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palmente desde el témplo, hacian correrías, robaban hombres y ganados. Pasaron adelante, apoderáronse de la ciudad de Turdeto, que antiguamente estaba puesta entre Jerez y Arcos, no con mayor derecho del que consiste en la fuerza y armas. Desta ciudad de Turdeto se dijeron los Turdetanos, nacion muy ancha en Ja Bética, y que llegaba hasta las riberas del Océano y hasta el rio Guadiana. Los Bástulos, que eran otra nacion, corrian desde Tarifa por las marinas del mar Mediterráneo hasta un pueblo que antiguamente se llamó Barea y hoy se cree que sea Vera. Los Turdulos desde el puerto de Mnesteo, que hoy se llama de Santa María, se extendian hacia el oriente y septentrion, y poco abajo de Córdoba, pasado el rio Guadalquivir, tocaban á Sierramorena, y ocupaban to mediterráneo hasta lo postrero de la Bética. Tito Livio y Polibio hacen los mismos á los Turdulos y Turdetanos, y los mas confunden los términos destas gentes; por esto no será necesario trabajar en señalar mas en particular los linderos y mojones de cada cual destos pueblos, como tampoco los dé otros que en ellos se comprehendían, es á saber, los Masienos, Selbicios, Curenses, Lignios y los demás cuyos nombres se hallan en aprobados autores, y sus asientos en particular no se pueden señalar. Lo que hace á nuestro propósito es que con tan grandes injurias se acabó la paciencia á los naturales, que tenian por sospechoso el grande aumento de la nueva ciudad. Trataron desto entre si, determinaron de hacer guerra á los de Cádiz, tuvieron sobre ello y tomaron su acuerdo en una junta, que en dia señalado hicieron, donde se quejaron de las injurias de los fenicios. Despues que les permitieran edificar el templo, que se dijo estar en Medina Sidonia, haber echado grillos á la libertad, y puesto un yugo gravísimo sobre las cervices de la provincia, como hombres que eran de avaricia insaciable, de grande crueldad y fiereza, compuestos de embustes y de arrogancia, gente impía y maldita, pues con capa de religion pretendian encubrir tan grandes engaños y maldades, que no se podian sufrir mas sus agravios; si en aquella junta no habia algun remedio y socorro, que serian todos forzados, dejadas sus casas, buscar otras moradas y asiento apartado de aquella gente; pues mas tolerable seria padecer cualquier otra cosa, que tantas indignidades y afrentas como sufrian ellos, sus mujeres, hijos y parientes. Estas y semejantes razones en muchos fueron causa de gemidos y lágrimas; mas sosegado el sentimiento y hecho silencio, Baucio Capeto, príncipe que era de los Turdetanos: « De ánimo, dice, cobarde y sin brio es llorar las desgracias y miserias, y fuera de las lágrimas no poner algun remedio á la desventura y trabajos. Por ventura, ¿no nos acordarémos que somos varones, y tomadas luego las armas vengarémos las injurias recebidas? No será dificultoso echar de toda la provincia unos pocos de ladrones, si los que en número, esfuerzo y causa les hacemos ventaja, juntamos con esto la concordia de los ánimos. Para esto hagamos presente y gracia de las quejas particulares que unos contra otros tenemos á la patria comun, porque las enemistades particulares no sean parte para impedirnos el camino de la verdadera gloria. Demás desto, no debeis pensar que on vengar nuestros agravios se ofende Dios y la religion, que es el velo de que ellos se cubren. Ca el cielo

