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> todos que tengais por encomendados los portadores > destas nuestras letras. Dios os guarde. » Con los dos embajadores del Rey envió juntamente el Pontífice á España un tercero, por nombre Reinaldo, al cual dió otra carta para el Rey, fecha por julio, con palabras muy regaladas y blandas, del tenor siguiente: «Juan, » obispo, siervo de los siervos de Dios, al amado hijo » Alonso, glorioso rey de las Galicias. Habiendo rece>>bido vuestras cartas, porque conocimos que sois de>> voto para con nuestra santa Iglesia, os damos muchas »gracias, rogando á Dios que crezca el vigor de vues>tro reino y os conceda victoria de vuestros enemigos. >>Porque como vos, bijo carísimo, pedistes, rogamos Dá Dios ordinariamente y con instancia que gobierne >> vuestro reino y os salve, guarde y ampare y levante >>sobre todos vuestros enemigos. Haced que la iglesia » de Santiago, apóstol, sea consagrada por los obispos » españoles, y con ellos celebrad concilio. Nos asimis»mo, glorioso Rey, como vos somos apretados por los >> paganos; pero el omnipotente Dios nos concede dellos » triunfo. Por tanto, rogamos á vuestra caridad no dejeis » de enviarnos algunos provechosos y buenos moriscos >> con sus armas y caballos, á los cuales los españoles lla>> man caballos alfaraces, para que recebidos alabemos á >> Dios y os demos las gracias; y por el que los trujere os >> remunerarémos de las bendiciones de san Pedro. Dios » os guarde, carísimo hijo y esclarecido rey.» Dada el mes de julio año del Señor de 874. Leidas las cartas del Papa, los obispos de todo el reino fueron convocados para que á dia señalado acudiesen en cumplimiento de lo que se les mandaba. Juntáronse primeramente en Compostella buen número de obispos, no menos que catorce, parte de las ciudades que estaban en poder del Rey; los demás de las que tenian los moros, como obispos de anillo y poco mas que de solo nombre. La costumbre de aquel tiempo era tal, que las unas ciudades y las otras tenian obispos, principalmente las que habian ganado de los moros y poco despues eran vueltas á su poder, y aun de las que pretendian ganar en breve y reducillas al señorío de cristianos. Con esta traza y confianza en lugar de los que morian señalaban y consagraban otros que les sucediesen. El templo pues de Compostella ó de Santiago fué por aquellos obispos con grande solemnidad consagrado á 7 de mayo, dia lúnes, luna undécima, y tres de aureo número, como lo dice Sampiro, asturicense; puntos y señales que todas concurren en el año 876, y no antes ni despues por largo tiempo. El altar mayor dedicaron al Salvador; dos colaterales, el uno en nombre de San Pedro y San Pablo, el otro de San Juan Evangelista; el que cubria los huesos del apóstol Santiago no pareció consagrar de nuevo por tener entendido que sus siete discípulos le consagraron, solo se dijo misa sobre él. En un monte allí cerca consagraron asimismo un templo en nombre del mártir San Sebastian, con que la devocion de la iglesia de Santiago, que de antes era muy grande, se aumentó mucho mas. Once meses adelante por mandado del Rey los mismos obispos se juntaron en Oviedo; allí, en cumplimiento de lo que el Papa concedia, resolvieron que el obispo de Oviedo fuese arzobispo, y para aquella dignidad por voto de todos nombraron á Hermenegildo. Pareció otrosí nombrar arcedianos, personas de buena vida, que dos veces cada un año juntasen sínodos y

