia romana, en que se contenian los principales capítulos y cabezas de nuestra fe. Cuando llegó á Roma, por muerte del papa Leon presidia en su silla Benedicto, el cual juzgó que en aquella Apología se decian algunas cosas no bien. Entre ellas una era que en la santísima Trinidad la sapiencia procede de la sapiencia, y la voluntad de la voluntad, manera de hablar conforme á lo que en el Símbolo confesamos, Dios de Dios y lumbre de lumbre. El Pontífice juzgaba que semejantes maneras de hablar no se debian usar, ni extender mas de aquello que la Iglesia usaba. Ofendíale asimismo lo que Juliano decia de Cristo, es á saber, que constaba de tres sustan

cias. Andaban estas demandas y respuestas entre Roma y España al mismo tiempo que Ervigio, sin embargo de las diligencias hechas para asegurarse en el reino, se hallaba en gran cuidado por parecerle que el aborrecimiento del pueblo todavía se continuaba, y que muerto él, sus hijos no serian bastantes para reparar este daño. Resolvióse de emparentar con el linaje de Wamba, y para esto casar á su hija Cijilona con un hombre principal de aquel linaje llamado Egica. Hizose así, y juntamente le hizo jurar miraria con todo cuidado por el bien de la Reina, su suegra, y de sus cuñados. Hecho esto y quitadas algunas leyes de Wamba, algo rigurosas para tiempos y costumbres tan estragadas, y en particular templada la ley que trataba en razon de las levas de soldados, falleció de su enfermedad en Toledo á 15 dias del mes de noviembre, dia viérnes, año de 687. Reinó siete años y veinte y cinco dias. Su memoria y fama fué grande, aunque ni agradable ni honrosa. Hobo en tiempo deste Rey en España grande hambre; la puente y muros de Mérida fueron reparados con grande representacion de majestad. El sobrestante desta obra y trazador se llamó Sala, como se entiende por unos versos antiguos que andan entre las epígramas de Eugenio III, arzobispo de Toledo.

CAPITULO XVIII.

Del rey Egica.

El dia antes que muriese Ervigio nombró por su sucesor en el reino á su yerno Egica; y para que los grandes sin escrúpulo de conciencia le pudiesen jurar por rey, alzóles el pleito homenaje que á él le tenian hecho. La uncion conforme á la costumbre de aquellos tiempos se hizo nueve dias adelante en Toledo, un dia de domingo, á 24 de noviembre, luna décimaquinta, en la la iglesia pretoriense de San Pedro y San Pablo. Vióse en este Rey como la memoria del agravio dura mas y es mas poderosa que la del beneficio, ca luego á los principios de su reinado dió muestra el rey Egica del odio que tenía concebido en su pecho contra su suegro, repudiando á su mujer Cijilona en venganza de su padre, dado que tenia della un hijo llamado Witiza. No falta quien diga que lo hizo á persuasion de Wamba, el cual asimismo debajo de muestra de piedad tenia encubierto el deseo de venganza y el aborrecimiento contra Ervigio hasta lo postrero de su edad. Demás desto, castigó á algunos grandes del reino que tuvieron parte en el engaño y privacion del rey Wamba. Estas cosas se reprehenden especialmente en este Rey, que por lo demás en virtudes, justicia y piedad se puede comparar con cualquiera de los reyes pasados. Señalóse igualmente en las artes de la paz y de la guerra; fué colmado y alabado de prudencia y de mansedumbre. Allende desto, movido de su devocion por no dar ventaja á los reyes sus predecesores en el deseo de aumentar la religion, dió órden que se juntase el décimoquinto Concilio toledano. Concurrieron de todas partes sesenta y seis obispos, año del Señor de 688. Juntáronse á 15 de mayo en la iglesia pretoriense de San Pedro y San Pablo. Lo que principalmente se trató fué averiguar la fuerza que tenia el juramento que por respeto del rey Ervigio y por su mandado algunos años antes hicieron Egica y los grandes de amparar á la Reina viuda y á sus hijos. La