ni suele favorecer á la maldad, y es mas justo persuadirse acudirá á los que padecen injustamente, ni hay para qué temer la felicidad y buena andanza de que tanto tiempo gozan nuestros enemigos; antes debeis pensar que Dios acostumbra dar mayor felicidad y sufrir más largo tiempo sin castigo aquellos de quien pretende tomar mas entera venganza, y en quien quiere hacer mayor castigo para que sientan mas la mudanza y miseria en que caen. » Encendiéronse con este razonamiento los corazones de los que presentes estaban, y de comun sentimiento se decretó la guerra contra los fenicios. Nombráronse capitanes, mandáronles hiciesen las mayores juntas de soldados y lo mas secretamente que pudiesen, para que tomasen al enemigo desapercebido y la victoria fuese mas fácil. A Baucio encomendaron el principal cuidado de la guerra, por su mucha prudencia y edad á propósito para mandar y por ser muy amado del pueblo. Con esta resolucion juntaron un grueso ejército, dieron sobre los fenicios, que estaban descuidados, venciéronlos, sus bienes y sus mercaderías dieron á saco, tomáronles las ciudades y lugares por fuerza en muy breve tiempo, así los conquistados por ellos y usurpados, como los que habian fundado y poblado de su gente y nacion. La ciudad de Medina Sidonia, donde se recogió lo restante de los fenicios confiados en la fortificacion del templo, con el mismo ímpetu fué cercada, y se apoderaron della, sin escapar uno de todos los que en ella estaban que no le pasasen á cuchillo; tan grande era el deseo de venganza que tenian. Pusiéronte asimismo fuego, y echáronla por tierra, sin perdonar al mismo templo, porque los corazones irritados, ni daban lugar á compasion, ni la santidad de la religion y el escrúpulo era parte para enfrenallos. En esta manera se perdieron las riquezas ganadas en tantos años y con tanta diligencia, los edificios soberbios en poco tiempo con la llama del furor enemigo fueron consumidos, en tanto grado, que á los fenicios en tierra firme solo quedaron algunos pocos y pequeños pueblos, mas por no ser combatidos que por otra causa. Reducidos con esto los vencidos en la isla de Cádiz, trataron de desamparar á España, donde entendian ser tan grande el odio y malquerencia que les tenian. Por lo menos, no teniendo esperanza de algun buen partido ó de paz, se determinaron de enviar por socorros de fuera. Esperar que viniesen desde Tiro en tan grande apretura era cosa muy larga. Resolviéronse de llamar en su ayuda á los de Cartago, con quien tenian parentesco por ser la orígen comun y por la contratacion amistad muy trabada. Los embajadores que enviaron, luego que les dieron entrada y señalaron audiencia en el Senado, declararon á los padres y senadores cómo las cosas de Cádiz se hallaban en extremo peligro, sin quedar esperanza alguna si no era en su solo amparo; que no trataban ya de recobrar las riquezas que en un punto se perdieron, sino de conservar la libertad y la vida; la ocasion que tantas veces habian deseado de entrar en España, ser venida muy honesta por la defensa de sus parientes y aliados, y para vengar las injurias de los dioses inmortales y de la santisima religion profanada, derribado el templo de Hércules y quitados sus sacrificios, al cual dios ellos honraban principalmente. Añadian que ellos, contentos con la libertad y con lo que antes poseian, los demás

y

ó agravio en su tierra. A esta embajada los turdetanos respondieron que entonces les seria agradable lo què les ofrecian, cuando las obras se conformasen con las palabras; la guerra que ni la temian ni la deseaban; la` amistad de los cartagineses ni la estimaban en mucho, ni ofrecida la desechariau. Aseguraban que los turdetanos eran de tal condicion, que las malas obras acostumbraban á vencer con buenas, y las ofensas con hacer lo que debian; que los desmanes pasados no sucedieron por su voluntad, sino la necesidad de defenderse les forzó á tomar las armas. En esta guisa los cartagineses, con cierto género de treguas, se entretuvieron y repararon cerca de las marinas. Sin embargo, desde. allí, puestas guarniciones en los lugares y castillos, hacian guerras y correrías á los comarcanos. Si se juntaba algun grueso ejército de españoles con desco de venganza, echaban la culpa á la insolencia de los soldados, y con muestra de querer nuevos conciertos, engañaban á aquellos hombres simples y amigos de sosiego, y se pasaban á acometer otros, haciendo mal y daño en otras partes. Era esto muy agradable á los de Cádiz, que llamaron aquella gente. A los españoles por la mayor parte no parecia muy grave de sufrir, como quier que no hagan casó ordinariamente los hombres de los daños públicos cuando no se mezclan con sus particulares intereses. Con esto, el poder de los cartagineses crecía de cada dia por la negligencia y descuido. de los nuestros, bien así como por la astucia dellos. Lo cual fué menos dificultoso por la muerte de Baucio, que le sobrevino por aquel tiempo, sin que se sepa que haya tenido sucesor alguno heredero de su casa.