diesen órden en todo, como quien habia de dar cuenta á Dios de su cargo, y juntamente visitasen las diócesis, los monasterios y parroquias. Añadieron demás desto que los obispos que no tenian diócesis sirviesen al de Oviedo de vicarios para que se repartiese la carga entre muchos, y él de su renta los sustentase, y que así á estos como á los demás obispos señalasen sendas iglesias en la ciudad y diócesi de Oviedo, con cuya renta se entretuviesen cuando se celebrasen concilios y tuviesen donde acojerse á causa de las ordinarias entradas que los moros hacian. En cumplimiento deste decreto á diez y seis obispos, unos que tenian diócesi, y otros que carecian della, señalaron doce templos, al de Leon, de Astorga, de Iria, al ulcense, al britoniense, al de Orense, al de Braga, este era arzobispo, al dumiense, al tudense, al columbriense, al portucalense, al salmanticense, al cauriense, al cesaraugustano, al calagurritano, al turiasonense, al oscense. Todos estos nombres y el número se sacaron de los mismos actos del Concilio en gracia de los que son aficionados á la antigüedad, que los cronistas no escriben palabra. De aquí sin duda procedió que Oviedo en aquel tiempo se llamó ciudad de Obispos, como lo refieren autores muy gra ves. Los aledaños de aquella diócesis de Oviedo señalaron los mismos obispos, y el Rey la acrecentó en rentas y posesiones segun lo que se podia llevar, conforme á la apretura en que estaban las cosas y los tiempos. Halláronse presentes en la una cuidad y en la otra el Rey y la reina doña Jimena, los hijos del Rey y los grandes; y dada conclusion á todas estas cosas, despidieron el Concilio.

CAPITULO XIX.

De lo demás que sucedió en el reinado de don Alonso.

En tanto que estas cosas pasaban, los moros estaban sosegados; el largo ocio y la abundancia de España tenia apagado el brio con que vinieron y ablandado su natural belicoso, que fué causa de pasarse algunos años sin que sucediese cosa alguna digna de memoria. Solo el año 881 en toda España hobo temblores de tierra con daño y destrozo de muchos edificios. El rey Malomad asistia á los oficios á su modo, cuando un rayo que cayó de repente en la misma mezquita mató á dos que estaban cerca dél, con grande espanto de todos los demás. El año siguiente Abdalla, hijo de Lope, aquel que huyó de Toledo, olvidado de las mercedes que del Rey tenia recebidas, como hombre desleal y fementido, comenzó á tratar de hacerle guerra. Para esto se reconcilió y hizo su asiento con el rey de Córdoba. La envidia que tenia á sus tios le llevaba al despeñadero, de quien hacia tanta confianza el rey don Alonso, que les entregó á su hijo don Ordoño, como por prendas de la amistad para que le criasen y amacstrasen. Gran mengua de su padre, pero en tanto se estimaba en aquel tiempo la amistad de los moros. Deste principio, aunque pequeño, se siguieron cosas mas graves, porque Abdalla, recogidas sus gentes, rompió por las tierras de cristianos, las talas fueron muy grandes, los temores y esperanzas no menores. Acudió el Rey y venció al Moro cerca de Cillorico en una batalla que le dió; asimismo le rechazó con daño de Pancorvo, de que pretendia el Moro apoderarse. No acometieron la ciudad de Leon,

