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una parte; y de la otra disimulo, y aun proteccion declarada en favor de personas malquistas y odiadas, fueron en lo general las providencias con que se anunció á los pueblos que se redimían, la regencia constitucional. Tan indiscreta conducta provocó grande exaltacion de ánimo en Madrid y la aumentó despues en Cádiz. Las Córtes estrechadas de todas partes con reclamaciones, y amargas quejas, al fin se vieron obligadas á intervenir en esta funesta lucha; cuando importaba tanto evitar providencias legislativas en materias donde solo la política y la equidad podían servir de guia; especialmente despues de haber ocupado el enemigo mas de cuatro años la mayor parte del reino.

Promovida la discusion, en los debates se volvió á renovar con toda energía el principio de la insurreccion; y, como era natural, la severidad y el rigor fueron las reglas que se propusieron al congreso en las resoluciones que tomase.

Para exasperar mas los ánimos, la fatalidad, por no decir la malicia, hizo que la regencia enviase á las Córtes, sin prevenir á lo ménos que era con reserva, un despacho confidencial, que con mucha discrecion y recto fin, y meramente para su gobierno, le había dirigido un oficial

superior que estaba comisionado en el cuartel general de los aliados. Este comisionado, elogiando la conducta de algunos empleados durante el gobierno intruso, recomendaba que se les conservase en sus destinos, ó se les premiase por los servicios hechos á la patria. Ya fuese que la regencia hubiere revelado este despacho para justificaree por indiscrecion, ó por mera inadvertencia, los efectos no por eso fuéron ménos terribles. Un clamor universal se levantó dentro y fuera de Cádiz contra la confirmacion en sus destinos de los que habían servido al usurpador. Los debates en el congreso, los periódicos y otras comunicaciones que espresaban la opinion de las provincias añadieron nuevo pábulo á la irritacion que ya habían causado por sí solas varias providencias de la regencia.

Entre el tumulto de pasiones y sentimientos á que dió lugar la indiscrecion, ó malicia del gobierno, no era posible desoir la voz de los que se esforzaban en sostener los principios de aquella terrible lucha. Encendida esta todavía en todo su furor, ¿cómo dar el ejemplo, se decía, de confundir la conducta de los que abrazaron la causa de su patria desde el principio, con la de

los que despues de reconocer la autoridad intrusa, obedecerla y ayudarla; alegan que no la sirvieron con la eficacia y celo que hubieran podido, ó que no hicieron todo el mal que otros mas firmes y resueltos en su propósito, con la de los que permanecieron fieles á la nacion en medio de las

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desgracias, de las calamidades y desastres que aquellos le acarrearon con sus compromisos con el enemigo, con sus deserciones y apostasías, con la misma duplicidad y artificio de que ahora quieren hacer alarde? No sería un escándalo establecer de este modo principios incompatibles con la moralidad de las acciones, como sucedería si el gobierno constitucional asociase á sus propios agentes á los habían cooperado á que la nacion quedase sometida á la voluntad de un conquistador; si fiase el depósito de la restaurada independencia, al lado de los que la sostuvieron con tanta generosidad y nobleza en medio de riesgos é incertidumbres, á los que convirtieron tan heroico proceder en objeto de sátiras y sarcasmos, á los que despues de llamar ilusos á tan ilustres adversarios, derramaron su sangre en los patíbulos? Adoptando esta política, ¿quién sería ya el que perseverase en la carrera del peligro, de las privaciones de los

sacrificios, que todavía eran necesarios para asegurar una empresa, si no dudosa en su éxito, distante todavía, y sobre todo, llena de contrariedades y obstáculos aun despues de conseguido el triunfo ?

Cuando mas empeñada estaba la discusion de esta delicada materia, una representacion de los oficiales del estado mayor general, dirigida á las Córtes, vino desgraciadamente á aumentar la efervescencia y acalorar mas los ánimos. En ella no solo clamaban sus autores contra los que habían servido en cuerpos militares formados por el gobierno intruso, sinó tambien contra los oficiales que, sin haberle auxiliado activamente, se hubiesen mantenido ocultos ó pasivos en pais ocupado por el enemigo. A estos los calificaban de desertores, y ademas pedían que se les aplicase con arreglo á ordenanza la pena de cobardes. Y por último, que si las Córtes consideraban conveniente usar de generosidad con ellos, se les espeliese del servicio, ó se les obligase á hacerle en clase de soldado en los puestos mas peligrosos, pero en cuerpos separados, respecto á que las tropas fieles no querían alternar con ellos en sus propias filas.

Dos comisiones reunidas propusieron varios

decretos para resolver todas las dudas y poner de una vez término á tan peligrosas disensiones. La exaltacion de los ánimos se comunicó á los debates en la discusion. Los decretos censurados de moderacion escesiva aumentaron el rigor; la ejecucion los hizo todavía mas severos; Madrid y otros pueblos reclamaron vivamente despues de haber provocado con sus quejas estas mismas resoluciones, y al fin, como las comisiones lo habían previsto y anunciado en el debate, las Córtes se vieron obligadas á modificar su primer acuerdo con escepciones, ilustradas en todos los casos en que podía haber lugar á interpretaciones generosas.

El clero, como en todas ocasiones, mereció declaraciones especiales y llenas de lenidad. Los decretos, inexorables en privar para siempre de sus destinos, de sus títulos, honores y condecoraciones á los empleados civiles, autorizaban al gobierno para que continuase en el ejercicio de sus funciones á los jueces eclesiásticos que mereciesen su confianza; dejando á salvo, respecto á los demas individuos del clero, el juicio canónico sobre privacion de beneficios.

Los sucesos militares en la península despues de la pérdida de Valencia tomaron aspecto mas

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