premios de la victoria, que serian mayores que nadie pensaba ni ellos decian, de buena gana se los dejarian. El Senado de Cartago, oida la embajada de los de Cádiz, respondieron que tuviesen buen ánimo, y prometieron tener cuidado de sus cosas; que tenian grande esperanza que los españoles en breve, por el sentimiento y experiencia de sus trabajos, pondrian fin á las injurias; sufriésense solamente un poco de tiempo, y se entretuviesen en tanto que una armada, apercebida de todo lo necesario, se enviase á España, como en breve se haria. Eran en aquel tiempo señores del mar los cartagineses; tenian en él gruesas armadas, quier por la contratacion, que es titulo con que estos tiempos las naves de Társis ó Cartago se celebran en los divinos libros, quier para extender el imperio y dilatalle, pues se sabe que poseian todas las marinas de Africa, y estaban apoderados en el mar Mediterráneo de no pocas islas. Hasta ahora la entrada en España les era vedada, por las razones que arriba se apuntaron; por esto tauto con mayor voluntad la armada cartaginés, cuyo capitan se decia Maharbal, partida de Cartago por las islas Baleares y por la de Ibiza, donde hizo escala con buenos temporales, llegó á Cádiz año de la fundacion de Roma 236. Otros señalan que fué esto no mucho antes de la primera guerra de los romanos con los cartagineses. En cualquier tiempo que esto haya sucedido, lo cierto es que, abierta que tuvieron la entrada para el señorío de España, luego corrieron las marinas comarcanas y robaron las naves que pudieron de los españoles. Hicieron correrías muchas y muy grandes por sus campos; y no contentos con esto, levantaron fortalezas en lugares á propósito, desde donde pudiesen con mas comodidad correr la tierra y talar los campos comarcanos. Movidos por estos males los españoles, juntáronse en gran número en la ciudad de Turdeto, señalaron de nuevo á Baucio por general de aquella guerra. El, con gentes que luego levantó, tomó de noche á deshora un fuerte de los enemigos de muchos que tenian, el que estaba mas cerca de Turdeto, donde pasó á cuchillo la guarnicion, fuera de pocos y del mismo capitan Maharbal, que por una puerta falsa escapó á uña de caballo. En prosecucion desta victoria, pasó adelante y hizo mayores daños á los enemigos, venciéndolos y matándolos en muchos lugares. Estas cosas acabadas, Baucio tornó con su gente cargada de despojos á la ciudad. Los cartagineses, visto que no podian vencer por fuerza á los españoles, usaron de engaño, propia arte de aquella gente; mostraron gana de partidos y de concertarse, ca decian no ser venidos á España para hacer y dar guerra á los naturales, sino para vengar las injurias de sus parientes y castigar los que profanaron el templo sacrosanto de Hércules. Que sabian y eran informados los ciudadanos de Turdeto no haber cometido cosa alguna, ní en desacato de los dioses ni en daño de los de Cádiz; por tanto, no les pretendian ofender, antes maravillados de su valentía, deseaban su amistad, lo cual no seria de poco provecho á la una nacion y á la otra; que dejasen las armas y se diesen las manos y respondiesen en amor á los que á él les convidaban; y para que entendiesen que el trato era lluno, sin engaño ni ficcion alguna, quitarian de sus fuerzas y castillos todas las guarniciones, y no permitirian que los soldados hiciesen algun daño

CAPITULO XIX.

Cómo los cartagineses se levantaron contra los de Cádiz.

No se harta el corazon humano con lo que le concedo la fortuna ó el cielo; parecen soeces y bajas las cosas que primero poseemos cuando esperamos otras mayores y mas altas: grande polilla de nuestra felicidad; y no menos nos inquieta la ambicion y naturaleza del poder y mando, que no puede sufrir compañía. Muerto Baucio, los cartagineses, codiciosos del señorío de toda España, acometieron á echar de la isla de Cádiz á los fenicios, sin mirar que eran sus parientes y aliados, y que ellos los llamaron y trajeron á España, que la codicia del mandar no tiene respeto á ley alguna; y ga→ nada Cádiz, entendian les seria fácil enseñorearse de todo lo demás. Tenian necesidad para salir con su intento de valerse de artificio y embustes. Comenzaron á sembrar discordias entre los antiguos isleños y los fenicios. Decian que gobernaban con avaricia y soherbia, que tomaban para sí todo el mando, sin dar parte ni cargo alguno á los naturales; antes usurpadas las púplicas y particulares riquezas, los tenian puestos en miserable servidumbre y esclavonía. Por esta forma y con estas murmuraciones, como ambiciosos que eran y de malas mañas, hombres de ingenios astutos y malos, ganaban la voluntad de los isleños, y hacian odiosos á los fenicios. Entendido el artificio, quejábanse los fenicios de los cartagineses y de su deslealtat, que ni el parentesco, ni la memoria de los beneficios recebidos, ni la obligacion que les tenian los enfrenaban detenian para que no urdiesen aquella maldad y la