dado que revolvieron contra ella, á causa de una gruesa guarnicion de soldados que dentro estaba. Desta manera sin hacer otro efecto que de contar sca, pasado el rio Astura, hoy Estola, que riega aquellas campañas y pasa por la misma ciudad de Leon, el ejército enemigo por las tierras de la Lusitania volvió á Córdoba. Iba entre los demás moros Abubalit; hizo instancia con el rey don Alonso para que le restituyese su hijo Abulcen, que dejara como en rehenes cuando, como se dijo, le dieron libertad. La negociacion fué tan grande, que al fin alcanzó lo que pretendia. Esto sucedió al fin del otoño, el cual pasado y entrado el invierno, Abdalla venció en cierta pelea ó encuentro á los dos Zimacles, tio y hermano suyos, en ciertos lugares ásperos y fragosos; no se dice en qué parte de España, sospecho fué en el reino de Toledo; lo que consta es que los prendió y aherrojados los envió al castillo de Becaria. Revolvió sobre Zaragoza y con el mismo ímpetu la sujetó. Esto fué ocasion que las fuerzas de moros y de cristianos se volviesen contra él, dado que con una embajada envió á excusarse de lo hecho con el rey de Córdoba; y porque no recebia sus excusas, con trato doble y embajadores que de ordinario despachaba al rey don Alonso para asegurarse, procuraba su amistad. En el mismo tiempo los condes don Vela y don Diego hicieron liga contra él como contra enemigo comun. Por otra parte, Almundar, hijo del rey de Córdoba, y Abuhalit fueron enviados de Córdoba para cercar á Zaragoza, acometimiento que fué por demás á causa de la fortaleza de aquella ciudad y la mucha gente que en ella hallaron, además que Abdalla, por las cosas que habia acometido. y acabado, se hallaba muy fuerte, rico y feroz. Dieron los de Córdoba vuelta sobre las tierras de Vizcaya y de Castilla, hicieron talas y daños; acudieron los dos condes sobredichos, y forzaron á los moros á salir de toda la tierra. No se descuidaba el rey de Leon, antes tenia juntas sus gentes en Sublancia con intento de no faltar á cualquiera ocasion que se le presentase de dar á los moros, si menester fuese, la batalla, pero ellos se excusaron y se volvieron á su tierra; solo destruyeron el monasterio de Sahagun, que en Castilla la Vieja era y es muy célebre. Y sin embargo, Abuhalit envió algunos moros de secreto al rey don Alonso para tratar de hacer paces; y sobre lo mismo Dulcidio, presbítero de Toledo, fué por el Rey enviado á Córdoba en fin del año 883. En tanto que estos tratos andaban, una armada de moros que se juntó en Córdoba y en Sevilla por mar acometió las riberas de Galicia por estar muchos pueblos sin murallas y que podian fácilmente ser saqueados. No hizo algun efecto la dicha armada á causa de los recios temporales que la desbarataron y echaron á fondo; pocos con el general Abdelhamit escaparon del naufragio y de la tormenta. Al mismo tiempo por diligencia de Dulcidio se asentaron treguas de seis años con los moros, y los cuerpos de los mártires Eulogio y Leocricia con voluntad de los cristianos, en cuyo poder estaban, de Córdoba los trasladaron á Oviedo. Siguióse la muerte de Mahomad, año de los árabes 273, de nuestra salvacion 886; dejó trein- ta hijos y veinte hijas. Fué hombre de ingenio no grosero; para muestra se refiere que un dia, como se pasease en sus jardines y cierto soldado le dijese ¡qué hermoso jardin, qué dia tan claro, qué siglo tan alegre, si todo esto fuese perpetuo! respondió: Antes si no ho

biera muerte, yo no fuera rey. Sucedióle Almundar, su hijo, príncipe manso de condición y liberal, ca al principio de su reinado perdonó á los de Córdoba cierta imposicion en que acostumbraban pagar de diez uno. Ellos, olvidados deste beneficio, se alborotaron contra él. Aparejábase para sosegar estas alteraciones cuando le sobrevino la muerte antes de haber reinado dos años enteros. Dejó seis hijos y siete hijas. Sucedióle por voto de los soldados Abdalla, su hermano, el año 888; reinó por espacio de veinte y cinco años. Los principios fueron revueltos á causa que Homar, principal entre los moros y de ingenio bullicioso, se levantó contra él. Lisbona, Astapa ó Estepona, Sevilla y otros pueblos se le allegaron. Estas grandes alteraciones tuvieron fácil salida, porque Homar, mudado propósito, alcanzó perdon y se reconcilió con el Rey. Esta facilidad del perdon le fué ocasion y le dió ánimo para tornar en breve á alborotarse. Andaban los moros de muy antiguo divididos en dos parcialidades de Humeyas y Alavecinos, como queda arriba dicho. Con esta division no podia faltar á los amigos de novedades gente y pueblo que los siguiese. Abdalla siguió por todas partes á Homar y le redujo á tal apretura, que se huyó á tierra de cristianos, donde, dejada la supersticion de sus padres, se bautizó, no con sinceridad y de veras, sino con engaño, como se entendió con el tiempo, que todo lo declara.. Contra don Alonso se alteraron los vizcaínos; la cabeza y caudillo fué Zuria, yerno de Zenon, hombre principal entre aquella gente. Acudió don Ordoño, enviado por el Rey, su padre, para sosegar aquella gente; pero fué ven-. cido por los contrarios en una batalla que se dió cerca de Arriogorriaga, y della aquel pueblo tomó este nombre, que significa, como lo dicen los que saben la lengua vizcaína, piedras sangrientas, como quier que antes se llamase Padura. En premio desta victoria hicie ron á Zuria señor de Vizcaya, que dicen era de la sangre de los reyes de Escocia. ¿Quién podrá bastantemente averiguar la verdad en esta parte ? La aspereza de aquellos lugares, segun yo entiendo, fué causa que el Rey no vengase aquella afrenta, demás de su edad que estaba adelante, y por el mismo tiempo, vuelto el pensamiento á las artes de la paz, se ocupaba en edificar iglesias en nombre de los santos, y castillos y pueblos para seguridad y comodidad de sus vasallos. En el principio de su reinado reedificó á Sublancia y á Cea cerca de Leon, el castillo de Gauzon á la orilla del mar, puesto sobre un peñol entre Oviedo y Gijon; despues las ciudades de Braga, Portu y Viseo, Chaves, que se llamaba antiguamente Aquae Flaviae, y tambien la ciudad de Oca, todos pueblos que habian estado largo tiempo destruidos y deshabitados. El mismo daño padeció Sentica, y con la misma liberalidad y cuidado fué reparada con nombre de Zamora por las muchas piedras turquesas que por alli se hallan, que se llaman así en lengua morisca. A don García, su hijo, dió el Rey cuidado de edificar á Toro, que los antiguos llamaron Sarabis. Asimismo ganaron de los moros á Coimbra en Lusitania, en Castilla la Vieja Simancas y Dueñas con toda la tierra de Campos, comarca que, á ejemplo de Italia y de Francia, se puede en latin llamar Campania. El grande y real monasterio de Sahagun, que los moros asolaron, fué de nuevo reparado y vuelto á los monjes de San Benito; al cual ninguno en grandeza, majestad y rique- ·