causa de dudar era que con la revuelta de los tiempos muchos fueron despojados de sus bienes, de que quedaban apoderados y los posejan la mujer y hijos de Ervigio. Preguntóse si por razon del juramento era prohibido, así á los agraviados de ponelles demanda como al Rey de dar sentencia en su favor. Fué respondido de comun consentimiento de los prelados y del Concilio que la santidad del juramento no debe favorecer á la maldad, y que antes se cumple con él en deshacer los agravios y volver por la justicia. Tratóse otrosí de responder á las tachas que el pontifice Benedicto puso en la Apologia que le envió el Concilio pasado; y para este efecto Juliano, con aprobacion de los demás prelados, compuso un nuevo Apologélico, en que pretende probar que en Dios procede voluntad de voluntad y sabiduría de sabiduría; y que Cristo nuestro Señor consta de tres sustancias, que era en lo que reparaba Benedicto, ca la palabra sustancia se puede tomar en significacion de naturaleza y de esencia; y no hay duda sino que en Cristo hay tres naturalezas, es á saber, divinidad, cuerpo y alma. Demás desto, las dicciones abstractas con que se significan las formas á veces se toman por las concretas que significan los supuestos; de suerte que tanto es decir que sabiduría procede de sabiduría como si dijera el hijo sabio procede del padre sabio. Cuando llegó esta disputa á Roma era difunto el papa Benedicto y puesto Sergio en su lugar, el cual, segun que lo testifica el arzobispo don Rodrigo, la alabó en grande manera. A nos parece algo mas libre de lo que sufria la modestia de Juliano y la majestad del pontífice romano, supremo pastor de la Iglesia; pero pocos en el ingenio y erudicion reconocen á nadie ventaja, y es dificultoso templar el fervor de la disputa, principalmente los que se sienten irritados. Era Juliano en aquel tiempo muy aventajado en erudicion, de que dan bastante muestra sus obras, en especial la que intituló Pronóstico del siglo venidero, y otra De las seis edades, libros que duran hasta hoy; las demás con el tiempo perecieron. Nació de padres judíos, fué dicípulo de Eugenio III, su predecesor, muy amigo de Gudila, cediano de Toledo; sucedió á Quirico, arzobispo de aquella ciudad, tuvo ingenio fácil, copioso y suave, en bondad y en virtud fué muy señalado. Pasó desta vida en tiempo del rey Egica á 8 de marzo, año de 690; su cuerpo fué sepultado en Santa Leocadia. Es contado en el número de los santos, como se ve por los martirologios y calendarios. Las faltas de su sucesor le hicieron mas señalado, ca le sucedió Sisberto, hombre arrojado y malo, pues se atrevió á vestirse la casulla que del cielo se trajo á san Ilefonso, la cual hasta entonces sus predecesores por reverencia nunca habian tocado. Deste principio se despeñó en mayores males; y es así de ordinario que se ciegan los hombres cuando la divina venganza los sigue y no quiere se emboten los filos de su espada. Olvidado pues de la dignidad que tenia, con corazon altivo y revoltoso se rebeló contra el Rey. Era hombre astuto, y no le faltaba maña ni palabras para granjear las voluntades; y como el reino estuviese dividido en bandos, muchos, así de los nobles como del pueblo, se le arrimaron, de donde resultaron alborotos civiles y guerras con los de fuera, todo, como se puede sospechar, á persuasion de Sisberto. Tres veces se vino á las manos con los franceses, y otras tantas fueron des

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baratados los godos, dado que ni el número de los que pelearon ni de los muertos ni los lugares donde las batallas se dieron se puede averiguar, que fué un notable descuido de aquellos tiempos. Solo consta que el Rey con su prudencia atajó los principios de la guerra civil que amenazaba mayores males. El arzobispo Sisberto, causa principal de todos ellos, fué condenado á destierro, primero por sentencia del Rey, y despues de los prelados, que junto con esto le descomulgaron y despojaron del arzobispado. Para efectuar esto y otras cosas se juntaron en Toledo por mandado del Rey en la iglesia pretoriense de San Pedro y San Pablo á 2 de mayo, año de 693, en número sesenta y seis obispos que se hallaron en este Concilio, décimosexto entre los toledanos. Pónese en él una confesion de la fe, y en ella, en confirmacion de lo que antes determinaron, dicen por expresas palabras que en Dios procede voluntad de voluntad, sapiencia de sapiencia, esencia de esencia; y que Cristo nuestro Señor abajó á los infiernos. Dan por nobles y horros de tributos á todos los judíos que de corazon abrazasen la religion cristiana. Reformáronse las leyes de los godos; mandóse que por la salud del Rey, de sus hijos y nietos se hiciese oracion cada dia en todas las iglesias con rogativa que para esto ordenaron; deste principio entendemos se tomó la rogativa que hasta hoy en la misa se hace en España mudadas pocas palabras. Firmaron en este Concilio en primer lugar Félix, que de arzobispo de Sevilla en lugar de Sisberto pasó á la iglesia de Toledo; y con él firmaron Faustino, que de Braga pasara á Sevilla; Máximo, de Mérida; Vera, de Tarragona; Félix, arzobispo de Braga y obispo de Portu. Estos mismos arzobispos con otros muchos prelados, aunque el número no se sabe, se juntaron el año luego siguiente en Toledo en la iglesia de Santa Leocadia del Arrabal. Allí á 7 dias de noviembre celebraron el postrer Concilio de los toledanos. No pudieron acudir sino muy pocos obispos de la Gallia Gótica á causa de cierta peste que heria por este tiempo en la tierra y de la guerra que les daban los franceses comarcanos. Tratóse á instancia del Rey de desarraigar de todo punto del reino los judíos, porque como el Rey testificaba en un memorial que presentó al Concilio, se habian comunicado con los judíos de Africa de levantarse y entregar á España á los moros. Que el mal cundiera mas de lo que se podia creer, y secretamente estaba derramado por todas las partes de España, si bien no habia pasado los Pirineos ni entrado en la Francia; que no era justo disimular y sufrir tan grave traicion; por tanto, que confiriesen entre sí y determinasen lo que se debia hacer. Esto propuso el Rey; los prelados acordaron que todos los judíos se diesen por esclavos; y para que con la pobreza sintiesen mas el trabajo que todos sus bienes fuesen confiscados; demás desto, que les quitasen los hijos luego que llegasen á edad de siete años; y los entregasen á cristianos que los criasen y amaestrasen. Hicieron asimismo ley de amparo para la reina Cijilona y para sus hijos, caso que el Rey muriese, aunque desde los años pasados, como se dijo, estaba repudiada; como tambien en un Concilio de Zaragoza que se tuvo tres años antes deste, en general se hizo una ley en que se mandó que despues de la muerte del Rey, cualquiera reina, para que nadie se le atreviese, entrase en religion y se hiciese mon

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