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llevasen adelante. No aprovecharon las palabras, por
estar los corazones dañados: los unos llenos de ira, y los
otros de ambicion. Fué forzoso venir á las armas y en-
comendarse á las manos. Los de Fenicia acometie-
ron primero á los cartagineses, que descuidados esta-
ban, y no temian lo que bien merecian; á unos mataron
sin hallar resistencia, otros se recogieron á una fuerza
que para semejantes ocasiones habian levantado y for-
tificado en lo postrero de la isla, en frente del promon-
vol-
torio llamado Cronio antiguamente. Hecho esto,
vieron la rabia contra las casas y los campos de los
cartagineses, que por todas partes les pusieron fuego,
y saquearon sus riquezas. Ellos, aunque alterados con
trabajo tan improviso, alegrábanse empero entre aque-
llos males de tener bastante ocasion y buen color para
tomar las armas en su defensa y echar los fenicios de
la ciudad, como en breve sucedió; que recogidos los
soldados que tenian en las guarniciones y juntadas
ayudas de sus aliados, se resolvieron de presentar la
batalla y acometer á aquellos de los cuales poco antes
fueran agraviados, destrozados y puestos en huida. No
se atrevia el enemigo á venir á las manos ni dar la ba-
talla, ni se podia esperar que por su voluntad ven-
drian en algun partido, por estar tan fresco el agravio
que hicieron á los de Cartago. Pusiéronse los cartagi-
neses sobre la ciudad, y con sitio, que duró por algunos
meses, al fin la entraron por fuerza. En este cerco pre-
tenden algunos que Pefasmeno, un artífice natural
de Tiro, inventó de nuevo para batir los muros el in-
genio que llamaron ariete. Colgaban una viga de otra
viga atravesada, para que puesta como en balanzas se
moviese con mayor facilidad y hiciese mayor golpe en
la muralla. Esta desgracia y daño que se hizo á los fe-
nicios, dió ocasion á los comarcanos de concebir en
sus pechos gran odio contra los cartagineses. Repre-
hendian su deslealtad y felonía, pues quitaban la liber-
tad y los bienes á los que, demás de otros beneficios
que les tenian hechos, los llamaron y dieron parte en
el señorío de España; que eran impíos é ingratos, pues
sin bastante causa habian quebrantado el derecho del
hospedaje, del parentesco, de la amistad y de la hu-
manidad. Los que mas en esto se señalaron fueron los
moradores del puerto de Mnesteo, por la grande y anti-
gua amistad que tenian con los fenicios. Echaban
maldiciones á los cartagineses, amenazaban que tal
maldad no pasaria sin venganza. De las palabras y de
los denuestos pasaron á las armas. Juntáronse grandes
gentes de una y de otra parte; pero antes de venir á
las manos, intentaron algun camino de concierto. Te-
mian los cartagineses de poner el resto del imperio y
de sus cosas en el trance de una batalla; y así, fueron
los primeros que trataron de paz. El concierto se hizo
sin dificultad. Capitularon desta manera que de la
una y de la otra parte volviesen á la contratacion; que
los cautivos fuesen puestos en libertad, y de ambas
partes satisficiesen los daños en la forma que los jueces
árbitros que señalaron determinasen. Para que todo
esto fuese mas firme, pareció á la manera de los ate-
nienses decretar un perpetuo olvido de las injurias pa-
sadas; por donde se cree que el rio Guadalete, que se
mete en el mar por el puerto de Mnesteo, se llamó en
griego Lethes, que quiere decir olvido. Mas cosas tras-
lado que creo, por no ser fácil ni refutar lo que otros