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zas se aventajó antiguamente en España, y aun hoy es de los mas nombrados que en ella se hallan. Para tan grandes y tantas obras no bastaban los tesoros reales ni sus haberes; impuso nuevos pechos y derramas, cosa que se debe siempre excusar, si no es cuando la república se halla en tal aprieto, que todos entienden es forzoso sujetarse á la necesidad si se quieren salvar. Esta verdad se entiende mejor por lo que resultó. Estaban los vasaIlos por esta causa desgraciados; la reina doña Jimena, que tambien andaba desgustada con su marido, persuadió á don García, su hijo, que se aprovechase de aquella ocasion y tomase las armas contra su padre. No se descuidó el Rey, aunque viejo y flaco; acudió luego á Zamora, prendió á su hijo y mandóle guardar en el castillo Gauzon. No pararón en esto los desabrimientos y males. Era suegro de don García Nuño Hernandez, conde de Castilla, príncipe poderoso en riquezas y en vasalos. Este, con ayuda de la Reina y de los hermanos del preso, hizo brava guerra al Rey, que duró dos años. A cabo dellos los conjurados salieron con su intento, y el pobre Rey, cansado del trabajo ó con deseo de vida mas reposada, renunció el reino y le dió á su hijo don García. A don Ordoño, el otro hijo, dió el señorío de Galicia. Lo uno y lo otro sucedió el año 910. El cual año pasado, como don Alonso hobiese ido en romería á Santiago por su devocion, con voluntad de su hijo hecha de nuevo una buena entrada en tierra de moros, falleció en la ciudad de Zamora. Su cuerpo y el de su mujer sepultaron, primero en Astorga, despues fueron trasladados á Oviedo. En el mismo tiempo Abdalla, rey de Córdoba, en edad de setenta y dos años murió en Córdoba ; dejó doce hijos y trece hijas. De Abdalla, hijo de Lope, no se sabe lo que se hizo; no faltara diligencia si se descubriera camino para averiguar esta y semejantes faltas. Habrémos de usar de conjeturas. Entiendo que con ayuda de los reyes de Oviedo se mantuvo en el señorío de Zaragoza, y que dél descendieron los reyes que fuc.ron adelante de aquella noble ciudad. El reino de Córdoba hobo Abderraman, nieto de Abdalla, hijo de Mahomad, cosa nueva entre los moros, que fuese el nieto antepuesto á los hijos del difunto, tios que eran del nuevo Rey. Tenia veinte y tres años cuando tomó la corona, y gozóla por espacio de cincuenta años. Llaméronle por sobrenombre Almanzor Ledin Alla, es á saber, defensor de la ley de Dios, y tambien Miramamolin, que quiere decir príncipe de los que creen. Tal es la costumbre que cuando los imperios se van á caer entonces los que los tienen, para disimular su corbardía y flaqueza, se arman y afeitan con apellidos magníficos. Verdad es que Abderraman se puede contar entre los grandes reyes, así en el gobierno como en las cosas de la guerra. Por todo el tiempo de su vida tuvo atencion á componer las discordias de su nacion y sosegar las parcialidades que amenazaban mayores daños; administraba justicia con mucha rectitud; edificó un castillo junto á Córdoba; en Africa tomó la ciudad de Ceuta ; demás desto, con real magnificencia aumentó y mejoró las ciudades y pueblos de todo su reino. Comenzó á reinar el año 300 de los árabes, conforme á la cuenta del arzobispo don Rodrigo, que en este lugar no se aparta de la verdadera.