escriben, ni tener voluntad de confirmar con argu-
mentos lo que dicen sin mucha probabilidad. Añaden
que sabidas estas cosas en Cartago por cartas de Ma-
harbal, dieron inmortales gracias á los dioses, y que
fué tanto mayor la alegría de toda la ciudad, que á causa
de tener revueltas sus cosas, no podian enviar armada
que ayudase á los suyos y los asistiese para conservar
el imperio de Cádiz. Fué así, que los de Cartago lleva-
ron lo peor, primero en una guerra que en Sicilia, des-
pues en otra que en Cerdeña hizo Maqueo, capitan de
sus gentes. Siguióse un nuevo temor de una nueva
guerra con los de Africa, de que se hablará luego, que
hizo quitar el pensamiento del todo al Senado carta-
giués de las cosas de España. Por esta causa, los car-
tagineses que residian en Cádiz, perdida la esperanza
de poder ser socorridos de su ciudad, con astucia y fin-
gidos beneficios y caricias trataron de ganar las volun-
tades de los españoles. Los que quedaron de los feni-
cios, contentos con la contratacion para que se les dió
libertad, con la cual se adquieren grandes riquezas, no
trataron mas de recobrar el señorío de Cádiz. En este
tiempo, que corria de la fundacion de Roma el año 252,
España fué afligida de sequedad y de hambre, falta de
mantenimientos, y de muchos temblores de tierra, con
que grandes tesoros de plata y oro, que con el fuego
de los Pirineos estaban en las cenizas y en la tierra
sepultados, salieron á luz por causa de las grandes
aberturas de la tierra, que fueron ocasion de venir
nuevas gentes á España, las cuales no hay para qué
relatallas en este lugar. Lo que hace al propósito es
que desde Cartago, pasado algun tiempo, se envió nueva
armada, y por capitanes Asdrúbal y Amilcar, hijos
que eran del Magon de suso nombrado y ya difunto.
donde
Estos de camino desembarcaron en Cerdeña,
fué Asdrúbal muerto de los isleños en una batalla;
Asdrúbal y Safon. Amil-
hijos deste fueron Aníbal,
car dejó la empresa de España á causa que los sicilia-
nos, sabida la muerte de Asdrúbal, y habiendo Leoni-
das Lacedemonio llegado con armada en Sicilia, se de-
terminaron á mover con mayor fuerza la guerra contra
los cartaginesés. A esta guerra acudió y en ella murió
Amilcar, que dejó tres hijos, es á saber, Himilcon, Han-
non y Gisgon. Demás desto Dario, hijo de Histaspe, por
el mismo tiempo tenia puestos en gran cuidado los car-
tagineses con embajadores que les envió para que les
declarasen las leyes que debian guardar si querian su
amistad, y juntamente les pidiesen ayuda para la guerra
que pensaba hacer en Grecia. Los cartagineses no se
atrevian, estando sus cosas en aquel peligro y balance,
á enojalle con alguna respuesta desabrida, si bien no
pensaban envialle socorro alguno ni obedecer á sus
mandatos. Deste Dario fué hijo Jerjes, el cual el año
tercero de su imperio, y de la fundacion de Roma 271,
á ejemplo de su padre, trató de hacer guerra en Grecia;
y por esta causa los griegos que con Leonidas vinieron
á Sicilia fueron para resistirle llamados á su tierra.
Con esto el Senado cartaginés comenzó á cobrar aliento
despues de tan larga tormenta; y cuidando de las cosas
de España, se resolvió de enviar en ayuda de los suyos
á aquella provincia en cuatro naves novecientos solda-
dos, sacados de las guarniciones de Sicilia, con espe-
ranza que daban de enviar en breve mayores socorros.
Estos de camino echaron anclas y desembarcaron en

las islas de Mallorca y Menorca, acometieron á los isleños, pero fueron por ellos maltratados. Ca tomando ellos sus hondas, arma de que entonces usaban solamente, con un granizo de 'piedras maltrataron á los enemigos tanto, que les forzaron á retirarse á la marina y aun á desancorar y sacar las naves á alta mar; de adonde, arrebatados con la fuerza de los vientos, llegaron últimamente á Cádiz. Con la venida deste socorro se diminuyó la fama del daño recebido en Sicilia y de la muerte del capitan Amilcar, y se quitó el poder de alterarse á los discordes contra los cartagineses. En el mismo tiempo dicen que desde Tarteso, que es Tarifa, se envió cierta poblacion ó colonia y por su capitan Capion á aquella isla, que hacia Guadalquivir con sus dos brazos y bocas. Lo cierto es que donde estaba el oráculo de Mnesteo, los de Tarteso edificaron una nueva ciudad, llamada por esta causa Ebora de los Cartesios, á distincion de otras muchas ciudades que hobo en España de aquel nombre, y Tarteso antiguamente se llamó tambien Carteia. Demás desto, en la una boca de Guadalquivir se edificó una torre, dicha Capion; en qué tiempo no consta, pero los moradores de aquella tierra se sabe que se llamaron cartesios ó tartesios, que dió ocasion á ingenios demasiadamente agudos de pensar y aun decir que desde Tarteso se envió aquella poblacion ó colonia hasta señalar tambien el tiempo y capitan que llaman asimismo Capion, como si todo lo tuvieran averiguado muy en particular.

CAPITULO XX.

Cómo Safon vino en España.

Corria por este mismo tiempo fama que toda Africa se conjuraba contra Cartago, que hacian levas y juntas de gentes cada cual de las ciudades conforme á sus fuerzas; y que unas á otras, para mayor seguridad, se daban rehenes de no faltar en lo concertado. El demasiado poder de aquella ciudad les hacia entrar en sospecha; demás que no querian pagar el tributo que por asiento y voluntad de la reina Dido tenian costumbre de pagar. Dábales otrosí atrevimiento lo que se decia de las adversidades y desventuras que en Sicilia y en Cerdeña padecieran. Los de Mauritania, si bien no se podian quejar de algun agravio recebido por los de aquella ciudad, se concertaron con los demás con tanto furor y rabia, que trataban de tirar á su partido á los españoles, que están divididos de aquella tierra por el angosto estrecho de Gibraltar, y apartallos de la amistad de los cartagineses. Movido por estas cosas el Senado cartagines, determinó aparejarse á la resistencia y juntamente enviar al gobierno de lo que en España tenian á Safon, hijo de Asdrúbal, para que con su presencia fortificase y animase á los suyos y sosegase con buenas obras y con prudencia las voluntades de los españoles para que no se alterasen. Lo cual, llegado que fué á España, hizo él con gran cuidado y maña; que llamados los principales de los españoles, les declaró lo que en Africa se trataba y lo que los mauritanos pretendian. Pidióles, por el derecho de la amistad antigua que tenian, no permitiesen que ellos ó algunos de los suyos fuesen atraidos con aquel engaño á dar socorro á sus enemigos, antes con consejo y con fuerzas ayudason á Cartago. Movidos los españoles con

razones, consintieron que pudiese levantar tres mil españoles, no para hacer guerra ni acometer á los mauritanos, con quien tenia España grandes alianzas y prendas, sino para resistir á los contrarios de Cartago, si de alguna parte se les moviese guerra. Tuvo Safon puestas al Estrecho las compañías y escuadrones, así de su gente como de los españoles, para ver si por miedo mudarian parecer los mauritanos y dejarian de seguir los intentos de los demás africanos. Pero como no desistiesen, pasado el Estrecho, puso á fuego y á sangre los campos y las poblaciones, robando, saqueando y poniendo en servidumbre todos los que por el trance de la guerra venian en su poder. Movidos de sus males los mauritanos, hicieron junta en Tánger, que está en las riberas de Africa enfrente de Tarteso ó Tarifa, para determinar lo que debian hacer. En primer lugar, pareció enviar embajadores en España á quejarse de los agravios que recebian de los suyos, de aquellos que á Safon seguian, y alegar que los que les debian ayudar, esos les hacian contradiccion y perjuicio; mirasen á los que dejaban y con quiénes tomaban compañía; que los cartagineses ponian asechanzas á la libertad de todos, y por tanto era mas justo que juntando las fuerzas con ellos, vengasen las injurias comunes, y no tomasen aparte consejo, de que les hobiese luego de pesar, quier fuesen los cartagineses vencidos, por el odio en que incurrian de toda Africa, quier fuesen vencedores, pues ponian á riesgo su libertad; que los cartagineses, por su soberbia y arrogancia, pensaban de muy atrás enseñorearse de todo el mundo. A esto los españoles se excusaron de aquel desórden, que sucedió sin que lo supiesen, que