CAPITULO XX.

De los reyes don García y don Ordoño el Segundo. El poder adquirido malamente no suele ser duratlero. Así don García el reino que tomó por fuerza á su padre tuvo solos tres años. En este tiempo hizo de nuevo guerra á los moros, entró por sus tierras, talóles los campos, saqueóles los lugares, y á un señor moro, llamado Ayola, que le salió al encuentro, venció en batalla y le cautivó ; pero á la vuelta por culpa de las guardas se les escapó cerca de un lugar llamado Tremulo. El Rey falleció en Zamora, año de nuestra salvacion de 913. No dejó sucesion; por esto don Ordoño, su hermano, sabida su muerte, de Galicia, donde tenia el señorío, sin dilacion vino á tomar la corona. Fué buen príncipe y templado, si lo postrero fuera conforme á los principios, y no ensuciara sus manos con la sangre inocente de los condes de Castilla. Reino por espacio de nueve años y medio. Lo primero, para ganar reputacion y quebrantar la soberbia de los moros, con gente de los suyos que juntó rompió por el reino de Toledo. Puso sitio sobre Talavera, villa principal y de muy ale-.. gre suelo y cielo, noble por los muchos moradores, y fuerte por sus muros, en gran parte de sillería. Envió el rey de Córdoba buen golpe de gente para socorrer los cercados; mas fué vencida en batalla y el pueblo entrado por fuerza; puesto á saco, le quemaron á causa. que no se podia conservar por estar de todas partes rodeado de moros. El gobernador del pueblo con otros muchos fué preso; el ejército, cargado de despojos moriscos y alegre, volvió á su tierra. El rey de Córdoba, dudoso por aquel principio de lo que podria suceder y teniendo las fuerzas de aquel Rey brioso, envió á rogar con humildad al rey de la Mauritania que de Africa le proveyese de socorros y de gentes. Vino el Africano en ello, movido por el peligro de su nacion con deseo de rebatir el orgullo de los cristianos, que de cada dia mas y mas mejoraban su partido. Despachó buen número de gente africana y por su capitan á Almotaraf. Juntóse con estos el ejército de los moros de España, y por general de todos un moro llamado Avolalpaz. Entraron por tierra de cristianos hasta llegar á la ribera de Duero. Salióles el Rey al encuentro, dióse la batalla cerca de Santistéban de Gormaz, que fué muy reñida y por grande espacio estuvo suspensa sin declarar la victoria. Ultimamente, muertos los dos capitanes moros y gran número de su gente, los demás se pusieron en huida. Con esto los cristianos quedaron libres de un gran cuidado y congoja, por considerar el peligro en que las gentes de Africa pondrian á los que apenas podian contrastar al poder de los moros de Córdoba. Para que el fruto de la victoria fuese mayor pareció apretar á los moros, que vencidos y medrosos estaban, y en seguimiento de la victoria dar el gasto á los campos y pueblos de la Lusitania hasta llegar á Guadiana; en particular las tierras de Mérida y de Badajoz padecieron mayores daños. El espanto de los natúrales fué tan grande, que procuraron tomar algun asiento con el vencedor hasta comprar por gran dinero la paz. Esto sucedió el año quinto del reinado de don Ordoño, que se contaba 918 de nuestra salvacion. El Rey, concluidas tan grandes cosas, dió la vuelta, y con recibimiento á manera de triunfo entró en la ciu