Safon se le dió gente de España, no para hacer guerra, sino para su defensa; que enviarian embajadores á Africa, por cuya autoridad y diligencia, si no se concertasen y hiciesen paces, volverian los suyos de Africa. Como lo prometieron, así lo cumplieron. Con la ida de los embajadores se dejaron las armas, y se tomó asiento con tal condicion que el tal capitan cartaginés sacase sus gentes de la Mauritania; los mauritanos llamasen los suyos de la guerra que se hacia contra Cartago, pues de aquella ciudad no tenian queja alguna particular. Esto se concertó; pero como vuelto Safon en España, todavía los mauritanos perseverasen en los reales de los africanos, tornó á movelles guerra, y les hizo mayores daños, y apenas se pudo alcanzar por los españoles que entraron de por medio que, fortificado de nuevas compañías de España que le ofrecian de su voluntad, dejada la Mauritania, entrase mas adentro en Africa. En fin se tomó este acuerdo, con que los ejércitos enemigos de Cartago fueron vencidos, ca los tomaron en medio por frente y por las espaldas las gentes que salieron de Cartago por una parte, y por otra las que partieron de España. Saruco Barquino, así dicho de Barce, ciudad puesta á la parte oriental de Cartago, dado que Silio Itálico dice que de Barce, compañero de Dido, se señaló en servir en esta guerra á los cartagineses. Así le hicieron ciudadano de aquella ciudad, y dió por este tiempo principio á la familia y parcialidad muy nombrada en Cartago de los Barquinos. Dióse fin á esta guerra año de la fundacion de Roma de 283. Safon, vuelto en España, y ordenadas las cosas de la provincia, siete años despues fué removido del cargo y lla

mado á Cartago, con color de dalle el gobierno de la ciudad y el cargo y magistrado mas principal, el cual, como dice Festo Pompeyo, se llamaba suffetes. La verdad era que les daba pena que un ciudadano, con las riquezas de aquella riquísima provincia, creciese mas de lo que podia sufrir una ciudad libre, dado que por hacerle mas honra enviaron en su lugar tres primos suyos, Himilcon, Hannon y Gisgon, y á él, vuelto á su tierra, le hicieron grandes honras; con que se ensoberbeció tanto, que teniendo en poco la tiranía y señorío de su ciudad, trató de hacerse dios en esta forma. Juntó muchas avecillas de las que suelen hablar, y enseñóles á pronunciar y decir muchas veces tres palabras: Gran dios Safon. Dejólas ir libremente, y como repitiesen aquellas palabras por los campos, fué tan grande la fama de Safon por toda aquella tierra, que espantados con aquel milagro los naturales, en vida le consagraron por dios, y le edificaron templos; lo que antes de aquel tiempo no aconteciera á persona alguna. Plinio atribuye este hecho á Hannon, la fama á Safon, confirmada y consagrada por el antiguo proverbio latino y griego, es á saber: Gran dios Safon.

CAPITULO XXI.

Cómo Himilcon y Hannon descubrieron nuevas navegaciones. Himilcon y Hannon, tomado el cargo de España, luego que pudieron, se hicieron á la vela con su armada para ir á su gobierno. Acometieron de camino á los de Mallorca, si por ventura con maña y dádivas de poco precio pudiesen alcanzar de aquellos hombres groseros, y que no sabian semejantes artificios, que les diesen lugar y permitiesen levantar en aquella isla un fuerte, que fuese como escalon para quitalles la libertad. Dióseles esta licencia, y aun dícese que en Menorca, entre septentrion y poniente, edificaron un pueblo, que se llamó Jama, y otro al levante, por nombre Magon. Algunos añaden el tercero lugar de aquella isla llamado Labon, y piensan que la causa destos nombres fueron tres gobernadores de aquella isla enviados de Cartago sucesivamente. Lo cierto es que Hannon, llegado á Cádiz, con deseo de gloria y de saber nuevas cosas, discurrió por las riberas del mar Océano hasta el promontorio Sacro, que hoy es cabo de San Vicente en Portugal; y todo lo que vió y notó en particular, lo escribió al Senado. Decia que tenia grande esperanza se podian descubrir con grande aprovechamiento de la ciudad las riberas de los mares Atlántico y Gállico, inaccesibles hasta entonces, y que corrian por grande distancia. Que le diesen licencia para aderezar dos armadas y apercebillas de todo lo necesario para tan largas navegaciones y de tanto tiempo. Lo cual el año siguiente por permision del Senado se hizo; mandaron á Himilcon que descubriese las riberas de Europa y los mares lo mas adelante que pudiese. Hannon tomó cuidado de descubrir lo de Africa. Gisgon, por acuerdo de los hermanos y con órden del Senado, quedó en el gobierno de España. Acordado esto, y apercebido todo lo necesario, al principio del año que se contaba de la fundacion de Roma 307, Hannon y Himilcon con sus armadas se partieron para diversas partes. Himilcon partió de Gibraltar, que antiguamente se dijo Heraclea, pasó por los Mesenios y por los Selbisios que estaban en los Bastulos, dobló el cabo postrero del Estrecho, que se dijo Herma