dad de Leon, que por la comodidad de su sitio pensaba hacella real y asiento de aquellos reyes. Con este intento procuró ensanchalla y adornalla de nuevos edificios. En primer lugar trasladó á su real palacio el templo de San Pedro y San Pablo, en que estaba la silla del obispo, por estar fuera de los muros y correr peligro, palacio que los moros antiguamente edificaron para que sirviese de baños, obra de grande anchura y majestad. Puso nombre al dicho templo de Santa María Vírgen, dado que otras dos partes del mismo fueron consagradas, la una en nombre del Salvador, y la otra de San Juan Baptista. Despues desto, para acrecentar la majestad del nuevo templo se hizo el Rey coronar en él por mano del mismo Obispo, cosa no usada antes deste tiempo, y principio de donde los reyes que antes se decian de Oviedo se comenzaron á intitular reyes de Leon. Desta ocasion la ciudad de Oviedo vino poco á poco en tan gran diminucion, que con el progreso del tiempo perdió el nombre de arzobispado, y aun en nuestra era no tiene voto en las Cortes del reino, daño que entiendo ha sucedido por descuido de sus ciudadanos mas que por mala voluntad de los reyes. Conforme á esto entre las memorias y privilegios deste tiempo advierten los aficionados á la antigüedad, que en algunos don Ordoño se intitula rey de Oviedo, y en uno dellos dice que reina en Leon. Demás desto, añaden que este Rey trasladó la dignidad de obispado á la ciudad de Mondoñedo, que antes estaba en Ribadeo, dado que á otros les parece que los obispos de Mondoñedo antiguamente se llamaron vallibrienses. Entre tanto el rey de Córdoba, Abderraman Almanzor, encendido en deseo de satisfacerse de los daños pasados y volver por su honra, con las fuerzas y gentes de su reino por la parte de Lusitania entró en Galicia hasta llegar á un pueblo llamado Rondonia: Sampiro le llama Mindonia. En aquel lugar se juntaron los reales de los moros y de cristianos; pelearon con gran denuedo y porfía, cayeron muchos de ambas partes, duró la batalla hasta que cerró la noche sin quedar la victoria declarada, bien que cada cual de las partes se la atribuia, los nuestros por haber forzado al enemigo á salir de Galicia, los bárbaros porque vencidos tantas veces, continuaron la pelea hasta que faltó luz. Dióse esta batalla año de 919. No mucho despues el rey de Córdoba con nuevas levas de gente que hizo y nuevos socorros que le vinieron de Africa corrió las tierras de cristianos, y en particular las de Navarra y Vizcaya. El rey don Ordoño, movido por el peligro que corria don Sancho García, por sobrenombre Abarca, rey de Navarra, y á sus ruegos marchó con su campo contra los moros. Dióse la batalla en el valle Juncaria, que hoy se dice Junquera, el año 921, que fué no menos herida y porfiada que la que poco antes se diera en Galicia. Los de Leon y de Navarra peleaban con grande ánimo como vencedores por la patria y por la religion; los moros no les reconocian en nada ventaja, antes llevaron lo mejor, porque el conde de Aragon, que llaman García Azuar (mejor viniera Fortun Jimeno, su hijo), murió en aquella pelea, y despues della aquella parte de Vizcaya que se llama Alava quedó por los moros. Quedaron otrosí presos en la batalla dos obispos, Dulcidio, de Salamanca, y Hermogio, de Tuy, que concertaron su rescate, y en tanto que le pagaban, dieron

rehenes en su lugar; en particular por Hermogio entregaron un sobrino suyo, hijo de su hermana, doncel en la flor de su edad, por nombre Pelayo. Su hermosura y modestia corrian á las parejas. Por lo uno y por lo otro el Rey bárbaro, de suyo inclinado á deshonestidad, se encendió grandemente en su amor. Aumentábase con la vista ordinaria la llama del amor torpe y nefando. El mozo, de su natural muy modesto y criado en casa llena de sabiduría y santidad, resuelto de defender el homenaje de su limpieza, dado que diversas veces fué requerido, resistió constantemente. Despues como el Rey le hiciese fuerza, dióle con los puños en la cara. Esta constancia y celo de la castidad le acarreó la muerte; por mandado de aquel bárbaro impío y cruel fué atenazado y hecho pedazos, los miembros echaron en Guadalquivir; el amor cuanto es mayor tanto se suele mudar en mayor rabia. Sucedió esto domingo á 26 de junio del año 925. Diósele honra como á mártir, y fué puesto en el número de los santos. Recogieron las partes de su cuerpo y sepultáronlas en San Ginés de Córdoba; la cabeza en el cimenterio de San Cipriano. Débese tanto mas estimar la gloria desta hazaña, que no tenia mas de trece años y medio cuando dió tal muestra de su virtud. Rosvita, doncella de Sajonia, por este mismo tiempo cantó en verso heróico, aunque algo diferentemente, la muerte del mártir Pelagio. Siendo rey de Leon don Ordoño, y de Francia Cárlos el Simple, un presbítero, llamado Zanelo, vino á España enviado por el papa Juan, décimo deste nombre, con esta ocasion. Volaba la fama de la devocion y milagros del apóstol Santiago por todas partes. Era muy célebre el nombre de Sisnando, obispo de Compostella, El Pontífice, por cierto hombre que le envió con sus cartas, pidió le hiciese participante de sus oraciones para que por medio y intercesion del apóstol Santiago en vida y en muerte fuese ayudado. Sisnando despachó á Zanelo para dar la obediencia al Pontífice; dióle otrosí el Rey cartas para el mismo con sus . presentes. Zanelo, cumplido lo que le mandaron, pasado un año entero, volvió á España, cargado de muchos libros; demás desto, con autoridad de nuncio del Papa, quién dice fué cardenal, y comision de informarse de todo lo que pertenecia á la religion. Estaban los romanos de muy antiguo persuadidos que el oficio divino gótico tenia muchas cosas erradas, que usaban de ceremonias en la misa extraordinarias y enseñaban opiniones contrarias á la verdadera religion. Zanelo, en cumplimiento de lo que le era ordenado, revolvió con diligencia los libros eclesiásticos que pudo haber; y aunque las ceremonias eran diferentes, halló, al revés de lo que se sospechaba, que todas las cosas concordaban con la verdad. Vuelto á Roma, en una gran junta de padres relató al Pontífice lo que llevaba averiguado. Ellos dieron gracias a Dios por aquella merced y juntamente aprobaron aquellos libros. Solamente mandaron que en la secreta de la misa usasen de las palabras que usaba el oficio romano. Porque á la verdad las palabras de la consagracion, aunque la sustancia era una, las tenian mudadas en esta forma: «Este es mi cuerpo, que por vosotros será entregado. Este es el cáliz del Nuevo Testamento en mi sangre, que por vos y por muchos será derramado en remision de los pecados. » Palabras de que aun en nuestra era no usan los

que con beneplácito de los pontifices dicen misa mozárabe. Este fin tuvo entonces aquella controversia, á que empero otras muchas veces se volvió hasta tanto que, vencida la constancia ó porfía de los españoles, trocaron el oficio mozárabe con el romano, como se dirá en su lugar. Volviendo á las cosas del Rey, desde el tiempo que se dió la batalla en Junquera pareció haberse mudado la fortuna de la guerra. Todavía el rey don Ordoño, con deseo de honra, y en su compañía el mismo rey de Navarra, entraron por tierra de moros, y en particular trabajaron los campos y pueblos de la Rioja. Con esto el rey don Ordoño dió vuelta á Zamora. No hay en las cosas humanas entero gozo y contento; toda aquella alegría se trocó en tristeza con la muerte de la reina Munina Elvira, señora de grandes prendas; dejó estos hijos, don Sancho, don Alonso, don Ramiro, don García y doña Jimena. Casó el Rey segunda vez con Argonta, hembra de alto linaje en Galicia, y no mucho despues por sospechas la repudió á tuerto y sin razon, como se entendió por el suceso de las cosas y arrepentimiento del Rey. En su lugar puso á Sanctiva, hija de don Garci Iñiguez, rey de