ó promontorio de Junon; y vueltas las proas á manderecha, llegó á la boca de Cilbo, rio que entra en el mar entre los lugares Bejel y Barbate, como tambien el rio que luego se sigue, llamado Besilio, descarga junto al cabo de San Pedro en frente de Cádiz, y entra en el mar; quedaba entre estos dos rios en una punta de tierra que allí se hace el famoso sepulcro de Gerion. Síguese luego la isla Eritrea, que era la misma de Cádiz, segun algunos lo entienden; otros la ponen por diferente cinco estadios apartada de tierra firme, al presente comida del mar en tanto grado, que ningun rastro della se ve. Mas adelante vieron un monte lleno de bosques y espesura; informáronse, y hallaron que se llamaba Tartesio del nombre comun de aquellas marinas, y que de la cumbre de aquel monte salia y bajaba un rio, el cual arriba se dijo que se llamaba Lethes, y ahora es Guadalete. Seguíanse ciertos pueblos de los Turdetanos, llamados los Cibicenos, que se extendian hasta la primera boca de Guadalquivir. En medio de aquellas sus riberas estaba edificada la torre Gerunda, obra de Gerion. Mas adentro en la tierra los Ileates el rio Guadalquivir arriba, los Cempsios, los Manios, todos gentes de la Turdetania. Entendióse tambien que aquel rio, que de otros era llamado Tartesio, nacia de la fuente llamada Ligostica, que manaba y se hacia de una laguna puesta á las haldas del monte Argentario; hoy se llama monte de Segura. Decian asimismo que, dividido en cuatro brazos, regaba los campos de la Bética; mentira que tenia aparencia, y por eso fué creida; ca por ventura tenian entendido que tres rios, los cuales se juntan con Guadalquivir, eran los tres brazos del mismo, ó sea que por ventura le sangraban y hacian acequias en diversas partes para riego de los campos; lo que apenas se puede creer de ingenios tan groseros como eran los de aquel tiempo. Rufo Festo, que escribió estas navegaciones, dice que Guadalquivir entraba en la mar por cuatro bocas; los antiguos geógrafos hallaban dos tan solamente; nosotros mudadas con el tiempo las cosas y alteradas las marinas, no hallamos mas de una. Partido de allí, y pasadas las bocas de Guadalquivir, vieron las cumbres del monte Casio, rico de venas de estaño, como lo da á entender el nombre; y aun quieren decir que del nombre de aquel monte el estaño por los griegos fué llamado casiteron. La llanura bajo de aquel monte poseian los Albicenos, contados entre los Tartesios. Seguíase el rio Ibero, que antiguamente fué término postrero de los Tartesios, y al presente entra en el mar entre Palos y Huelma. De este rio quieren algunos que España haya tomado el nombre de Iberia, y no del otro del mismo apellido que en la España citerior hoy se llama Ebro, y con su nobleza ha escurecido la faina deste otro; llámase hoy rio del Acige por la muchedumbre desta tierra que en aquellos lugares se saca, á propósito de tenir lanas y paños de negro. En la misma ribera hacia el poniente vieron la ciudad de Iberia, de la cual hizo mencion Tito Livio, y era del mismo nombre de otra que estuvo asentada en la ribera del rio Ebro, no léjos de Tortosa. Seguíanse luego los esteros del mar por aquella parte que el promontorio dicho de Proserpina, por un templo desta diosa que allí se via, se metia el mar adentro. Doblada esta punta, vieron lo postrero de los montes Marianos, por donde en el mar se terminan, y encima la cumbre del monte Zefirio,

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