Navarra, con voluntad del rey don Sancho, su hermano. Juntaron los dos sus fuerzas, y en una entrada que hicieron de nuevo en la Rioja se apoderaron por fuerza de Nájara, que los antiguos llamaron Tricio, y de otro pueblo llamado Vicaria, en donde en tiempo de los godos se entiende hobo una chancillería, como lo dice don Rodrigo, y por esta causa le dieron este nombre. Hasta aquí las cosas del rey don Ordoño procedian de manera, que muchas dellas se podian alabar, y pocas reprehender cuales se disimulan con los reyes. Es muy dificultoso enfrenarse con la templanza los que tienen suprema potestad, y nunca tropezar en tanta diversidad de cosas casi imposible. La muerte que este Rey dió muy fuera de sazon y sin propósito á los condes de Castilla pareció afear toda la gloria pasada. Este desórden en qué manera haya sucedido y por qué causas el Rey estuviese dellos ofendido se dirá tomando el negocio un poco de mas arriba con una nueva narracion que declare los principios y progresos que algunos señoríos, los mas principales, tuvieron antiguamente en España.

LIBRO OCTAVO.

CAPITULO PRIMERO.

De los principios del reino de Navarra.

DESPUES de aquel memorable y triste estrago con que casi toda España quedó asolada y sujeta por los moros, gente feroz y desapiadada, de las ruinas del imperio gótico, no de otra manera que de los materiales y pertrechos de algun grande edificio cuando cae, muchos señoríos se levantaron, pequeños al principio, de estrechos términos y flacas fuerzas, mas el tiempo adelante reparadores de la libertad de la patria y excelentes restauradores de la república trabajada y caida. Poner por escrito el orígen y progreso de todos estos estados y señoríos seria cosa dificultosa y mas largo cuento de lo que sufre la medida y traza de la presente obra. Declarar en breve los principios, aumentos y sucesos que tuvieron los mas principales y mas señalados entre los demás téngolo por cosa necesaria por andar de aquí adelante mezcladas sus cosas con las de los reyes de Leon. En particular será necesario tratar de los principados de Navarra, de Aragon, de Barcelona y de los condes de Castilla. Las reliquias de los españoles que escaparon de aquel fuego y de aquel naufragio comun y miserable, echadas de sus moradas antiguas, parte se recogieron á las Astúrias, de que resultó el reino de Leon, de que hasta aquí se ha hablado. Otra parte se encerró eu los montes Pirineos en sus cumbres y aspereza, do moran y tienen su asiento los vizcaínos y navarros, los lacetanos, urgelitanos y los ceretanos, que son al presente Ribagorza, Sobrarve, Urgel y Cerdania. Estos, confiados en la fortaleza y fragura de aquellos lugares, no solo defendieron su li

bertad, sino trataron y acometieron tambien de ayudar á lo demás de España; varones sin duda excelentes y de mayor ánimo que fuerzas. Los tales creo yo pusieron su confianza en la ayuda de Dios, pues contra tantas dificultades ninguna prudencia era bastante. La ocasion para intentarlo no fué muy grande. Un cierto hombre religioso y ermitaño, por nombre Juan, con deseo de vida mas sosegada hizo su morada en el monte de Uruela, no léjos de la ciudad de Jaca, y para los oficios divinos levantó en un peñol una capilla con advocacion de San Juan Bautista. La fama de la santidad deste hombre comenzó á volar por todas partes. Juntáronsele cuatro compañeros, deseosos de imitar y seguir la vida que hacia. Asimismo muchas gentes de los lugares comarcanos acudian á visitarle con intento de aplacar á Dios por medio de las oraciones deste șanto varon, al cual, mientras que vivió, ayudaron con muchas buenas obras y limosnas que le hacian, y despues de muerto se juntaron los de aquella comarca á hacerle las honras. Acudió gran número de gente; entre estos seiscientos hombres nobles de propósito se juntaron, ó convidados de la soledad del lugar, comenzaron á tratar y consultar entre sí del remedio de la república y de sacudir la pesada servidumbre de los moros. La fortaleza de los lugares y sitio les ponia ánimo, y confiaban que si intentaban cosa tan gloriosa, no les faltarian socorros de Francia; convidábales el ejemplo de los asturianos, que, con tomar al infante don Pelayo por rey y por caudillo, no dudaron de tratar cómo ayudarian á la patria ni de irritar las armas de los moros; cosa que aunque al principio pareció temeridad, el efecto y remate fué muy saludable. Habiendo tratado mucho v

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